MADRID -- La Copa del Mundo es el mejor acontecimiento deportivo del planeta: no respeta las jerarquías tradicionales y es un poderoso disolvente de las barreras nacionales.

Aún en su fase inicial, esta Copa del Mundo va confirmando en Alemania que países con economías minúsculas y escasa influencia geopolítica pueden jugar de tú a tú con las grandes potencias. Trinidad y Tobago, país de poco más de un millón de habitantes con un PBI de apenas $13 mil millones de dólares, consiguió un inesperado empate contra Suecia, que es treinta veces más rica y posee una larga historia futbolística. Ecuador, que sólo había participado en una Copa del Mundo, derrotó a Polonia, un equipo con prosapia que además fue uno de los mayores goleadores de las rondas clasificatorias en Europa. Para no mencionar a Costa de Marfil, ahora una luminaria internacional.

La Copa del Mundo se caracteriza por la movilidad “social”: el éxito proviene de la iniciativa y la creatividad, no de la planificación política o del poder económico. Los Estados Unidos o China pueden dominar eventos internacionales en los que la concentración de recursos en el desarrollo de aptitudes físicas es capaz de mejorar la competitividad (como los Juegos Olímpicos). Pero en materia de fútbol el mejor equipo del mundo, Brasil, le debe poco al poderío atlético y mucho al talento individual y a la coordinación colectiva espontánea (facilitada por ciertos rasgos culturales).

Muchos recién llegados han marcado el fútbol de las últimas décadas. La victoria de Argelia ante Alemania Occidental en 1982, el pase de Camerún a los cuartos de final en 1990, la llegada de Croacia a las semifinales en 1998, el triunfo de Senegal ante Francia en 2002 y la presencia de Togo en Alemania 2006 subrayan la naturaleza sediciosa e iconoclasta del fútbol, un juego en que el “poder” escapa al control de cualquier nación o cartel.

Branko Milanovic, autor de un trabajo sobre el fútbol para el Carnegie Endowment for International Peace, afirma: “En las cuatro últimas Copas del Mundo, hubo al menos dos advenedizos entre las ocho primeras selecciones”. Según sus investigaciones, la diferencia entre los conjuntos nacionales se ha reducido a un gol en promedio.

Dos factores explican por qué la Copa del Mundo se ha vuelto tan competitiva: la libre movilidad internacional de jugadores y la naturaleza comercial de los clubes. Hasta la década del 90, Europa y América Latina limitaban severamente el número de jugadores extranjeros que podían emplear sus campeonatos nacionales. Hoy día, en muchos países no existe límite alguno: el Estado-nación ha sido prácticamente abolido. Los clubes de Italia, España, Inglaterra y Alemania cuentan con un abrumador número de jugadores extranjeros. En Inglaterra, la mayor parte de los jugadores del Chelsea nacieron en el exterior y a los hinchas que definen su identidad a través de su equipo esto les importa poco. El FC Barcelona, el mejor equipo del mundo, no sería nada sin el brasileño Ronaldinho, el camerunés Samuel Eto´o, el portugués Deco y el argentino Lionel Messi.

Los jugadores se llevan a casa habilidades técnicas aprendidas en su contacto con compañeros extranjeros. Costa de Marfil, que tiene a la mitad de su selección jugando en Francia, crea hoy un fútbol de categoría mundial. Los Estados Unidos, que se desentendieron del fútbol (una exportación del imperio británico) durante largo tiempo, han ido mejorando en parte debido a que ocho de los once titulares están basados en Europa. El entrenador alemán, J�rgen Klinsmann, vive en California y ha incorporado al equipo técnicas estadounidenses de gerencia y preparación física, provocando conmoción.

El otro factor es la metamorfosis de los clubes en empresas comerciales. Varios programas de Administración de Empresas de universidades españolas incluyen actualmente estudios de caso sobre cómo se ha administrado el FC Barcelona desde 2003. El club ha pasado de la cuasi bancarrota a obtener ingresos de 240 millones de euros después de invertir 100 millones en jugadores extranjeros. El Manchester United cotiza sus acciones en la Bolsa de Londres y el Chelsea es propiedad del magnate ruso Roman Abramovich, al que se persiguió en Rusia por ser uno de los “oligarcas” enriquecidos durante la era de privatizaciones, tras el colapso de la URSS. Mediante la venta de abonos, los derechos de televisión y la comercialización de productos, estas entidades comerciales han llevado el fútbol a un nuevo nivel (gracias a sus simpatizantes asiáticos y latinoamericanos, el comercio de productos del FC Barcelona se extiende por docenas de naciones).

Nada de ello implica que la corrupción no mancha el fútbol de vez en cuando, como ha ocurrido en Italia con el máximo organismo de fútbol, involucrado en el arreglo de partidos. Pero eso tiene que ver con la naturaleza del contexto político, no con la naturaleza del fútbol.

Lo que le falta al fútbol para volverse totalmente global es que la FIFA elimine las reglas que prohíben a las selecciones nacionales incorporar a jugadores extranjeros, tal como lo hacen los clubes locales. Ocurrirá tarde o temprano.

(c) 2006, The Washington Post Writers Group


Alvaro Vargas Llosa es Asociado Senior en el Independent Institute.