”Decir que los particulares no tienen nada que ver con el gobierno es decir que los particulares no tienen nada que ver con su propia felicidad o miseria; que la gente no debería preocuparse de si está desnuda o vestida, alimentada o hambrienta, engañada o instruida, protegida o destruida.”— Marco Porcio Catón “El viejo”
“Te olvidas que el hombre prefiere la paz, e incluso la muerte, a la libertad de elección en el conocimiento del bien y del mal.” — Fyodor Dostoevsky
Un estudiante particularmente perspicaz preguntó una vez al termino de que una clase: “¿Cómo Roma se convirtió en Italia?”
Era una pregunta bastante inocua, contestable aparentemente mediante un seguimiento de la caída del imperio a través del tiempo hasta el sinnúmero de intrigas del Renacimiento. Sin embargo, lo que yacía en el corazón de la curiosidad de este estudiante era en cambio el absoluto apartamiento de la pomposidad de Catón, la elocuencia de Cicerón y la visión de Augusto, evidenciada por el moderno Estado italiano conocido principalmente por su enfoque en la estética sibarítica.
¿Cómo Roma, cuya acometida, como Virgilio recuerda a sus ciudadanos, fue la de gobernar sobre las naciones con artes tales como “coronar a la paz con el derecho. . . y vencer, en la guerra al altivo”, sustituyó el “ave” por el “ciao”?
Una analogía similar, aunque tal vez menos alegre, puede hacerse de la situación actual en la Grecia del siglo 21. Siguiendo con la comparación, ¿cómo un pequeño conglomerado de ciudades-Estado conocidas por luchar ferozmente por su independencia contra la invasión y dominación extranjera, se transformó en una nación consolidada a la cual actualmente lo que más la destaca es su reyerta civil? Se han efectuado muchos análisis de los factores económicos que han llevado al dilema actual de Grecia.
Este trabajo no es un intento de elaborar más sobre ellos, sino en cambio de iluminar la relevancia histórica y filosófica de esta transformación cultural como ha sido indicada anteriormente. Sin embargo, para darle algo de contexto a esta perspectiva, un breve resumen de algunos de los hechos resultaría útil.
Grecia, después de un considerable período promoviendo el gasto desenfrenado y las prácticas de créditos baratos, se ha encontrado endeudada en más de 413 mil millones dólares, un importe que es más grande que la economía del país. Como tal, esta deuda será el 120% de su PIB en 2010, con un déficit de 12,7%. Esto significa en esencia que la nación tendrá grandes inconvenientes para obtener préstamos de fondos en el futuro y que tal vez impacte sobre el euro dado que Grecia es una nación miembro de la UE. Como respuesta, el gobierno griego ha iniciado una serie de drásticos recortes de su propio gasto, combinados con elevados impuestos sobre los combustibles, el tabaco y el alcohol.
La ciudadanía griega ha respondido en consecuencia. Enfrentamientos y manifestaciones callejeras entre los jóvenes griegos y la policía han estado signados por los gases lacrimógenos y los escaparates destrozados, mientras que trozos de balaustradas de mármol eran utilizados como proyectiles. Cerca de 60.000 manifestantes hicieron zozobrar al sistema de transporte de Grecia, dejando en tierra a los aviones y tornando inactivos los viajes del público.
Para peor, los trabajadores de los hospitales y periodistas de medios electrónicos se unieron en marchas para protestar tanto por los profundos recortes en el gasto como por los impuestos elevados actualmente implementados. Los cantos que se vociferaban eran una mezcla de angustia tanto antigua como moderna. Algunos declaraban “nada de sacrificios por la plutocracia”, ecos que revivían el relato de Tucídides del estasis en Corcira durante la Guerra del Peloponeso. Otros exigían “no más sacrificios, guerra a la guerra”, lo que hubiese molestado a los olvidados, aunque aclamados, lógicos de Hellas.
Tal vez más oportunos fueron los pedidos de “puestos de trabajo reales y una paga más alta.” Es, por supuesto, un misterio único exigir de manera beligerante que alguien le otorgue un empleo bien pagado. Habría que preguntarse, ¿quién es exactamente el destinatario de dicha solicitud? Para no ser menos, un grupo de 200 uniformados de la policía griega, guardacostas y oficiales de la brigada de bomberos se reunieron en un sitio adyacente a las protestas. Quejándose de los bajos salarios, los oficiales confraternizaron con sus compatriotas civiles, sosteniendo, que “todos estamos gritando por nuestros derechos.»
