Winston Churchill lo dijo muy bien “Si usted coloca a dos economistas en una habitación, usted obtiene dos opiniones—a menos que uno de ellos sea Lord Keynes, en cuyo caso obtiene tres”. Sin embargo, Churchill estaba equivocado. Brad DeLong trabajó para la administración Clinton y regularmente pide el juicio político del Presidente Bush. En contraste, Greg Mankiw habla con simpatía del Presidente Bush y presidió su Concejo de Asesores Económicos. Los lectores de sus respectivas bitácoras (DeLong, Mankiw) saben que no existe afecto alguno entre los dos. No obstante, ambos economistas fueron iniciales y entusiastas signatarios de mi Carta abierta sobre la inmigración (Sin embargo, іno les dije que el otro la había firmado hasta que la carta estuvo publicada!).
DeLong y Mankiw no están solos. En una encuesta, se les preguntó a economistas y público en general sí “demasiados inmigrantes” eran una de las razones para las malas condiciones económicas, con una calificación de 2 si era una razón importante y de 0 si para nada era una razón. El público calificó a la inmigración con un 1,23, los economistas le dieron tan solo un 0,22.
¿Por qué los economistas piensan más favorablemente acerca de la inmigración que el público en general? Considero que existen tres razones: la teoría, la investigación empírica, y la ética.
Con relación a la teoría, el público se concentra en la idea de que “los inmigrantes se quedarán con nuestros empleos”. Pero los inmigrantes también compran nuestros productos de modo tal que el efecto primario de la inmigración es simplemente el de incrementar el tamaño del mercado. Además, іpocos son los que se quejan de que dentro de veinte años nuestros empleos estarán amenazados cuando todos los bebés nacidos este año empiecen a trabajar! Sin embargo, el crecimiento de la población y la inmigración son fuerzas económicas muy similares. Los empleos pueden ser un problema en una recesión o si los mercados laborales no son libres y flexibles pero estos problemas no son causados por la inmigración y deberían ser resueltos directamente.
¿Qué hay respecto de los salarios? Los economistas reconocen que la inmigración puede hacer bajar a los salarios; pero a diferencia del público en general también saben que la inmigración puede incrementarlos. Claramente, la inmigración de un trabajador altamente capacitado puede incrementar los salarios para los estadounidenses. ¿Google, Yahoo y Sun Microsystems? Todas empresas fundadas por inmigrantes. Pero la inmigración de un trabajador poco calificado puede también aumentar los salarios para los estadounidenses. Más trabajadores poco calificados significan precios más bajos para servicios tales como el del cuidado diurno de niños o la tintorería y esto significa que los estadounidenses más preparados pueden pasar más tiempo realizando las tareas en las cuales son más productivos. La inmigración, como el comercio, incrementa la producción total—en vez de trasladar a los bienes trasladamos a los trabajadores.
El hecho de que la inmigración y el comercio sean similares también significa que incluso si la inmigración baja los salarios, la restricción de la inmigración no necesariamente los hará subir. Con menos inmigrantes poco calificados en los Estados Unidos el incentivo para trasladar la producción al exterior aumentará.
Los economistas han investigado extensamente la cuestión salarial prestándole especial atención al efecto de la inmigración poco calificada sobre los salarios de aquellos estadounidenses que abandonan la escuela secundaria. Los resultados tanto de los partidarios como de quienes se oponen a la inmigración son sorprendentemente similares. Estudios realizados por David Card (UC Berkeley) sugieren cero efectos por parte de los inmigrantes poco preparados sobre los trabajadores con baja capacitación. Trabajos de George Borjas (Harvard) sugieren una declinación salarial del 7,4%. Borjas reconoce que su cifra sea probablemente exagerada dado que la misma no toma en cuenta los incrementos en el stock de capital que trae aparejada la inmigración. Los estudios de Card están probablemente del lado indulgente debido a que asumen que los mercados laborales en las distintas ciudades no están para nada conectados. La mayor parte de los economistas se contentan con algún número intermedio.
Quienes abandonan la escuela secundaria ya la están pasando mal razón por la cual incluso una pequeña declinación en sus salarios no es algo que pueda ser ignorado. ¿Pero es la reducción de la inmigración verdaderamente la mejor forma de ayudar a los que dejaron la educación secundaria? ¿Por qué no alentarlos en cambio a que no la abandonen? ¿Por qué debemos enfrentar al pobre con quien es mucho más pobre?.
Los economistas están probablemente también más abiertos a la inmigración que el típico miembro del público en virtud de su ética—mientras que los economistas puede que sean conocidos por asumir un comportamiento basado en el interés personal allí donde miran, los economistas en su trabajo tienden a no distinguir entre nosotros y ellos. Buscamos en cambio políticas que al menos en principio mejoren a todos. Las políticas que nos mejoran al precio de empeorar a los demás son para los políticos, no para los economistas.
