La University of Maryland ha publicado los resultados de una nueva encuesta nacional que indican que el pueblo estadounidense se opone de forma abrumadora a la colocación de armas en el espacio, siempre que ningún otro país despliegue tales armamentos.
¿De dónde salió eso?
En verdad, los Estados Unidos han estado hablando de los armamentos espaciales durante décadas. Considérese esta pieza burocrática, el Plan Maestro Estratégico para 2006 y más allá del Comando Espacial de la Fuerza Aérea de los EE.UU.: “Un ataque no-nuclear global desde y a través del espacio puede transformar el papel del combatiente de una guerra en el futuro. Más notablemente, una capacidad de ataque no-nuclear, posiblemente en la forma de un Vehículo Aéreo Común: (CAV es su sigla en inglés) lanzado por un misil balístico, un sistema de lanzamiento aéreo, o un SOV [Vehículo de Operaciones Espaciales], podría proporcionar al Presidente y al Secretario de Defensa una variedad de opciones de poderío espacial. Estas opciones son para la disuasión y una respuesta flexible cuando el tiempo resulte absolutamente crítico, los riesgos asociados con otras opciones sean demasiado altos o cuando ningún otro curso de acción esté disponible”
Traducción: Las armas espaciales podrían otorgarle a los Estados Unidos una ventaja en alguna futura emergencia de seguridad nacional.
Dichos argumentos han sido repetidos en docenas de documentos públicos e informes de “think-tanks” en los últimos años. No estamos hablando de la defensa misilítica, la cual ha venido siendo debatida durante más de tres décadas. Estamos hablando de armamentos situados en tierra, mar, aire e incluso el espacio que podrían destruir a los satélites de otras naciones. Estamos hablando de armamentos ubicados en el espacio que, en teoría, podrían pulverizar objetivos terrestres. Y estamos hablando de “opciones de poderío espacial” que —en el idioma del Pentágono—podrían darle a los Estados Unidos un “pleno espectro de dominación” en el espacio.
Sin duda, la dominación especial no ha sido adoptada como una política de los EE.UU… Pero estamos sosegadamente avanzando hacia ella. Y no nos equivoquemos: Una política así sería considerada por otras naciones como una violación inaceptable de las normas globales—y una amenaza a su soberanía.
“Quien controla el espacio controla la tierra” es una afirmación que empezó a emerger después de que la Unión Soviética lanzó el Sputnik I en 1957. La aseveración es ampliamente aceptada.
¿Qué harían los Estados Unidos si pensásemos que otro país estuviese a punto de colocar armamentos en el espacio? ¿Qué haríamos sí China comienza a construir avanzados armamentos anti-satélites (ASAT es su sigla en inglés) que pudiesen paralizar a la economía internacional a al imposibilitar las comunicaciones y los sistemas de navegación globales? ¿Qué haríamos sí Rusia anunciase planes de construir diminutos bombarderos espaciales no-tripulados capaces de atacar objetivos terrestres? ¿Qué haríamos sí el país en cuestión en realidad tuviese los recursos técnicos y financieros para lleva eso a cabo?
Condenaríamos dichos planes y llamaríamos a la comunidad internacional para que imponga sanciones económicas y políticas draconianas hasta que la política fuese revertida. Uno casi puede escuchar a un presidente diciéndole a la nación, “Esta violación del derecho y la costumbre internacional, esta amenaza a la paz y la libertad, esta tiranía de los cielos, no perdurará”
Sí los esfuerzos para detener el despliegue de dichos armamentos fracasan, el mundo tendrá una nueva carrera armamentística espacial. Y la dominación militar del espacio, antes que la exploración pacífica del mismo, será la meta.
Varias naciones, incluida China, tienen el potencial para llevar a cabo operaciones militares limitadas en el espacio. Pero solamente los Estados Unidos poseen la capacidad financiera y el genio técnico para desarrollar un amplio sistema de dominación espacial. Podríamos—pero no deberíamos.
Sí los Estados Unidos persiguen una política así, lo harían con las mejores intenciones. Los Estados Unidos dirán que jamás le negará el acceso al espacio a otro país, excepto bajos las circunstancias más extremas. ¿Pero qué nación podría darse el lujo de depender exclusivamente del buen criterio y las benignas intenciones de otra—en este caso, la “híper-potencia” global?
La mayor parte de las naciones con intereses en materia de seguridad nacional o comerciales en el espacio—ya sea que esos intereses involucren la investigación, la navegación, la comunicación, la exploración o la observación—han dejado constancia de que son partidarias de un nuevo tratado que evite una carrera armamentística en el espacio. Los Estados Unidos se oponen a él.
Antes que explorar nuestras opciones militares, los Estados Unidos deberían denunciar la “armamentización” del espacio y liderar los esfuerzos de firmar un tratado. Una buena pregunta para los candidatos presidenciales que quedan: ¿Luchará usted por un tratado así, o arriesgará una nueva carrera armamentística?
Traducido por Gabriel Gasave
¿Una carrera armamentista en el espacio?