Puede ser seguro asumir que el objeto antes mencionado de este clamor colectivo sea el propio gobierno griego, nada más que por ser la fuente de estos recientes recortes en los salarios e impuestos más altos. Sin embargo, los dos últimos reclamos de empleos bien remunerados y derechos, denotan un gran abismo entre esta generación de griegos y sus ilustres antepasados. Este abismo puede ser mejor comprendido si se observa cómo estos dos grupos, separados por la edad, ven a la más helénica de todas las antiguas ideas, la de la libertad.
Tal como la entendían los antiguos griegos, la libertad implicaba la comprensión de las diferentes, aunque complementarias, dimensiones de su naturaleza. La primera, un estado al que podemos referirnos como “libertad de”, involucraba lo que la mayor parte de los observadores casuales asociaría con la palabra “libertad”. Si uno no estaba bajo el control exterior de otro ser humano, o de un Estado vecino hostil en busca del dominio agresivo, podría decirse que uno se encontraba libre de estas cargas potenciales. Las modernas sociedades occidentales, sintiendo rara vez el enorme peso de las luchas de las generaciones pasadas por su propia libertad de la agresión, usualmente se detienen en este nivel de significado. Se supone que estas libertades, que fueron valientemente ganadas en un pasado distante, pueden ser disfrutadas en la actualidad por las siguientes generaciones.
El goce de la libertad, sin embargo, quedaría incompleto sin lo que los griegos considerarían como el siguiente paso en la comprensión del término.
Hipotéticamente, si uno es libre del control externo, el dilema es que ya no tenemos demasiado pocas opciones, sino en cambio un número infinito de opciones. Es aquí que la libertad adquiere su nueva manifestación como “libertad para”. Poseer un menú con páginas ilimitadas resulta en un principio estimulante, pero con el tiempo bastante desalentador. Los griegos no tardaron en darse cuenta de que simplemente tener una multiplicidad de opciones no significaba que todas las opciones sean de idéntico valor.
Esta lección es una que se aprende cada otoño en los campos universitarios de todo este país, aunque no necesariamente en las aulas. Los jóvenes de ambos sexos descubren que son libres, a veces por primera vez, de sus padres y de las conductas que se esperan en el hogar. Esta nueva libertad lleva a muchos a participar de todo el alcohol y las drogas que estén disponibles en su entorno. Curiosamente, pueden descubrir un día que esta participación se vuelve tan o aún más regular que sus estudios nocturnos. Inevitablemente, descubren que la libertad sin control conduce a lo opuesto a la libertad, a una suave forma de esclavitud.
La «libertad para” de los griegos lleva consigo a la inverosímil paradoja que sostenía que la verdadera libertad fue siempre la libertad limitada, y que estos límites cruciales se originan en el interior del individuo. La persona verdaderamente libre era la que podía ver todas las opciones que estaban disponibles pero que no obstante, tal como el hombre justo de Platón, elige aquellas que son las mejores genuina y enteramente.
Como una nación que hasta ahora ofrecía todos los subsidios y controles necesarios según la perspectiva económica que había elegido, Grecia por definición ha
limitado, adrede, las posibilidades económicas a disposición de sus ciudadanos. Esto se hizo mediante la gradual eliminación de los riesgos de los porfolios psicológicos de sus ciudadanos, liberándolos de la preocupación respecto de las muchas posibilidades volátiles presentes en un sistema de mercado más libre. Sin embargo, cuando el Estado ya no puede ofrecer lo que ha prometido hasta este punto, surgen una mayor inseguridad y resentimiento. La ciudadanía griega ha venido aprendiendo sobre el dilema inherente a los “derechos” otorgados por el Estado”—lo que una vez fue otorgado por gobernantes humanos puede en algún momento ser retirado por los mismos.
Hay en esta actual crisis griega un giro muy extraño en la comprensión de la libertad. Los manifestantes de todas las tendencias que marchan contra la recién manifiesta y desagradable frugalidad de su Estado, no parecieran estar clamando para que su gobierno desmantele de inmediato el paradigma económico que ha llevado hasta este punto de ebullición. Por el contrario, el malestar parece estar dirigido hacia la revitalización del viejo modelo de control y aversión al riesgo.
En un bizarro contraste con sus antepasados que lucharon en la llanura de Maratón y el paso de las Termópilas, los griegos actuales que protestan no luchan por su libertad de un agresor externo. Por el contrario, en una inigualable ironía griega, luchan por su libertad de estar en condiciones de ejercer su libertad de elegir sus propios y bien definidos futuros.
Sófocles en Antígona llamaba al hombre la más extraña y terrible de todas las cosas. Es solamente el hombre quien lucha tanto por el emocionante clamor de la independencia como por la fría comodidad de la dependencia.
