No se coman el coco y no le den más vueltas. El pescozón de Honduras -porque a golpe no llega- ha sido un complot urdido por la CIA para matar de risa a Fidel Castro luego de comprobar que de otro modo no hay manera. Las carcajadas del viejo criminal al ver a Manuel Zelaya convertido en un héroe son tan estrepitosas que los doctores que le atienden temen que se le rompa el diafragma y se desencuaderne. Sólo así se concibe que la comunidad internacional babee ante las marionetas de Hugo Chávez y escupa sobre aquellos que, en principio, se han puesto a las órdenes de la legalidad vigente. Lo dicho: o es cosa de la CIA, o el mundo está más loco de lo que parece.
El maestro Antonio Burgos afirmaba este miércoles que el pecado de los milicos hondureños es de índole estética en vez de ética. A Zelaya le llevaron en pijama al aeropuerto y no son formas, la verdad, de evacuar a un presidente. ¿Y si le llegan a pillar en picardías, por una casualidad funesta? ¡Alto ahí, Satanás, recula, vade retro! Hoy estaríamos metidos en un lío (quizás en un enrevesado «casus belli») en vez de discutiendo si un liberticida electo puede pasarse por el forro la Constitución, el Parlamento y el Tribunal Supremo con el mismo descaro con el que el espadón de turno se los pasa por el gorro cuartelero.
Admitamos, no obstante, que ni el recurso al mal menor justifica el empleo de la fuerza. ¿Cabe pensar, entonces, que Zelaya hubiera consentido en apearse del poder de habérselo pedido con melindres corteses? ¡No mames, buey, no mames!, exclamaría al sopetón un mexicano sumándose al fervor del reñidero. Metidos en honduras y en geoestrategias, resulta elemental que el mandamás depuesto era un peón adelantado en el tablero de ajedrez de Centroamérica. Crecido, el gorila rojo cantinflea a sus anchas interpretando al heredero de la revolución pendiente. Mientras, el inefable Obama, en la ribera opuesta, confunde los escaques con el escaqueo: negras juegan y pierden.
En cualquier caso, toda comedia bufa deja un regusto amargo y un pertinaz prurito de vergüenza ajena. El espectáculo que ha dado Moratinos llamando a defender la democracia con el mismo entusiasmo que Pedro el Ermitaño azuzaba a los cruzados hacia la Jerusalén Celeste, ha sido la sublimación de lo grotesco. O sea, que el lacayo de los torturadores habaneros; el hombre que se empeña en blanquear las inmundicias del penal caribeño; el truchimán que ejerce la abogacía del diablo en las covachas de Bruselas; el legendario Desatinos, en resumidas cuentas, es, hoy por hoy, el adalid de los derechos (y hasta de los torcidos, si pierde los papeles).
Pero, a la postre, hay que reconocer que las cancillerías europeas (tras informarse de que en Tegucigalpa no existe ni un solo club de golf que merezca la pena) han abrazado la causa de Zelaya y se llenan la boca con palabras solemnes: la paz, la reconciliación, la convivencia… No se han parado a averiguar por dónde van los tiros -esperemos que brillen por su ausencia- y no han prestado oídos al actual gobierno. La consigna es firmeza, señoras y señores, mesdames et monsieurs, damen und herren. Se van a enterar los iraníes de lo que vale un peine. ¡Ah! ¿Qué no son los iraníes? Ya me extrañaba a mí. Pues, entonces, esos. Se van a enterar esos.