Las tres opciones de Bush
Por Hugo Alconada Mon
La Nación
WASHINGTON.- Como una pareja rota, Estados Unidos e Irán no se hablan. Sólo se pelean. Otros países intentan tender puentes, pero el menú de opciones es limitado y todos temen los próximos pasos que podrían dar Washington o Teherán. Los demás saben que no pueden meterse en la discusión de esa pareja o, si de todas maneras lo intentan, que no serán escuchados.
Esa es la dinámica bilateral que desde hace años protagonizan Irán y Estados Unidos, dinámica que se agravará a partir de hoy, cuando venza el plazo para que Teherán suspenda su programa de enriquecimiento de uranio bajo amenazas de todo tipo.
Irán minimizó ya la importancia de las eventuales sanciones. Más aún, confía en que jamás se aprobarán, gracias a China y a Rusia, las dos potencias con poder de veto en el Consejo de Seguridad que rechazan esa opción. Para Teherán, su programa nuclear es sinónimo de estatus mundial, relevancia estratégica, contención de sus rivales -ausente ya Saddam Hussein, Israel y Estados Unidos- y motivo de orgullo de su pueblo. Sólo lo suspendería a cambio de algo que también le garantice todo eso.
«Las sanciones no pueden disuadir a la nación iraní de alcanzar sus nobles objetivos de progreso», dijo el presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad, antes de urgir a los europeos a que tomen distancia de la línea que impulsa Estados Unidos. La Casa Blanca es, en efecto, el otro miembro de la pareja desavenida. El presidente George W. Bush conduce la única superpotencia económica y militar del mundo, pero está atorado en Irak y Afganistán, debilitado en la arena política interna y limitado por su propia visión ideológica.
Abanico de opciones
Sólo tres son las opciones del abanico de la Casa Blanca. Ordenar un ataque contra sus instalaciones nucleares, impulsar sanciones comerciales o, muy por el contrario, iniciar un diálogo directo con Teherán, en la senda que abrió Richard Nixon con Mao Tsé-tung al viajar a Pekín en 1972. Los halcones más duros de la administración, liderados por el vicepresidente Dick Cheney y alentados por ideólogos conservadores como William Kristol, abogan por la vía militar.
El Pentágono evalúa ahora todas las opciones bélicas posibles, como el bombardeo de las instalaciones iraníes, siguiendo el precedente del exitoso ataque israelí de 1981 contra el reactor nuclear iraquí de Osirak.
Sin embargo, las posibilidades de que sea efectivo esta vez son mínimas, según dejaron saber desde el propio Pentágono. Ni siquiera un ataque con bombas nucleares, con el escándalo mundial que provocaría, garantizaría el fin del programa desarrollado en decenas de búnkers subterráneos.
Descartada o postergada la opción bélica, la secretaria de Estado Condoleezza Rice es la cara visible de quienes abogan dentro y fuera de la administración Bush por una salida diplomática consensuada con las potencias europeas, China y Rusia. El problema es que Pekín y Moscú desconfían de Estados Unidos. Temen que si se aprueban sanciones económicas en el Consejo de Seguridad y éstas no detienen a Teherán, hayan terminado por dejar la puerta abierta para la opción anterior: la militar.
La Casa Blanca replicó que las sanciones podrían ir en aumento. Comenzarían con restricciones para los funcionarios iraníes para viajar por el extranjero, continuarían con el congelamiento de los activos iraníes en el exterior y luego limitarían las operaciones comerciales internacionales del país, incluida la venta de petróleo.
Esas opciones tampoco convencen. Primero, no garantizan que Teherán suspenda su programa nuclear; por el contrario, podría acelerarlo. Segundo, reforzarían la línea ideológica más dura dentro de Irán, como ha ocurrido en Cuba con el embargo. Y tercero, afectaría a países como Japón, que dependen del petróleo iraní.
Estados Unidos tampoco puede avanzar solo por esa senda ya que, de hecho, impone un amplio embargo comercial y traba las comunicaciones de Irán desde hace años. Pero quiere sumar países a sus sanciones.
Su embajador ante la ONU, John Bolton, dijo el lunes que si China y Rusia aplican su veto, impulsará medidas «por fuera» del Consejo de Seguridad. «Como Estados Unidos ha impuesto unilateralmente sanciones de acuerdo a sus propias leyes, otros gobiernos pueden hacer lo mismo», dijo.
Sería, en la práctica, un remedo económico de «la coalición de la voluntad», bélica, que Estados Unidos tejió antes de invadir Irak.
Sólo el diálogo
De la tercera opción del menú, la apertura de un diálogo directo entre la Casa Blanca con Teherán como Nixon hizo con Pekín, nadie quiere hablar en Washington. Pero son cada día más los analistas y ex funcionarios republicanos y demócratas que abogan por esta opción, más aún después de la inoperancia observada durante la guerra entre Israel y Hezbollah, cuando Rice no quiso -o no pudo- dialogar directamente con Siria e Irán. ¿Por qué? Porque si los antecedentes sirven de algo, las amenazas y las sanciones no detuvieron los programas nucleares de la India, Paquistán o Corea del Norte.
Sólo cuando Estados Unidos dialogó de manera directa con ellos en los 80 o los 90 logró al menos pudo ordenar o postergar su ingreso en el club de las naciones con bombas nucleares. Quizá sea hora de que Bush viaje a Teherán.
Pekín y Moscú desconfían de Estados Unidos. Temen que si se aprueban las sanciones económicas en el Consejo de Seguridad, y éstas no detienen a Irán, terminen por abrir la puerta a la opción militar
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