La crisis de Irán es política, social y económica
Es bien conocido el proceso que está viviendo actualmente Irán: el posible fraude en las recientes elecciones presidenciales ha provocado fuertes revueltas callejeras por parte de la oposición.
La importancia geopolítica y económica de Irán, amerita analizar la situación actual y sus eventuales consecuencias. En lo geopolítico, los puntos a destacar son, entre otros:
-Su forma de gobierno, la cual no es más que una dictadura teocrática; dirigida por un ‘Líder Supremo’ designado de por vida -el ayatollah Ali Kamenei – y un presidente – Mahmoud Ahmadinejad- que cumple funciones ejecutivas y es elegido a través de elecciones libres.
-Su posición geográfica, con una posición tapón entre Afganistán y Pakistán hacia el oeste e Irak hacia el este; sumado a sus extensas costas sobre el golfo Pérsico.
-Su posible desarrollo de armas nucleares y su financiamiento del terrorismo islamita.
En lo que hace al terreno económico, la importancia estratégica de esta república -de 75 millones de habitantes y con un producto bruto del orden de los 330 mil millones de dólares-proviene de sus recursos petroleros: es el segundo país en cuanto a reservas comprobadas y es el cuarto productor mundial, con exportaciones anuales superiores a los 200 mil millones de dólares.
Con esta estructura petrolera, uno debiera esperar una situación económica de fuerte solvencia. Lamentablemente, no es así. En efecto, la política ‘nacional y popular’ -llevada a cabo por el presidente Ahmadinejad-ha dilapidado los recursos provenientes de su renta petrolera mediante una fuerte intervención del Estado en la economía, sumada a cuantiosos subsidios en alimentos y energía, generación de un exceso de empleo público y realización de vastos planes de vivienda barata, entre otros. De esta manera, el régimen ha logrado la adhesión de la empobrecida población rural y de segmentos urbanos sumergidos en la indigencia.
El resultado de esta equivocada política económica es una inflación superior al 20%, niveles crecientes de pobreza, inexistencia de inversión externa, déficit fiscal en aumento y niveles de actividad en franca desaceleración. A este desquicio económico, se le suma una férrea dictadura religiosa, política y cultural que ha limitado fuertemente los grados de libertad de su población ‘inquieta’, esto es: los estudiantes y las clases medias urbanas.
Occidente tenía grandes esperanzas que las recientes elecciones permitieran un triunfo o, al menos, una mejor posición relativa de la oposición no fundamentalista y reformadora, la cual propicia una mayor apertura económica y política del régimen. La misma es encabezada por el ex primer ministro Hossein Moussavi (1980/1989) y apoyada, fundamentalmente, por los sectores mencionados en el párrafo anterior.
Sin embargo, todo indica que los resultados que favorecieron la reelección del presidente Ahmadinejad con un 63% de los votos son producto de un significativo fraude. Es claro entonces, que la situación es explosiva: a la injustificada crisis económica se le suma una dictadura teocrática que, por todos los medios, trata de impedir cambios que aumenten los grados de libertad. Dada la importancia geopolítica y económica de Irán, sería altamente deseable que las autoridades decidieran eliminar toda sospecha de fraude mediante el llamado a nuevas elecciones, con controles por parte de organismos multilaterales.
Caso contrario, los disturbios irán en aumento y las autoridades probablemente llevarían la represión al límite. Si este fuera el caso, la dictadura se haría más violenta y la relación con Occidente se deterioraría en grado sumo al igual que los niveles de actividad y de pobreza; con todas las consecuencias negativas que ello acarrearía para la estabilidad mundial.
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