A pesar de que la Oficina Presupuestaria del Congreso ha estimado que el déficit del presupuesto federal ascenderá a un récord para épocas de paz de 1,5 billones de dólares (trillones en inglés) en 2011, el presidente Barack Obama ha ofrecido una endeble propuesta de congelar el gasto interno discrecional (que no incluye a los enormes programas de prestaciones sociales, tales como el Medicare, el Medicaid y la Seguridad Social) durante cinco años. Esta propuesta suena mucho más audaz de lo que es, en virtud de que las cuentas del gasto discrecional interno representan tan sólo el 12 por ciento del presupuesto federal.
Eso significa que el 88 por ciento del presupuesto, incluyendo los sacrosantos beneficios sociales y el gasto en seguridad, no serán tocados mientras la deuda de los EE.UU. sigue creciendo. ¿Pero el secretario de Defensa Bob Gates no acababa de anunciar que estaba recortando 78 mil millones dólares durante cinco años del presupuesto del Departamento de Defensa (DoD)? Sí, pero solamente en el orwelliano Washington, D.C., un recorte presupuestario es en realidad un aumento del presupuesto. En realidad, para evitar una reducción más profunda, el cauto Gates ofreció solamente reducir los aumentos previstos en los futuros presupuestos del DoD (excluidos los fondos para las guerras de Irak y Afganistán). Así, el presupuesto de defensa no bélico seguirá en aumento año tras año, pero a un ritmo menor que el plan ficticio. Los inteligentes políticos del D.C. utilizan regularmente dichos trucos de prestidigitación presupuestaria para engañar al público y a los recurrentes movimientos ciudadanos a favor de la responsabilidad fiscal, como el Tea Party. Pero de vez en cuando, heroicos recortes presupuestarios son realizados.
Una situación de déficit similar tuvo lugar a comienzos de la década de 1990, cuando el presidente Bill Clinton tuvo que limpiar el desorden de los republicanos, pioneros en pergeñar falsos recortes de impuestos. La administración Reagan inventó el falso recorte impositivo que la última administración de George W. Bush imitó. Si se bajan los impuestos y se incrementa el gasto (contrariamente a la imagen de Reagan como “un conservador del gobierno limitado”, el gasto federal como porcentaje del PBI en verdad se incrementó durante sus dos mandatos), el déficit presupuestario del gobierno entonces tiene que ser manipulado mediante un aumento de impuestos, el endeudamiento que lleva a futuros aumentos de impuestos y a los pagos de intereses, o la impresión de dinero (Reagan hizo las tres cosas). Pero imágenes a un lado, sorprendentemente, Clinton fue un maestro en la reducción del presupuesto, siendo el único presidente desde Harry Truman que realmente redujo el gasto federal por habitante. Convirtió un déficit presupuestario en superávit.
Entonces llegó el más joven de los Bush, quien con su despilfarro hizo que Reagan luciese frugal. Bush recortó los impuestos mientras llevaba adelante dos guerras de edificación de naciones sin sentido, aumentando el presupuesto de defensa de manera dramática, y creando irresponsablemente el primer gran programa de nuevos beneficios sociales desde el programa de la Gran Sociedad de Lyndon Johnson en los años 60. Bush acumuló un programa de medicamentos recetados para adultos mayores sobre un programa de Medicare que ya se hundía financieramente.
Al igual que Nixon yendo a China, a los demócratas, que tienen una reputación relativamente inmerecida de imprudencia fiscal (desde Truman, los datos reales muestran que los presidentes demócratas tienen un historial fiscal mucho mejor que sus contrapartes republicanos), usualmente les resulta más fácil hacer recortes presupuestarios (probablemente debido a que su historial es mejor). Sin embargo, hasta ahora, Obama ha sido una gran decepción sobre el particular. Su masiva ley de “estímulo” repleta de negociados*—supuestamente necesaria para que una economía venida a menos tomase un envión keynesiano tras el cataclismo de la crisis que reventó las burbujas de la era Bush—meramente empeoró el ya monstruoso déficit presupuestario de Bush. Y aunque Obama ha supervisado una reducción neta de las fuerzas estadounidenses en las guerra en el extranjero (retirando significativas fuerzas de Irak mientras realizaba una escalaba más moderada en Afganistán), esto conflictos aciagos siguen drenando el tesoro y socavando la seguridad de los EE.UU. al engrosar las filas de los terroristas islamistas encolerizados con la ocupación estadounidense de tierras musulmanas.
