Con el justificado despido del general Stanley McChrystal y su sustitución con David Petraeus, el superdotado de Irak, es como si la gente estuviese aguardando una segunda llegada de Jesús en Afganistán. Por desgracia, el reemplazo puede ser similar al segundo retorno del milagroso Joe Gibbs como entrenador del equipo de los Pieles Rojas de Washington.
Aunque los burlones comentarios de McChrystal sobre funcionarios de alta jerarquía de la administración Obama no fueron tan malos como los intentos del general Douglas MacArthur por socavar los esfuerzos del presidente Harry Truman de impedir que la Guerra de Corea se convirtiese en una guerra nuclear contra China, tal insubordinación de un oficial militar para con la estructura de mando civil no puede ser tolerada en una república. Si los es, el país no podrá ser una república por mucho tiempo. Así es que incluso muchos republicanos no chillaron por el despido de McChrystal.
Ellos, y casi todos los demás en Washington, se sintieron consolados, incluso eufóricos, con el hecho de que el general David Petraeus, el héroe de la guerra de Irak, fuera reciclado para comandar a las fuerzas de los EE.UU. y la OTAN en Afganistán. Todo el mundo está esperando una repetición de la reducción de la violencia que logró en Irak.
Por supuesto, Petraeus es parcialmente responsable de esa reducción de la violencia, pero no por las razones que comúnmente se cree. La sabiduría popular es que la estrategia contra la guerra de guerrillas de Petraeus—ganar los corazones y las mentes de la población local en vez volar en pedazos a los insurgentes y al mismo tiempo matando a muchos civiles (esta estrategia está siendo trasplantada ahora en Afganistán)—fue la causa del aumento de la estabilidad en Irak. De hecho, pagarle a los insurgentes iraquíes sunitas para que luchasen contra al-Qaeda en vez de contra las fuerzas estadounidenses y la limpieza étnica anterior que separó a los grupos beligerantes de sunitas y chitas fueron los principales factores que condujeron a la reducción de la violencia en Irak, según muchos expertos en contrainsurgencia. El soborno a corto plazo de Petraeus probablemente ni siquiera se mantenga en Irak. El problema real son las fisuras etno-sectarias que probablemente se reavivarán una vez que los Estados Unidos se marchen. Al financiar y armar a los sunitas, así como también a los chitas y kurdos iraquíes, Petraeus, a fin de lograr éxitos a corto plazo en la estabilidad, puede sin darse cuenta terminar empeorando la guerra etno-sectaria tras la retirada de los Estados Unidos.
Incluso si aceptamos las dudosas proposiciones de que los peores días de Irak están detrás suyo y que la estrategia de contrainsurgencia de Petraeus es la responsable primaria de la reducción de la violencia, los medios de comunicación escépticos se siguen preguntando sí puede ser trasplantada a Afganistán. Después de todo, incluso muchos efectivos estadounidenses se quejan de que su número de víctimas está subiendo debido a que no se les permite combatir al enemigo, para no poner así en peligro a civiles y arruinar la estrategia de los “corazones y mentes”. La estrategia de contrainsurgencia ha sido adoptada hasta el punto en que los Estados Unidos incluso anuncian sus ofensivas con antelación, esperando que tanto el Talibán como los civiles huyan del área.
Las tropas estadounidenses tienen razón acerca de que existe una suerte de compensación entre las bajas de los EE.UU. y las víctimas civiles locales; cuando las bajas civiles se reducen, los militares de los EE.UU. las padecen más, y viceversa. Los dos “centros de gravedad” más importantes en cualquier guerra contra las guerrillas son la opinión de los civiles en la nación ocupada y la opinión pública en el país del ocupante. Pero para ganar la popularidad local, los militares de los EE.UU. deben incurrir en un mayor número de bajas—como está ocurriendo actualmente—lo que conduce a la erosión del apoyo a la guerra en los Estados Unidos. Como era de esperar, la mayoría de los estadounidenses se han vuelto ariscos respecto de la guerra de Afganistán tras nueve años de conflicto.
A pesar de padecer un mayor número de bajas, sin embargo, los Estados Unidos no parecen tampoco estar ganando muchos corazones y mentes afganas. Las campañas de contrainsurgencia rara vez son eficaces por varias razones, siendo la principal el hecho de que es difícil moverse siendo considerado un ocupante extranjero. En Afganistán, incluso el brutal Talibán cuenta con mucho apoyo en la comunidad pastún—la tribu que históricamente han sido dominante en el país—porque el grupo es considerado como un defensor de la tribu contra el gobierno afgano, que es percibido como controlado por los uzbekos y los tayikos.
Entre otros problemas que enfrentan los ocupantes extranjeros se incluye el hecho de que una contrainsurgencia es mucho más costosa de llevar a cabo que la insurgencia, los extranjeros suelen tener dificultades para entender la cultura local, los locales saben que los extranjeros eventualmente se marcharán y que ellos tendrán que lidiar con los insurgentes locales, las organizaciones gubernamentales especializadas en el combate no se encuentran bien adecuadas para la difícil tarea de construir una nación, y las ágiles y no burocráticas guerrillas pueden adaptarse más rápido a los cambios en el campo de batalla que los gobiernos de la nación anfitriona y el ocupante extranjero.
Por lo tanto, la segunda llegada de Petraeus puede en cambio parecerse al retorno del histórico entrenador de los Pieles Rojas de Washington, Joe Gibbs. A pesar de haber estado en cuatro Super Bowls durante su primer periodo como entrenador, su resurrección fracasó debido a que la NFL a la que regresó no era la misma que había dejado. Para Petraeus, Afganistán no es Irak.
