El comercio y el ascenso de la libertad

1 de junio, 2000

No es ninguna exageración decir que el comercio es la clave de la civilización moderna. Como escribió Murray Rothbard, ”La economía de mercado es un vasto entretejido a través del mundo, en el cual cada individuo, cada región, cada país, produce aquello que hace mejor, aquello en lo que es más eficiente en términos relativos, e intercambia ese producto por las mercancías y los servicios de otros. Sin la división del trabajo y el comercio basado en esa división, el mundo entero moriría de hambre. Las restricciones coercitivas al comercio – tales como el proteccionismo – arruinan, estorban, y destruyen al comercio, la fuente de la vida y de la prosperidad.”

Los seres humanos no pueden ser verdaderamente libres a menos que exista un alto grado de libertad económica – libertad para colaborar y para coordinar planes con otras personas literalmente alrededor de todo el mundo. Ése es el punto central del artículo más famoso de Leonard Read, “Yo, El Lápiz”, el cual describe cómo producir un artículo tan mundano como un lápiz ordinario requiere de la cooperación y colaboración de millares de personas alrededor de todo el mundo, todas las cuales poseen un conocimiento muy específico que les permite contribuir a la fabricación y comercialización de lápices. Lo mismo es cierto, por supuesto, para virtualmente todo aquello que es producido.

Sin libertad económica – la libertad de dar sustento a nuestra propia vida y a la de nuestra familia – la gente se encuentra destinada a convertirse en meros pupilos del estado. De esta manera, cada intento por parte del Estado de interferir con el comercio es una tentativa de negarnos nuestra libertad, de empobrecernos, y de convertirnos en siervos modernos.

Ludwig von Mises creía que el intercambio es “la relación social fundamental” la cual “combina los lazos que unen a los hombres en una sociedad.” 2 El hombre “sirve a efectos de ser servido” en cualquier relación comercial en el mercado libre.3 Mises distinguía también entre dos tipos de cooperación social: la cooperación en virtud del contrato y de la coordinación privada, y la cooperación en virtud del mandato y de la subordinación o de la “hegemonía.”4 El primer tipo de coordinación es simétrica y mutuamente ventajosa, mientras que la segunda es asimétrica – existe un comandante, y los comandados son meros peones en las acciones de los comandantes. Cuando la gente se convierte en meros peones de sus gobernantes no puede decirse que son libres. Esta es, por supuesto, la clase de “cooperación” que existe en manos del Estado.

La civilización occidental es el resultado de “los logros de hombres que han cooperado conforme al patrón de la coordinación contractual” escribió Mises.5 El Estado contractual es dirigido por conceptos tales como los derechos naturales a la vida, a la libertad, y a la propiedad, y del gobierno bajo el Estado de Derecho. En contraste, la «sociedad hegemónica» es la que no respeta los derechos naturales o el Estado de Derecho. Todo lo que interesa son las reglas, las directivas, y los reglamentos emitidos por los dictadores, ya sea que se los llame reyes o miembros del Congreso. Estas directivas pueden cambiar a diario, y los peones del estado deben obedecer. Como Mises escribió, “Los peones tienen solamente una libertad: obedecer sin formular preguntas.”

El comercio implica el intercambio de títulos de propiedad. Las restricciones al libre comercio son por lo tanto un ataque contra la propiedad privada en sí misma y no “meramente” una cuestión de “política comercial.” Esta es la razón por la cual grandes liberales clásicos tales como Federico Bastiat pasaron muchos años de sus vidas defendiendo el libre comercio. Bastiat, tanto como cualquier otro, entendía que una vez que uno consintiese al proteccionismo, el derecho de propiedad de nadie estaría seguro de la miríada de otras acciones gubernamentales de hurto. Para Bastiat, el proteccionismo y el comunismo eran esencialmente la misma filosofía.

