Alguien va a tener que susurrarle al oído al presidente electo Obama que el período unipolar ha pasado y que los Estados Unidos ya no pueden darse el lujo de solventar su imperio informal a nivel mundial. Aún cuando el amenazante descalabro económico probablemente será serio—e incluso tal vez catastrófico—las parlanchinas clases de la política exterior de ambos partidos están en piloto automático y no han abandonado aún su consenso intervencionista. Un rudo despertar les aguarda.
Aún antes de que la crisis económica impactara, los Estados Unidos se encontraban demasiado extendidos en el exterior. Una medida de ese sobre estiramiento imperial era que los EE.UU. representaban aproximadamente el 43 por ciento del gasto militar mundial pero tan solo el 20 por ciento del PBI del mundo. Otro indicador de la sobre extensión era que incluso reduciendo el número de tropas en Europa y el este de Asia—donde la amenaza hace mucho que desapareció, los EE.UU. siguen proporcionando seguridad para naciones muy ricas que deberían estar suministrándosela por sí mismas—las fuerzas armadas de los Estados Unidos se estiraron a fin de llevar a cabo a las dos pequeñas guerras en Afganistán e Irak.
Barack Obama ha prometido retirar a todas las fuerzas de combate estadounidenses de Irak, pero el “establishment” de la seguridad nacional de los EE.UU. hará que sea algo difícil. A pesar de la reducción de la violencia a los niveles de 2004 (que ya por entonces considerábamos que eran horrendos), Irak aún se balancea al borde de una guerra civil total y que involucrará a todos los bandos. La aprehensión acerca de dicho conflicto probablemente compelerá a la elite de la seguridad nacional estadounidense, en una repetición de los primeros años de la pre-escalada en Vietnam, a recomendar una redefinición de las tropas de combate como “consejeras” de modo tal que puedan permanecer más en Irak.
Obama posiblemente retirará a algunos efectivos de Irak pero los enviará al segundo atolladero de edificación de naciones que es Afganistán. Durante la campaña electoral, Obama afirmó que veía a Afganistán como el frente central en la guerra contra el terror y prometió aumentar las fuerzas estadounidenses allí. Redoblar la apuesta en Afganistán mediante el envío de unos 30.000 efectivos adicionales constituirá la guerra de Obama. Un liberal (en el sentido estadounidense), Obama tuvo que demostrar durante la campaña electoral que no era ningún enclenque; y ser patriótico en la actualidad exige jurar lealtad a alguna aventura militar—incluso si ésta hace que la situación en el sudeste asiático se vuelva más peligrosa.
No solamente la campaña de contrainsurgencia estadounidense ha desestabilizado a Paquistán al empujar al Talibán hacia ese país desde Afganistán, cualquier ocupación no musulmana de los EE.UU. de una tierra musulmana estimula a los islamistas y ha en verdad fomentado el resurgimiento del Talibán en Afganistán y Paquistán. Debido a que Paquistán posee armas nucleares, el auge del islamismo militante allí es más peligroso que en cualquier otra parte.
La “expansión de la misión” en Afganistán—común a virtualmente todas las aventuras edificadoras de naciones—que pasó de intentar atrapar o matar Osama bin Laden a reconstruir a la sociedad afgana y emprender operaciones anti-drogas, ha distraído la atención del propósito original de tratar de neutralizar a los perpetradores del 11 des septiembre.
Y la insurgencia en Afganistán—en virtud de su nivel más bajo de desarrollo, un terreno más áspero, la insurgencia rural, la insurgencia más entusiasta, un gobierno corrupto y un santuario para las guerrillas afganas en Paquistán—será una nuez mucho más difícil de partir que aplacar a la violencia en Iraq.
Lo más probable es que Obama, atrapado por su propia retórica de campaña (en Afganistán) y el temor perpetuo de “inestabilidad” del “establishment” de la intervencionista seguridad nacional de los EE.UU. (en Irak y el Golfo Pérsico), seguirá enlodado en dos atolladeros en un momento en el que la economía estadounidense está incurriendo en billones de dólares en déficits y deuda.
