Una reciente encuesta del Wall Street Journal da cuenta de que si las elecciones de mitad de termino de 2022 se celebraran hoy, alrededor del 37% de los votantes hispanos/latinos probablemente apoyaría al candidato republicano. Un número similar de los encuestados se pronunció a favor de los demócratas.
Quizás la clave sea ese 22 por ciento que permanece "indeciso" y que ilustra que el voto hispano, tradicionalmente demócrata, está ahora para cualquiera.
Recordemos que hace apenas un año alrededor del 60 por ciento de los hispanos votaron en contra de Donald Trump y de los candidatos republicanos en general. Y por el mismo margen, según los sondeos a boca de urna, votaron en contra de la revocación del mandato del gobernador de California Gavin Newsom, más o menos la misma proporción que el voto de los blancos. Sin embargo, un margen de 60-40% a favor de Newsom entre los hispanos, mayoritariamente demócratas, fue sorprendente por su erosión de un electorado demócrata que solía mantenerse invariable.
Lo más interesante es que las encuestas del Wall Street Journal también mostraron que ante un potencial (pero probablemente improbable) enfrentamiento entre Biden y Trump en 2024, los votantes hispanos se dividirían casi por igual (44% para Biden, 43% para Trump). ¿Están entonces los hispanos siguiendo la trayectoria de los blancos de clase media que han abandonado en masa al Partido Demócrata y han ayudado a redefinir al Partido Republicano como un movimiento más populista y de clase trabajadora?
En virtud de que casi se ha detenido la nueva inmigración entre los cubanos conservadores, y que todavía hay un número relativamente bajo de arribos de venezolanos, estos cambios sugieren transformaciones radicales entre los votantes hispanos de segunda y tercera generación. Y lo que es más importante, si la frontera llegara a cerrarse de facto, como estuvo a punto de ocurrir a principios de 2020, el cambio ideológico hacia la derecha probablemente se aceleraría. Habría menos recién llegados profesando su lealtad al Partido Demócrata por no exigir el cumplimiento de las leyes de inmigración y ampliar los beneficios sociales. En cambio, es probable que veamos una mayor asimilación e integración de los ascendentes y cada vez más conservadores hispanos de segunda y tercera generación.
¿Descontentos con Biden?
Por lo tanto, si las encuestas del Wall Street Journal son de algún modo precisas -y otros sondeos han sugerido las mismas tendencias-, ¿qué ha sucedido y por qué ahora? Después de todo, los jerarcas republicanos a favor de la apertura de las fronteras llevan una generación prediciendo erróneamente que los hispanos pronto votarían de forma conservadora, si tan sólo su partido impulsara una "reforma migratoria integral" a la que muchos consideraban un eufemismo para amnistías generales y confines abiertos.
Obviamente, los últimos 11 meses de gobierno demócrata han sido considerados desastrosos por todos los votantes, incluidos los hispanos. Ninguna de las iniciativas de Biden sobre el crimen, la inflación, la energía, la frontera, la política exterior o las relaciones raciales están funcionando o son populares. El público, independientemente de la raza, siente probablemente que la mayoría de estas crisis no son, como alega la izquierda, atribuibles a un Donald Trump que se marchó hace rato o al COVID-19, sino a Joe Biden y a la izquierda dura que parece ejercer control sobre él.
La frontera sur fue una vez segura. El muro estaba progresando, hasta que Biden lo detuvo y permitió el ingreso programado de 2 millones de personas en una época de pandemia. No exigió a los extranjeros ilegales ni pruebas virales ni vacunas. Los soldados estadounidenses y los trabajadores federales, en contraposición, no gozan de tales exenciones.
Afganistán era estable en enero de 2021, hasta que unos meses más tarde Biden se retiró deliberadamente sin avisar, dejando a los talibanes una embajada de 1.000 millones de dólares (billón en inglés); una enorme base aérea renovada de 300 millones de dólares; y más de 80 millones de dólares en armamento avanzado.
La inflación era baja hasta que Biden anunció una serie de iniciativas que, si se aprueban, significarán probablemente la impresión de 5 billones (trillones en inglés) de nuevos dólares en un momento de demanda reprimida, interrupciones en la cadena de abastecimiento, aumentos de impuestos y más regulaciones, y subsidios contraproducentes para pagar a personas ociosas para que no vuelvan a trabajar. Los votantes pueden percibir que la insoportable subida actual de los precios no es transitoria ni estática, sino el anticipo de una estanflación mucho peor que se avecina.