Uno de los principales impedimentos que tiene Obama para cumplir con la tradición de su partido de una relativa responsabilidad fiscal es su aparente creencia en la keynesiana reactivación gubernamental de la economía, que ha sido muy criticada en los círculos académicos. Al parecer considera que los recortes del gasto público arrojarán nuevamente a la economía a una recesión. Sin embargo, a Gran Bretaña y Alemania, que se encuentran promulgando importantes recortes presupuestarios, todavía parece que les está yendo mejor económicamente que a sus hermanos europeos. Esto se debe a que la responsabilidad fiscal del gobierno usualmente restablece la confianza de las empresas, los inversores y el consumidor.
El presupuesto de Obama no ofreció ninguna nueva propuesta dramática para reducir el gasto gubernamental (e incluso ofreció algunas iniciativas dispersas de nuevos gastos). Para mantener el espíritu bipartidista tras el intento de asesinato de la legisladora Gabrielle Giffords y también para evitar la lucha partidista sobre las prioridades del gasto, que atascarán y es probable que finalmente aniquilarán cualquier recorte presupuestario significativo, todos los programas del gobierno deberían ser reducidos en un 15 por ciento desde el nivel del presupuesto del año pasado, incluidos los hasta ahora sagrados programas de defensa y prestaciones sociales. Estas reducciones podrían justificarse diciendo que “nos enfrentamos a un Armagedón fiscal, y todos tienen que sacrificarse”.
Y esto puede ser apenas el inicio de un recorte del presupuesto que con el tiempo será necesario. Pero el pueblo estadounidense probablemente percibirá a un recorte en todos los niveles como justo y, dada la casi insolvencia del país, aceptará la extrema necesidad de compartir el sacrificio.
Traducido por Gabriel Gasave
*Nota del Traductor:
El termino original en inglés es “pork” aludiendo a uno de los significados que esa palabra tiene en ese idioma y que hace referencia a la expoliación legal que los gobiernos realizan para favorecer a distintos intereses sectoriales, a fin de lograr su respaldo. Tal como la grasa porcina, esos subsidios o actos de redistribución de los recursos públicos van abriéndose paso al “aceitar” su camino en la sociedad.
Recortes del gasto en todos los niveles son necesarios para evitar el Armagedón fiscal
A pesar de que la Oficina Presupuestaria del Congreso ha estimado que el déficit del presupuesto federal ascenderá a un récord para épocas de paz de 1,5 billones de dólares (trillones en inglés) en 2011, el presidente Barack Obama ha ofrecido una endeble propuesta de congelar el gasto interno discrecional (que no incluye a los enormes programas de prestaciones sociales, tales como el Medicare, el Medicaid y la Seguridad Social) durante cinco años. Esta propuesta suena mucho más audaz de lo que es, en virtud de que las cuentas del gasto discrecional interno representan tan sólo el 12 por ciento del presupuesto federal.
Eso significa que el 88 por ciento del presupuesto, incluyendo los sacrosantos beneficios sociales y el gasto en seguridad, no serán tocados mientras la deuda de los EE.UU. sigue creciendo. ¿Pero el secretario de Defensa Bob Gates no acababa de anunciar que estaba recortando 78 mil millones dólares durante cinco años del presupuesto del Departamento de Defensa (DoD)? Sí, pero solamente en el orwelliano Washington, D.C., un recorte presupuestario es en realidad un aumento del presupuesto. En realidad, para evitar una reducción más profunda, el cauto Gates ofreció solamente reducir los aumentos previstos en los futuros presupuestos del DoD (excluidos los fondos para las guerras de Irak y Afganistán). Así, el presupuesto de defensa no bélico seguirá en aumento año tras año, pero a un ritmo menor que el plan ficticio. Los inteligentes políticos del D.C. utilizan regularmente dichos trucos de prestidigitación presupuestaria para engañar al público y a los recurrentes movimientos ciudadanos a favor de la responsabilidad fiscal, como el Tea Party. Pero de vez en cuando, heroicos recortes presupuestarios son realizados.
