Muchos gobiernos creen que la prensa molesta
En lugar de ofrecer a los lectores un artículo deprimente más sobre la actual crisis económica internacional, se me ocurrió llamar la atención sobre una cuestión diferente, igualmente inquietante, pero que por algún motivo concita menos la atención de los medios del mundo. Me refiero a las campañas que persisten en tantos lugares de nuestro planeta y que apuntan a intimidar, encarcelar y atacar a las personas valientes que denuncian crímenes, brutalidad y corrupción en diarios, radio y televisión.
La fuente de lo que sigue es la última edición de una maravillosa publicación llamada "Ataques a la prensa" que produce todos los años la organización independiente llamada Comité para la Protección de los Periodistas (www.cpj.org). Resulta difícil pensar en un compendio similar de violaciones de la libertad de expresión que tenga tal amplitud e importancia y sea al mismo tiempo tan desagradable en lo que respecta a sus contenidos. Para decirlo en pocas palabras, a la mayor parte de los gobiernos no les gustan los periodistas molestos y hacen todo lo posible por suprimir sus noticias.
Sobre el final de este trabajo empecé a preguntarme si quedaban países cuyos gobiernos y otras fuerzas poderosas (carteles de la droga, fanáticos religiosos) no trataban de silenciar a quienes los criticaban en los medios. La alentadora respuesta a esa pregunta es, gracias al cielo, "¡Sí!" La lista, sin embargo, es corta: los neocelandeses y australianos liberales; los correctos escandinavos, holandeses, alemanes y belgas; España, Portugal y Grecia (todo un cambio respecto de hace cincuenta años); y la mayor parte de los estados sensatos del Golfo. Estoy seguro de que me olvido de un par en algunas islas del Caribe y otros lugares pacíficos del mundo. Sin duda es un grupo minoritario.
En cambio, la cantidad de países en los que periodistas, editores y fotógrafos se ven intimidados de manera sistemática -y aquí hay que incluir el encarcelamiento, la tortura y en algunos casos la ejecución- es de una obviedad asqueante. La lista comprende desde pequeños regímenes repulsivos como el de Birmania, cuyas cárceles están repletas de periodistas, hasta Cuba, donde a la mayor parte de los detenidos se los acusa de actuar contra "la independencia o la integridad territorial del Estado", una acusación de un grado de generalidad tan absurdo que no hace sino confirmar la paranoia de la decadente dictadura de Castro.
Por supuesto, también integran la lista estados autoritarios mucho más grandes como la República Popular China, que ostenta el récord del Comité para la Protección de los Periodistas: el periodista preso desde hace más tiempo, Lin Youping. Otro miembro de la lista es Rusia, donde los mafiosos moscovitas se especializan en muchas cosas, desde los repentinos "registros de oficinas" de diarios liberales hasta asesinatos por encargo de quienes tienen el valor de hablar contra el creciente despotismo de Putin.
El primer lugar de la lista le corresponde a la cleptocracia de Robert Mugabe en Zimbabwe, donde las violaciones de los derechos humanos más básicos están a la orden del día.
La organización, que tiene sede en Nueva York, no deja de censurar al gobierno de los Estados Unidos (a diferencia de los informes del Departamento de Estado sobre las violaciones de los derechos humanos que cometen los demás).
El hecho de que una organización independiente como el CPJ -que cuenta con el apoyo de todo el espectro de los medios, desde los de izquierda hasta los de derecha- se muestre dispuesta a condenar a su propio gobierno (o más bien al anterior) por detener a periodistas y cronistas gráficos sin juicio es una afirmación saludable de la convicción de que no se va a permitir que la intimidación se imponga.
La brutalidad continuará durante un tiempo en Sudán, Venezuela, Birmania y otros lugares en los que regímenes asustados seguirán hostilizando a los periodistas extranjeros y, sobre todo, atacando a los disidentes en el plano interno, a los que odia porque exponen con gran claridad sus crímenes horrendos.
Como recordarán los lectores, todo eso se anticipaba en las últimas páginas del sombrío clásico de George Orwell 1984, donde el antihéroe Winston tenía a su cargo la constante manipulación de la información de la prensa (y el constante cambio de la Historia); donde la verdad era lo que el régimen autoritario declarara, por más absurdo que fuera; y donde un Orwell pesimista y desahuciado manifestaba el temor a un futuro en el que los tiranos pisaran la cabeza de todo el que se opusiera a ellos.
Parte de la notable recopilación de artículos del CPJ sugiere un futuro así de lamentable para la humanidad. El conjunto, sin embargo, constituye una lección más amplia que apunta en dirección contraria: aunque languidezca durante años en una cárcel birmana o cubana, el espíritu individual se niega a someterse; las familias y los amigos nunca abandonan la esperanza; y existe una red maravillosa de grupos solidarios -no sólo el CPJ, sino también Amnistía Internacional, Human Rights Watch y muchos otros- que permite abrigar la esperanza de que esos abusos se denuncien como lo que son.
No va a ser fácil. Los regímenes abusivos son, por definición, violentos. No van a permitir que se los expulse del escenario mundial sin presentar pelea. De todos modos, parece más que probable que en algún momento de las primeras décadas del siglo XXI terminen en el basurero de la Historia. Todo el que lea "Ataques a la prensa" entenderá por qué.
El autor es historiador de al Universidad de Yale.
Copyright Clarín y Tribune Media Services, 2009.
Traducción de Joaquín Ibarburu.
- 23 de julio, 2015
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