Los precios de la gasolina eran baratos hasta que Biden advirtió a los productores de gas y petróleo que sus días estaban contados y que sus costes regulatorios y fiscales se dispararían. En menos de un año, canceló los nuevos arrendamientos de petróleo en tierras federales. Cerró oleoductos y prohibió el acceso a todo el yacimiento de ANWAR (Sigla en inglés para el Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico, al noroeste de Alaska), mientras sus allegados se jactaban de que en una década el gas y el petróleo serían superfluos.
Peor aún, la administración parece despreocupada por las subas de los precios de la energía. De hecho, a la élite verde de la izquierda le agradan los precios más altos de los combustibles fósiles, para desalentar su uso entre las clases medias. Aun así, Biden encontró una manera de humillarse al rogarle a los autocráticos rusos y saudíes que bombeen más del combustible que su administración parece odiar.
De modo tal que los votantes hispanos, como la mayoría de sus compatriotas, están enfadados porque pagan más por las cosas de la vida diaria: comida, automóviles, vivienda y combustible.
Como un petulante candidato en campaña, Joe Biden personalizó al COVID-19 como de exclusiva responsabilidad de quien ocupase el cargo de presidente. Era barato y fácil de hacer en las últimas elecciones: las vacunas estaban a punto de salir al mercado, y ya se las anunciaba como el "fin" del virus. La variante Delta era desconocida. El número de casos y de defunciones comenzaba a descender.
Luego a Biden le salió el tiro por la culata, ya que actualmente han fallecido más personas bajo su mandato -a pesar de haber heredado las inoculaciones masivas- que bajo la administración Trump. Los asistentes de Biden se apresuran tanto a culpar al exmandatario Trump por el número de muertos de 2021 como a afirmar que un presidente tiene poco control sobre una epidemia. Su trillado mantra de más mascarillas significa poco. Pero sus característicos cierres significaron un gran sufrimiento para aquellos con presupuestos de clase media, con niños de repente de vuelta en la casa en hogares donde de pronto se pasó a contar con un solo ingreso y con la necesidad de supervisión por parte de sus progenitores en el horario de 9 a 5.
Finalmente, a nadie le gusta reprogramar todo su estilo de vida de compras y de conducción para adaptarse a los delincuentes que saquean, roban automóviles y asaltan en las principales ciudades y suburbios con aparente impunidad, impulsados por la ideología de izquierdas.
En otras palabras, los desastres de Biden de febrero a diciembre explican sin duda el descontento hispano a corto plazo.
Asimilación, integración y matrimonios mixtos al estilo italiano
Pero lo que preocupa a la izquierda es también su sensación de que el desencanto de los hispanos con los demócratas no es transitorio, sino que se está convirtiendo en algo permanente, y quizás esté creciendo debido a causas existenciales más allá de la fallida presidencia de Biden y los desastres que infligió al pueblo estadounidense.
Las encuestas podrían ser incluso peores de lo que parecen, al menos en con relación al Colegio Electoral. La mitad de los hispanos que todavía apoyan a los demócratas probablemente ya viven en estados electoralmente azules como California, Illinois, Nuevo México, Nueva York y Nueva Jersey; mientras que los que se están pasando al conservadurismo pueden mantener Florida y Texas en rojo (color con que se identifica a los Republicanos), al tiempo que influyen en el voto de estados oscilantes como Arizona y Georgia.
Los hispanos también están siguiendo las tendencias establecidas por los inmigrantes italianos de los siglos XIX y XX. Ellos también arribaron pobres y católicos, y necesitados del apoyo estatal, pero eran de manera innata similarmente emprendedores, centrados en la familia y tradicionales. Hoy en día, la ascendencia italiana -ya sea un Cuomo o un Giuliani- no brinda más un indicio de afinidad política. Del mismo modo, cuanto más asciendan los hispanos a las clases media y media-alta, se conviertan en propietarios de viviendas en los suburbios y exijan escuelas más competitivas, más votarán contra las fronteras abiertas, los beneficios sociales, la espiral de impuestos, la inflación, la delincuencia, los espantosas colegios, los altos costes energéticos y una política exterior que se traduce en una humillación nacional.