La mala noticia es que la mayor parte de los imperios que languidecen—por ejemplo, Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética—no se percatan de que están declinando hasta que es demasiado tarde. Por ejemplo, los franceses procuraron fútilmente reafirmar el control en Indochina después de la Segunda Guerra Mundial y fracasaron al oponerse cruelmente a la independencia de Argelia empleando la fuerza armada; los británicos, junto con los franceses y los israelíes, realizaron una desastrosa invasión de Egipto en 1956; y los soviéticos quedaron enlodados en una perdidosa campaña de contrainsurgencia en Afganistán durante la década de 1980. Los Estados Unidos pueden muy bien encontrarse actualmente en circunstancias similares.
Pero la buena noticia es que todo lo que debemos hacer es cambiar el modo de ver las cosas. Si abandonamos al anómalo imperio estadounidense centrado en lo militar posterior a la Segunda Guerra Mundial y regresamos a la política exterior tradicional de los EE.UU., todavía podemos tener mucha influencia en el mundo, a la vez que recortaríamos costos de manera dramática en dinero y vidas. Los fundadores se dieron cuenta de que los Estados Unidos tenían la ventaja geográfica de encontrarse al otro lado del mundo de los principales conflictos, y de ese modo eludir a la mayor parte de dichas refriegas sin importancia para la seguridad de los EE.UU.. Por consiguiente, el desmantelamiento del imperio de ultramar mediante el un retiro total de Irak y de la mayor p[arte de las fuerzas estadounidenses de Afganistán, junto con el regreso a casa de todas las otras tropas en las bases de los EE.UU. en el exterior, salvaría vidas y muchos dólares, lo cual podría ayudar a estimular la recuperación económica en el país. Algunos activos de inteligencia, vehículos no tripulados, las fuerzas Especiales y el personal de la CIA podrían permanecer en Afganistán para tratar de capturar o matar a bin Laden y sus seguidores; pero el terrorismo revanchista probablemente decaería si una política exterior más humilde fuese seguida.
Un aterrizaje suave para un impero declinante es mejor que uno duro. Desafortunadamente, Obama parece cautivo del ala liberal del “establishment” de la política exterior intervencionista, así como George W. Bush fue atrapado por el ala derecha de ese mismo consenso militarista.
Traducido por Gabriel Gasave
No podemos seguir solventando al imperio
Alguien va a tener que susurrarle al oído al presidente electo Obama que el período unipolar ha pasado y que los Estados Unidos ya no pueden darse el lujo de solventar su imperio informal a nivel mundial. Aún cuando el amenazante descalabro económico probablemente será serio—e incluso tal vez catastrófico—las parlanchinas clases de la política exterior de ambos partidos están en piloto automático y no han abandonado aún su consenso intervencionista. Un rudo despertar les aguarda.
Aún antes de que la crisis económica impactara, los Estados Unidos se encontraban demasiado extendidos en el exterior. Una medida de ese sobre estiramiento imperial era que los EE.UU. representaban aproximadamente el 43 por ciento del gasto militar mundial pero tan solo el 20 por ciento del PBI del mundo. Otro indicador de la sobre extensión era que incluso reduciendo el número de tropas en Europa y el este de Asia—donde la amenaza hace mucho que desapareció, los EE.UU. siguen proporcionando seguridad para naciones muy ricas que deberían estar suministrándosela por sí mismas—las fuerzas armadas de los Estados Unidos se estiraron a fin de llevar a cabo a las dos pequeñas guerras en Afganistán e Irak.
Barack Obama ha prometido retirar a todas las fuerzas de combate estadounidenses de Irak, pero el “establishment” de la seguridad nacional de los EE.UU. hará que sea algo difícil. A pesar de la reducción de la violencia a los niveles de 2004 (que ya por entonces considerábamos que eran horrendos), Irak aún se balancea al borde de una guerra civil total y que involucrará a todos los bandos. La aprehensión acerca de dicho conflicto probablemente compelerá a la elite de la seguridad nacional estadounidense, en una repetición de los primeros años de la pre-escalada en Vietnam, a recomendar una redefinición de las tropas de combate como “consejeras” de modo tal que puedan permanecer más en Irak.