Traducido por Gabriel Gasave
Cuando los griegos traen regalos: Sobre economía, filosofía y libertad
”Decir que los particulares no tienen nada que ver con el gobierno es decir que los particulares no tienen nada que ver con su propia felicidad o miseria; que la gente no debería preocuparse de si está desnuda o vestida, alimentada o hambrienta, engañada o instruida, protegida o destruida.”— Marco Porcio Catón “El viejo”
“Te olvidas que el hombre prefiere la paz, e incluso la muerte, a la libertad de elección en el conocimiento del bien y del mal.” — Fyodor Dostoevsky
Un estudiante particularmente perspicaz preguntó una vez al termino de que una clase: “¿Cómo Roma se convirtió en Italia?”
Era una pregunta bastante inocua, contestable aparentemente mediante un seguimiento de la caída del imperio a través del tiempo hasta el sinnúmero de intrigas del Renacimiento. Sin embargo, lo que yacía en el corazón de la curiosidad de este estudiante era en cambio el absoluto apartamiento de la pomposidad de Catón, la elocuencia de Cicerón y la visión de Augusto, evidenciada por el moderno Estado italiano conocido principalmente por su enfoque en la estética sibarítica.
¿Cómo Roma, cuya acometida, como Virgilio recuerda a sus ciudadanos, fue la de gobernar sobre las naciones con artes tales como “coronar a la paz con el derecho. . . y vencer, en la guerra al altivo”, sustituyó el “ave” por el “ciao”?
Una analogía similar, aunque tal vez menos alegre, puede hacerse de la situación actual en la Grecia del siglo 21. Siguiendo con la comparación, ¿cómo un pequeño conglomerado de ciudades-Estado conocidas por luchar ferozmente por su independencia contra la invasión y dominación extranjera, se transformó en una nación consolidada a la cual actualmente lo que más la destaca es su reyerta civil? Se han efectuado muchos análisis de los factores económicos que han llevado al dilema actual de Grecia.
Este trabajo no es un intento de elaborar más sobre ellos, sino en cambio de iluminar la relevancia histórica y filosófica de esta transformación cultural como ha sido indicada anteriormente. Sin embargo, para darle algo de contexto a esta perspectiva, un breve resumen de algunos de los hechos resultaría útil.
Grecia, después de un considerable período promoviendo el gasto desenfrenado y las prácticas de créditos baratos, se ha encontrado endeudada en más de 413 mil millones dólares, un importe que es más grande que la economía del país. Como tal, esta deuda será el 120% de su PIB en 2010, con un déficit de 12,7%. Esto significa en esencia que la nación tendrá grandes inconvenientes para obtener préstamos de fondos en el futuro y que tal vez impacte sobre el euro dado que Grecia es una nación miembro de la UE. Como respuesta, el gobierno griego ha iniciado una serie de drásticos recortes de su propio gasto, combinados con elevados impuestos sobre los combustibles, el tabaco y el alcohol.
La ciudadanía griega ha respondido en consecuencia. Enfrentamientos y manifestaciones callejeras entre los jóvenes griegos y la policía han estado signados por los gases lacrimógenos y los escaparates destrozados, mientras que trozos de balaustradas de mármol eran utilizados como proyectiles. Cerca de 60.000 manifestantes hicieron zozobrar al sistema de transporte de Grecia, dejando en tierra a los aviones y tornando inactivos los viajes del público.
Para peor, los trabajadores de los hospitales y periodistas de medios electrónicos se unieron en marchas para protestar tanto por los profundos recortes en el gasto como por los impuestos elevados actualmente implementados. Los cantos que se vociferaban eran una mezcla de angustia tanto antigua como moderna. Algunos declaraban “nada de sacrificios por la plutocracia”, ecos que revivían el relato de Tucídides del estasis en Corcira durante la Guerra del Peloponeso. Otros exigían “no más sacrificios, guerra a la guerra”, lo que hubiese molestado a los olvidados, aunque aclamados, lógicos de Hellas.
Tal vez más oportunos fueron los pedidos de “puestos de trabajo reales y una paga más alta.” Es, por supuesto, un misterio único exigir de manera beligerante que alguien le otorgue un empleo bien pagado. Habría que preguntarse, ¿quién es exactamente el destinatario de dicha solicitud? Para no ser menos, un grupo de 200 uniformados de la policía griega, guardacostas y oficiales de la brigada de bomberos se reunieron en un sitio adyacente a las protestas. Quejándose de los bajos salarios, los oficiales confraternizaron con sus compatriotas civiles, sosteniendo, que “todos estamos gritando por nuestros derechos.»
