Washington, DC—La reciente cita “cumbre” de la Unión Europea debía salvar a la cincuentenaria institución de la ira de muchos de sus ciudadanos, representada por la derrota de la propuesta de Constitución en los referéndums de Francia y Holanda hace dos años. En lugar de eso, pareció un aquelarre del MERCOSUR o algo peor, confirmándose la falta de visión de los jefes del mayor bloque político y económico del mundo.
Durante dos años, la opinión general sobre el fracaso de la Constitución propuesta a los ciudadanos europeos fue que éstos sienten a la UE como una construcción elitista. ¿Y cómo respondió la élite la semana pasada? Preservó el grueso de la laberíntica Constitución que se suponía debía enterrar, pero pasó a denominarla “tratado”, de modo que los gobiernos podrán eludir las consultas populares a la hora de ratificarlo.
Me apresuro a agregar que la gente no siempre tiene mejores ideas que las élites. Si pudieran decidir, muchos de quienes hacen muecas contra la UE probablemente la reemplazarían con instituciones mucho más retrógradas, diseñadas para reflejar su temor al mundo moderno. Pero esa no es la cuestión. Comportándose de un modo que, según muchos sondeos, confirma los recelos de la mitad de la población de la UE no restaurarán el “sex-appeal” de la “eurocracia”.
El intento de contrabandear una Constitución europea es síntoma de un problema más profundo: la falta de visión respecto del papel que Europa debería desempeñar en un mundo cada vez más abierto. La batalla más importante de la cita “cumbre” fue una torva disputa librada entre Polonia y Alemania sobre el cambio propuesto en las reglas de votación.
¿Por qué estaban los mellizos Kaczynski (el Presidente Lech y el Primer Ministro Jaroslaw) que gobiernan Polonia desesperados por mantener las reglas actuales si no es porque ellas dan a su país tanto poder como el que tiene Alemania a pesar de contar con la mitad de su población? Entre hoy y 2013, Polonia recibirá casi 70 mil millones de euros de los otros estados miembros. Preservando las viejas reglas, Polonia podía seguir ordeñando la vaca de Bruselas en el presupuesto 2013-19. Al final, los polacos consiguieron lo que buscaban: las nuevas normas de votación no entrarán en vigor antes de 2014. Por lo tanto, la cita “cumbre” que debía definir el perfil europeo de las próximas décadas se convirtió en una riña de callejón para ver quién lograba saquear mejor el dinero del pueblo.
Se suponía también que en este encuentro “histórico” la nueva generación de dirigentes europeos se desharía de los hábitos proteccionistas, convirtiendo al torpe paquidermo europeo en una ágil gacela capaz de aventajar a los Estados Unidos y Asia. ¡Pamplinas! La “hazaña” del presidente francés Nicolas Sarkozy fue persuadir a sus colegas para que abandonen “la competencia libre y sin distorsiones” de la lista de objetivos del tratado. Por si alguien cree que esto significa que Sarzoky pretende eliminar los organismos reguladores que a menudo debilitan a las empresas exitosas acusándolas de ser monopolios encubiertos, el Presidente reiteró su apuesta por “la promoción de los campeones nacionales”, es decir por derramar dinero público sobre aquellas industrias que el gobierno quiere convertir en emblemas nacionales.
Los líderes de la UE también preservaron una carta de “derechos fundamentales” que es un listado de las políticas intervencionistas responsables de que la tasa de desocupación de Europa sea casi el doble de la estadounidense. El único con una posición sensata en este tema —el Primer Ministro británico saliente Tony Blair— tuvo que aferrarse a una cláusula de exclusión para garantizar que su país no se vea inundado por demandas legales contra sus leyes laborales a través del Tribunal de Justicia Europeo.
Uno se pregunta qué plagas debe sufrir Europa antes de que una generación de dirigentes despierte al desafío contemporáneo. Quizás el problema sea que muchas empresas europeas se han modernizado a pesar del contexto restrictivo, convirtiéndose en grandes protagonistas globales y haciendo que resulte menos obvio que es urgente una reforma europea: 30 por ciento de las 2.000 empresas más exitosas del mundo son europeas, a pesar de que en áreas como la alta tecnología o la biotecnología la proporción es mucho más pequeña.
Otra razón puede ser ésta: a pesar de que la economía europea ha crecido poco en los últimos años, gracias al dinámico mercado interno existe todavía suficiente capital acumulado como para que se siga subvencionando a vastos sectores de la sociedad (poco menos de la mitad del presupuesto europeo se destina a proteger a los agricultores). El resultado es una autocomplacencia que se traduce en el mediocre conformismo de la semana que pasó. La Vieja Europa no está rejuveneciendo en absoluto y, si las cosas siguen así, la nueva Europa envejecerá rápido.