Obama posiblemente retirará a algunos efectivos de Irak pero los enviará al segundo atolladero de edificación de naciones que es Afganistán. Durante la campaña electoral, Obama afirmó que veía a Afganistán como el frente central en la guerra contra el terror y prometió aumentar las fuerzas estadounidenses allí. Redoblar la apuesta en Afganistán mediante el envío de unos 30.000 efectivos adicionales constituirá la guerra de Obama. Un liberal (en el sentido estadounidense), Obama tuvo que demostrar durante la campaña electoral que no era ningún enclenque; y ser patriótico en la actualidad exige jurar lealtad a alguna aventura militar—incluso si ésta hace que la situación en el sudeste asiático se vuelva más peligrosa.
No solamente la campaña de contrainsurgencia estadounidense ha desestabilizado a Paquistán al empujar al Talibán hacia ese país desde Afganistán, cualquier ocupación no musulmana de los EE.UU. de una tierra musulmana estimula a los islamistas y ha en verdad fomentado el resurgimiento del Talibán en Afganistán y Paquistán. Debido a que Paquistán posee armas nucleares, el auge del islamismo militante allí es más peligroso que en cualquier otra parte.
La “expansión de la misión” en Afganistán—común a virtualmente todas las aventuras edificadoras de naciones—que pasó de intentar atrapar o matar Osama bin Laden a reconstruir a la sociedad afgana y emprender operaciones anti-drogas, ha distraído la atención del propósito original de tratar de neutralizar a los perpetradores del 11 des septiembre.
Y la insurgencia en Afganistán—en virtud de su nivel más bajo de desarrollo, un terreno más áspero, la insurgencia rural, la insurgencia más entusiasta, un gobierno corrupto y un santuario para las guerrillas afganas en Paquistán—será una nuez mucho más difícil de partir que aplacar a la violencia en Iraq.
Lo más probable es que Obama, atrapado por su propia retórica de campaña (en Afganistán) y el temor perpetuo de “inestabilidad” del “establishment” de la intervencionista seguridad nacional de los EE.UU. (en Irak y el Golfo Pérsico), seguirá enlodado en dos atolladeros en un momento en el que la economía estadounidense está incurriendo en billones de dólares en déficits y deuda.
La mala noticia es que la mayor parte de los imperios que languidecen—por ejemplo, Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética—no se percatan de que están declinando hasta que es demasiado tarde. Por ejemplo, los franceses procuraron fútilmente reafirmar el control en Indochina después de la Segunda Guerra Mundial y fracasaron al oponerse cruelmente a la independencia de Argelia empleando la fuerza armada; los británicos, junto con los franceses y los israelíes, realizaron una desastrosa invasión de Egipto en 1956; y los soviéticos quedaron enlodados en una perdidosa campaña de contrainsurgencia en Afganistán durante la década de 1980. Los Estados Unidos pueden muy bien encontrarse actualmente en circunstancias similares.
Pero la buena noticia es que todo lo que debemos hacer es cambiar el modo de ver las cosas. Si abandonamos al anómalo imperio estadounidense centrado en lo militar posterior a la Segunda Guerra Mundial y regresamos a la política exterior tradicional de los EE.UU., todavía podemos tener mucha influencia en el mundo, a la vez que recortaríamos costos de manera dramática en dinero y vidas. Los fundadores se dieron cuenta de que los Estados Unidos tenían la ventaja geográfica de encontrarse al otro lado del mundo de los principales conflictos, y de ese modo eludir a la mayor parte de dichas refriegas sin importancia para la seguridad de los EE.UU.. Por consiguiente, el desmantelamiento del imperio de ultramar mediante el un retiro total de Irak y de la mayor p[arte de las fuerzas estadounidenses de Afganistán, junto con el regreso a casa de todas las otras tropas en las bases de los EE.UU. en el exterior, salvaría vidas y muchos dólares, lo cual podría ayudar a estimular la recuperación económica en el país. Algunos activos de inteligencia, vehículos no tripulados, las fuerzas Especiales y el personal de la CIA podrían permanecer en Afganistán para tratar de capturar o matar a bin Laden y sus seguidores; pero el terrorismo revanchista probablemente decaería si una política exterior más humilde fuese seguida.
Un aterrizaje suave para un impero declinante es mejor que uno duro. Desafortunadamente, Obama parece cautivo del ala liberal del “establishment” de la política exterior intervencionista, así como George W. Bush fue atrapado por el ala derecha de ese mismo consenso militarista.Traducido por Gabriel Gasave
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