Ha sido largamente reconocido por los liberales clásicos que el libre comercio es el medio más importante para disminuir la posibilidad de una guerra. Nada es más destructivo de la libertad humana que la guerra. Conduce siempre a un crecimiento permanente del Estado – y a una reducción en la libertad humana – independientemente de quién gana. En vísperas de la Revolución Francesa muchos filósofos creyeron que la democracia pondría fin a la guerra, porque las guerras fueron pensadas para ser peleadas simplemente para engrandecer y para enriquecer a los gobernantes de Europa. Los Franceses demostraron rápidamente que, sin embargo, esta teoría estaba errada, debido a que bajo dirección de Napoleón ellos, en palabras de Mises, “adoptaron los métodos más despiadados de expansión y de anexión ilimitadas.”

De modo tal, que no es la democracia la que constituye una salvaguardia contra la guerra sino, como lo reconocieron los liberales (clásicos) británicos, lo es el libre comercio. Para Richard Cobden y John Bright, los líderes de la Escuela Británica de Manchester, el libre comercio – tanto interna como internacionalmente – era un prerrequisito necesario para la preservación de la paz; porque en un mundo de comercio y de cooperación social, no hay incentivos para la guerra y la conquista. Es la interferencia del gobierno con el libre comercio la que resulta ser la fuente del conflicto internacional. De hecho, los bloqueos navales que restringen el comercio son el último acto de guerra. A través de la historia las restricciones en el comercio han demostrado ser empobrecedoras y haber instigado a los actos de guerra motivados por la adquisición territorial y el pillaje.

No es una mera coincidencia que la reunión de 1999 de la Organización Mundial del Comercio – un montón de burócratas, de políticos, y de lobistas partidarios del comercio gubernamentalmente controlado – estuviese signada por una semana de alborotos, protestas, y violencia. Siempre que el comercio es politizado, el resultado es el inevitable conflicto que conduce a menudo, eventualmente, a la agresión militar.

Mises resumió la relación entre el libre comercio y la paz más elocuentemente cuando señaló:

    Lo que distingue el hombre de los animales es la comprensión de las ventajas que se pueden derivar de la cooperación bajo la división del trabajo. El hombre reprime su instinto natural de agresión a fin de cooperar con otros seres humanos. Cuanto más desea mejorar su bienestar material, más debe ampliar el sistema de la división del trabajo. Concomitantemente, debe restringir más y más la esfera en la cual recurre a la acción militar. . . . Tal es la filosofía del laissez-faire de Manchester.

Como Bastiat ha sostenido a menudo, si las mercancías no pueden cruzar las fronteras, lo harán los ejércitos. Esta es la quintaesencia de la filosofía americana; fue la posición de George Washington, Thomas Jefferson, y Thomas Paine, entre otros. “Un política exterior basada en el comercio” escribió Paine en Common Sense, aseguraría para Estados Unidos “la paz y la amistad” del Continente y le permitiría “estrechar las manos con el mundo – y comerciar en cualquier mercado.”9 Paine – el filosofo de la Revolución Americana – creía que el libre comercio “sosegaría a la mente humana,” ayudando a la gente a “conocerse y comprenderse mutuamente,” y que tendría un “efecto civilizador” sobre cada uno involucrado en él.10 El comercio era visto como “un sistema pacífico, operando para unir a la humanidad volviendo a las naciones, así como a los individuos, en útiles el uno para con el otro. . . . La guerra nunca puede estar en el interés de un nación que comercia.”

George Washington coincidía. “La armonía, el intercambio liberal con todas las naciones, es recomendada por la política, la humanidad, y el interés,” señaló en su Discurso de Despedida del 17 de septiembre de 1796. Nuestra política comercial “debería sostener una mano equitativa e imparcial; ni buscando ni concediendo favores o preferencias exclusivas; consultando el curso natural de las cosas; difundiendo y diversificando por medios apacibles las corrientes del comercio, pero no forzando nada.”