La inmigración hace que los inmigrantes estén mucho mejor. En el debate normal no se considera que esta circunstancia sea de gran importancia—¿quién se preocupa por ellos? Pero los economistas tienden a no considerar que algunas personas valen más que otras, especialmente si la diferencia entre ellas es algo tan aleatorio como el lugar en donde el individuo nació.
Los economistas distinguen a veces entre el rico y el pobre, pero aquellos que abandonan sus estudios secundarios en los Estados Unidos son ricos si se los compara con los inmigrantes poco calificados de México. Es una clase de ética muy peculiar la que afirma que deberíamos castigar mucho a los inmigrantes muy pobres a efectos de beneficiar de manera marginal a los relativamente ricos estadounidenses (peculiar al menos si uno no se encuentra atrapado en la cueva de los ladrones).
La inmigración beneficia no solamente a los inmigrantes sino también a sus familias en sus países de origen en virtud de los miles de millones de dólares de su propio dinero que los inmigrantes envían a las mismas. Las remesas enviadas a México en 2004, por ejemplo, alcanzaron los 16.600 millones de dólares—para ponerlo en perspectiva esa cifra equivale a toda la inversión extranjera en México. Las remesas superan por lejos a la ayuda externa y las mismas se dirigen directamente a los pobres y no a los gobiernos corruptos y a los dictadores. ¿Por qué arruinar el mejor programa contra la pobreza del mundo?
Los economistas, por supuesto, no tienen todas las respuestas ni están de acuerdo en todo. La inmigración está destinada a tener efectos importantes sobre la política y la cultura, por ejemplo, incluso si nadie entiende cuáles serán estos efectos. La carta abierta sobre la inmigración fue escrita no para terminar con el debate sino en cambio para decir ‘Dejennos debatir. Pero hagamos del mismo un debate educado’. Me siento orgullos de que los economistas tengamos algo importante que aportarle a ese debate.
Los economistas profesionales u otros científicos sociales interesados en suscribir la carta abierta pueden hacerlo enviando un correo electrónico con su nombre y afiliación a [email protected].
¿Por qué echar a perder al mejor programa contra la pobreza del mundo?
Winston Churchill lo dijo muy bien “Si usted coloca a dos economistas en una habitación, usted obtiene dos opiniones—a menos que uno de ellos sea Lord Keynes, en cuyo caso obtiene tres”. Sin embargo, Churchill estaba equivocado. Brad DeLong trabajó para la administración Clinton y regularmente pide el juicio político del Presidente Bush. En contraste, Greg Mankiw habla con simpatía del Presidente Bush y presidió su Concejo de Asesores Económicos. Los lectores de sus respectivas bitácoras (DeLong, Mankiw) saben que no existe afecto alguno entre los dos. No obstante, ambos economistas fueron iniciales y entusiastas signatarios de mi Carta abierta sobre la inmigración (Sin embargo, іno les dije que el otro la había firmado hasta que la carta estuvo publicada!).
DeLong y Mankiw no están solos. En una encuesta, se les preguntó a economistas y público en general sí “demasiados inmigrantes” eran una de las razones para las malas condiciones económicas, con una calificación de 2 si era una razón importante y de 0 si para nada era una razón. El público calificó a la inmigración con un 1,23, los economistas le dieron tan solo un 0,22.
¿Por qué los economistas piensan más favorablemente acerca de la inmigración que el público en general? Considero que existen tres razones: la teoría, la investigación empírica, y la ética.
Con relación a la teoría, el público se concentra en la idea de que “los inmigrantes se quedarán con nuestros empleos”. Pero los inmigrantes también compran nuestros productos de modo tal que el efecto primario de la inmigración es simplemente el de incrementar el tamaño del mercado. Además, іpocos son los que se quejan de que dentro de veinte años nuestros empleos estarán amenazados cuando todos los bebés nacidos este año empiecen a trabajar! Sin embargo, el crecimiento de la población y la inmigración son fuerzas económicas muy similares. Los empleos pueden ser un problema en una recesión o si los mercados laborales no son libres y flexibles pero estos problemas no son causados por la inmigración y deberían ser resueltos directamente.
