En vísperas de los comicios del 7 de noviembre, los políticos estadounidenses de ambos partidos le están diciendo a los iraquíes que no están haciendo lo suficiente para mejorar su propia seguridad. Los demócratas están menospreciando los esfuerzos iraquíes en materia de seguridad y criticando a la administración Bush por no presionar a los iraquíes para que hagan más. En respuesta, se dice que la administración Bush está creando una cronograma especifico de etapas importantes para que el gobierno iraquí desarme a las milicias, reduzca la violencia sectaria, e incremente la estabilidad y seguridad en el país.
Una retórica así puede servir para la política interna, pero demuestra la estatura de la arrogancia imperial. La invasión y ocupación estadounidense ha despedazado por completo al ya faccioso tejido social de Irak, ya rasgado por tres guerras anteriores—la Guerra Irán-Irak, la Primera Guerra del Golfo, y el combate sobre las zonas de exclusión para los vuelos impuestas sobre el territorio iraquí entre al Guerra del Golfo y la invasión de los EE.UU.. El desencadenamiento de una guerra civil sectaria después de la invasión estadounidense era predecible y fue predicha, aún por la comunidad estadounidense de inteligencia. A causa de la incursión, la inepta disolución estadounidenses del ejército iraquí y la remoción de los miembros del partido Baathist del gobierno iraquí debilitó severamente la posibilidad de cualquier esfuerzo iraquí exitoso para disuadir o mitigar dicha discordia.
Criticar la bravura y lealtad de las nuevas fuerzas de seguridad iraquíes es una forma de distraer la atención de los fracasos de la estrategia militar estadounidense. Las fuerzas armadas de los Estados Unidos, incluso después de la debacle en Vietnam, desdeñaron aprender cómo librar una guerra de contrainsurgencia y siguieron adquiriendo costosos armamentos para una guerra contra un importante adversario convencional que ya no existe. La utilización reflexiva de las fuerzas armadas estadounidenses de pesado poder de fuego, especialmente poder aéreo, ha provocado excesivas victimas fatales iraquíes y puso al pueblo iraquí en contra de los Estados Unidos. Recientemente, la incrementada violencia en Bagdad en respuesta a las redobladas operaciones de seguridad estadounidenses evidencia que las fuerzas de los EE.UU. son parte del problema en Irak, no de la solución. Hasta que fue demasiado tarde, los Estados Unidos no se empeñaron en ganar los corazones y mentes del pueblo iraquí, el elemento más crucial de librar una guerra de contrainsurgencia exitosa.
En síntesis, los políticos estadounidenses están esencialmente culpando a los iraquíes por no aplastar el caos y la mutilación creada por los Estados Unidos. No obstante, si las mejores fuerzas armadas del mundo no pueden desarmar a las milicias y pacificar a Irak, ¿cómo espera el gobierno estadounidense que las inexpertas fuerzas de seguridad iraquíes puedan hacerlo?
La autoridad del gobierno central iraquí no es extenso en virtud de que Irak ya está en efecto dividido en feudos descentralizados custodiados por milicias sectarias y étnicas. Además, el tambaleante gobierno iraquí es dependiente del apoyo político de las milicias chiítas radicales a las que se supone está desarmando. Incluso los militares estadounidenses temen hacer más enemigos al desarmar a estas milicias, las cuales están lanzando amplios ataques contra las fuerzas de EE.UU..
Los Estados Unidos están dando al gobierno iraquí un cronograma de medidas para mejorar la seguridad con la amenaza implícita de que si no son cumplidas, los Estados Unidos sancionarán a los iraquíes o cambiarán su estrategia militar. Dichas amenazas tendrán poco efecto, porque el gobierno iraquí es incapaz de desarmar a las milicias y de alguna manera mejorar la seguridad. Por lo tanto, quizás la administración Bush está emplazando a los iraquíes por fracasar de modo tal que pueda encontrarse una excusa, tras lo que parece ser una debacle electoral en casa, para comenzar un lento retiro de las fuerzas estadounidenses de Irak.
Una lenta retirada de las tropas de los EE.UU de Irak, tal como la “vietnamización” durante los últimos fases de la Guerra de Vietnam, tan solo dilatará lo inevitable—el fracaso de la política—mientras logra que muchos más efectivos estadounidenses, hombres y mujeres, sean asesinados en el ínterin.
En cambio, los Estados Unidos deberían retirar a sus fuerzas rápidamente para motivar a los chiítas y kurdos que manejan el gobierno para compartir la riqueza petrolera iraquí con los sunnitas, comprando así su acuerdo para aceptar pacíficamente al ya dividido Irak. Las milicias no serán desarmadas por el gobierno central, pero vigilará sus propias áreas designadas. De hecho, el gobierno central permanecerá solamente como un armazón confederado o sería disuelto enteramente. Aunque no es perfecto, este escenario es la última esperanza de Irak para evitar una guerra civil cada vez mayor y brindarle a los iraquíes la esperanza de alguna paz y prosperidad.