La University of Maryland ha publicado los resultados de una nueva encuesta nacional que indican que el pueblo estadounidense se opone de forma abrumadora a la colocación de armas en el espacio, siempre que ningún otro país despliegue tales armamentos.
¿De dónde salió eso?
En verdad, los Estados Unidos han estado hablando de los armamentos espaciales durante décadas. Considérese esta pieza burocrática, el Plan Maestro Estratégico para 2006 y más allá del Comando Espacial de la Fuerza Aérea de los EE.UU.: “Un ataque no-nuclear global desde y a través del espacio puede transformar el papel del combatiente de una guerra en el futuro. Más notablemente, una capacidad de ataque no-nuclear, posiblemente en la forma de un Vehículo Aéreo Común: (CAV es su sigla en inglés) lanzado por un misil balístico, un sistema de lanzamiento aéreo, o un SOV [Vehículo de Operaciones Espaciales], podría proporcionar al Presidente y al Secretario de Defensa una variedad de opciones de poderío espacial. Estas opciones son para la disuasión y una respuesta flexible cuando el tiempo resulte absolutamente crítico, los riesgos asociados con otras opciones sean demasiado altos o cuando ningún otro curso de acción esté disponible”
Traducción: Las armas espaciales podrían otorgarle a los Estados Unidos una ventaja en alguna futura emergencia de seguridad nacional.
Dichos argumentos han sido repetidos en docenas de documentos públicos e informes de “think-tanks” en los últimos años. No estamos hablando de la defensa misilítica, la cual ha venido siendo debatida durante más de tres décadas. Estamos hablando de armamentos situados en tierra, mar, aire e incluso el espacio que podrían destruir a los satélites de otras naciones. Estamos hablando de armamentos ubicados en el espacio que, en teoría, podrían pulverizar objetivos terrestres. Y estamos hablando de “opciones de poderío espacial” que —en el idioma del Pentágono—podrían darle a los Estados Unidos un “pleno espectro de dominación” en el espacio.
Sin duda, la dominación especial no ha sido adoptada como una política de los EE.UU… Pero estamos sosegadamente avanzando hacia ella. Y no nos equivoquemos: Una política así sería considerada por otras naciones como una violación inaceptable de las normas globales—y una amenaza a su soberanía.
“Quien controla el espacio controla la tierra” es una afirmación que empezó a emerger después de que la Unión Soviética lanzó el Sputnik I en 1957. La aseveración es ampliamente aceptada.
¿Qué harían los Estados Unidos si pensásemos que otro país estuviese a punto de colocar armamentos en el espacio? ¿Qué haríamos sí China comienza a construir avanzados armamentos anti-satélites (ASAT es su sigla en inglés) que pudiesen paralizar a la economía internacional a al imposibilitar las comunicaciones y los sistemas de navegación globales? ¿Qué haríamos sí Rusia anunciase planes de construir diminutos bombarderos espaciales no-tripulados capaces de atacar objetivos terrestres? ¿Qué haríamos sí el país en cuestión en realidad tuviese los recursos técnicos y financieros para lleva eso a cabo?
Condenaríamos dichos planes y llamaríamos a la comunidad internacional para que imponga sanciones económicas y políticas draconianas hasta que la política fuese revertida. Uno casi puede escuchar a un presidente diciéndole a la nación, “Esta violación del derecho y la costumbre internacional, esta amenaza a la paz y la libertad, esta tiranía de los cielos, no perdurará”
Sí los esfuerzos para detener el despliegue de dichos armamentos fracasan, el mundo tendrá una nueva carrera armamentística espacial. Y la dominación militar del espacio, antes que la exploración pacífica del mismo, será la meta.
Varias naciones, incluida China, tienen el potencial para llevar a cabo operaciones militares limitadas en el espacio. Pero solamente los Estados Unidos poseen la capacidad financiera y el genio técnico para desarrollar un amplio sistema de dominación espacial. Podríamos—pero no deberíamos.
Sí los Estados Unidos persiguen una política así, lo harían con las mejores intenciones. Los Estados Unidos dirán que jamás le negará el acceso al espacio a otro país, excepto bajos las circunstancias más extremas. ¿Pero qué nación podría darse el lujo de depender exclusivamente del buen criterio y las benignas intenciones de otra—en este caso, la “híper-potencia” global?
La mayor parte de las naciones con intereses en materia de seguridad nacional o comerciales en el espacio—ya sea que esos intereses involucren la investigación, la navegación, la comunicación, la exploración o la observación—han dejado constancia de que son partidarias de un nuevo tratado que evite una carrera armamentística en el espacio. Los Estados Unidos se oponen a él.
Antes que explorar nuestras opciones militares, los Estados Unidos deberían denunciar la “armamentización” del espacio y liderar los esfuerzos de firmar un tratado. Una buena pregunta para los candidatos presidenciales que quedan: ¿Luchará usted por un tratado así, o arriesgará una nueva carrera armamentística?
Traducido por Gabriel Gasave
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