La masiva inmigración ilegal no es sólo un problema de los hispanos. Olvidamos que la inmigración ilegal es cada vez más un fenómeno de árabes, africanos y asiáticos. En otras palabras, a medida que los inmigrantes ilegales se diversifiquen y lleguen en mayor número, los hispanos reaccionarán como lo hace la mayoría de los estadounidenses: con preocupación por la delincuencia, la aplicación desigual de la ley, los servicios sociales solventados con impuestos, las pandillas y la dificultad de asimilación e integración, especialmente cuando los hispanohablantes que llegan tienden a asentarse entre poblaciones hispanas establecidas.
De manera creciente, estos últimos suelen ser sólidamente de clase media, a menudo casados con no hispanos, ya no hablan español y nunca han estado al sur de la frontera. Como tales, no están deseosos de tener pandilleros centroamericanos en sus escuelas suburbanas o servicios sociales abarrotados, o de tener más preocupaciones por los no vacunados en una época de mutaciones virales.
¿Qué hará la izquierda? No se moderará, ni cambiará de posición, al estilo de Bill Clinton, para preservar su fracturada coalición. Si las deserciones hispanas aumentan, la izquierda bien podría desear una frontera cerrada, al estilo del Partido Demócrata de los años 90. La izquierda se encuentra en un dilema por haber fomentado deliberadamente la inmigración ilegal en aras de obtener beneficios a corto plazo, mientras que es consciente de que ella probablemente será un bumerán a largo plazo.
Las "Karen", la Nomenclatura de ambas costas y los regaños obsesivos-compulsivos de la izquierda
A medida que los hispanos lentamente se desprenden de sus anteriores lealtades étnicas, y de hecho un numero creciente de ellos no siempre se auto identifica como hispanos, también desarrollarán mayores afinidades de clase -y quizás se unan a los desencantados votantes blancos de clase trabajadora que cada vez más han abandonado el elitismo ventajero del Partido Demócrata. Y, así como los tontos y las escorias de la clase trabajadora desprecian a los intelectuales condescendientes y a los ilustres de los clubes de campo del viejo Partido Republicano, los hispanos probablemente se resientan de las minorías profesionales de izquierdas que emulan el elitismo de las clases blancas.
Las afiliaciones políticas nunca se basan totalmente en la economía, la política exterior, la delincuencia o las cuestiones culturales. El espíritu y el estado de ánimo de las personas y las políticas también importan.
En los últimos 30 años, la élite del Partido Demócrata ha estado compuesta cada vez más por las incestuosas clases políticas profesionales de altos ingresos, mayoritariamente blancas, la permanente burocracia gubernamental, celebridades, individuos orgullosos de su educación universitaria, profesionales con títulos de posgrado, la alta nomenclatura de ambas costas, y por supuesto, los multimillonarios y oligarcas de la tecnología, los medios de comunicación y Wall Street, y sus ruidosos dependientes.
Los conocemos en la cultura popular por sus caricaturas y estereotipos como los mimados políticos de izquierda como Gavin Newsom; los despistados y engreídos, pero mal educados, periodistas; las quisquillosas Karen que le gritan a aquellos que no usan máscara al aire libre; los expertos universitarios recién graduados que con una voz nasal hablan monótonamente sobre todos los cambios radicales que debemos padecer mientras estos treintañeros nos sermonean respecto de todo, desde el cambio climático hasta el reciclaje de alimentos echados a perder; los académicos que deforman la investigación de manera ambiciosa a fin de llegar a conclusiones correctas predeterminadas; los mocosos escritores deportivos; los medios de comunicación corruptos "verificadores de hechos"; los autoproclamados amos del universo como Bill Gates y Mark Zuckerberg; y los burócratas de toda la vida como los Brennan, los Clapper, los Comey, los Fauci y los Milley.
Todas estas élites de izquierda, en su mayoría blancas, tienen algo en común: resultan ser interesadas, neuróticas, condescendientes, egoístas y altaneras. Regañan a las clases medias con un desprecio mal disimulado. Y se sienten exentas en virtud de sus títulos, grados, dinero o influencia de los mismos mandatos que imponen a los demás. Cada vez que sus contrapartes de la élite minoritaria en la televisión, en los medios de comunicación y en la política machacan acerca de los "privilegios de los blancos", ponen de manifiesto su propio malestar con sus homólogos blancos de la clase profesional, no con las clases trabajadoras blancas a las que tildan de deplorables y aferradas, pero a las que nunca ven.