Traducido por Gabriel Gasave
La arrogancia estadounidense en Irak
En vísperas de los comicios del 7 de noviembre, los políticos estadounidenses de ambos partidos le están diciendo a los iraquíes que no están haciendo lo suficiente para mejorar su propia seguridad. Los demócratas están menospreciando los esfuerzos iraquíes en materia de seguridad y criticando a la administración Bush por no presionar a los iraquíes para que hagan más. En respuesta, se dice que la administración Bush está creando una cronograma especifico de etapas importantes para que el gobierno iraquí desarme a las milicias, reduzca la violencia sectaria, e incremente la estabilidad y seguridad en el país.
Una retórica así puede servir para la política interna, pero demuestra la estatura de la arrogancia imperial. La invasión y ocupación estadounidense ha despedazado por completo al ya faccioso tejido social de Irak, ya rasgado por tres guerras anteriores—la Guerra Irán-Irak, la Primera Guerra del Golfo, y el combate sobre las zonas de exclusión para los vuelos impuestas sobre el territorio iraquí entre al Guerra del Golfo y la invasión de los EE.UU.. El desencadenamiento de una guerra civil sectaria después de la invasión estadounidense era predecible y fue predicha, aún por la comunidad estadounidense de inteligencia. A causa de la incursión, la inepta disolución estadounidenses del ejército iraquí y la remoción de los miembros del partido Baathist del gobierno iraquí debilitó severamente la posibilidad de cualquier esfuerzo iraquí exitoso para disuadir o mitigar dicha discordia.
Criticar la bravura y lealtad de las nuevas fuerzas de seguridad iraquíes es una forma de distraer la atención de los fracasos de la estrategia militar estadounidense. Las fuerzas armadas de los Estados Unidos, incluso después de la debacle en Vietnam, desdeñaron aprender cómo librar una guerra de contrainsurgencia y siguieron adquiriendo costosos armamentos para una guerra contra un importante adversario convencional que ya no existe. La utilización reflexiva de las fuerzas armadas estadounidenses de pesado poder de fuego, especialmente poder aéreo, ha provocado excesivas victimas fatales iraquíes y puso al pueblo iraquí en contra de los Estados Unidos. Recientemente, la incrementada violencia en Bagdad en respuesta a las redobladas operaciones de seguridad estadounidenses evidencia que las fuerzas de los EE.UU. son parte del problema en Irak, no de la solución. Hasta que fue demasiado tarde, los Estados Unidos no se empeñaron en ganar los corazones y mentes del pueblo iraquí, el elemento más crucial de librar una guerra de contrainsurgencia exitosa.
En síntesis, los políticos estadounidenses están esencialmente culpando a los iraquíes por no aplastar el caos y la mutilación creada por los Estados Unidos. No obstante, si las mejores fuerzas armadas del mundo no pueden desarmar a las milicias y pacificar a Irak, ¿cómo espera el gobierno estadounidense que las inexpertas fuerzas de seguridad iraquíes puedan hacerlo?
La autoridad del gobierno central iraquí no es extenso en virtud de que Irak ya está en efecto dividido en feudos descentralizados custodiados por milicias sectarias y étnicas. Además, el tambaleante gobierno iraquí es dependiente del apoyo político de las milicias chiítas radicales a las que se supone está desarmando. Incluso los militares estadounidenses temen hacer más enemigos al desarmar a estas milicias, las cuales están lanzando amplios ataques contra las fuerzas de EE.UU..
Los Estados Unidos están dando al gobierno iraquí un cronograma de medidas para mejorar la seguridad con la amenaza implícita de que si no son cumplidas, los Estados Unidos sancionarán a los iraquíes o cambiarán su estrategia militar. Dichas amenazas tendrán poco efecto, porque el gobierno iraquí es incapaz de desarmar a las milicias y de alguna manera mejorar la seguridad. Por lo tanto, quizás la administración Bush está emplazando a los iraquíes por fracasar de modo tal que pueda encontrarse una excusa, tras lo que parece ser una debacle electoral en casa, para comenzar un lento retiro de las fuerzas estadounidenses de Irak.
Una lenta retirada de las tropas de los EE.UU de Irak, tal como la “vietnamización” durante los últimos fases de la Guerra de Vietnam, tan solo dilatará lo inevitable—el fracaso de la política—mientras logra que muchos más efectivos estadounidenses, hombres y mujeres, sean asesinados en el ínterin.
En cambio, los Estados Unidos deberían retirar a sus fuerzas rápidamente para motivar a los chiítas y kurdos que manejan el gobierno para compartir la riqueza petrolera iraquí con los sunnitas, comprando así su acuerdo para aceptar pacíficamente al ya dividido Irak. Las milicias no serán desarmadas por el gobierno central, pero vigilará sus propias áreas designadas. De hecho, el gobierno central permanecerá solamente como un armazón confederado o sería disuelto enteramente. Aunque no es perfecto, este escenario es la última esperanza de Irak para evitar una guerra civil cada vez mayor y brindarle a los iraquíes la esperanza de alguna paz y prosperidad.
Traducido por Gabriel Gasave
Defensa y política exteriorIrak
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