Pavimentada de magníficas intenciones
Charles Dickens, que se dejó caer en 1842, describió Washington como “la ciudad de las intenciones magníficas” debido a la incongruencia entre las grandiosas aspiraciones de la ciudad y la farragosa y cenagosa realidad del día a día. La discrepancia en Washington no es hoy arquitectónica sino política. Se da entre los extraordinarios poderes y competencias que la administración dice tener, y la incapacidad de la administración para ser clara o verosímil con lo que está haciendo.
La improvisación es comprensible al hacer frente a lo que no tiene precedentes, pero la improvisación prolongada imposibilita un requisito previo de la recuperación — la seguridad que tienen los inversores de la relación entre gobierno y economía. Este fin de semana se cumple un año desde que esa relación empezara a cambiar cuando la administración Bush decidió que Bear Stearns, el quinto banco de inversiones más grande de la nación, era demasiado grande, o estaba demasiado bien conectado — demasiado lo que sea — para que se permitiera su quiebra. Siete meses más tarde, con el sistema financiero congelado, el Congreso aprobaba el Programa de Ayuda a Activos sin Liquidez, pruebas frescas de que los nombres de las legislaciones, como los títulos de las películas de los hermanos Marx (“El camarote de los hermanos Marx”; "Plumas de caballo"), no son indicativo en absoluto de su contenido.
En menos tiempo del que a usted le cuesta decir "activos tóxicos", los cuales presuntamente estaba diseñado para aislar, el Programa de Ayuda a Activos sin Liquidez estaba subsidiando la fabricación de coches diseñados parcialmente por Washington. ¿Cuál de las recientes aventuras del gobierno en la empresa privada justifica tal confianza en el gobierno? ¿Fannie Mae? ¿Freddie Mac? ¿La corporación pública del ferrocarril? ¿El etanol? El gobierno ha subvencionado el etanol, lo ha protegido mediante aranceles, ha promulgado los niveles de producción y autorizado mezclas de 10% de etanol en gasolina, y ahora la mermada industria del etanol quiere que el gobierno autorice mezclas del 15%.
Cinco meses después de la entrada en vigor del Programa, el plan para descongelar el sistema crediticio sigue siendo, como la Atlántida, algo de lo que hay rumores pero nadie ha visto. 12 meses después de que el gobierno arbitrara el maridaje entre Bear Stearns y JPMorgan Chase, el gobierno está recapitalizando instituciones financieras que el mercado ha declarado clausuradas. Lawrence H. White, profesor de económicas en la Universidad de Missouri, St. Louis, niega que las instituciones financieras estuvieran "sin regular" alguna vez. Que se sepa, tales instituciones estaban "reguladas por la ley de beneficios y pérdidas”:
"La quiebra de Lehman Brothers y la casi quiebra de Merrill Lynch elevaron los tipos de interés a los que los agentes de crédito motivados por los beneficios estaban dispuestos a prestar a bancos de inversión acusadamente castigados. El mercado obligó así a Goldman Sachs y Morgan Stanley a cambiar de forma drástica su modelo empresarial y convertirse en bancos comerciales. Si eso no es regulación eficaz, ¿qué puede serlo? Proteger a las empresas de la quiebra (Bear Stearns, AIG, Fannie Mae, Freddie Mac, Goldman Sachs, Citibank) y reducir sus pérdidas mediante rescates con dinero público hace mucho menos eficaz ésta la forma más decente de regulación”.
La confianza del presidente en su capacidad está mermando la confianza en su juicio. Su forma de corregir lo que llamó "las prioridades desencaminadas" de la administración Bush ha venido consistiendo en no tener ninguna prioridad. Los líderes políticos maduros saben que gobernar es elegir — elegir qué hacer y así elegir lo que no se puede hacer. La administración insiste en que realmente sí tiene una única prioridad: todo depende de reparar la economía. Pero también dice que todo depende de todo: la recuperación económica exige la implementación de la lista entera de objetivos progres de las últimas décadas.
La inverosimilitud de esta oportunista hipótesis es agudizada por la retórica de Obama, que afirma que "la catástrofe" es inminente a menos que todo se haga simultáneamente. Pero sus presupuestos, en la práctica, dicen que el peligro desaparecerá pronto y que el nuevo riesgo será aguantar el tirón de la súbita aceleración de la economía. Aunque sólo una pequeña fracción del presuntamente contracíclico estimulo se gastará antes del final del año, el presupuesto da por sentado que por entonces la economía se habrá reanimado, y que crecerá robustamente — el 3,2%, el 4% y el 4,6% — durante los tres próximos años. Supuestamente ese crecimiento rebajará a la mitad el déficit — el crecimiento y los 1,6 billones de dólares "ahorrados" al asumir primero, y después "cancelar", una ampliación a 10 años del incremento en Irak. ¿Por qué, se me ocurre, no "ahorrar" 5 billones de dólares proponiendo gastar esa suma para cubrir de yogur la luna, y después cancelar la propuesta?
El primer presidente cuya campaña electoral constituyó su cualificación para ocupar el puesto sigue de campaña. Y se expone por doquier. Los que planifican su agenda deberían recordar lo que dijo un contemporáneo de Thomas Babington Macaulay, un comunicador prodigiosamente locuaz pero opresivamente incesante: "Tiene episodios puntuales de silencio que hacen su conversación totalmente deliciosa”.
Una tarde de la semana pasada, la audiencia de los informativos del cable vio, en primer plano de sus pantallas, al presidente poniendo en marcha otra magnifica intención más: el desmantelamiento y reacondicionamiento del 17% de la economía que es la sanidad. La parte inferior de sus pantallas mostraba al Dow dejándose 281 puntos. El primer plano de la pantalla ciertamente explica en parte el rótulo inferior.
© 2009, Washington Post Writers Group
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