La muerte del sádico antisocial Abu Musab al-Zarqawi no debería hacer lagrimear los ojos de nadie, pero la misma es primariamente un triunfo de corta vida en materia de relaciones públicas para la administración Bush que puede ocultar una verdadera victoria para la insurgencia sunnita.
Dentro del ejido de Washington, las relaciones públicas son a menudo más importantes que la realidad. La buena política es menos importante que el hecho de asumir la pose de aparecer como que se están haciendo avances para resolver importantes problemas públicos. Este acto de prestidigitación evita las decisiones difíciles, gana elecciones, y mantiene a los políticos en el cargo. El enfoque ha funcionado tan bien en el país que las administraciones estadounidenses lo han llevado consigo para emplearlo en sus aventuras militares en el exterior. Debido a que muchos estadounidenses están acostumbrados a los villanos desagradables en la TV y en las películas, las administraciones de los EE.UU. demonizan a los líderes extranjeros autoritarios—por ejemplo, Slobodan Milosevic y Saddam Hussein fueron comparados con Adolf Hitler por las administraciones de Clinton y Bush antes de que los bombardeos estadounidenses comenzaran—o utilizan sus formidables operaciones de relaciones públicas para cambiar la reputación de meros mortales y convertirlos en los muchachos malos del afiche. En el último de los casos, la maquinaria propagandística del gobierno de los EE.UU. ha convertido a al Qaeda en la organización más sobrestimada del mundo y a sus líderes, Osama bin Laden y Ayman al-Zawahiri, en la fuerza que controla a la violenta jihad islámica a nivel mundial—aún cuando ellos actúan principalmente como inspiración para el movimiento.
De manera similar, en Irak, el gobierno estadounidense necesitaba un villano para personificar a la hasta cierto punto anónima insurgencia iraquí. El vicioso y brutal Zarqawi reunía perfectamente todos los requisitos. La administración Bush demonizó a los jihadistas extranjeros de Zarqawi como los instigadores y la fuerza dominante de la mucho más grande insurgencia sunnita para demostrar que los extranjeros eran quienes estaban causando la mayor parte de los problemas en Irak en vez de los iraquíes que deseaban expulsar a la superpotencia de ocupación. Tras agrandar a Zarqawi y a los jihadistas, la administración podía ahora apuntalar el decreciente apoyo público para la guerra en el país al atrapar al muchacho malo en el clásico estilo de Hollywood.
Sin embargo el golpe maestro de relaciones públicas de la administración probablemente sea temporal y le haga un favor a la insurgencia iraquí e incluso tal vez a bin Laden y a Zawahiri. A pesar de que Zarqawi era carismático—para aquellos jihadistas que eran especialmente sanguinarios—y atrajo a combatientes extranjeros a Irak, sus crueles tácticas hacían acobardar incluso a bin Laden y a Zawahiri. Zawahiri le envió una carta a Zarqawi pidiéndole que bajase un poco el volumen, pero Zarqawi lo ignoró y permaneció maníaco como siempre en su matanza indiscriminada. Dado que la conducción de al Qaeda consideraba que Zarqawi le estaba dando mala publicidad al movimiento jihadista radical, quizás incluso bin Laden y Zawahiri respiraron con alivio cuando Zarqawi mordió el polvo.
La más grande insurgencia sunnita ciertamente lo hizo. Los nacionalistas sunnitas, que representan cerca del 90 por ciento de la insurgencia, hacia mucho que habían tenido suficiente de Zarqawi. Su carnicería y su origen extranjero (era jordano) lo habían vuelto extremadamente impopular con la mayoría de los iraquíes sunnitas. Para ser exitosa, resulta crítico para una insurgencia mantener el apoyo de la población, el cual le proporciona refugio y sustento. Las actividades de Zarqawi eran contraproducentes para este fin.
Al matar a Zarqawi, el gobierno de los Estados Unidos ya no tiene a un bien conocido “malhechor” para recuperar el remolón apoyo del público estadounidense para la guerra y ha hecho que sea más probable que los guerrilleros iraquíes puedan retener el apoyo popular sunnita para su insurgencia. Y la muerte ni siquiera se ha deshecho de los jihadistas en Irak, quines continuarán contribuyendo a la violencia sectaria—en la actualidad un problema aún mayor que el de la insurgencia sunnita para la ocupación estadounidense. La estructura descentralizada de las organizaciones jihadistas hace que sea difícil matar a la bestia cortándole simplemente su cabeza.
De esta forma, la muerte de Zarqawi probablemente haya ayudado a la mayor insurgencia sunnita, hará poco por morigerar la creciente violencia sectaria, y puede incluso aparecer como un alivio para la conducción de al Qaeda. Al igual que con la muerte de los dos hijos de Saddam Hussein, la algarabía dentro de la administración Bush probablemente tendrá corta vida.