Una situación de déficit similar tuvo lugar a comienzos de la década de 1990, cuando el presidente Bill Clinton tuvo que limpiar el desorden de los republicanos, pioneros en pergeñar falsos recortes de impuestos. La administración Reagan inventó el falso recorte impositivo que la última administración de George W. Bush imitó. Si se bajan los impuestos y se incrementa el gasto (contrariamente a la imagen de Reagan como “un conservador del gobierno limitado”, el gasto federal como porcentaje del PBI en verdad se incrementó durante sus dos mandatos), el déficit presupuestario del gobierno entonces tiene que ser manipulado mediante un aumento de impuestos, el endeudamiento que lleva a futuros aumentos de impuestos y a los pagos de intereses, o la impresión de dinero (Reagan hizo las tres cosas). Pero imágenes a un lado, sorprendentemente, Clinton fue un maestro en la reducción del presupuesto, siendo el único presidente desde Harry Truman que realmente redujo el gasto federal por habitante. Convirtió un déficit presupuestario en superávit.
Entonces llegó el más joven de los Bush, quien con su despilfarro hizo que Reagan luciese frugal. Bush recortó los impuestos mientras llevaba adelante dos guerras de edificación de naciones sin sentido, aumentando el presupuesto de defensa de manera dramática, y creando irresponsablemente el primer gran programa de nuevos beneficios sociales desde el programa de la Gran Sociedad de Lyndon Johnson en los años 60. Bush acumuló un programa de medicamentos recetados para adultos mayores sobre un programa de Medicare que ya se hundía financieramente.
Al igual que Nixon yendo a China, a los demócratas, que tienen una reputación relativamente inmerecida de imprudencia fiscal (desde Truman, los datos reales muestran que los presidentes demócratas tienen un historial fiscal mucho mejor que sus contrapartes republicanos), usualmente les resulta más fácil hacer recortes presupuestarios (probablemente debido a que su historial es mejor). Sin embargo, hasta ahora, Obama ha sido una gran decepción sobre el particular. Su masiva ley de “estímulo” repleta de negociados*—supuestamente necesaria para que una economía venida a menos tomase un envión keynesiano tras el cataclismo de la crisis que reventó las burbujas de la era Bush—meramente empeoró el ya monstruoso déficit presupuestario de Bush. Y aunque Obama ha supervisado una reducción neta de las fuerzas estadounidenses en las guerra en el extranjero (retirando significativas fuerzas de Irak mientras realizaba una escalaba más moderada en Afganistán), esto conflictos aciagos siguen drenando el tesoro y socavando la seguridad de los EE.UU. al engrosar las filas de los terroristas islamistas encolerizados con la ocupación estadounidense de tierras musulmanas.
Uno de los principales impedimentos que tiene Obama para cumplir con la tradición de su partido de una relativa responsabilidad fiscal es su aparente creencia en la keynesiana reactivación gubernamental de la economía, que ha sido muy criticada en los círculos académicos. Al parecer considera que los recortes del gasto público arrojarán nuevamente a la economía a una recesión. Sin embargo, a Gran Bretaña y Alemania, que se encuentran promulgando importantes recortes presupuestarios, todavía parece que les está yendo mejor económicamente que a sus hermanos europeos. Esto se debe a que la responsabilidad fiscal del gobierno usualmente restablece la confianza de las empresas, los inversores y el consumidor.
El presupuesto de Obama no ofreció ninguna nueva propuesta dramática para reducir el gasto gubernamental (e incluso ofreció algunas iniciativas dispersas de nuevos gastos). Para mantener el espíritu bipartidista tras el intento de asesinato de la legisladora Gabrielle Giffords y también para evitar la lucha partidista sobre las prioridades del gasto, que atascarán y es probable que finalmente aniquilarán cualquier recorte presupuestario significativo, todos los programas del gobierno deberían ser reducidos en un 15 por ciento desde el nivel del presupuesto del año pasado, incluidos los hasta ahora sagrados programas de defensa y prestaciones sociales. Estas reducciones podrían justificarse diciendo que “nos enfrentamos a un Armagedón fiscal, y todos tienen que sacrificarse”.
Y esto puede ser apenas el inicio de un recorte del presupuesto que con el tiempo será necesario. Pero el pueblo estadounidense probablemente percibirá a un recorte en todos los niveles como justo y, dada la casi insolvencia del país, aceptará la extrema necesidad de compartir el sacrificio.
Traducido por Gabriel Gasave
*Nota del Traductor:
El termino original en inglés es “pork” aludiendo a uno de los significados que esa palabra tiene en ese idioma y que hace referencia a la expoliación legal que los gobiernos realizan para favorecer a distintos intereses sectoriales, a fin de lograr su respaldo. Tal como la grasa porcina, esos subsidios o actos de redistribución de los recursos públicos van abriéndose paso al “aceitar” su camino en la sociedad.
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