Pocas semanas atrás, ETA, el salvaje grupo terrorista español, declaró un “cese del fuego permanente” y dejó a 44 millones de españoles enfrentando el dilema que otras sociedades han enfrentado: ¿debe uno negociar con los terroristas?
ETA ha asesinado a más de 800 personas durante las últimas cuatro décadas en busca de la independencia vasca, pese al hecho de que la Constitución promulgada tras la muerte de Franco le otorgó el mayor grado de autonomía entre las diecisiete regiones autonómicas en las que está dividido el país.
A pesar de que un cese del fuego decretado en 1998 tuvo corta vida, este anuncio más reciente—originalmente efectuado por tres siluetas enmascaradas con el decorado previsible—es más prometedor. La ETA, debilitada por la policía en los años recientes, no ha asesinado a nadie desde 2003. Mientras tanto, el gobierno español del Sr. Rodríguez Zapatero ya ha emprendido negociaciones con Cataluña que indican una voluntad por parte de Madrid de expandir la ya considerable autonomía de la que gozan las regiones españolas.
Habiendo vivido bajo el terrorismo en Perú, España y Gran Bretaña, y atestiguado, como corresponsal extranjero, el inicio del proceso de paz en Irlanda del Norte, estoy familiarizado con el agonizante dilema que afronta una sociedad cuando es desafiada por el terrorismo. Una solución negociada impone compensaciones que parecen moralmente inexcusables. Pero dadas ciertas condiciones un proceso de paz negociada es la mejor esperanza de obtener realmente la paz. Aún cuando comparto la repugnancia que muchas de las víctimas de ETA y sus simpatizantes políticos expresan ante la idea de una negociación, considero que ese país ha ingresado en un proceso que resultará en el fin del terrorismo. No hay otra alternativa que la de encarar a estos despiadados asesinos en la mesa. Por supuesto, la condición fundamental para cualquier acuerdo deber ser la entrega de sus armas.
Siempre que uno intenta establecer un paralelo entre España e Irlanda del Norte, los escépticos señalan la infinidad de diferencias que separan ambos casos, comenzando por la circunstancia de que uno de ellos deriva de una condición colonial. Sin embargo, cuando se compara procesos de paz lo más pertinente no es tanto el origen del rencor sino el proceso en sí mismo, desde los primeros signos de que un trato es posible hasta la obtención de la paz absoluta. El cese del fuego de ETA me recuerda fuertemente al alto el fuego del IRA en 1998 que condujo a los Acuerdos de Viernes Santo.
Muchos británicos eran naturalmente reacios a negociar con Gerry Adams y Sinn Fein, quienes estaban claramente vinculados al IRA, una organización terrorista despiadada. Pero varios actores en Irlanda del Norte, incluidos líderes como Brit Hume (Partido Social Demócrata y Laborista) y David Trimble (Partido Unionista de Ulster), así como Tony Blair, entendieron que uno no negocia la paz con sus amigos sino con sus enemigos. Una vez que el IRA decretó un inequívoco cese del fuego en 1998, hubiese sido disparatado dejar pasar la oportunidad. Si, hubo que esperar hasta 2001 para que el IRA realmente empezara a deponer sus armas, pero el proceso comenzó en 1998, incluido el amplio acuerdo para compartir el poder. Las armas no hubiesen sido entregadas en 2001 si las negociaciones no se hubiesen iniciado en 1998.
En España, el Partido Popular, organización de centro-derecha que logró una serie de victorias sobre ETA cuando estuvo en el gobierno, ha sido renuente a convertirse en parte del proceso. Tras evitar comprometerse en un primer momento, ahora se han dejado arrastrar sólo a medias. Una abrumadora mayoría de españoles, desesperados por un fin de la violencia, apoyan el proceso.
Cualquier negociación implicará concesiones desagradables. Tony Blair acordó liberar a cientos de prisioneros en Gran Bretaña, otorgándoles un reconocimiento de facto como figuras “políticas” en vez de criminales. Y el proceso en Irlanda del Norte ha hecho frente a fuertes obstáculos, incluida la suspensión de la asamblea surgida de las negociaciones tras un incidente de espionaje relacionado con el Sinn Fein hace un par de años. Pero este es el precio que cualquier sociedad debe pagar a efectos de alcanzar la paz cuando los medios militares no resultan suficientes para suprimir una violencia originada en un rencor histórico o en una férrea creencia nacionalista.
No tengo otra cosa que desprecio por ETA. He participado en numerosas manifestaciones contra ellos en España. Todavía recuerdo el horror de ser despertado en el medio de la noche por las bombas explotando cerca de mi departamento. Pero también comprendo que ETA ha desafiado al gobierno español para comprometerse en un proceso que es, a estas alturas, la mejor opción disponible para una paz permanente.