Puede ser seguro asumir que el objeto antes mencionado de este clamor colectivo sea el propio gobierno griego, nada más que por ser la fuente de estos recientes recortes en los salarios e impuestos más altos. Sin embargo, los dos últimos reclamos de empleos bien remunerados y derechos, denotan un gran abismo entre esta generación de griegos y sus ilustres antepasados. Este abismo puede ser mejor comprendido si se observa cómo estos dos grupos, separados por la edad, ven a la más helénica de todas las antiguas ideas, la de la libertad.
Tal como la entendían los antiguos griegos, la libertad implicaba la comprensión de las diferentes, aunque complementarias, dimensiones de su naturaleza. La primera, un estado al que podemos referirnos como “libertad de”, involucraba lo que la mayor parte de los observadores casuales asociaría con la palabra “libertad”. Si uno no estaba bajo el control exterior de otro ser humano, o de un Estado vecino hostil en busca del dominio agresivo, podría decirse que uno se encontraba libre de estas cargas potenciales. Las modernas sociedades occidentales, sintiendo rara vez el enorme peso de las luchas de las generaciones pasadas por su propia libertad de la agresión, usualmente se detienen en este nivel de significado. Se supone que estas libertades, que fueron valientemente ganadas en un pasado distante, pueden ser disfrutadas en la actualidad por las siguientes generaciones.
El goce de la libertad, sin embargo, quedaría incompleto sin lo que los griegos considerarían como el siguiente paso en la comprensión del término.
Hipotéticamente, si uno es libre del control externo, el dilema es que ya no tenemos demasiado pocas opciones, sino en cambio un número infinito de opciones. Es aquí que la libertad adquiere su nueva manifestación como “libertad para”. Poseer un menú con páginas ilimitadas resulta en un principio estimulante, pero con el tiempo bastante desalentador. Los griegos no tardaron en darse cuenta de que simplemente tener una multiplicidad de opciones no significaba que todas las opciones sean de idéntico valor.
Esta lección es una que se aprende cada otoño en los campos universitarios de todo este país, aunque no necesariamente en las aulas. Los jóvenes de ambos sexos descubren que son libres, a veces por primera vez, de sus padres y de las conductas que se esperan en el hogar. Esta nueva libertad lleva a muchos a participar de todo el alcohol y las drogas que estén disponibles en su entorno. Curiosamente, pueden descubrir un día que esta participación se vuelve tan o aún más regular que sus estudios nocturnos. Inevitablemente, descubren que la libertad sin control conduce a lo opuesto a la libertad, a una suave forma de esclavitud.
La «libertad para” de los griegos lleva consigo a la inverosímil paradoja que sostenía que la verdadera libertad fue siempre la libertad limitada, y que estos límites cruciales se originan en el interior del individuo. La persona verdaderamente libre era la que podía ver todas las opciones que estaban disponibles pero que no obstante, tal como el hombre justo de Platón, elige aquellas que son las mejores genuina y enteramente.
Como una nación que hasta ahora ofrecía todos los subsidios y controles necesarios según la perspectiva económica que había elegido, Grecia por definición ha
limitado, adrede, las posibilidades económicas a disposición de sus ciudadanos. Esto se hizo mediante la gradual eliminación de los riesgos de los porfolios psicológicos de sus ciudadanos, liberándolos de la preocupación respecto de las muchas posibilidades volátiles presentes en un sistema de mercado más libre. Sin embargo, cuando el Estado ya no puede ofrecer lo que ha prometido hasta este punto, surgen una mayor inseguridad y resentimiento. La ciudadanía griega ha venido aprendiendo sobre el dilema inherente a los “derechos” otorgados por el Estado”—lo que una vez fue otorgado por gobernantes humanos puede en algún momento ser retirado por los mismos.
Hay en esta actual crisis griega un giro muy extraño en la comprensión de la libertad. Los manifestantes de todas las tendencias que marchan contra la recién manifiesta y desagradable frugalidad de su Estado, no parecieran estar clamando para que su gobierno desmantele de inmediato el paradigma económico que ha llevado hasta este punto de ebullición. Por el contrario, el malestar parece estar dirigido hacia la revitalización del viejo modelo de control y aversión al riesgo.
En un bizarro contraste con sus antepasados que lucharon en la llanura de Maratón y el paso de las Termópilas, los griegos actuales que protestan no luchan por su libertad de un agresor externo. Por el contrario, en una inigualable ironía griega, luchan por su libertad de estar en condiciones de ejercer su libertad de elegir sus propios y bien definidos futuros.
Sófocles en Antígona llamaba al hombre la más extraña y terrible de todas las cosas. Es solamente el hombre quien lucha tanto por el emocionante clamor de la independencia como por la fría comodidad de la dependencia.
Traducido por Gabriel Gasave
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