Así que gran parte de los ascendentes hispanos no tienen mucho en común con las presunciones de la terrateniente Pelosi, la hipocresía de Newsom cenando en el costoso restaurante The French Laundry, o el parlanchín tono nerd de un noble de Silicon Valley, abocados a permitir que los negros, hispanos y aquellos que no son blancos sepan lo afortunados que son de contar con dichos divinos líderes progresistas e iluminados, que pueden decirles qué pensar sobre el cambio climático, el aborto en el tercer trimestre, la diversidad, la igualdad y la inclusión, la transexualidad y la teoría crítica legal y racial.
Estos cuadros de escritorio sermonean al contratista de jardinería hispano que se ha hecho a sí mismo y tiene 20 empleados sobre cómo debería vivir y qué debería pensar. Estos son los que regañan al camionero de larga distancia hispano por consumir demasiados combustibles fósiles y le aseguran que su camión diésel recién adquirido estará obsoleto en pocos años. Son los que parecen señalar a la empresaria -a la que le acaban de robar el catalizador de su camioneta recién comprada- que el delito no es gran cosa, y que los delincuentes no tienen que pagar una fianza, ni cumplir condena alguna, ni siquiera ser detenidos.
Estos futuristas y utópicos de izquierdas que se preocupan poco por el aquí y el ahora de otros menos afortunados eventualmente inspiran una antipatía visceral entre los miembros de la clase media de todas las razas y etnias. Este rechazo sigue a las anteriores deserciones de blancos del Partido Demócrata de la primera década de 2000 y al comienzo de la aversión de los hombres negros a la izquierda, así como el distanciamiento del Partido Republicano de su anterior elitismo caricaturesco para convertirse en una alternativa receptiva y más populista.
En síntesis, los encuestadores sofisticados descubrirán sin duda todos los problemas que alejan a los hispanos de los demócratas. Pero uno intangible que no aparecerá y no puede ser calibrado tan fácilmente por los datos es la arrogancia, la antipatía y la ineptitud de la nueva élite demócrata de izquierdas de ambas costas que exige una lealtad incondicional de aquellos a los que "ayudan" pero con los que, por otra parte, no tienen ningún deseo de asociarse.
Traducido por Gabriel Gasave
¿Por qué los hispanos abandonarán a la izquierda?
Una reciente encuesta del Wall Street Journal da cuenta de que si las elecciones de mitad de termino de 2022 se celebraran hoy, alrededor del 37% de los votantes hispanos/latinos probablemente apoyaría al candidato republicano. Un número similar de los encuestados se pronunció a favor de los demócratas.
Quizás la clave sea ese 22 por ciento que permanece "indeciso" y que ilustra que el voto hispano, tradicionalmente demócrata, está ahora para cualquiera.
Recordemos que hace apenas un año alrededor del 60 por ciento de los hispanos votaron en contra de Donald Trump y de los candidatos republicanos en general. Y por el mismo margen, según los sondeos a boca de urna, votaron en contra de la revocación del mandato del gobernador de California Gavin Newsom, más o menos la misma proporción que el voto de los blancos. Sin embargo, un margen de 60-40% a favor de Newsom entre los hispanos, mayoritariamente demócratas, fue sorprendente por su erosión de un electorado demócrata que solía mantenerse invariable.
Lo más interesante es que las encuestas del Wall Street Journal también mostraron que ante un potencial (pero probablemente improbable) enfrentamiento entre Biden y Trump en 2024, los votantes hispanos se dividirían casi por igual (44% para Biden, 43% para Trump). ¿Están entonces los hispanos siguiendo la trayectoria de los blancos de clase media que han abandonado en masa al Partido Demócrata y han ayudado a redefinir al Partido Republicano como un movimiento más populista y de clase trabajadora?
En virtud de que casi se ha detenido la nueva inmigración entre los cubanos conservadores, y que todavía hay un número relativamente bajo de arribos de venezolanos, estos cambios sugieren transformaciones radicales entre los votantes hispanos de segunda y tercera generación. Y lo que es más importante, si la frontera llegara a cerrarse de facto, como estuvo a punto de ocurrir a principios de 2020, el cambio ideológico hacia la derecha probablemente se aceleraría. Habría menos recién llegados profesando su lealtad al Partido Demócrata por no exigir el cumplimiento de las leyes de inmigración y ampliar los beneficios sociales. En cambio, es probable que veamos una mayor asimilación e integración de los ascendentes y cada vez más conservadores hispanos de segunda y tercera generación.
