La peor pesadilla para la ocupación estadounidense ha ocurrido. Fracciones de la mayoría chiíta iraquí se han alzado en revueltas. La guerra civil a gran escala puede estar tan sólo a la vuelta de la esquina.

El levantamiento armado de parte de las milicias chiítas en cuatro ciudades iraquíes, incluida el área metropolitana de Bagdad, estuvo bien coordinada y fue mortífera. La rebelión les costó la vida a ocho soldados estadounidenses y a incontables iraquíes. La revuelta la protagonizaron seguidores del clérigo militante Moktada al-Sadr, quien posee milicias que rondan las decenas de miles a través de Irak. Pese a que la ocupación estadounidense había prohibido la portación de armas, los militantes las blandieron en gran número, incluidas lanzadoras de granadas propulsadas por cohetes. Tomaron las calles, ocuparon estaciones de policía y atacaron a las fuerzas estadounidenses.

Irónicamente, una de las fuerzas motivadoras del derramamiento de sangre fue la censura por parte de los Estados Unidos, un país que se enorgullece de la libertad de expresión incorporada en la Primera Enmienda a la Constitución de los EE.UU.. La semana pasada, las autoridades de la ocupación estadounidense cerraron Al Hawza, el periódico de Sadr, imputando que el mismo había incitado a la violencia en Irak. No obstante, el diario no defendió los ataques contra los estadounidenses. Como lo afirmaran las autoridades de los EE.UU., el periódico fue culpable de “informar falsamente.” Esa clase de justificación se hace eco ominosamente la retórica de la Comunista Unión Soviética. El cierre de Al Hawza, simbólico para muchos chiítas, encendió las protestas callejeras que crecieron rápidamente y se volvieron más volátiles día tras día, culminando en el levantamiento.

Sadr, siempre hostil a la ocupación estadounidense, aparentemente cree ahora que las demostraciones chiítas pacíficas deberían ser reemplazadas por la insurrección armada. Urgió a sus seguidores a la misma, sosteniendo que, “no hay utilidad alguna para las manifestaciones, dado que su enemigo ama atemorizar y suprimir las opiniones, y menospreciar al pueblo. Aterroricen a vuestro enemigo, en razón de que no podemos permanecer en silencio ante sus violaciones.”

Si la rebelión se esparce dentro de la población chiíta, lo cual tales acontecimientos parecieran presagiar, aún los comandantes militares senior de los EE.UU. admiten en privado que disminuyen drásticamente las chances de mantener a Irak en este lado del abismo. Las autoridades civiles estadounidenses en Irak intentaron poner cara de malos sobre el caos opinando que la rebelión comprendía solamente a una pequeña porción de la población iraquí. Pero la proporción podría crecer con el tiempo tanto en las áreas chiítas como en las de los sunnitas a medida que los EE.UU. se venguen muscularmente por los ataques de parte de los milicianos chiítas y la quema, el arrastre y el colgamiento de los cuerpos de los ya muertos mercenarios armados estadounidenses por parte de los sunnitas en Faluya. Dichas acciones precipitadas de los EE.UU. podrían bien incitar un escalado ciclo de violencia—ataque y contraataque—que podría poner al grueso de la población iraquí, tanto chiíta como sunita, en contra de la ocupación estadounidense.

No obstante, incluso si la “mayoría silenciosa” de los iraquíes sigue apoyando a las fuerzas de los EE.UU., tal como las autoridades civiles de ocupación lo sostienen, eso podría no ser suficiente para salvar el esfuerzo bélico estadounidense en Irak. Las guerrillas saben que la clave para ganar cualquier guerra de guerrillas es minar el apoyo para la guerra en el territorio de la más fuerte de las partes. En la Guerra de Vietnam, los vietnamitas del norte y el Viet Cong, con apoyo significativo entre los habitantes de Vietnam del Sur, fueron capaces de prolongar la guerra el tiempo suficiente para cansar al público estadounidense en el país e incitar a un eventual retiro de los EE.UU.. De manera similar, en la Revolución Estadounidense, los revolucionarios fueron capaces de eventualmente cansar a los británicos con el apoyo de solamente un tercio de los colonos. Así, incluso si la minoría de la población del ocupado país es activamente hostil a la potencia exterior, una ocupación extranjera puede fracasar. Si la mayoría que apoya a la potencia exterior cree que la minoría armada estará por allí más tiempo que los ocupantes—la que no es una idea ilógica dada la poca atención manada de las pasadas edificaciones de naciones estadounidenses—su apoyo, en aras de la auto-preservación, puede ser muy tibio o sosegado. Por lo tanto la mayoría silenciosa puede ser de hecho silenciada.

Otro problema importante que enfrenta la ocupación estadounidense, y el cual fue iluminado por el levantamiento chiíta, es la no confiabilidad de la policía iraquí y de las fuerzas de la defensa civil entrenadas por los EE.UU.. Esas fuerzas huyeron a la vista de las milicias chiítas pesadamente armadas, permitiéndoles apoderarse de los puestos de control y de las estaciones de policía. La idea de que la seguridad en Irak pueda ser traspasada a dichas fuerzas no es nada más que un mal chiste.

Sumándose a la renuencia de los iraquíes de ayudar a las fuerzas de ocupación, los aliados extranjeros no están deseosos de enviar tropas adicionales para ayudar a los Estados Unidos a intentar controlar el caos (de hecho, un aliado se encuentra ya retirándose del esfuerzo y otro está quejándose respecto de ser engañado) debido a la arrogancia de pre-guerra de la administración Bush y a la posibilidad de un terrorismo vengativo en sus territorios. El globo de la administración Bush, inflado un año atrás con aire caliente triunfalista a medida que las fuerzas de los EE.UU. ingresaban en Bagdad, ha finalmente estallado.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.