Europeos y rusos
Por Dario Valcárcel
ABC
La Federación de Rusia es la heredera de la Unión Soviética. Como tal tiene una relación con Estados Unidos. Con la Unión Europea la relación es distinta. La diferencia se mantendrá quizá durante años, estela de la guerra fría. Rusia vive hoy en un régimen que dice querer aproximarse a la democracia.
Está muy lejos (Anna Politkovskaia). La Unión Europea quiere llegar a ser un ejemplo de poder jurídico, político y económico basado en el estado de derecho. Estados Unidos entra en un final de reinado con una grave crisis financiera, también moral, de prestigio exterior. La capacidad de innovar que, sin embargo, guarda dentro de sí la sociedad americana es tal que conviene estar preparado para las sorpresas. Sobre todo si Barack Obama no muere en un atentado y llega, en noviembre, a la presidencia. Una imagen vale más que mil palabras: el presidente Bush, anteayer, en lágrimas, lloraba quizá por sí mismo. Pero América es otra historia: la nueva asignatura clave, en la universidad de Harvard, es cómo negociar, cómo pactar.
Rusia está hoy debilitada, militar y tecnológicamente. Pero tiene dos bazas, arsenal nuclear y territorio, que explican la relación especial con América. Las prioridades de Europa son otras. Entendimiento (primero) y cooperación (quizá) con un vecino de gran dimensión. Los capítulos de la cooperación ruso-europea se centran en las relaciones energéticas y los acuerdos militares. América puede recurrir al mercado mundial de energía. Europa lo tiene más difícil. Sobre ambos pilares, energía y seguridad, planea una oferta permanente de la Unión Europea: apoyar la modernización de Rusia, sin contrapartidas, durante el tiempo que Rusia quiera, diez años, cien… La generosidad no dirige -al menos no solo- a los europeos: es su propio interés, el de la Unión, el defendido al apoyar la evolución de Rusia. A veces en la vida pública, y en la privada, la mejor opción consiste en apoyar, sin contrapartida ni retribución.
El último fin de semana, Putin hizo a Bush dos advertencias: primera, sobre Ucrania y Georgia. «La presencia de una poderosa alianza militar en nuestras fronteras será vista por Rusia como una amenaza directa a su seguridad». Segunda, el escudo antimisiles aceptado por los aliados atlánticos (diez proyectiles en Polonia, un centro de detección en Chequia) constituye un peligro para Moscú. Bush trató de convencer a Putin, en vano, de que el escudo protegería a media Europa de un ataque de Irán. Putin no cedió. Aceptó la cobertura anti-misiles porque no tenía otro remedio. Pero la considera hostil a su país, y toma nota. Rusia es no sólo militarmente inferior a la Alianza Atlántica: vive de una gran economía antigua, dependiente de las primeras materias. Alemania vende satélites y aviones. Francia, tecnología nuclear. América, ordenadores y energías alternativas. Rusia vende gas, petróleo, carbón, oro, níquel, madera… También kalashnikov, baratos y buenos, y aviones, muy malos.
La Europa del siglo XXI es distinta de la de 1950. La pequeña fuerza atómica francesa -poco más de 400 cabezas nucleares- basta para ejercer la disuasión del pequeño al grande. Quizá Francia regrese a la estructura militar de la Otan, pero no lo hará sin garantías. La primera de ellas sería un paso adelante en la defensa europea, aceptado por Estados Unidos, hasta ahora opuesto a toda alianza ajena a la Otan (donde EE.UU. manda). Francia moderniza en estos meses su force de frappe, «seguro de vida» de la nación.
En el nuevo tratado de reducción de armas estratégicas, que sustituirá al antiguo Start, la administración americana jugará un papel central. Un país pesa en el mundo cuando tiene, entre otras cosas, una buena administración. George W. Bush abandonará la escena en noviembre, pero la administración federal permanecerá. Los programas de desarme del nuevo Start, sobre armas nucleares de largo alcance, y del FCE, sobre fuerzas convencionales, se han retrasado y vuelto a retrasar.
En el siglo XXI, Rusia ha tenido que aceptar exigencias americanas, unas inevitables, otras innecesarias (Kosovo). Para los europeos, ningún país cuenta como Rusia. Sin llegar a un modus vivendi que permita la cooperación mutua, no habrá seguridad ni prosperidad. Rusia es decisiva, por ejemplo en Afganistán. Europa defenderá con tenacidad la extensión del estado de derecho hacia su vecino del este. Pero no puede ni quiere vivir de espaldas a él.
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