El del cambio climático es un clásico ejemplo de manual de la justificación económica para la intervención del gobierno. En el lenguaje de un manual de economía, se trata de una falla de mercado bastante clara generada por el hecho de que mis acciones (la emisión de dióxido de carbono) se extienden sobre terceros sin su consentimiento.
Considérese lo siguiente: Quemo combustibles fósiles, para mi propio beneficio. El clima cambia. Usted también podría beneficiarse si fuese dueño de tierras en el norte de Canadá, pero podría estar peor si vive en Miami o Bangladesh. ¿Cómo puede ser compensado por el perjuicio que causo en mí propio beneficio? Ante esto, existe una causa plausible para la intromisión gubernamental.
Pero a la luz de las respuestas políticas a los desastres naturales y los resultados políticos en general, me inclino a pensar que las “soluciones” políticas no son para nada soluciones. Considérese cómo los gobiernos responden a desastres naturales como el huracán Sandy. Ellos desafían abiertamente las leyes del mercado e imponen leyes contra la suba especulativa de los precios. Estas leyes a su vez crean escasez, la cual a su vez genera un sufrimiento innecesario.
Considérese también la maliciosa critica a China que estuvo sobre el tapete durante la reciente elección presidencial y la critica maliciosa más general a todo lo extranjero que es parte de la escena política. Esa retórica y las políticas basadas en ella son contrarias a lo que los economistas de izquierdas, derechas y centro han conocido durante siglos respecto del comercio: El comercio crea riqueza, y el libre comercio entre las naciones es una marea en alza que eleva todos los barcos. A pesar de esto, pocas cosas son tan impopulares como el libre comercio (en la izquierda) y la inmigración abierta (a la derecha).
El entorno retórico, cultural y político en el que se elaboran las políticas sobre el cambio climático nunca será uno caracterizado por líderes sabios y benevolentes que busquen sólo el bien de un populacho consistente en hombres y mujeres nuevos ambientalistas recientemente ilustrados. La gente tiene todo tipo de prejuicios que deforman su juicio político, tal como Bryan Caplan ha discutido en su libro “The Myth of the Rational Voter”.
Con los votantes sistemáticamente sesgados, redes enmarañadas de grupos de interés y políticos que están todos dispuestos a satisfacer a estos prejuicios y grupos de interés, las políticas que obtenemos en el mundo real son factibles de diferir de las políticas óptimas que se discuten en las charlas sobre “externalidades y bienes públicos” en las clases de introducción a la economía por un margen bastante amplio.
La lección para la política del cambio climático es funesta. Incluso si estamos de acuerdo en que el cambio climático es un problema, e incluso si estamos de acuerdo en que el cambio climático podría tener efectos muy pero muy malos, la investigación en curso en materia de una “economía política robusta” nos está demostrando que el paso de ideas aparentemente plausibles por los filtros del prejuicio político nos dará algo muy diferente de las “soluciones” que nos gustaría ver.
¿Cómo, entonces, deberíamos hacer frente al cambio climático? La adaptación es probablemente una mejor estrategia que la prevención. Las soluciones a gran escala, desde arriba, es improbable que funcionen, así que la mejor manera de proceder podría ser la de reconocer algunas de las ideas clave de la laureada con el premio Nobel 2009 Elinor Ostrom. Su trabajo se centró en cómo evolucionan las soluciones “de abajo hacia arriba” a los problemas de gestión de los recursos. Para traducirlo al lenguaje de una calcomanía que usted podría haber visto, “Piensa globalmente, actúa localmente”. Busquemos formas de delegar la autoridad y desarrollar los mercados para los bienes y los riesgos que actualmente no están tasados. Confiemos en la iniciativa de innovadores emprendedores económicos, sociales y culturales, en lugar de en los políticos.
Traducido por Gabriel Gasave
En materia de cambio climático, el gobierno no es la respuesta
El del cambio climático es un clásico ejemplo de manual de la justificación económica para la intervención del gobierno. En el lenguaje de un manual de economía, se trata de una falla de mercado bastante clara generada por el hecho de que mis acciones (la emisión de dióxido de carbono) se extienden sobre terceros sin su consentimiento.
Considérese lo siguiente: Quemo combustibles fósiles, para mi propio beneficio. El clima cambia. Usted también podría beneficiarse si fuese dueño de tierras en el norte de Canadá, pero podría estar peor si vive en Miami o Bangladesh. ¿Cómo puede ser compensado por el perjuicio que causo en mí propio beneficio? Ante esto, existe una causa plausible para la intromisión gubernamental.
Pero a la luz de las respuestas políticas a los desastres naturales y los resultados políticos en general, me inclino a pensar que las “soluciones” políticas no son para nada soluciones. Considérese cómo los gobiernos responden a desastres naturales como el huracán Sandy. Ellos desafían abiertamente las leyes del mercado e imponen leyes contra la suba especulativa de los precios. Estas leyes a su vez crean escasez, la cual a su vez genera un sufrimiento innecesario.
Considérese también la maliciosa critica a China que estuvo sobre el tapete durante la reciente elección presidencial y la critica maliciosa más general a todo lo extranjero que es parte de la escena política. Esa retórica y las políticas basadas en ella son contrarias a lo que los economistas de izquierdas, derechas y centro han conocido durante siglos respecto del comercio: El comercio crea riqueza, y el libre comercio entre las naciones es una marea en alza que eleva todos los barcos. A pesar de esto, pocas cosas son tan impopulares como el libre comercio (en la izquierda) y la inmigración abierta (a la derecha).
El entorno retórico, cultural y político en el que se elaboran las políticas sobre el cambio climático nunca será uno caracterizado por líderes sabios y benevolentes que busquen sólo el bien de un populacho consistente en hombres y mujeres nuevos ambientalistas recientemente ilustrados. La gente tiene todo tipo de prejuicios que deforman su juicio político, tal como Bryan Caplan ha discutido en su libro “The Myth of the Rational Voter”.
Con los votantes sistemáticamente sesgados, redes enmarañadas de grupos de interés y políticos que están todos dispuestos a satisfacer a estos prejuicios y grupos de interés, las políticas que obtenemos en el mundo real son factibles de diferir de las políticas óptimas que se discuten en las charlas sobre “externalidades y bienes públicos” en las clases de introducción a la economía por un margen bastante amplio.
La lección para la política del cambio climático es funesta. Incluso si estamos de acuerdo en que el cambio climático es un problema, e incluso si estamos de acuerdo en que el cambio climático podría tener efectos muy pero muy malos, la investigación en curso en materia de una “economía política robusta” nos está demostrando que el paso de ideas aparentemente plausibles por los filtros del prejuicio político nos dará algo muy diferente de las “soluciones” que nos gustaría ver.
¿Cómo, entonces, deberíamos hacer frente al cambio climático? La adaptación es probablemente una mejor estrategia que la prevención. Las soluciones a gran escala, desde arriba, es improbable que funcionen, así que la mejor manera de proceder podría ser la de reconocer algunas de las ideas clave de la laureada con el premio Nobel 2009 Elinor Ostrom. Su trabajo se centró en cómo evolucionan las soluciones “de abajo hacia arriba” a los problemas de gestión de los recursos. Para traducirlo al lenguaje de una calcomanía que usted podría haber visto, “Piensa globalmente, actúa localmente”. Busquemos formas de delegar la autoridad y desarrollar los mercados para los bienes y los riesgos que actualmente no están tasados. Confiemos en la iniciativa de innovadores emprendedores económicos, sociales y culturales, en lugar de en los políticos.
Traducido por Gabriel Gasave
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