Cuando introduje el concepto de régimen de incertidumbre en 1997, procurando mejorar nuestra comprensión de la extraordinaria duración de la Gran Depresión, preví que muchas personas—especialmente mis colegas economistas—no darían la bienvenida a esta contribución. Su principal objeción, me aventuré, sería que el concepto seguía siendo demasiado vago y, sobre todo, que no había sido reducido a un índice cuantitativo de la clase con la que los economistas de la corriente mayoritaria trabajan habitualmente, sobre todo en sus análisis macroeconómicos empíricos.
No obstante, mi argumento no carecía de pruebas, y consideré la concordancia de las diferentes formas de evidencia como un elemento importante de la fuerza de mi argumentación. Las pruebas que invoqué con relación a los cambios en los diferenciales de rendimiento de los bonos corporativos de alta calificación de distintos vencimientos me parecieron tanto sistemáticas como especialmente convincentes, aunque no decisivas debido a que podrían ofrecerse explicaciones alternativas de aquellos cambios. (Consideré varias de esas explicaciones y las rechacé como poco convincentes de una u otra manera.) Recientemente, en mi aplicación del concepto de régimen de incertidumbre para ayudarnos a entender mejor los persistentes problemas económicos desde 2007, nuevamente propuse distintos tipos de pruebas, incluido como antes un análisis de los cambios en las curvas de rendimiento para los bonos corporativos de alta calificación. Esta vez, también, la evidencia es consistente con el argumento subyacente.
A pesar de todo, el argumento difícilmente obtuvo una aceptación generalizada, y la mayor parte de los analistas o bien lo ignoraron por completo o, como Paul Krugman, lo desestimaron como un cuento de hadas—en su opinión, es la clase de idea totalmente ficticia que sólo sería pregonada por las prostitutas de los centros de pensamiento a sueldo de plutócratas republicanos. (Confío en que todos los que me conocen verán cuán de cerca me ajusto a esta descripción.)
Ahora, sin embargo, analistas más respetables que yo han aceptado el reto de demostrar que el régimen de incertidumbre puede ser mensurado de manera sistemática y que el índice resultante “muestra que la incertidumbre de la política estadounidense [está actualmente] en niveles históricamente altos”. Esta investigación ha sido realizada por tres analistas en dos de las preeminentes universidades de investigación del mundo: Scott R. Baker y Nicholas Bloom de la Stanford University, y Steven J. Davis de la University of Chicago. Recomiendo entusiastamente que cualquiera que esté interesado en este tema lea el sumario del 5 de octubre de la investigación de estos analistas, publicado en la web por Bloomberg News.
Algunos aspectos destacados:
• Un factor importante detrás de la débil recuperación y el sombrío panorama es el clima de incertidumbre inducido políticamente. El índice que diseñamos. . . muestra a la incertidumbre política en los EE.UU. en niveles históricamente altos.
• Construimos nuestro índice mediante la combinación de tres tipos de información: la frecuencia de los artículos periodísticos que hacen referencia a la incertidumbre económica y el papel de la política, el número de disposiciones del código tributario federal que vencen en los próximos años, y el grado de desacuerdo entre los pronosticadores acerca de la futura inflación y el gasto gubernamental.
• Nuestro índice muestra prominentes aumentos en la incertidumbre política durante el periodo de las elecciones más importantes, el inicio de las guerras y después de los ataques del 11 de septiembre. Muestra otro incremento tras la quiebra de Lehman Brothers Holding Inc. en septiembre de 2008. La incertidumbre política se ha mantenido en niveles altos desde entonces.
• [L]os datos refutan la opinión de que la incertidumbre económica necesariamente engendra incertidumbre política. En la última década, sin embargo, la política se convirtió en la mayor fuente de movimientos en la incertidumbre económica en general y en una preocupación cada vez más importante para las empresas y los hogares. . . . [L]a persistencia de la incertidumbre política. . . refleja decisiones políticas deliberadas, ataques retóricos perjudiciales contra las empresas y los “millonarios”, el fracaso para abordar reformas de los beneficios sociales y los desequilibrios fiscales, y políticas arriesgadas.
