La semana más larga de Obama
Por Tomás Eloy Martínez
La Nación
Entre la noche del último domingo y el mediodía del jueves, incontables conductores de programas radiales y de televisión de los Estados Unidos dejaron caer la idea de que el virtual candidato demócrata Barack Obama anunciaría de un momento a otro el nombre de su compañero de fórmula. Obama dejó pasar, sin embargo, todas las ocasiones que tuvo a su alcance y mantuvo la intriga.
El domingo compartió con su rival republicano, John McCain, una mesa de discusiones en Lake Forest, California. En verdad, no hubo discusiones, sino dos largos monólogos sucesivos, moderados por un pastor evangélico, Rick Warren.
El miércoles, la cadena de televisión CNN difundió las historias y las opiniones de los candidatos, como si estuviera preparando la gran fiesta. Ese mismo día, The New York Times había anticipado que quizás Obama revelaría durante la mañana el nombre secreto de su vice, a través de mensajes de texto enviados a los centros de campaña. Los programas de CNN duraron una hora y media. Se emitieron y se olvidaron.
Hasta anteayer a la medianoche, Obama seguía encerrado en su reserva. Sin embargo, está obligado a decir quién es su elegido antes de mañana, cuando se abran las puertas del Centro Pepsi en Denver, Colorado, y empiece la convención del Partido Demócrata, que el domingo 28 de este mes lo ungirá como candidato a presidente.
Es raro, pero no inusual, que esté tomándose tanto tiempo. John Fitzgerald Kennedy también disipó el enigma apenas treinta horas antes de la convención, pero en su caso le dio trabajo convencer al elegido. Lyndon B. Johnson era el líder del Senado. También aspiraba a la presidencia y no quería ser el segundo de nadie.
Obama no parece enfrentarse a negociaciones tan delicadas como las de Kennedy. El peso del candidato a vicepresidente no siempre es decisivo en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos. Se lo incorpora a la fórmula para equilibrar (en teoría) las debilidades del eventual presidente, aunque a veces las ambiciones del vicepresidente ensombrecen el brillo de su jefe. Sucedió con el afanoso Richard Nixon y con el cansado Dwight Eisenhower; sucede ahora con el astuto Dick Cheney y el abúlico George W. Bush de este final de mandato.
Que se hayan encendido las alarmas con el rumor de que Obama daría a conocer el nombre de su eventual segundo ha sido una brújula útil para los enviados especiales del mundo entero, que saben ahora hacia dónde volver los ojos: ¿Delaware, Illinois, Kansas? Los miembros del equipo de búsqueda al que Obama encomendó hace ya meses la selección de un compañero de fórmula siguen con los labios sellados.
Caroline Kennedy, la hija mayor de JFK, y Eric Holder, quien fue viceministro de Justicia hace una década y media, han estado inubicables desde que aceptaron el trabajo.
En vísperas del gran día, tres nombres son favoritos en las especulaciones: el de Joseph Biden, senador por Delaware desde 1972 y jefe del Comité de Relaciones Exteriores del Senado; el de Timothy Kaine, gobernador de Virginia desde 2005, y el de Kathleen Sebelius, gobernadora de Kansas desde 2002 y reelegida en 2006. Los tres son católicos, un inesperado rasgo común.
Cuando baje la luz sobre el enigma, es posible que ninguno de esos tres nombres quede en pie. He visto a todos ellos por televisión y prefiero a Sebelius, porque su estado tiene características parecidas a las de Arizona ?el enclave de John McCain? y porque su gobierno ha transformado en pocos meses un Estado pobre en otro sin violencia y con sostenidas mejoras en la educación y en la salud. Uno de los mayores éxitos de Sebelius ha sido desterrar la pena de muerte, lo que no es poca cosa en el escenario de A sangre fría.
Los escasos consejeros de Obama que han hablado en estos días refieren que el fin de semana pasado se fue a Hawai en busca de un descanso fugaz y que fue allí donde el último domingo eligió a su candidato a vice.
El martes se despertó en Orlando, Florida; por la tarde, viajó a Raleigh, en Carolina del Norte, y al día siguiente se instaló en Virginia. En una librería de Richmond, cerca de la universidad estatal, su mirada tropezó con el libro de un autor vergonzante, Jerome (o Jerry) Corsi, que se gana la vida ?más que bien? clavando los dientes sobre la reputación de los candidatos demócratas.
Corsi vende cientos de miles de ejemplares difundiendo rumores tan hábiles como falsos. Es un mentiroso profesional y, como avanza con las espaldas bien cubiertas, hasta ahora no lo han llevado donde merece.
Las fotografías lo describen como un gordito de pelo blanco, más bien petiso. No deja de mencionar a quien se lo pregunte que el último libro de su cosecha, Obama Nation, tiene trescientas páginas y 685 notas al pie. También repite con evidente orgullo que en los últimos cuatro años ha escrito ocho libros y que cuatro de ellos han figurado en la lista de best sellers de The New York Times, lo que permite calcular una venta total de al menos doscientos mil ejemplares.
Esas ganancias le han deparado un tendal de cadáveres. El más prominente fue el de John Kerry, candidato presidencial en 2004, al que Corsi intentó denigrar por su actuación militar en Vietnam en un libro, Unfit for Command, que demostró poco y nada, pero que enlodó la carrera de Kerry hacia la Casa Blanca.
La portada de Obama Nation ?que Corsi pronuncia uniendo las palabras para que suenen como Obama-nation, abominación: así lo he oído en al menos dos programas de radio? pone al descubierto el tamaño de su ego.
Al lado del nombre del autor, Jerome R. Corsi, se despliega en caracteres generosos la sigla PhD, una cucarda que alude al doctorado en Ciencias Políticas que el autor conquistó en Harvard en 1972. Por las entrevistas de radio que prodigó me he enterado de que vive en Morristown, Nueva Jersey, donde su esposa dirige una próspera empresa dedicada a la limpieza de casas. El servicio de la esposa es eficaz, de calidad europea ?explica Jerry?, lo que quizá significa que es minucioso y caro. Casi todos esos servicios se parecen. Un par de mujeres ?por lo general, ecuatorianas, o bien oriundas de Europa oriental? tardan dos horas en limpiar una casa de cinco habitaciones y dos baños. La empresaria cobra por el servicio un promedio de 350 dólares. Es un negocio redondo.
El libro de Jerry Corsi sobre Obama está repleto de atribuciones falsas y maliciosas y, sobre todo, de insinuaciones que tienden a dejar en el aire rumores sobre los que el periodismo irresponsable podría hacerse preguntas durante días. En la página 77, por ejemplo, Corsi se extraña de que Obama nunca haya aclarado si dejó de usar marihuana y cocaína en la universidad y si las drogas lo acompañaron durante sus días como senador. Omite señalar que, al menos diez veces, el candidato admitió que había fumado marihuana en su juventud y que no volvió a probarla cuando se lanzó a la vida política. No importa cuán franco y decente sea el candidato, como lo fue Kerry hace cuatro años: Jerry no le soltará la yugular.
En todas las cadenas de librerías de la Costa Este hay altas pilas de Obama Nation; la edición es bonita, de tapas duras, y cuesta 28 dólares, la mitad de lo que se paga por una novela de Philip Roth y de Ian McEwan, que valen muchísimo más. Pasarán las elecciones y los infundios de Jerry seguirán marchitándose en las pilas, antes de caer a la bodega, mientras el autor se afila los colmillos para su próxima cruzada.
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