¿Qué hay respecto de los salarios? Los economistas reconocen que la inmigración puede hacer bajar a los salarios; pero a diferencia del público en general también saben que la inmigración puede incrementarlos. Claramente, la inmigración de un trabajador altamente capacitado puede incrementar los salarios para los estadounidenses. ¿Google, Yahoo y Sun Microsystems? Todas empresas fundadas por inmigrantes. Pero la inmigración de un trabajador poco calificado puede también aumentar los salarios para los estadounidenses. Más trabajadores poco calificados significan precios más bajos para servicios tales como el del cuidado diurno de niños o la tintorería y esto significa que los estadounidenses más preparados pueden pasar más tiempo realizando las tareas en las cuales son más productivos. La inmigración, como el comercio, incrementa la producción total—en vez de trasladar a los bienes trasladamos a los trabajadores.
El hecho de que la inmigración y el comercio sean similares también significa que incluso si la inmigración baja los salarios, la restricción de la inmigración no necesariamente los hará subir. Con menos inmigrantes poco calificados en los Estados Unidos el incentivo para trasladar la producción al exterior aumentará.
Los economistas han investigado extensamente la cuestión salarial prestándole especial atención al efecto de la inmigración poco calificada sobre los salarios de aquellos estadounidenses que abandonan la escuela secundaria. Los resultados tanto de los partidarios como de quienes se oponen a la inmigración son sorprendentemente similares. Estudios realizados por David Card (UC Berkeley) sugieren cero efectos por parte de los inmigrantes poco preparados sobre los trabajadores con baja capacitación. Trabajos de George Borjas (Harvard) sugieren una declinación salarial del 7,4%. Borjas reconoce que su cifra sea probablemente exagerada dado que la misma no toma en cuenta los incrementos en el stock de capital que trae aparejada la inmigración. Los estudios de Card están probablemente del lado indulgente debido a que asumen que los mercados laborales en las distintas ciudades no están para nada conectados. La mayor parte de los economistas se contentan con algún número intermedio.
Quienes abandonan la escuela secundaria ya la están pasando mal razón por la cual incluso una pequeña declinación en sus salarios no es algo que pueda ser ignorado. ¿Pero es la reducción de la inmigración verdaderamente la mejor forma de ayudar a los que dejaron la educación secundaria? ¿Por qué no alentarlos en cambio a que no la abandonen? ¿Por qué debemos enfrentar al pobre con quien es mucho más pobre?.
Los economistas están probablemente también más abiertos a la inmigración que el típico miembro del público en virtud de su ética—mientras que los economistas puede que sean conocidos por asumir un comportamiento basado en el interés personal allí donde miran, los economistas en su trabajo tienden a no distinguir entre nosotros y ellos. Buscamos en cambio políticas que al menos en principio mejoren a todos. Las políticas que nos mejoran al precio de empeorar a los demás son para los políticos, no para los economistas.
La inmigración hace que los inmigrantes estén mucho mejor. En el debate normal no se considera que esta circunstancia sea de gran importancia—¿quién se preocupa por ellos? Pero los economistas tienden a no considerar que algunas personas valen más que otras, especialmente si la diferencia entre ellas es algo tan aleatorio como el lugar en donde el individuo nació.
Los economistas distinguen a veces entre el rico y el pobre, pero aquellos que abandonan sus estudios secundarios en los Estados Unidos son ricos si se los compara con los inmigrantes poco calificados de México. Es una clase de ética muy peculiar la que afirma que deberíamos castigar mucho a los inmigrantes muy pobres a efectos de beneficiar de manera marginal a los relativamente ricos estadounidenses (peculiar al menos si uno no se encuentra atrapado en la cueva de los ladrones).
La inmigración beneficia no solamente a los inmigrantes sino también a sus familias en sus países de origen en virtud de los miles de millones de dólares de su propio dinero que los inmigrantes envían a las mismas. Las remesas enviadas a México en 2004, por ejemplo, alcanzaron los 16.600 millones de dólares—para ponerlo en perspectiva esa cifra equivale a toda la inversión extranjera en México. Las remesas superan por lejos a la ayuda externa y las mismas se dirigen directamente a los pobres y no a los gobiernos corruptos y a los dictadores. ¿Por qué arruinar el mejor programa contra la pobreza del mundo?
Los economistas, por supuesto, no tienen todas las respuestas ni están de acuerdo en todo. La inmigración está destinada a tener efectos importantes sobre la política y la cultura, por ejemplo, incluso si nadie entiende cuáles serán estos efectos. La carta abierta sobre la inmigración fue escrita no para terminar con el debate sino en cambio para decir ‘Dejennos debatir. Pero hagamos del mismo un debate educado’. Me siento orgullos de que los economistas tengamos algo importante que aportarle a ese debate.
Los economistas profesionales u otros científicos sociales interesados en suscribir la carta abierta pueden hacerlo enviando un correo electrónico con su nombre y afiliación a [email protected].
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