Ingrid y las ideas de las FARC
Por Eduardo Mackenzie
Diario de América
La libertad que Ingrid Betancourt recobró el 2 de julio pasado, gracias a las armas de la República, debería servirle, al menos, para enterarse de lo que ocurre en Colombia. Eso le evitaría la molestia de decir tonterías. Su anuncio de que los colombianos “estamos dispuestos” a “abrirle el espacio político a las FARC para que defiendan sus ideas”, anuncio hecho desde Europa a una radio de Bogotá, un día después de la nueva matanza de las FARC en el corazón de Cali, donde cinco personas murieron y otras 26 quedaron heridas y tiradas en la calle al lado de 130 toneladas de escombros, resulta chocante.
Al menos, yo no me siento incluido en ese “nosotros”, que Ingrid utiliza con tanta desenvoltura. Yo creo que hay muchos colombianos que, por el contrario, ven con estupor esa propuesta.
Bueno es ofrecer la paz, la concordia, la fraternidad, el amor, a quien lo merece. Peligroso y cínico es ofrecer eso a quien rechazó siempre y con violencia esos valores.
Palabras como fraternidad y concordia no tienen ninguna vigencia intelectual ni psicológica para las FARC. Ingrid Betancourt lo vivió en carne propia. Para un ser humano normal esos conceptos encierran una gran riqueza moral. Para las FARC, fraternidad y concordia no son siquiera valores, son “nociones burguesas” que tienen una utilidad puramente operativa. Ellos hablaron algún día de “fraternidad proletaria”. Todos sabemos qué quiere decir eso. De esa “fraternidad” todo el mundo fue excluido.
Las buenas intenciones de Ingrid Betancourt son conmovedoras. “Tenemos que permitirle a las FARC tener un espacio donde guarden la faz para venir a hablar con nosotros de un país diferente”. Excelente. ¿Quien ignora que el “país diferente” que las FARC tienen en mente es el que ellas construyen todos los días? Como acaban de decirlo en Cali. Hasta hoy no hay un sólo fariano, de la base o de la dirección, que haya aceptado a hablar sin balas y sin explosivos. En cambio, hay ex miembros de las FARC que reconocieron sus errores y que hasta han pedido perdón por sus crímenes. Algunos de ellos están en la cárcel, donde la ley colombiana les ha ofrecido “un espacio” donde pueden hablar y asumir una actitud humana, sin un fusil en la mano, antes de salir libres.
El espacio que propone Ingrid ya existe. Fue creado hace meses, cuando ella estaba cautiva, por hombre y mujeres ejemplares, como Liduine Zumpolle, que trabajan duro y corren riesgos para sacar adelante el proyecto “Manos por la Paz”, con presos arrepentidos de las FARC, a pesar de las amenazas de todo tipo que las FARC les envían.
En ese espacio no son las FARC las que hablan. Quienes hablan allí son individuos en proceso de ruptura con las FARC. Esas personas comienzan a comprender todo el mal que le hicieron a Colombia y toman la palabra para liberarse ellos mismos del dominio psicológico, intelectual y político que los llevó al terrorismo y a la muerte moral.
Sólo después de una ruptura con las FARC, el país escuchará a los llamados “comandantes” de las FARC. Pero no antes. Para ser escuchados, los jefes de las FARC deben bajarse del bus de las FARC y hablar desde una plataforma ciudadana. En ese momento, las FARC habrán dejado de existir. Pues un grupo armado jamás podrá ser una organización política. Decirles, por el contrario, que hablen “bajo la protección de la ley” sin dejar de ser una organización armada, es un error. Es insultar la memoria de las víctimas, es confundir al país.
“Así como supimos hacerlo con los paramilitares (…) con más razón tenemos que hacerlo y ofrecerlo a la guerrilla”, insiste Ingrid. Ella deja de lado algo: para lograr la desmovilización de los paramilitares el gobierno del presidente Alvaro Uribe no tuvo que abrirles “el espacio político”. Nadie les ofreció impunidad, ni les habló de “amor”, nadie les dijo que “a pesar de la guerra y del odio”, íbamos hacia la “fraternidad” con ellos, como pretende hacerlo Ingrid respecto de las FARC. Nadie invitó a los Mancusos, ni a los “Pitirris”, a venir a “defender sus ideas”. ¿Por qué eso sí sería aceptable en tratándose de las FARC?
Ingrid imagina unas FARC muy especiales que sin dejar de ser FARC aceptarían venir a discutir sus ideas “bajo el paraguas de la democracia, bajo las leyes y la Constitución colombiana”. Extraña imagen, extraño escenario.
En agosto de 2006, la senadora Dilian Francisca Toro propuso algo similar: permitirle a Raúl Reyes “acudir a hablar de paz” en el Capitolio nacional. Ante el rechazo de esa iniciativa, ella dijo: “Seguiré insistiendo hasta que sea oída”. Ella quería abrirle el Congreso, reiteró, no solo a Reyes sino a los jefes terroristas que ensangrientan el país, a quienes ella llamó “comandantes guerrilleros”.
La propuesta de Ingrid Betancourt no es siquiera original pues recuerda la de Dilian Francisca Toro.
Las dos propuestas son inadmisibles. Ambas parten de un supuesto falso: creer que las FARC son una banda armada más, como esos bravos soldados del radicalismo de 1885 que lucharon en La Humareda contra las tropas legitimistas del gobierno de Rafael Núnez. O como los liberales de 1900 que batallaban contra el ejército nacional del viejo presidente Manuel Antonio Sanclemente.
La naturaleza de las FARC es otra e Ingrid debería saberlo.
Pero no lo sabe. Ingrid Betancourt quisiera que las FARC “presenten sus ideas”. ¿Cuales ideas? Ella parece olvidar que las FARC no tienen ideas, tienen una ideología. Una ideología pétrea e intrínsicamente criminal. Con la cual el debate es imposible. Hablando de la izquierda marxista, el ensayista Fernando Mires decía esto con gran precisión [1]: “Ellos han hecho de las ideas, ideologías. De las tesis, principios inconmovibles. De las teorías, sacramentos. De los principios, identidades inmutables. De las discusiones, insultos.”
El comunismo, la ideología de las FARC, erigió el crimen de masa en verdadero sistema de gobierno. Como lo hizo también el nacional-socialismo, el otro totalitarismo del siglo pasado. El comunismo y sus exterminaciones respectivas, antecedieron a las de su hermano gemelo, el nazismo, y las superaron desde el punto de vista temporal y geográfico. A pesar del triunfo de la democracia sobre esos dos sistemas, las sociedades abiertas aún no logran reponerse del todo de ese enorme traumatismo.
Todo análisis de las FARC, toda propuesta a esa gente, que prescinda de ese referente conceptual, caerá en errores y en infantilismos.
La propuesta de “abrirle el espacio político a las FARC” está muy lejos de las palabras que ella pronunció el 2 de julio pasado, tras su llegada a Bogotá en compañía de los otros 14 rehenes. Otro lenguaje empezó a tener Ingrid en París y en Roma. Su llamado a las FARC para que presenten su “oferta” a los colombianos es soluble y compatible con el sistema chavista actual, quien pide a las FARC abandonar la guerra de guerrillas para obtener, por otros medios, la sociedad totalitaria, como lo está haciendo Hugo Chávez en Venezuela.
Jugar en todos los tableros puede ser divertido y fácil. Pero sólo al comienzo.
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