Con el prolongado atolladero en Irak y las probables acusaciones de funcionarios senior de la administración Bush por tratar de apuntalar la endeble justificación para el mismo, uno pensaría que las cosas no podrían empeorar mucho para la administración. Pero mientras que el éxito tiene mil arquitectos, el fracaso lleva a la búsqueda de culpables. El más reciente dolor de cabeza de la administración se origina en el Coronel Lawrence Wilkerson, Jefe de Personal del ex Secretario de Estado Colin Powell. En un discurso reciente y bien publicitado brindado ante la New America Foundation, al cual asistí, Wilkerson increpó a la "camarilla de Cheney-Rumsfeld" que tomó el control de la política exterior estadounidense de parte de un presidente "no versado en relaciones internacionales y tampoco demasiado interesado en ellas."

Los comentarios mordaces de Wilkerson estaban diseñados para desviar las criticas de su ex jefe. Tal como me lo dijera un miembro del personal republicano del Senado que se opone a la guerra, Wilkerson "exhibió su coraje unos tres años tarde." La típica audiencia políticamente correcta de la ciudad de Washington D.C. fue demasiado educada para preguntar por qué Powell y Wilkerson no renunciaron durante la invasión de una nación extranjera a la que se oponían en privado.

Aquellos que asumen un punto de vista más optimista podrían decir, “mejor tarde que nunca.” Como Richard Clarke y Paul O’Neil antes que él, un disgustado ex funcionario de la administración como Wilkerson atrae mucha atención pública respecto de la horrenda política de la administración. En su discurso, Wilkerson elogió a un nuevo libro del demócrata George Packer, quien escribe para la revista New Yorker, intitulado The Assassins’ Gate: America in Iraq. El trabajo será tan solo uno de lo muchos nuevos libros que ponen de manifiesto la incompetencia de la administración en la ocupación iraquí, pero ciertamente recibirá un impulso del discurso de Wilkerson y de la extensa cobertura de los medios del mismo.

Packer viajó a Irak en múltiples ocasiones a fin de realizar investigaciones para su libro. A pesar de ser valioso por describir la chapucería de la administración Bush, no obstante, el libro falla al dar a entender que una administración más competente podría haber sido más exitosa en la tarea hercúlea de reestructurar al sistema político, económico y social de una sociedad entera. En otras palabras, el autor presenta una crítica esencialmente demócrata-wilsoniana de una invasión republicana-wilsoniana, evitando de esa manera el interrogante mayor de sí tal grandiosa edificación de una nación puede tan siquiera ser exitosa.

La de Packer es principalmente una crítica de cómo la administración implementó una política a la que él apoyaba. Destaca que, inicialmente, la administración planeaba eliminar solamente el estamento más alto del ejército y de la burocracia iraquí después de la invasión, instalar a exiliados iraquíes en ese escalón más alto de un estado que funcionase plenamente, retirar significativamente a los efectivos estadounidenses dentro de los seis meses, y utilizar los ingresos petrolíferos iraquíes para pagar por todo ello. Afirma que la insuficiente planificación de la post-guerra fue el resultado de tales predicciones optimistas de un retiro temprano, de la renuencia de los militares a involucrarse en la edificación de una nación, y de la supresión de la administración de cualquier rastro de posibles complicaciones de la post-guerra que pudiese erosionar el apoyo para la invasión en primer lugar.

Packer sostiene que la administración deseaba proclamar la “libertad” para los iraquíes, pero, temiendo la pérdida del control en Irak, no desarrolló las instituciones necesarias para hacer de ello una realidad. También, Packer implica que el gobierno estadounidense no vertió el dinero lo suficientemente rápido en la reconstrucción de Irak. Pero luego cita a Jerry Silverman, un ex funcionario de la Agency for International Development (AID) que trabajó tanto en Vietnam como en Irak, como afirmando que la ayuda fracasó en comprar el apoyo político para los Estados Unidos en Vietnam, pero que podría haberlo hecho en Irak si la seguridad hubiese sido establecida más prontamente. Este misterioso revés del resultado es una proposición dudosa. Además, la seguridad es lo que los Estados Unidos han estado tratando de comprar con la ayuda, no viceversa.

Packer también destaca el desgano de los Estados Unidos para causar victimas, pero no observa las severas implicaciones para los proyectos de edificar naciones. Packer cita a Silverman concluyendo que a diferencia del personal militar y civil estadounidense que estuvo en Vietnam, aquellos que sirven en Irak no desean generar las victimas necesarias para asegurar las ciudades y las carreteras para que de esa forma la reconstrucción tenga una posibilidad de triunfar. Dijo Silverman, “Nuestras tropas se encuentran en modo de protección de la fuerza. No protegen a nadie más.”

La protección de la fuerza como la prioridad número uno ha estado dando vueltas desde hace tiempo—por ejemplo, Somalia en el año 1993, la misión de mantenimiento de la paz en Bosnia en 1995 y de allí en adelante, y la guerra en Kosovo en 1999. Resulta bizarra la idea de que los Estados Unidos comprometerían a sus fuerzas armadas en una misión y luego se preocuparían más acerca de la protección de esas fuerzas que del cumplimiento de la misión. Sin embargo, eso sucede cuando el público estadounidense en verdad no apoya a las guerras de elección de sus líderes electos.

Por lo general, el público le concederá al presidente el beneficio de la duda y le dará apoyo a su decisión inicial de enviar tropas al exterior. Pero si la misión no es verdaderamente vital para la seguridad de los EE.UU. y la victoria no es rápida, las victimas se amontonan, o las cosas salen mal, el apoyo público se erosiona rápidamente. Contrástese esta actitud con la aceptación por parte del público del número masivo de victimas en la Segunda Guerra Mundial—un conflicto que fue percibido como crítico para la supervivencia de la nación. Uno podría pensar que la justificable aversión a las victimas del público estadounidense en guerras de elección volvería cautos a los líderes de la nación respecto de comprometer a las fuerzas militares en conflictos que no afectaban los intereses vitales de los Estados Unidos. Pero dada la historia de entremetimientos estadounidenses, por ejemplo, en el Líbano, Somalia, Bosnia, Kosovo, y ahora Irak, los líderes no han abandonado su intervensionismo desaconsejado, sino que en cambio han optado por tratar de pelear guerras menores sin tener victimas masivas.

Algunos funcionarios estadounidenses, usualmente ex funcionarios militares como Powell y Wilkerson que sirvieron durante el periodo de Vietnam, tienen evidentemente algunos remordimientos acerca de dichas guerras de elección. Es muy malo que incluso como civiles, sigan siendo tan buenos soldados que fallan en protestar públicamente antes de que vidas estadounidenses sean puestas innecesariamente en peligro. Según el miembro del Senado, aún cuando disienten abiertamente tras un hecho, “se salen de su camino para criticar la incompetencia de la ejecución, mientras evitan cualquier reproche de la premisa sobre la cual todo el desorden se encontraba basado, es decir, que los Estados Unidos tienen un presunto ‘derecho’ a invadir y ocupar otros países.”

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.