El arte y la ciencia de legislar
Por Rómulo López Sabando
El Expreso de Guayaquil
Imaginémonos que, por ser famosos o populares, Jefferson Pérez y los futbolistas fuesen elegidos para integrar congresos de ginecología, cirugía cardiovascular, cancerología o endocrinología.
O a las “estrellas” de televisión, radio, prensa, presentadores, comentaristas, editorialistas, bailarines, cantantes, payasos o a quienes, por su carisma, locuacidad, popularidad, “rating”, honorabilidad, agresividad o don de gentes, al “tener iguales derechos”, se nos “elija” para dictar cátedra en nanotecnología, realizar investigación molecular, prescribir medicinas para niños con septicemia o gastroenteritis, o remplazar al “Tin” en la final de campeonato. ¿ Y, por qué no ? Si para ser legislador y Presidente, sólo basta tener cierta edad. No se requiere saber “de qué” se trata. Y ya está.
Acceder al área más delicada y conflictiva de la vida social, que es elaborar y aprobar “leyes”, (las normas de convivencia que definen derechos, deberes, responsabilidades e intereses), es así de fácil.
El Derecho tampoco se debe improvisar. Legislar es ciencia y arte. Por ello, para ser “legislador” se requiere dominar el concepto, formación e historia del Derecho. La filosofía, epistemología, naturaleza, fuentes, fundamentos y fines del Derecho. La jurisprudencia, el orden, la hermenéutica jurídica, las fuentes de las obligaciones, así como los derechos versus los intereses.
Nuestra vocación, aptitud y formación nos ubican en lo que nos gusta. Es la “división del trabajo”. Pero, “No todo palo es bueno pa cuchara”, dicen los campesinos.
Para “hacer leyes” no basta tener “buenas intenciones” ni “asesores”. Implica estudiar el Derecho Romano, el Digesto o Pandectas, “los Instituta”, los códigos de Justiniano y Napoleónico, el estado de Derecho (versus el Estado legal), el derecho natural, el derecho positivo, el sajón, el indiano. La justicia, jurisdicción, competencia y el debido proceso. Becaria, Lombroso, Jiménez de Azua. La filosofía de “la acción humana” (origen de los negocios y la economía).
El constitucionalismo, la Carta Magna, los derechos y deberes ciudadanos, el gobierno limitado, la igualdad de oportunidades, la “responsabilidad” de los magistrados versus la arbitrariedad de jueces y gobernantes.
El concepto del poder, soberanía y libertad individual. Entender que la responsabilidad ética, la propiedad, la seguridad, la “igualdad ante la ley” (no “por medio de la ley”) son vectores de la vida civilizada. Legislar es un arte. Siguiendo: “La finalidad perseguida por las leyes no se cifra en abolir o limitar la libertad, sino en preservarla y aumentarla. ¿Qué hombre sería libre si el capricho de cada semejante pudiera gobernarlo?” “La libertad consiste en disponer y ordenar de su persona, sus acciones, su patrimonio y de cuanto le pertenece, dentro de los límites de las leyes, y no en permanecer sujeto a la voluntad arbitraria de otro, sino libre para seguir la propia”.
El Nobel Hayek, decía que “en la Edad Media quienes disfrutaron de libertades, como privilegios concedidos a clases sociales o a personas, no conocieron la libertad como condición general de todo un pueblo. La libertad individual surgió de la lucha por el poder, no como fruto de un plan deliberado”.
En 1978 la dictadura militar mutiló al Congreso Nacional. Eliminó las dos Cámaras: la de legislación y la de acción política para crear lo que ahora se critica, que no “legisla” ni fiscaliza. Constitucionalizó la corrupción y la legalizó. El Tribunal Electoral, (órgano político, no jurídico), es quien resuelve, en Derecho, cómo elegir, qué papeletas (y sus contenidos) se deben usar, cómo y bajo qué criterios se debe y puede sufragar. Decide quiénes pueden ser candidatos, cómo contar los votos, cómo adjudicar los puestos y a cuáles declararlos triunfadores.
Los desprestigios legislativo y político nacen de la Constitución, la Ley de Partidos, (sustento de la partidocracia), Ley de Elecciones (que pervierte el “derecho a elegir” por obligación de votar), y la Ley del Gasto Electoral, que obliga candidatizar a “los famosos”, pues los ciudadanos capacitados, para esos fines, no tienen “rating” ni son “encuestados”.
Yo propongo regresar al sistema bicameral. El Senado (de legislación), que integrarían juristas, (no sólo abogados “per se”), con especialistas experimentados. Y la de diputados, con ciudadanos responsables y formados, para fiscalización y control políticos.
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