Los espíritus animales
Esta entrega continúa comentando sobre los “espíritus animales”, esas variables psicológicas cuyos efectos se dejan sentir en el comportamiento general de la economía. Junto a la confianza, el intercambio equitativo y la corrupción que ya describí en un artículo previo, los otros dos “espíritus animales” serían la ilusión monetaria y el gusto por las historias.
La ilusión monetaria sería un error en el pensamiento, mediante el cual las personas olvidamos el poder real de compra que tiene el dinero y nos fijamos sólo en su magnitud. Al recibir un aumento de salario en economías inflacionarias muchos se dejan guiar por la ilusión de que están mejor cuando en realidad el incremento es incapaz de compensar la subida general en los otros precios. Al contrario de este escenario, está el caso en que ocurre deflación, en el cual los precios generales caen; difícilmente alguien aceptaría una rebaja en el sueldo durante una deflación, aún cuando el poder de compra resultante quedaría inalterado, porque todo está más barato y se podrá seguir comprando lo mismo que antes.
El papel del dinero como unidad de cuenta es precisamente el eje de la ilusión monetaria. Se nos hace más fácil pensar en términos de cantidades monetarias que de los bienes y servicios que ese dinero puede comprar.
El tema del gusto por las historias es otra variable que tiende a descuidarse en análisis económico convencional. Más que en cifras y hechos, la tendencia psicológica es guiarse por relatos de cómo las cosas ocurren, especialmente si tales interpretaciones provienen de fuentes que se consideran fiables. La confianza en la situación económica eventualmente tiene que ver con las historias que cuentan ciertos líderes políticos, con las versiones que circulan sobre personajes que se han enriquecido y las noticias sensacionalistas sobre grandes éxitos empresariales. Un ejemplo es lo que ocurrió durante el boom de Internet, en el cual se propagó la creencia de que se estaba entrando en una nueva era económica y que el dinero casi crecería espontáneamente al hacerse negocios relacionados con el comercio electrónico.
Este ambiente que se genera mientras cunden historias sobre éxito y prosperidad económica tienen que ver con un concepto elusivo también en terminología económica convencional. Se trata de la “economía recalentada” (overheated economy). Citando a Akerlof y Shiller: “El término economía recalentada de la manera en que lo usaremos, se refiere a una situación en la cual la confianza ha ido más allá de los límites normales, en la cual una fracción creciente de personas ha perdido el escepticismo habitual sobre la perspectiva económica y están listos para creer historias sobre un nuevo auge económico. Es un período en que el gasto descuidado por parte de los consumidores se convierte en la norma y cuando algunos emprendedores realizan inversiones malas, respecto cuya solidez no se sienten del todo seguros y simplemente esperan que alguien se las compre. Es una época en que la corrupción y la mala fe se incrementan, dado que se apoyan en la conducta confiada por parte de la gente y en una actitud apática por los supervisores gubernamentales. (…). También es una etapa en que la gente tiene presión social de consumir a un nivel elevado porque ven a los demás haciéndolo, no quieren verse rezagados y se despreocupan por tales niveles de gasto porque sienten que los otros tampoco se inquietan”.
Este tipo de “recalentamiento” podría haber caracterizado la década entre 1995 y 2005, al igual que algo semejante precedió la Gran Depresión de 1930.
Las dos más profundas crisis económicas en Estados Unidos de América tuvieron aspectos explicables mediante los “espíritus animales”.
La crisis de la década de 1890 contiene elementos de importante desconfianza hacia las instituciones bancarias, especialmente cuando se estaba estableciendo el bimetalismo, respaldo tanto con oro como plata de los billetes en circulación. Adicionalmente había un sentimiento de injusticia en la distribución de riqueza entre trabajadores y empresarios, al punto que en 1894 hubo 1.400 huelgas involucrando a 500.000 trabajadores. La ilusión monetaria resultaba también patente, motivando que un economista, John Bates Clark (1847-1938), crease en 1895 el concepto de tasa real de interés, descontando la inflación al tipo de interés nominal. En aquella crisis la bolsa se derrumbó 27% en los 14 meses precedentes a julio de 1893, el índice de precios cayó 18% entre febrero de 1893 y diciembre de 1894; el desempleo pasó de 11.7% a 18,4% en 1894, sin caer por debajo del 10% hasta 1899. La gente de aquel tiempo se dejó guiar por historias sobre pánicos bancarios en 1873 y 1884, al igual que hoy día algunos apelan a la crisis de 1930..
La Gran Depresión de 1930 fue mundial. En el caso de Estados Unidos el desempleo pasó de 10% en noviembre de 1930 a 25,6% en enero de 1931. Los precios cayeron 27% entre octubre de 1929 y marzo de 1933. Aún con la deflación los sindicatos se mantuvieron renuentes a negociar bajas salariales. Se mantenía la percepción sobre injusticia distributiva, estando el comunismo como alternativa atractiva. La desconfianza generalizada sacó de circulación el dinero para inversionistas y emprendedores. Y más que gasto público, lo que sacó al país de aquella crisis fue una gradual recuperación de confianza y orgullo nacional, especialmente con la Segunda Guerra Mundial.
El mayor papel en la crisis actual está en una institución creada en 1913 tras la amarga experiencia de 1890: el Banco Central Estadounidense (Fed). Al fundarse su principal función se concebía como prestamista de último recurso para bancos con problemas. Tal papel resultaría más importante ante una desconfianza generalizada que las operaciones de mercado abierto para rebajar las tasas de interés, que nunca podrán caer por debajo de cero.
Opinión independiente de Cedice.
- 12 de julio, 2025
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