¿Descontentos con Biden?
Por lo tanto, si las encuestas del Wall Street Journal son de algún modo precisas -y otros sondeos han sugerido las mismas tendencias-, ¿qué ha sucedido y por qué ahora? Después de todo, los jerarcas republicanos a favor de la apertura de las fronteras llevan una generación prediciendo erróneamente que los hispanos pronto votarían de forma conservadora, si tan sólo su partido impulsara una "reforma migratoria integral" a la que muchos consideraban un eufemismo para amnistías generales y confines abiertos.
Obviamente, los últimos 11 meses de gobierno demócrata han sido considerados desastrosos por todos los votantes, incluidos los hispanos. Ninguna de las iniciativas de Biden sobre el crimen, la inflación, la energía, la frontera, la política exterior o las relaciones raciales están funcionando o son populares. El público, independientemente de la raza, siente probablemente que la mayoría de estas crisis no son, como alega la izquierda, atribuibles a un Donald Trump que se marchó hace rato o al COVID-19, sino a Joe Biden y a la izquierda dura que parece ejercer control sobre él.
La frontera sur fue una vez segura. El muro estaba progresando, hasta que Biden lo detuvo y permitió el ingreso programado de 2 millones de personas en una época de pandemia. No exigió a los extranjeros ilegales ni pruebas virales ni vacunas. Los soldados estadounidenses y los trabajadores federales, en contraposición, no gozan de tales exenciones.
Afganistán era estable en enero de 2021, hasta que unos meses más tarde Biden se retiró deliberadamente sin avisar, dejando a los talibanes una embajada de 1.000 millones de dólares (billón en inglés); una enorme base aérea renovada de 300 millones de dólares; y más de 80 millones de dólares en armamento avanzado.
La inflación era baja hasta que Biden anunció una serie de iniciativas que, si se aprueban, significarán probablemente la impresión de 5 billones (trillones en inglés) de nuevos dólares en un momento de demanda reprimida, interrupciones en la cadena de abastecimiento, aumentos de impuestos y más regulaciones, y subsidios contraproducentes para pagar a personas ociosas para que no vuelvan a trabajar. Los votantes pueden percibir que la insoportable subida actual de los precios no es transitoria ni estática, sino el anticipo de una estanflación mucho peor que se avecina.
Los precios de la gasolina eran baratos hasta que Biden advirtió a los productores de gas y petróleo que sus días estaban contados y que sus costes regulatorios y fiscales se dispararían. En menos de un año, canceló los nuevos arrendamientos de petróleo en tierras federales. Cerró oleoductos y prohibió el acceso a todo el yacimiento de ANWAR (Sigla en inglés para el Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico, al noroeste de Alaska), mientras sus allegados se jactaban de que en una década el gas y el petróleo serían superfluos.
Peor aún, la administración parece despreocupada por las subas de los precios de la energía. De hecho, a la élite verde de la izquierda le agradan los precios más altos de los combustibles fósiles, para desalentar su uso entre las clases medias. Aun así, Biden encontró una manera de humillarse al rogarle a los autocráticos rusos y saudíes que bombeen más del combustible que su administración parece odiar.
De modo tal que los votantes hispanos, como la mayoría de sus compatriotas, están enfadados porque pagan más por las cosas de la vida diaria: comida, automóviles, vivienda y combustible.
Como un petulante candidato en campaña, Joe Biden personalizó al COVID-19 como de exclusiva responsabilidad de quien ocupase el cargo de presidente. Era barato y fácil de hacer en las últimas elecciones: las vacunas estaban a punto de salir al mercado, y ya se las anunciaba como el "fin" del virus. La variante Delta era desconocida. El número de casos y de defunciones comenzaba a descender.
Luego a Biden le salió el tiro por la culata, ya que actualmente han fallecido más personas bajo su mandato -a pesar de haber heredado las inoculaciones masivas- que bajo la administración Trump. Los asistentes de Biden se apresuran tanto a culpar al exmandatario Trump por el número de muertos de 2021 como a afirmar que un presidente tiene poco control sobre una epidemia. Su trillado mantra de más mascarillas significa poco. Pero sus característicos cierres significaron un gran sufrimiento para aquellos con presupuestos de clase media, con niños de repente de vuelta en la casa en hogares donde de pronto se pasó a contar con un solo ingreso y con la necesidad de supervisión por parte de sus progenitores en el horario de 9 a 5.