La Eterna Lucha entre la Libertad y el Mercantilismo

El período de la historia del mundo desde mediados del siglo quince hasta mediados del siglo dieciocho fue una era de crecimiento en el comercio mundial, la tecnología, y las instituciones adecuadas para comerciar. Las innovaciones tecnológicas en los fletes, tales como los buques de tres mástiles, llevaron a los comerciantes de Europa a alcanzar puntos lejanos en América y en Asia. Esta vasta expansión del comercio facilitó enormemente a la división mundial del trabajo, a la mayor especialización, y a los beneficios de las ventajas comparativas.

Pero siempre que la libertad humana avanza, como lo hiciera con el crecimiento del comercio, el poder del Estado se encuentra amenazado. Por lo tanto, los Estados hicieron todo lo que pudieron entonces, como ahora, para restringir el comercio. Es al sistema de las restricciones del comercio y de otra interferencia gubernamental con el mercado libre, conocido como mercantilismo, al cual Adam Smith combatió en La Riqueza de las Naciones. Como ha escrito Rothbard:

    El mercantilismo, que alcanzó su cima en la Europa de los siglos diecisiete y dieciocho, fue un sistema estatista que empleó a la falacia económica para edificar una estructura de poder imperial del estado, así como otorgaba un subsidio especial y un privilegio monopólico a los individuos o a los grupos favorecidos por el Estado. De este modo, el mercantilismo sostuvo que las exportaciones deberían ser alentadas por el gobierno y las importaciones desalentadas.

Los liberales clásicos emprendieron una guerra ideológica contra el mercantilismo durante los siglos dieciocho y diecinueve, y alcanzaron algunas victorias importantes para la libertad. Los fisiócratas Franceses, liderados por el médico y economista François Quesnay, fueron influyentes entre 1750 y 1770. Estaban entre los primeros pensadores del laissez-faire que denigraron a la propaganda mercantilista y exclamaron por una completa libertad del comercio doméstico e internacional. Su posición estaba basada en una economía sana así como en las nociones de Locke de los derechos naturales. Quesnay escribió, “Cada hombre tiene un derecho natural al libre ejercicio de sus facultades, siempre y cuando no las emplee para lesionarse a sí mismo ni a otros.”

Cuando Anne Robert Jacques Turgot, un precursor de la escuela Austríaca, se convirtió en Ministro de Hacienda de Francia en 1774, su primer acto oficial fue liberar la importación y exportación de granos. Aproximadamente para esa misma época, Adam Smith defendía al comercio sobre la base de principios tanto morales como económicos identificándolo como parte del sistema de la “justicia natural”. Una de las formas en las que lo hizo, fue defendiendo al contrabando como un medio de evadir las restricciones mercantilistas sobre el comercio. El contrabandista, explicaba Smith, estaba involucrado en una “tarea productiva” que servía a sus compañeros (los consumidores), mientras que si era capturado por el gobierno y procesado, su capital sería “absorbido” en beneficio del estado o del recaudador” el cual es un uso “improductivo” “debido a la disminución del capital general de la sociedad.”

La Escuela de Manchester

Pese a los poderosos argumentos en favor del libre cambio ofrecidos por Quesnay, Smith, David Ricardo, y otros, Inglaterra (y otros países de Europa) padecieron políticas comerciales proteccionistas en la primera mitad del siglo diecinueve. El publico Británico fue expoliado por las mercantilistas Leyes del Maíz, las que establecieron cupos estrictos a la importación de granos. Subiendo los precios de los alimentos, las leyes beneficiaron a los terratenientes partidarios políticos del gobierno a expensas de los consumidores, especialmente los pobres. Pero esto cambió gracias a los heroicos y brillantes esfuerzos que se hicieran conocidos como la Escuela de Manchester, conducida por dos hombres de negocios Británicos (y más adelante, estadistas), John Bright y Richard Cobden. Bright y Cobden formaron la Liga Contra la Ley del Maíz en 1839 y la convirtieron en una bien aceitada maquinaria política con el apoyo popular, distribuyendo literalmente millones de folletos, llevando a cabo conferencias y reuniones alrededor de todo el país, ofreciendo centenares de discursos, y publicando su propio periódico, La Liga.

Traducido por Gabriel Gasave

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