La muerte de Zarqawi probablemente sea positiva para la insurgencia iraquí
La muerte del sádico antisocial Abu Musab al-Zarqawi no debería hacer lagrimear los ojos de nadie, pero la misma es primariamente un triunfo de corta vida en materia de relaciones públicas para la administración Bush que puede ocultar una verdadera victoria para la insurgencia sunnita.
Dentro del ejido de Washington, las relaciones públicas son a menudo más importantes que la realidad. La buena política es menos importante que el hecho de asumir la pose de aparecer como que se están haciendo avances para resolver importantes problemas públicos. Este acto de prestidigitación evita las decisiones difíciles, gana elecciones, y mantiene a los políticos en el cargo. El enfoque ha funcionado tan bien en el país que las administraciones estadounidenses lo han llevado consigo para emplearlo en sus aventuras militares en el exterior. Debido a que muchos estadounidenses están acostumbrados a los villanos desagradables en la TV y en las películas, las administraciones de los EE.UU. demonizan a los líderes extranjeros autoritarios—por ejemplo, Slobodan Milosevic y Saddam Hussein fueron comparados con Adolf Hitler por las administraciones de Clinton y Bush antes de que los bombardeos estadounidenses comenzaran—o utilizan sus formidables operaciones de relaciones públicas para cambiar la reputación de meros mortales y convertirlos en los muchachos malos del afiche. En el último de los casos, la maquinaria propagandística del gobierno de los EE.UU. ha convertido a al Qaeda en la organización más sobrestimada del mundo y a sus líderes, Osama bin Laden y Ayman al-Zawahiri, en la fuerza que controla a la violenta jihad islámica a nivel mundial—aún cuando ellos actúan principalmente como inspiración para el movimiento.
De manera similar, en Irak, el gobierno estadounidense necesitaba un villano para personificar a la hasta cierto punto anónima insurgencia iraquí. El vicioso y brutal Zarqawi reunía perfectamente todos los requisitos. La administración Bush demonizó a los jihadistas extranjeros de Zarqawi como los instigadores y la fuerza dominante de la mucho más grande insurgencia sunnita para demostrar que los extranjeros eran quienes estaban causando la mayor parte de los problemas en Irak en vez de los iraquíes que deseaban expulsar a la superpotencia de ocupación. Tras agrandar a Zarqawi y a los jihadistas, la administración podía ahora apuntalar el decreciente apoyo público para la guerra en el país al atrapar al muchacho malo en el clásico estilo de Hollywood.
Sin embargo el golpe maestro de relaciones públicas de la administración probablemente sea temporal y le haga un favor a la insurgencia iraquí e incluso tal vez a bin Laden y a Zawahiri. A pesar de que Zarqawi era carismático—para aquellos jihadistas que eran especialmente sanguinarios—y atrajo a combatientes extranjeros a Irak, sus crueles tácticas hacían acobardar incluso a bin Laden y a Zawahiri. Zawahiri le envió una carta a Zarqawi pidiéndole que bajase un poco el volumen, pero Zarqawi lo ignoró y permaneció maníaco como siempre en su matanza indiscriminada. Dado que la conducción de al Qaeda consideraba que Zarqawi le estaba dando mala publicidad al movimiento jihadista radical, quizás incluso bin Laden y Zawahiri respiraron con alivio cuando Zarqawi mordió el polvo.
La más grande insurgencia sunnita ciertamente lo hizo. Los nacionalistas sunnitas, que representan cerca del 90 por ciento de la insurgencia, hacia mucho que habían tenido suficiente de Zarqawi. Su carnicería y su origen extranjero (era jordano) lo habían vuelto extremadamente impopular con la mayoría de los iraquíes sunnitas. Para ser exitosa, resulta crítico para una insurgencia mantener el apoyo de la población, el cual le proporciona refugio y sustento. Las actividades de Zarqawi eran contraproducentes para este fin.
Al matar a Zarqawi, el gobierno de los Estados Unidos ya no tiene a un bien conocido “malhechor” para recuperar el remolón apoyo del público estadounidense para la guerra y ha hecho que sea más probable que los guerrilleros iraquíes puedan retener el apoyo popular sunnita para su insurgencia. Y la muerte ni siquiera se ha deshecho de los jihadistas en Irak, quines continuarán contribuyendo a la violencia sectaria—en la actualidad un problema aún mayor que el de la insurgencia sunnita para la ocupación estadounidense. La estructura descentralizada de las organizaciones jihadistas hace que sea difícil matar a la bestia cortándole simplemente su cabeza.
De esta forma, la muerte de Zarqawi probablemente haya ayudado a la mayor insurgencia sunnita, hará poco por morigerar la creciente violencia sectaria, y puede incluso aparecer como un alivio para la conducción de al Qaeda. Al igual que con la muerte de los dos hijos de Saddam Hussein, la algarabía dentro de la administración Bush probablemente tendrá corta vida.
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