Seguimos oyendo que interrupciones en la cadena de abastecimiento están generando la inflación «temporal» de los precios, algo que se ha convertido en el tema de conversación más candente. Se culpa a todo tipo de enemigos públicos por esas interrupciones, incluyendo, según el presidente Biden, a los que manipulan los mercados y los precios. Los políticos, mientras tanto, están presionando a los puertos para que intensifiquen de manera frenética su manipulación de la carga y prometen que el recientemente aprobado gasto en infraestructura de un billón de dólares (trillón en inglés), hará que la cadena de suministro vuelva a funcionar.
Pero esa no es la verdadera historia. Aunque los problemas en la cadena de abastecimiento están haciendo subir los precios al crear un desequilibrio entre lo que la gente produce y lo que desea consumir, la inflación tiene causas que van mucho más allá de esta cuestión.
Desde 2007, el banco central de los Estados Unidos, la Reserva Federal, ha creado de la nada 8 billones de dólares (trillones en inglés, equivalentes a un PIB y medio de Japón). Por supuesto, para que ese aumento de la base monetaria genere una inflación de precios, es preciso que se den (y no se den) otros factores: A saber, la gente tiene que gastar ese dinero y la oferta de bienes y servicios no debe crecer lo suficientemente rápido como para neutralizar esos nuevos dólares.
En los últimos años, tras la crisis financiera de 2008 y décadas de despilfarro, las personas y las empresas (y los propios bancos) han optado por la prudencia. Claro que parte del dinero creado fue canalizado hacia activos que vieron subir sus precios, pero lo que comúnmente se conoce como inflación fue moderada.
Todo lo que se necesitaba para que esto cambiara era que los «espíritus animales» volvieran a la vida. Ahora lo han hecho, y el resultado es que los precios subieron un 6,2% anualizados en octubre. Aunque la escasez de mano de obra ha contribuido a que los salarios también suban, la gente se está empobreciendo porque los salarios han subido a un ritmo más lento que los precios (no más del 5%).
Si a esto añadimos la circunstancia de que el bono del Tesoro a 10 años está rindiendo en torno al 1,5 por ciento, pueden imaginar lo que esta inflación significa para los millones de personas que tienen su dinero actual o futuro en fondos de pensiones, el fondo fiduciario de la Seguridad Social o las compañías de seguros, que invierten en ese titulo «sin riesgo» para proteger el valor de sus activos.
Las interrupciones en la cadena de abastecimiento efectivamente existen. Pero estas no fueron catástrofes naturales repentinas. Fueron el resultado de la reacción de los políticos ante la pandemia al atar drásticamente las manos de los productores y de aquellos que trasladan los productos de un lugar a otro. Aun así, tarde o temprano los desequilibrios en muchas de las áreas de la economía se habrían producido sin la pandemia.
En el sector de la energía, esto es demasiado evidente. Hoy en día es un área sensible ya que los precios de la gasolina, que han subido más de un 60%, tienen a los políticos pavoneándose y preocupándose por su hora en el escenario (y aullando contra el «abuso de precios»). Los países que no pertenecen a la OPEP han visto disminuir significativamente sus reservas de petróleo debido a la escasa inversión en las fuentes de energía tradicionales, y los pozos de petróleo de esquisto se están agotando a un ritmo más rápido que el de la disponibilidad de las nuevas reservas de alta calidad. Dado que desde hace varios años se hace mucho hincapié en las energías renovables limpias, las compañías petroleras (entre ellas ExxonMobil, Chevron, Royal Dutch Shell y Total) no han podido invertir lo suficiente en las fuentes de energía tradicionales para mantener sus niveles de reservas y producción, aunque la demanda de energía, principalmente de los países emergentes, se ha disparado. Los precios del petróleo y del gas, por tanto, habrían subido con o sin una pandemia, y en la era de la inflación en la que estamos ingresando, con mayor razón.
Esto no es más que un ejemplo de cómo diversas áreas de la economía presentan desequilibrios impulsados en parte por las recientes decisiones políticas. Pero lo que subyace a todo esto es la frenética creación de dinero que actualmente está llegando a un mercado en el cual la producción no puede equipararse a la demanda.
Para empeorar las cosas, a pesar de todas sus posturas, los políticos tienen un gran interés en mantener la inflación. La razón es simplemente la deuda de casi 30 billones de dólares (trillones en inglés). Imagínense lo que pasaría con el servicio de esa deuda si las autoridades dejaran subir las tasas de interés de forma significativa!. No pueden. Diluir la deuda requiere una gran inflación. Ha sido así desde que los reyes degradaron las monedas de oro para ayudar a solventar las guerras.