• A fin de identificar a los factores que impulsan la incertidumbre política, indagamos a través de los listados de Google News y cuantificamos los factores que operan. Varios factores son responsables de los altos niveles de incertidumbre política en 2010 y 2011, pero predominan las cuestiones monetarias y tributarias. Las incertidumbres relacionadas con la política sanitaria, las regulaciones laborales, las inquietudes sobre la seguridad nacional y la deuda soberana desempeñan roles que contribuyen.
• Los efectos económicos negativos de la incertidumbre económica operan a través de múltiples canales que se refuerzan. Cuando las familias están temerosas de perder el empleo, los salarios, los impuestos y los fondos de jubilación, recortan los gastos. La caída en el gasto del consumidor significa ventas débiles para las empresas y menor recaudación en concepto del impuesto a las ventas para los gobiernos.
• Cuando las empresas no están seguras acerca de los impuestos, los costos de la atención de la salud y las iniciativas regulatorias, adoptan una postura cautelosa. Dado que es costoso cometer un error al contratar o invertir, muchas compañías esperarán tiempos más tranquilos para expandirse. Si demasiadas empresas esperan, la recuperación nunca despegará. Débiles inversiones en bienes de capital, desarrollo de productos y capacitación de los trabajadores también socavan el crecimiento a más largo plazo.
• Entonces, ¿cuánta mejoría a corto plazo podríamos obtener de un régimen político estable y de mayor certidumbre? Estimamos que la restauración de la incertidumbre política a los niveles de 2006 podría producir un adicional de 2,5 millones de empleos durante 18 meses. No es una solución completa al déficit de puestos de trabajo, pero un gran paso en la dirección correcta.
Véase el informe de los autores para obtener más detalles.
El índice construido y analizado por Baker, Bloom, y Davis, al igual que cualquier índice de este tipo, puede ser criticado de varias formas. El trabajar con esa clase datos y los índices construidos a partir de ellos es una tarea de nunca acabar de corrección y perfeccionamiento para los investigadores empíricos. No obstante, estos analistas han superado el desafío de producir un índice cuantitativo mensurado sistemáticamente del régimen de incertidumbre (la llaman incertidumbre política) durante un largo período, y han presentado argumentos razonables que vinculan los movimientos del índice a específicas medidas políticas y posibilidades futuras. Su evidencia sin duda merece tanto respeto como las estimaciones estándar de las Cuentas de la Renta y Producto Nacionales (NIPA como se las conoce en inglés) elaboradas por la Oficina de Análisis Económico del Departamento de Comercio, que derivan en gran medida de definiciones y supuestos altamente cuestionables y de datos subyacentes sujetos a una diversidad de errores—no obstante, los economistas se engullen todo el tiempo a las NIPA sin atragantarse.
La idea del régimen de incertidumbre contó con una sólida teoría económica y sustancial evidencia empírica para apoyarla desde el principio, y una gran cantidad de evidencia adicional se ha acumulado en los últimos tres años. Sin embargo, los críticos han seguido desechándola, ya sea como una patraña republicana comprada y pagada por multimillonarios que odian a Obama o como una especie de relato de “porque sí” pergeñado por algún don nadie en un centro de pensamiento poco confiable, como este servidor. Ahora, sin embargo, la investigación publicada por Baker, Bloom, y Davis patea con firmeza la pelota de regreso al tribunal de los críticos. No se sorprenda si intentan hacer algo con ella. Si su intento será intelectualmente exitoso es otra cuestión.
Traducido por Gabriel Gasave
Nuevas pruebas significativas sobre el régimen de incertidumbre y el fracaso del gobierno
Cuando introduje el concepto de régimen de incertidumbre en 1997, procurando mejorar nuestra comprensión de la extraordinaria duración de la Gran Depresión, preví que muchas personas—especialmente mis colegas economistas—no darían la bienvenida a esta contribución. Su principal objeción, me aventuré, sería que el concepto seguía siendo demasiado vago y, sobre todo, que no había sido reducido a un índice cuantitativo de la clase con la que los economistas de la corriente mayoritaria trabajan habitualmente, sobre todo en sus análisis macroeconómicos empíricos.