Finalmente, a nadie le gusta reprogramar todo su estilo de vida de compras y de conducción para adaptarse a los delincuentes que saquean, roban automóviles y asaltan en las principales ciudades y suburbios con aparente impunidad, impulsados por la ideología de izquierdas.
En otras palabras, los desastres de Biden de febrero a diciembre explican sin duda el descontento hispano a corto plazo.
Asimilación, integración y matrimonios mixtos al estilo italiano
Pero lo que preocupa a la izquierda es también su sensación de que el desencanto de los hispanos con los demócratas no es transitorio, sino que se está convirtiendo en algo permanente, y quizás esté creciendo debido a causas existenciales más allá de la fallida presidencia de Biden y los desastres que infligió al pueblo estadounidense.
Las encuestas podrían ser incluso peores de lo que parecen, al menos en con relación al Colegio Electoral. La mitad de los hispanos que todavía apoyan a los demócratas probablemente ya viven en estados electoralmente azules como California, Illinois, Nuevo México, Nueva York y Nueva Jersey; mientras que los que se están pasando al conservadurismo pueden mantener Florida y Texas en rojo (color con que se identifica a los Republicanos), al tiempo que influyen en el voto de estados oscilantes como Arizona y Georgia.
Los hispanos también están siguiendo las tendencias establecidas por los inmigrantes italianos de los siglos XIX y XX. Ellos también arribaron pobres y católicos, y necesitados del apoyo estatal, pero eran de manera innata similarmente emprendedores, centrados en la familia y tradicionales. Hoy en día, la ascendencia italiana -ya sea un Cuomo o un Giuliani- no brinda más un indicio de afinidad política. Del mismo modo, cuanto más asciendan los hispanos a las clases media y media-alta, se conviertan en propietarios de viviendas en los suburbios y exijan escuelas más competitivas, más votarán contra las fronteras abiertas, los beneficios sociales, la espiral de impuestos, la inflación, la delincuencia, los espantosas colegios, los altos costes energéticos y una política exterior que se traduce en una humillación nacional.
La masiva inmigración ilegal no es sólo un problema de los hispanos. Olvidamos que la inmigración ilegal es cada vez más un fenómeno de árabes, africanos y asiáticos. En otras palabras, a medida que los inmigrantes ilegales se diversifiquen y lleguen en mayor número, los hispanos reaccionarán como lo hace la mayoría de los estadounidenses: con preocupación por la delincuencia, la aplicación desigual de la ley, los servicios sociales solventados con impuestos, las pandillas y la dificultad de asimilación e integración, especialmente cuando los hispanohablantes que llegan tienden a asentarse entre poblaciones hispanas establecidas.
De manera creciente, estos últimos suelen ser sólidamente de clase media, a menudo casados con no hispanos, ya no hablan español y nunca han estado al sur de la frontera. Como tales, no están deseosos de tener pandilleros centroamericanos en sus escuelas suburbanas o servicios sociales abarrotados, o de tener más preocupaciones por los no vacunados en una época de mutaciones virales.
¿Qué hará la izquierda? No se moderará, ni cambiará de posición, al estilo de Bill Clinton, para preservar su fracturada coalición. Si las deserciones hispanas aumentan, la izquierda bien podría desear una frontera cerrada, al estilo del Partido Demócrata de los años 90. La izquierda se encuentra en un dilema por haber fomentado deliberadamente la inmigración ilegal en aras de obtener beneficios a corto plazo, mientras que es consciente de que ella probablemente será un bumerán a largo plazo.
Las "Karen", la Nomenclatura de ambas costas y los regaños obsesivos-compulsivos de la izquierda
A medida que los hispanos lentamente se desprenden de sus anteriores lealtades étnicas, y de hecho un numero creciente de ellos no siempre se auto identifica como hispanos, también desarrollarán mayores afinidades de clase -y quizás se unan a los desencantados votantes blancos de clase trabajadora que cada vez más han abandonado el elitismo ventajero del Partido Demócrata. Y, así como los tontos y las escorias de la clase trabajadora desprecian a los intelectuales condescendientes y a los ilustres de los clubes de campo del viejo Partido Republicano, los hispanos probablemente se resientan de las minorías profesionales de izquierdas que emulan el elitismo de las clases blancas.
