¿Estamos más seguros?

13 de September, 2006

Cinco años después de los ataques terroristas del 11 de septiembre persiste un interrogante: ¿estamos más seguros? Los Estados Unidos son ciertamente el país con más seguridad física para defenderse contra el terrorismo. La seguridad aeroportuaria es más estrecha como consecuencia del 11/09, incluida la revisión de todo el equipaje declarado en busca de explosivos y—como resultado del descubrimiento por parte de las autoridades británicas de un complot para hacer explotar aeronaves mediante el ingreso clandestino de químicos líquidos abordo—la prohibición de que los pasajeros ingresen con cualquier clase de líquidos a los aviones. Hemos vuelto más seguros a los edificios mediante el levantamiento de barricadas, la prohibición de estacionar y otros accesos, el despliegue de personal armado, y la institución de controles de identidad y a los vehículos. Pese a que tales medidas ciertamente elevan el umbral para un ataque exitoso, no proporcionan una protección absoluta contra los terroristas suicidas. En verdad, es posible afirmar con certeza que Bagdad posee más seguridad que la ciudad estadounidense promedio, pero no ha detenido la embestida de los ataques terroristas. Por lo tanto, una seguridad incrementada no es garantía alguna de encontrarnos más seguros del terrorismo.

No obstante, si bien podemos y deberíamos reconfortarnos con el hecho de que los Estados Unidos no han sido atacados nuevamente, eso no necesariamente significa que todas las acciones que hemos tomado hayan evitado un ataque. Podría simplemente tratarse de que al Qaeda ha escogido no atacar. Lamentablemente, nos encontramos perplejos como para conocer el motivo. A diferencia de la Guerra Fría cuando teníamos espías en la Unión Soviética, no hemos penetrado a la red de al Qaeda ni al más grande movimiento islámico radical. Así que todavía seguimos observando desde afuera, sin modo alguno de confirmar sí nuestro análisis de la inteligencia que somos capaces de recolectar es aproximado, por no decir acertado.

Si bien el Presidente Bush está en lo correcto al sostener que debemos ir tras “los terroristas en el exterior así no tendremos que enfrentarlos dentro del país”, debemos entender también que simplemente el hecho de matar terroristas—aunque resulte necesario—no nos hará más seguros. Si deseamos estar más seguros, necesitamos resolver por qué la gente decide convertirse en terroristas y por qué desean matar a estadounidenses inocentes. Esto exige la comprensión de que la creciente oleada de odio musulmán anti-estadounidense—que sirve de base para que los islamistas radicales recluten musulmanes en sus filas—es alimentada más por lo que hacemos, Ej.,las políticas estadounidenses, que por lo que somos. En otras palabras—tal como lo concluyó la Comisión del 11/09 y lo demuestran los numerosos sondeos de opinión realizados en todo el mundo islámico—no nos odian por nuestras libertades, modo de vida, cultura, realizaciones, o valores.

Sin embargo, mientras la Comisión del 11/09 comprendió ese punto, en última instancia no prescribieron ningún cambio real del curso trazado por la política exterior de los Estados Unidos desde finales de la Guerra Fría. Y muchos críticos liberales* de la administración Bush–tal como Peter Beinart, que proclama que los liberales y solamente los liberales pueden ganar la guerra contra el terrorismo– simplemente están argumentando a favor de su propia versión del neoconservadurismo legitimado por la fachada de las Naciones Unidas y el multilateralismo. Pero esto se trata sencillamente de estilo por sobre la sustancia, y una negación continua del problema.

Sí no somos capaces de admitir que algunas de nuestras decisiones políticas son desacertadas, ¿cómo podemos esperar corregirlas? Tal negación es el resultado de no desear ser acusado de inculpar a los Estados Unidos por lo ocurrido el 11/09, lo cual es comprensible, y por cierto que nada justifica esos ataques terroristas. Pero con más de mil millones de musulmanes en el mundo, no podemos seguir ignorando la resolución de las razones subyacentes por las que muchos de ellos tienen un odio creciente a los Estados Unidos.

A la vez que resulta en verdad necesario matar a los terroristas en el exterior y proteger a los estadounidenses en el país, eso no basta para volver más seguros a los Estados Unidos contra el terrorismo. Pero la defensa contra el terrorismo es una suerte de línea Maginot, en virtud de que un terrorista decidido eventualmente encontrará formas de eludir las defensas. Y dado que no es realista considerar que podemos matar a todos los terroristas de al Qaeda, esto solamente acentúa el imperativo para modificar la política exterior de los EE.UU.. Si los Estados Unidos no modifican sus políticas a fin de detener la creciente oleada de sentimiento anti-estadounidense en el exterior—particularmente en el mundo islámico—todo el tiempo, esfuerzo, y dinero gastado en otros aspectos de la seguridad interior será desperdiciado, porque el número de reclutas terroristas crecerá y los Estados Unidos seguirán siendo un blanco. No importa cuan exitosos sean los Estados Unidos en material de seguridad interior y en desmantelar a al Qaeda, la amenaza terrorista contra los EE.UU. no será abatida a menos que la política exterior estadounidense cambie. Más que cualquier otra cosa, la política exterior de los EE.UU. es la causa del virulento sentimiento anti-estadounidense que conforma la base para el terrorismo. La modificación de la política exterior estadounidense puede que no garantice la Victoria en la guerra contra el terrorismo, pero no cambiarla con seguridad presagiará la derrota.

En definitiva, sin acusar a los Estados Unidos, debemos estar deseosos de mirarnos en el espejo para examinar y entender cómo nuestras propias políticas—tanto exteriores como domésticas—pueden afectar la dinámica y la evolución de la amenaza terrorista musulmana. La tarea, entonces, es la de evitar la famosa cita del personaje de historieta de Walt Nelly, Pogo: “Hemos conocido al enemigo y somos nosotros”.

*Nota del Traductor:
El término liberales es aquí utilizado con la acepción estadounidense del mismo, la que hace referencia a los partidarios del intervensionismo y del dirigismo estatal.

Traducido por Gabriel Gasave

  • fue Investigador Asociado Senior en el Independent Institute así como también Asociado Senior con la Coalition for a Realistic Foreign Policy.

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