El Canal de Panamá aviva los temores de los guerreros de la Guerra Fría

19 de octubre, 1999

Los viejos guerreros de la Guerra Fría nunca mueren, tan sólo se vuelven más paranoicos. Un ejemplo típico es el argumento planteado por algunos analistas de que China está minando la seguridad de los EE.UU. al procurar ganar el control de la navegación a través del estratégico Canal de Panamá. Nada podría ser más absurdo.

Algunos conservadores sostienen que la Panama Ports Company–empresa que ganó un contrato a largo plazo para operar las instalaciones portuarias en ambos extremos del canal– y el dueño de Hutchison-Whampoa, su compañía naviera afiliada con sede en Hong Kong, poseen lazos con el Ejército de Liberación del Pueblo de China y con los servicios de inteligencia. El Almirante Thomas Moorer, ex director de los Jefes del Estado Mayor Conjunto, va incluso más allá: «Hutchison-Whampoa controla incontables puertos alrededor del mundo. Mi preocupación específica es que esta compañía se encuentra controlada por los comunistas chinos. Y han virtualmente logrado, sin que un sólo tiro fuese disparado, un bastión en el Canal de Panamá.»

Los alarmistas observan también que el 10 por ciento de Panama Ports es propiedad de la empresa China Resources Enterprise (CRE), el brazo comercial del Ministerio de Comercio y Cooperación Económica de China. El Senador Fred Thompson (republicano por Tennessee) ha llamado a CRE un agente del espionaje a favor de China.

Sin embargo, ¿constituyen los supuestos lazos del dueño de Hutchison-Whampoa con los militares y los servicios de inteligencia chinos, y la participación del gobierno chino en la propiedad de Panama Ports, necesariamente una insidiosa conspiración geopolítica de China para controlar un activo estratégico en el patio trasero de los Estados Unidos? El contrato de una compañía naviera para operar las instalaciones portuarias puede estar simplemente diseñado para hacer dinero. Incluso el gobierno y los militares chinos han estado rutinariamente involucrados en actividades comerciales en ultramar para obtener un beneficio–por ejemplo, en las industrias de la alimentación y del vestido. Debido a que sentía que las distracciones comerciales minaban la efectividad de los militares chinos, Jiang Zemin, el líder de China, ordenó recientemente a las fuerzas armadas que se retiren de tales actividades. Si tales emprendimientos de negocios tienen un efecto tan perjudicial en la preparación militar de China, quizás los Estados Unidos deberían alentar a los militares chinos a encarar más negocios, no menos, incluso en el hemisferio occidental.

Además, la Comisión del Canal de Panamá insiste en que Panama Ports no puede determinar qué naves pueden transitar el canal. De hecho, después de que los Estados Unidos finalicen su presencia militar en Panamá en diciembre de 1999, los buques militares de los EE.UU. continuarán teniendo prioridad sobre todo otro navío para pasar a través del istmo.

En el peor de los casos, aún si las actividades económicas chinas en Panamá tienen una motivación geopolítica antes que una comercial, las mismas tendrán probablemente poco efecto estratégico. Después de la desaparición de la superpotencia adversaria soviética, la cual era capaz de lanzar ataques simultáneos y coordinados en los Océanos Atlántico y Pacífico, el Canal de Panamá es mucho menos importante para la seguridad de los EE.UU.. Hoy, las dos grandes armadas estadounidenses–las flotas atlántica y pacífica–poseen cada una un dominio abrumador en sus respectivas regiones sin la necesidad de rápidamente cambiar embarcaciones de un océano al otro vía el canal. Incluso durante la Guerra Fría, las naves capitales de la Marina–los portaaviones–eran demasiado grandes para caber a través del canal.

Los chinos serían probablemente renuentes a cerrar un canal que ellos también utilizan para el comercio. En el peor de los casos–si Panama Ports bloquea el canal o rehúsa el pasaje de los buques de la Marina de los EE.UU. durante una crisis internacional–la fuerza naval más poderosa del mundo podría abrir el mismo rápidamente. Incluso los conservadores admiten que el tratado les permite a los Estados Unidos intervenir si el acceso al canal es bloqueado. Aunque los alarmistas aluden a que China podría extender el alcance de su marina controlando puertos panameños, la anticuada flota china tiene ya problemas tan sólo para patrullar el cercano Sur del Mar de la China.

¿Y qué desearía exactamente la facción de “la amenaza china” que el gobierno de los EE.UU. hiciese respecto de la esta situación? El gobierno soberano de Panamá–el cual estará finalmente a cargo de la totalidad de su territorio tras 96 años de presencia colonial–ha iniciado una contratación a largo plazo con una compañía privada para la operación del curso navegable. ¿Qué derecho tiene el gobierno estadounidense de vetar los acuerdos comerciales celebrados por otros gobiernos? ¿Deberían los Estados Unidos invadir nuevamente Panamá y ocupar la zona del canal para saciar los temores paranoicos de aquellos que quisieran que China fuese el enemigo en una Nueva Guerra Fría?

Según el General Barry McCaffrey, ex jefe del Comando Sur de los EE.UU. cuando el mismo se encontraba basado en Panamá y en la actualidad el zar estadounidense de la anti-droga, «no tenemos intereses vitales de seguridad nacional en Panamá.» Por miedo a ser considerado un lacayo de la administración Clinton, un informe escrito en 1997 por un miembro del staff de Jesé Helms, Director del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, también pareció descontar las amenazas al canal. Después de conducir extensas discusiones con funcionarios de los EE.UU. y del gobierno panameño, el miembro del staff concluyó: «Todos aquellos entrevistados para este informe indican que el desarrollo de HPH [Hutchison Port Holdings] de los dos puertos no se traduce en una amenaza directa de la seguridad nacional al Canal de Panamá.»

Por último, el momento escogido para las chillonas advertencias de los alarmistas es sospechoso. La búsqueda de amenazas para un canal artificial que ha declinado en importancia estratégica, es un intento desesperado para restaurar el retiro ordenado por el tratado de una innecesaria presencia militar de los EE.UU. en diciembre de este año. Los guerreros imperialistas de la Guerra Fría tan solo no pueden soportar abandonar Panamá. Tendrán una depresión post-parto, pero el resto de nosotros puede celebrar el renacimiento de Panamá sin una presencia colonial humillante y anacrónica en su territorio.

Traducido por Gabriel Gasave

  • es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.

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