Las afiliaciones políticas nunca se basan totalmente en la economía, la política exterior, la delincuencia o las cuestiones culturales. El espíritu y el estado de ánimo de las personas y las políticas también importan.
En los últimos 30 años, la élite del Partido Demócrata ha estado compuesta cada vez más por las incestuosas clases políticas profesionales de altos ingresos, mayoritariamente blancas, la permanente burocracia gubernamental, celebridades, individuos orgullosos de su educación universitaria, profesionales con títulos de posgrado, la alta nomenclatura de ambas costas, y por supuesto, los multimillonarios y oligarcas de la tecnología, los medios de comunicación y Wall Street, y sus ruidosos dependientes.
Los conocemos en la cultura popular por sus caricaturas y estereotipos como los mimados políticos de izquierda como Gavin Newsom; los despistados y engreídos, pero mal educados, periodistas; las quisquillosas Karen que le gritan a aquellos que no usan máscara al aire libre; los expertos universitarios recién graduados que con una voz nasal hablan monótonamente sobre todos los cambios radicales que debemos padecer mientras estos treintañeros nos sermonean respecto de todo, desde el cambio climático hasta el reciclaje de alimentos echados a perder; los académicos que deforman la investigación de manera ambiciosa a fin de llegar a conclusiones correctas predeterminadas; los mocosos escritores deportivos; los medios de comunicación corruptos "verificadores de hechos"; los autoproclamados amos del universo como Bill Gates y Mark Zuckerberg; y los burócratas de toda la vida como los Brennan, los Clapper, los Comey, los Fauci y los Milley.
Todas estas élites de izquierda, en su mayoría blancas, tienen algo en común: resultan ser interesadas, neuróticas, condescendientes, egoístas y altaneras. Regañan a las clases medias con un desprecio mal disimulado. Y se sienten exentas en virtud de sus títulos, grados, dinero o influencia de los mismos mandatos que imponen a los demás. Cada vez que sus contrapartes de la élite minoritaria en la televisión, en los medios de comunicación y en la política machacan acerca de los "privilegios de los blancos", ponen de manifiesto su propio malestar con sus homólogos blancos de la clase profesional, no con las clases trabajadoras blancas a las que tildan de deplorables y aferradas, pero a las que nunca ven.
Así que gran parte de los ascendentes hispanos no tienen mucho en común con las presunciones de la terrateniente Pelosi, la hipocresía de Newsom cenando en el costoso restaurante The French Laundry, o el parlanchín tono nerd de un noble de Silicon Valley, abocados a permitir que los negros, hispanos y aquellos que no son blancos sepan lo afortunados que son de contar con dichos divinos líderes progresistas e iluminados, que pueden decirles qué pensar sobre el cambio climático, el aborto en el tercer trimestre, la diversidad, la igualdad y la inclusión, la transexualidad y la teoría crítica legal y racial.
Estos cuadros de escritorio sermonean al contratista de jardinería hispano que se ha hecho a sí mismo y tiene 20 empleados sobre cómo debería vivir y qué debería pensar. Estos son los que regañan al camionero de larga distancia hispano por consumir demasiados combustibles fósiles y le aseguran que su camión diésel recién adquirido estará obsoleto en pocos años. Son los que parecen señalar a la empresaria -a la que le acaban de robar el catalizador de su camioneta recién comprada- que el delito no es gran cosa, y que los delincuentes no tienen que pagar una fianza, ni cumplir condena alguna, ni siquiera ser detenidos.
Estos futuristas y utópicos de izquierdas que se preocupan poco por el aquí y el ahora de otros menos afortunados eventualmente inspiran una antipatía visceral entre los miembros de la clase media de todas las razas y etnias. Este rechazo sigue a las anteriores deserciones de blancos del Partido Demócrata de la primera década de 2000 y al comienzo de la aversión de los hombres negros a la izquierda, así como el distanciamiento del Partido Republicano de su anterior elitismo caricaturesco para convertirse en una alternativa receptiva y más populista.
En síntesis, los encuestadores sofisticados descubrirán sin duda todos los problemas que alejan a los hispanos de los demócratas. Pero uno intangible que no aparecerá y no puede ser calibrado tan fácilmente por los datos es la arrogancia, la antipatía y la ineptitud de la nueva élite demócrata de izquierdas de ambas costas que exige una lealtad incondicional de aquellos a los que "ayudan" pero con los que, por otra parte, no tienen ningún deseo de asociarse.
Traducido por Gabriel Gasave
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