No obstante, mi argumento no carecía de pruebas, y consideré la concordancia de las diferentes formas de evidencia como un elemento importante de la fuerza de mi argumentación. Las pruebas que invoqué con relación a los cambios en los diferenciales de rendimiento de los bonos corporativos de alta calificación de distintos vencimientos me parecieron tanto sistemáticas como especialmente convincentes, aunque no decisivas debido a que podrían ofrecerse explicaciones alternativas de aquellos cambios. (Consideré varias de esas explicaciones y las rechacé como poco convincentes de una u otra manera.) Recientemente, en mi aplicación del concepto de régimen de incertidumbre para ayudarnos a entender mejor los persistentes problemas económicos desde 2007, nuevamente propuse distintos tipos de pruebas, incluido como antes un análisis de los cambios en las curvas de rendimiento para los bonos corporativos de alta calificación. Esta vez, también, la evidencia es consistente con el argumento subyacente.
A pesar de todo, el argumento difícilmente obtuvo una aceptación generalizada, y la mayor parte de los analistas o bien lo ignoraron por completo o, como Paul Krugman, lo desestimaron como un cuento de hadas—en su opinión, es la clase de idea totalmente ficticia que sólo sería pregonada por las prostitutas de los centros de pensamiento a sueldo de plutócratas republicanos. (Confío en que todos los que me conocen verán cuán de cerca me ajusto a esta descripción.)
Ahora, sin embargo, analistas más respetables que yo han aceptado el reto de demostrar que el régimen de incertidumbre puede ser mensurado de manera sistemática y que el índice resultante “muestra que la incertidumbre de la política estadounidense [está actualmente] en niveles históricamente altos”. Esta investigación ha sido realizada por tres analistas en dos de las preeminentes universidades de investigación del mundo: Scott R. Baker y Nicholas Bloom de la Stanford University, y Steven J. Davis de la University of Chicago. Recomiendo entusiastamente que cualquiera que esté interesado en este tema lea el sumario del 5 de octubre de la investigación de estos analistas, publicado en la web por Bloomberg News.
Algunos aspectos destacados:
Véase el informe de los autores para obtener más detalles.
El índice construido y analizado por Baker, Bloom, y Davis, al igual que cualquier índice de este tipo, puede ser criticado de varias formas. El trabajar con esa clase datos y los índices construidos a partir de ellos es una tarea de nunca acabar de corrección y perfeccionamiento para los investigadores empíricos. No obstante, estos analistas han superado el desafío de producir un índice cuantitativo mensurado sistemáticamente del régimen de incertidumbre (la llaman incertidumbre política) durante un largo período, y han presentado argumentos razonables que vinculan los movimientos del índice a específicas medidas políticas y posibilidades futuras. Su evidencia sin duda merece tanto respeto como las estimaciones estándar de las Cuentas de la Renta y Producto Nacionales (NIPA como se las conoce en inglés) elaboradas por la Oficina de Análisis Económico del Departamento de Comercio, que derivan en gran medida de definiciones y supuestos altamente cuestionables y de datos subyacentes sujetos a una diversidad de errores—no obstante, los economistas se engullen todo el tiempo a las NIPA sin atragantarse.
La idea del régimen de incertidumbre contó con una sólida teoría económica y sustancial evidencia empírica para apoyarla desde el principio, y una gran cantidad de evidencia adicional se ha acumulado en los últimos tres años. Sin embargo, los críticos han seguido desechándola, ya sea como una patraña republicana comprada y pagada por multimillonarios que odian a Obama o como una especie de relato de “porque sí” pergeñado por algún don nadie en un centro de pensamiento poco confiable, como este servidor. Ahora, sin embargo, la investigación publicada por Baker, Bloom, y Davis patea con firmeza la pelota de regreso al tribunal de los críticos. No se sorprenda si intentan hacer algo con ella. Si su intento será intelectualmente exitoso es otra cuestión.
Traducido por Gabriel Gasave
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