Escenas de migrantes
Por Haroldo Shetemul
Prensa Libre
El ataud de José Gutiérrez estaba envuelto en la bandera de Estados Unidos, en el Cementerio Nacional de Arlington, Virginia. Un grupo de oficiales del Ejército estadounidense le rendían honores que el guatemalteco nunca hubiera imaginado que recibirían sus restos. En Pensilvania, Keith Eckel anunciaba que dejará de producir tomates porque no encuentra trabajadores para recoger la cosecha. En el aeropuerto de la Ciudad de Guatemala descienden dos aviones con 156 deportados; el sueño americano se hizo añicos al tocar de nuevo el suelo patrio.
Estas tres escenas, que ocurrieron en diferentes momentos, están entrelazadas. Las une una mutua necesidad: la angustiosa búsqueda de nuestros compatriotas por huir de la pobreza que padecen en Guatemala y la falta de mano de obra barata que afecta la producción norteamericana. Si bien ambas parecieran complementarse, un tercer elemento ha causado estragos: la política migratoria de Estados Unidos y el clima de xenofobia contra los hispanos. La tierra del dólar se convirtió en los últimos años en un inmenso territorio de cacería de migrantes, quienes ahora viven a salto de mata, mientras la producción agrícola en varios estados está afectada por la falta de manos para levantar la cosecha.
José quizá nunca llegó a creer en la causa de la guerra en Irak. Su objetivo era otro: conseguir la ciudadanía que podía alcanzar por enrolarse en el Ejército de Estados Unidos. Pero ni siquiera pudo combatir, ya que el 21 de marzo de 2003 murió en Umm Qars, Irak, en una forma sin sentido. El guatemalteco fue alcanzado por balas disparadas por sus propios compañeros gringos, lo que eufemísticamente se llama “fuego amigo”. Nunca llegó a ser el arquitecto que siempre soñó, aunque sus restos, irónicamente, son estadounidenses. Una cruel realidad para un migrante, quien había entrado de manera ilegal en territorio norteamericano para poder tener una vida mejor.
Uun poco má hacia el norte, Fred W. Eckel Sons Farms Inc., en Pensilvania, decidió ya no cultivar tomates y calabazas. Esa compañía aseguró que le costaría entre US$1.5 millones y US$2 millones plantarlos y luego perderlos, si no encontraba quien llegara a levantar la cosecha. Ejecutivos de esta empresa aseguran que los migrantes se muestran temerosos de viajar a ese Estado, debido al control que ejercen las autoridades, que podrían cazarlos para luego deportarlos. El servicio migratorio estadounidense ha sido tan eficiente en ahuyentar a los trabajadores indocumentados que ahora nadie se acerca a cortar tomates.
A miles de kilómetros, en el aeropuerto La Aurora, los 156 deportados comienzan a contar sus historias de dolor. De Dallas, Texas, fueron expulsados 71, y de Phoenix, Arizona, 85. Hasta el lunes recién pasado, Estados Unidos había deportado a cuatro mil 528 guatemaltecos en lo que va del año. La mayoría de ellos es gente sencilla, cuyo único sueño hubiera sido emplearse en actividades agrícolas, como cortar tomates. Sin embargo, la ausencia de reforma migratoria integral afecta tanto a los productores norteamericanos como a los trabajadores que producen riqueza en Estados Unidos. Una paradoja sin sentido.
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