Venezuela: ¿Hasta cuándo?
Por Gerardo Blyde
El Universal
HAY QUE QUITARSE de la cabeza la idea de que el chavismo se agarró el país, que aquí no hay nada que hacer. Nada más falso que eso. Tomó la institucionalidad del país, pero no se ha adueñado del alma de nuestro pueblo. Mientras la oposición continúe en diferentes agendas, atacándose mutuamente, sin definir una línea clara de acción, no se verá como una opción real de poder, y ello, sin duda, beneficia al chavismo que seguirá amedrentando a los ciudadanos y apareciendo como imbatible.
En la calle se siente algo muy distinto a lo que las encuestas señalan. Es cierto que existe un porcentaje de la población que se identifica y emociona con el chavismo, o mejor dicho, con Chávez. Eso no se puede negar. Ver un Aló Presidente (y tratemos de verlo a menudo), es ver un verdadero show, en el cual pasa de todo y, normalmente, termina no pasando nada. Hay canto, poesías, nacionalismo del más primitivo, anuncios (quizás es lo que más abunda, promesas de futuras acciones, puras promesas); hay chistes y regaños, y todo girando alrededor de un hombre, el Presidente, como el gran moderador, cantante, declamador, maestro de escuela, profesor de bachillerato, liberador de la opresión extranjera, superhéroe y humano a la vez. Pero también es cierto que en un porcentaje muy elevado la gente no encuentra en Chávez la solución de sus problemas, y allí está la mayoría de la población del país.
Son algunos de esos los que de manera tímida nos preguntan ¿hasta cuándo? Ese «hasta cuándo» apunta el hartazgo y la falta de esperanzas. Pero, como lo expresamos la semana pasada en esta misma columna, la pregunta que nos hacen en forma discreta, en voz baja, nos demuestra lo que está pesando el factor miedo en una parte muy importante de la población. Ese miedo resulta imposible de medir; está allí y proviene directamente de la acción del gobierno. La exclusión por razones políticas se constituyó en la «mejor» manera de intimidar a los electores que, a menos que no dependan directa o indirectamente del Estado, no se atreven a responder de manera clara y franca a cuestionario alguno. Menuda tarea la de las encuestadoras para hallar la verdad, pues a estas alturas del proceso de intimidación, ello resulta casi imposible. La verdad subyace tras el miedo, tras el «cuide», y ese miedo no va a desaparecer ni va a permitir expresar lo que esconde hasta que en la oposición entendamos que no es con el mismo libreto gastado con el que la gente se motivará. Existe mucha resignación y desesperanza. Algo así como «mejor me callo porque si no me friego».
En casi todos nuestros pueblos el mayor empleador es el gobierno local. Los alcaldes chavistas son los distribuidores de los beneficios revolucionarios. Ya muchos ciudadanos se quedaron sin trabajo por haber firmado. Otros tantos ven lo que le sucedió a su vecino y se cuidan. El ciudadano sabe que tiene que sobrevivir y, para ello, no puede declararse en contra de Chávez de manera pública. Eso sería su carta de despido. Igual le pasa a muchos que dependen de las gobernaciones en manos chavistas, que son todas a excepción de dos. Con semejante aparataje de poder, la coacción que se ejerce es muy fuerte.
Las condiciones electorales son fundamentales para generar confianza. Sobre ellas hemos escrito y seguiremos seguramente haciéndolo en el futuro. Pero también es importante, quizá en la misma jerarquía, entender la tristeza y la falta de esperanza que subyace bajo el silencio y el miedo. Si no se muestra una fórmula que convenza, que emocione, que muestre reales posibilidades o al menos alguna posibilidad de triunfo, poco habrá que hacer este año en materia política. Si con toda esta frustración acumulada y esperanzas truncadas se les abre un pequeño boquete en todo el andamiaje institucional revolucionario, un boquete que signifique una salida que brinde esperanzas y logre emocionar, la historia cambiará, el espejismo del gobierno infranqueable, no derrotable, terminará. El ciudadano expresará su rechazo de inmediato.
No hay que copiar a Chávez; no hay que ofrecer mantener sus planes ni sus ejecutorias excluyentes e ineficaces para bajar la pobreza. Tratar de copiarlo o de ofrecer mantener sus seudologros en el gobierno es un error. ¿Para qué quiero una copia si el original está mandando ya y con el original no logré mejorar mi vida? Ofrecer lo mismo que él ofrece o hace, es ponerle cemento a la pequeña fisura que podría transformarse en un boquete que permita la libre expresión del pueblo descontento. Todos como pueblo hemos madurado políticamente; pagamos hoy los errores del pasado. Las ofertas electorales deben distanciarse de las chavistas, pues de lo contrario no emocionarán pues nadie, a estas alturas, quiere cambiar un original por una copia. El cambio tiene que ser para algo o alguien totalmente distinto.
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