(c) 2007, The Washington Post Writers Group
La vieja Europa…sigue envejeciendo
Washington, DC—La reciente cita “cumbre” de la Unión Europea debía salvar a la cincuentenaria institución de la ira de muchos de sus ciudadanos, representada por la derrota de la propuesta de Constitución en los referéndums de Francia y Holanda hace dos años. En lugar de eso, pareció un aquelarre del MERCOSUR o algo peor, confirmándose la falta de visión de los jefes del mayor bloque político y económico del mundo.
Durante dos años, la opinión general sobre el fracaso de la Constitución propuesta a los ciudadanos europeos fue que éstos sienten a la UE como una construcción elitista. ¿Y cómo respondió la élite la semana pasada? Preservó el grueso de la laberíntica Constitución que se suponía debía enterrar, pero pasó a denominarla “tratado”, de modo que los gobiernos podrán eludir las consultas populares a la hora de ratificarlo.
Me apresuro a agregar que la gente no siempre tiene mejores ideas que las élites. Si pudieran decidir, muchos de quienes hacen muecas contra la UE probablemente la reemplazarían con instituciones mucho más retrógradas, diseñadas para reflejar su temor al mundo moderno. Pero esa no es la cuestión. Comportándose de un modo que, según muchos sondeos, confirma los recelos de la mitad de la población de la UE no restaurarán el “sex-appeal” de la “eurocracia”.
El intento de contrabandear una Constitución europea es síntoma de un problema más profundo: la falta de visión respecto del papel que Europa debería desempeñar en un mundo cada vez más abierto. La batalla más importante de la cita “cumbre” fue una torva disputa librada entre Polonia y Alemania sobre el cambio propuesto en las reglas de votación.
¿Por qué estaban los mellizos Kaczynski (el Presidente Lech y el Primer Ministro Jaroslaw) que gobiernan Polonia desesperados por mantener las reglas actuales si no es porque ellas dan a su país tanto poder como el que tiene Alemania a pesar de contar con la mitad de su población? Entre hoy y 2013, Polonia recibirá casi 70 mil millones de euros de los otros estados miembros. Preservando las viejas reglas, Polonia podía seguir ordeñando la vaca de Bruselas en el presupuesto 2013-19. Al final, los polacos consiguieron lo que buscaban: las nuevas normas de votación no entrarán en vigor antes de 2014. Por lo tanto, la cita “cumbre” que debía definir el perfil europeo de las próximas décadas se convirtió en una riña de callejón para ver quién lograba saquear mejor el dinero del pueblo.
Se suponía también que en este encuentro “histórico” la nueva generación de dirigentes europeos se desharía de los hábitos proteccionistas, convirtiendo al torpe paquidermo europeo en una ágil gacela capaz de aventajar a los Estados Unidos y Asia. ¡Pamplinas! La “hazaña” del presidente francés Nicolas Sarkozy fue persuadir a sus colegas para que abandonen “la competencia libre y sin distorsiones” de la lista de objetivos del tratado. Por si alguien cree que esto significa que Sarzoky pretende eliminar los organismos reguladores que a menudo debilitan a las empresas exitosas acusándolas de ser monopolios encubiertos, el Presidente reiteró su apuesta por “la promoción de los campeones nacionales”, es decir por derramar dinero público sobre aquellas industrias que el gobierno quiere convertir en emblemas nacionales.
Los líderes de la UE también preservaron una carta de “derechos fundamentales” que es un listado de las políticas intervencionistas responsables de que la tasa de desocupación de Europa sea casi el doble de la estadounidense. El único con una posición sensata en este tema —el Primer Ministro británico saliente Tony Blair— tuvo que aferrarse a una cláusula de exclusión para garantizar que su país no se vea inundado por demandas legales contra sus leyes laborales a través del Tribunal de Justicia Europeo.
Uno se pregunta qué plagas debe sufrir Europa antes de que una generación de dirigentes despierte al desafío contemporáneo. Quizás el problema sea que muchas empresas europeas se han modernizado a pesar del contexto restrictivo, convirtiéndose en grandes protagonistas globales y haciendo que resulte menos obvio que es urgente una reforma europea: 30 por ciento de las 2.000 empresas más exitosas del mundo son europeas, a pesar de que en áreas como la alta tecnología o la biotecnología la proporción es mucho más pequeña.
Otra razón puede ser ésta: a pesar de que la economía europea ha crecido poco en los últimos años, gracias al dinámico mercado interno existe todavía suficiente capital acumulado como para que se siga subvencionando a vastos sectores de la sociedad (poco menos de la mitad del presupuesto europeo se destina a proteger a los agricultores). El resultado es una autocomplacencia que se traduce en el mediocre conformismo de la semana que pasó. La Vieja Europa no está rejuveneciendo en absoluto y, si las cosas siguen así, la nueva Europa envejecerá rápido.
(c) 2007, The Washington Post Writers Group
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