Traducido por Gabriel Gasave
Las raíces de la inflación van más allá de la cadena de suministro
stalkERR / flickr
Seguimos oyendo que interrupciones en la cadena de abastecimiento están generando la inflación «temporal» de los precios, algo que se ha convertido en el tema de conversación más candente. Se culpa a todo tipo de enemigos públicos por esas interrupciones, incluyendo, según el presidente Biden, a los que manipulan los mercados y los precios. Los políticos, mientras tanto, están presionando a los puertos para que intensifiquen de manera frenética su manipulación de la carga y prometen que el recientemente aprobado gasto en infraestructura de un billón de dólares (trillón en inglés), hará que la cadena de suministro vuelva a funcionar.
Pero esa no es la verdadera historia. Aunque los problemas en la cadena de abastecimiento están haciendo subir los precios al crear un desequilibrio entre lo que la gente produce y lo que desea consumir, la inflación tiene causas que van mucho más allá de esta cuestión.
Desde 2007, el banco central de los Estados Unidos, la Reserva Federal, ha creado de la nada 8 billones de dólares (trillones en inglés, equivalentes a un PIB y medio de Japón). Por supuesto, para que ese aumento de la base monetaria genere una inflación de precios, es preciso que se den (y no se den) otros factores: A saber, la gente tiene que gastar ese dinero y la oferta de bienes y servicios no debe crecer lo suficientemente rápido como para neutralizar esos nuevos dólares.
En los últimos años, tras la crisis financiera de 2008 y décadas de despilfarro, las personas y las empresas (y los propios bancos) han optado por la prudencia. Claro que parte del dinero creado fue canalizado hacia activos que vieron subir sus precios, pero lo que comúnmente se conoce como inflación fue moderada.
Todo lo que se necesitaba para que esto cambiara era que los «espíritus animales» volvieran a la vida. Ahora lo han hecho, y el resultado es que los precios subieron un 6,2% anualizados en octubre. Aunque la escasez de mano de obra ha contribuido a que los salarios también suban, la gente se está empobreciendo porque los salarios han subido a un ritmo más lento que los precios (no más del 5%).
Si a esto añadimos la circunstancia de que el bono del Tesoro a 10 años está rindiendo en torno al 1,5 por ciento, pueden imaginar lo que esta inflación significa para los millones de personas que tienen su dinero actual o futuro en fondos de pensiones, el fondo fiduciario de la Seguridad Social o las compañías de seguros, que invierten en ese titulo «sin riesgo» para proteger el valor de sus activos.
Las interrupciones en la cadena de abastecimiento efectivamente existen. Pero estas no fueron catástrofes naturales repentinas. Fueron el resultado de la reacción de los políticos ante la pandemia al atar drásticamente las manos de los productores y de aquellos que trasladan los productos de un lugar a otro. Aun así, tarde o temprano los desequilibrios en muchas de las áreas de la economía se habrían producido sin la pandemia.
En el sector de la energía, esto es demasiado evidente. Hoy en día es un área sensible ya que los precios de la gasolina, que han subido más de un 60%, tienen a los políticos pavoneándose y preocupándose por su hora en el escenario (y aullando contra el «abuso de precios»). Los países que no pertenecen a la OPEP han visto disminuir significativamente sus reservas de petróleo debido a la escasa inversión en las fuentes de energía tradicionales, y los pozos de petróleo de esquisto se están agotando a un ritmo más rápido que el de la disponibilidad de las nuevas reservas de alta calidad. Dado que desde hace varios años se hace mucho hincapié en las energías renovables limpias, las compañías petroleras (entre ellas ExxonMobil, Chevron, Royal Dutch Shell y Total) no han podido invertir lo suficiente en las fuentes de energía tradicionales para mantener sus niveles de reservas y producción, aunque la demanda de energía, principalmente de los países emergentes, se ha disparado. Los precios del petróleo y del gas, por tanto, habrían subido con o sin una pandemia, y en la era de la inflación en la que estamos ingresando, con mayor razón.
Esto no es más que un ejemplo de cómo diversas áreas de la economía presentan desequilibrios impulsados en parte por las recientes decisiones políticas. Pero lo que subyace a todo esto es la frenética creación de dinero que actualmente está llegando a un mercado en el cual la producción no puede equipararse a la demanda.
Para empeorar las cosas, a pesar de todas sus posturas, los políticos tienen un gran interés en mantener la inflación. La razón es simplemente la deuda de casi 30 billones de dólares (trillones en inglés). Imagínense lo que pasaría con el servicio de esa deuda si las autoridades dejaran subir las tasas de interés de forma significativa!. No pueden. Diluir la deuda requiere una gran inflación. Ha sido así desde que los reyes degradaron las monedas de oro para ayudar a solventar las guerras.
Traducido por Gabriel Gasave
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