Traducido por Gabriel Gasave
La segunda llegada de Petraeus
Con el justificado despido del general Stanley McChrystal y su sustitución con David Petraeus, el superdotado de Irak, es como si la gente estuviese aguardando una segunda llegada de Jesús en Afganistán. Por desgracia, el reemplazo puede ser similar al segundo retorno del milagroso Joe Gibbs como entrenador del equipo de los Pieles Rojas de Washington.
Aunque los burlones comentarios de McChrystal sobre funcionarios de alta jerarquía de la administración Obama no fueron tan malos como los intentos del general Douglas MacArthur por socavar los esfuerzos del presidente Harry Truman de impedir que la Guerra de Corea se convirtiese en una guerra nuclear contra China, tal insubordinación de un oficial militar para con la estructura de mando civil no puede ser tolerada en una república. Si los es, el país no podrá ser una república por mucho tiempo. Así es que incluso muchos republicanos no chillaron por el despido de McChrystal.
Ellos, y casi todos los demás en Washington, se sintieron consolados, incluso eufóricos, con el hecho de que el general David Petraeus, el héroe de la guerra de Irak, fuera reciclado para comandar a las fuerzas de los EE.UU. y la OTAN en Afganistán. Todo el mundo está esperando una repetición de la reducción de la violencia que logró en Irak.
Por supuesto, Petraeus es parcialmente responsable de esa reducción de la violencia, pero no por las razones que comúnmente se cree. La sabiduría popular es que la estrategia contra la guerra de guerrillas de Petraeus—ganar los corazones y las mentes de la población local en vez volar en pedazos a los insurgentes y al mismo tiempo matando a muchos civiles (esta estrategia está siendo trasplantada ahora en Afganistán)—fue la causa del aumento de la estabilidad en Irak. De hecho, pagarle a los insurgentes iraquíes sunitas para que luchasen contra al-Qaeda en vez de contra las fuerzas estadounidenses y la limpieza étnica anterior que separó a los grupos beligerantes de sunitas y chitas fueron los principales factores que condujeron a la reducción de la violencia en Irak, según muchos expertos en contrainsurgencia. El soborno a corto plazo de Petraeus probablemente ni siquiera se mantenga en Irak. El problema real son las fisuras etno-sectarias que probablemente se reavivarán una vez que los Estados Unidos se marchen. Al financiar y armar a los sunitas, así como también a los chitas y kurdos iraquíes, Petraeus, a fin de lograr éxitos a corto plazo en la estabilidad, puede sin darse cuenta terminar empeorando la guerra etno-sectaria tras la retirada de los Estados Unidos.
Incluso si aceptamos las dudosas proposiciones de que los peores días de Irak están detrás suyo y que la estrategia de contrainsurgencia de Petraeus es la responsable primaria de la reducción de la violencia, los medios de comunicación escépticos se siguen preguntando sí puede ser trasplantada a Afganistán. Después de todo, incluso muchos efectivos estadounidenses se quejan de que su número de víctimas está subiendo debido a que no se les permite combatir al enemigo, para no poner así en peligro a civiles y arruinar la estrategia de los “corazones y mentes”. La estrategia de contrainsurgencia ha sido adoptada hasta el punto en que los Estados Unidos incluso anuncian sus ofensivas con antelación, esperando que tanto el Talibán como los civiles huyan del área.
Las tropas estadounidenses tienen razón acerca de que existe una suerte de compensación entre las bajas de los EE.UU. y las víctimas civiles locales; cuando las bajas civiles se reducen, los militares de los EE.UU. las padecen más, y viceversa. Los dos “centros de gravedad” más importantes en cualquier guerra contra las guerrillas son la opinión de los civiles en la nación ocupada y la opinión pública en el país del ocupante. Pero para ganar la popularidad local, los militares de los EE.UU. deben incurrir en un mayor número de bajas—como está ocurriendo actualmente—lo que conduce a la erosión del apoyo a la guerra en los Estados Unidos. Como era de esperar, la mayoría de los estadounidenses se han vuelto ariscos respecto de la guerra de Afganistán tras nueve años de conflicto.
A pesar de padecer un mayor número de bajas, sin embargo, los Estados Unidos no parecen tampoco estar ganando muchos corazones y mentes afganas. Las campañas de contrainsurgencia rara vez son eficaces por varias razones, siendo la principal el hecho de que es difícil moverse siendo considerado un ocupante extranjero. En Afganistán, incluso el brutal Talibán cuenta con mucho apoyo en la comunidad pastún—la tribu que históricamente han sido dominante en el país—porque el grupo es considerado como un defensor de la tribu contra el gobierno afgano, que es percibido como controlado por los uzbekos y los tayikos.
Entre otros problemas que enfrentan los ocupantes extranjeros se incluye el hecho de que una contrainsurgencia es mucho más costosa de llevar a cabo que la insurgencia, los extranjeros suelen tener dificultades para entender la cultura local, los locales saben que los extranjeros eventualmente se marcharán y que ellos tendrán que lidiar con los insurgentes locales, las organizaciones gubernamentales especializadas en el combate no se encuentran bien adecuadas para la difícil tarea de construir una nación, y las ágiles y no burocráticas guerrillas pueden adaptarse más rápido a los cambios en el campo de batalla que los gobiernos de la nación anfitriona y el ocupante extranjero.
Por lo tanto, la segunda llegada de Petraeus puede en cambio parecerse al retorno del histórico entrenador de los Pieles Rojas de Washington, Joe Gibbs. A pesar de haber estado en cuatro Super Bowls durante su primer periodo como entrenador, su resurrección fracasó debido a que la NFL a la que regresó no era la misma que había dejado. Para Petraeus, Afganistán no es Irak.
Traducido por Gabriel Gasave
AfganistánDefensa y política exteriorIrak
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