En última instancia, la solución para la lucha entre Madrid y los nacionalistas será una expansión de la autonomía, aún si España ya permite una mayor autonomía regional que la mayoría de los demás países europeos. El hecho de combatir al nacionalismo regional con el nacionalismo centralizado sólo compra un poco de tiempo. Cuanto más poder le sea devuelto a las regiones y al pueblo en general, menor será la tensión. El nacionalismo ha visto reducir su intensidad en Escocia y Quebec después de que los gobiernos británico y cadaniense hicieran numerosas concesiones en años recientes. Eso no significa ceder ante los separatistas violentos sino más bien sembrar el césped debajo de sus pies. Se ha abierto una oportunidad para alejar a la discusión del idioma de las armas. Debería ser aprovechada. Lo peor que puede pasar es que el proceso fracase y las cosas vuelvan a ser como estaban.
ETA: ¿El principio del fin?
Pocas semanas atrás, ETA, el salvaje grupo terrorista español, declaró un “cese del fuego permanente” y dejó a 44 millones de españoles enfrentando el dilema que otras sociedades han enfrentado: ¿debe uno negociar con los terroristas?
ETA ha asesinado a más de 800 personas durante las últimas cuatro décadas en busca de la independencia vasca, pese al hecho de que la Constitución promulgada tras la muerte de Franco le otorgó el mayor grado de autonomía entre las diecisiete regiones autonómicas en las que está dividido el país.
A pesar de que un cese del fuego decretado en 1998 tuvo corta vida, este anuncio más reciente—originalmente efectuado por tres siluetas enmascaradas con el decorado previsible—es más prometedor. La ETA, debilitada por la policía en los años recientes, no ha asesinado a nadie desde 2003. Mientras tanto, el gobierno español del Sr. Rodríguez Zapatero ya ha emprendido negociaciones con Cataluña que indican una voluntad por parte de Madrid de expandir la ya considerable autonomía de la que gozan las regiones españolas.
Habiendo vivido bajo el terrorismo en Perú, España y Gran Bretaña, y atestiguado, como corresponsal extranjero, el inicio del proceso de paz en Irlanda del Norte, estoy familiarizado con el agonizante dilema que afronta una sociedad cuando es desafiada por el terrorismo. Una solución negociada impone compensaciones que parecen moralmente inexcusables. Pero dadas ciertas condiciones un proceso de paz negociada es la mejor esperanza de obtener realmente la paz. Aún cuando comparto la repugnancia que muchas de las víctimas de ETA y sus simpatizantes políticos expresan ante la idea de una negociación, considero que ese país ha ingresado en un proceso que resultará en el fin del terrorismo. No hay otra alternativa que la de encarar a estos despiadados asesinos en la mesa. Por supuesto, la condición fundamental para cualquier acuerdo deber ser la entrega de sus armas.
Siempre que uno intenta establecer un paralelo entre España e Irlanda del Norte, los escépticos señalan la infinidad de diferencias que separan ambos casos, comenzando por la circunstancia de que uno de ellos deriva de una condición colonial. Sin embargo, cuando se compara procesos de paz lo más pertinente no es tanto el origen del rencor sino el proceso en sí mismo, desde los primeros signos de que un trato es posible hasta la obtención de la paz absoluta. El cese del fuego de ETA me recuerda fuertemente al alto el fuego del IRA en 1998 que condujo a los Acuerdos de Viernes Santo.
Muchos británicos eran naturalmente reacios a negociar con Gerry Adams y Sinn Fein, quienes estaban claramente vinculados al IRA, una organización terrorista despiadada. Pero varios actores en Irlanda del Norte, incluidos líderes como Brit Hume (Partido Social Demócrata y Laborista) y David Trimble (Partido Unionista de Ulster), así como Tony Blair, entendieron que uno no negocia la paz con sus amigos sino con sus enemigos. Una vez que el IRA decretó un inequívoco cese del fuego en 1998, hubiese sido disparatado dejar pasar la oportunidad. Si, hubo que esperar hasta 2001 para que el IRA realmente empezara a deponer sus armas, pero el proceso comenzó en 1998, incluido el amplio acuerdo para compartir el poder. Las armas no hubiesen sido entregadas en 2001 si las negociaciones no se hubiesen iniciado en 1998.
En España, el Partido Popular, organización de centro-derecha que logró una serie de victorias sobre ETA cuando estuvo en el gobierno, ha sido renuente a convertirse en parte del proceso. Tras evitar comprometerse en un primer momento, ahora se han dejado arrastrar sólo a medias. Una abrumadora mayoría de españoles, desesperados por un fin de la violencia, apoyan el proceso.
Cualquier negociación implicará concesiones desagradables. Tony Blair acordó liberar a cientos de prisioneros en Gran Bretaña, otorgándoles un reconocimiento de facto como figuras “políticas” en vez de criminales. Y el proceso en Irlanda del Norte ha hecho frente a fuertes obstáculos, incluida la suspensión de la asamblea surgida de las negociaciones tras un incidente de espionaje relacionado con el Sinn Fein hace un par de años. Pero este es el precio que cualquier sociedad debe pagar a efectos de alcanzar la paz cuando los medios militares no resultan suficientes para suprimir una violencia originada en un rencor histórico o en una férrea creencia nacionalista.
No tengo otra cosa que desprecio por ETA. He participado en numerosas manifestaciones contra ellos en España. Todavía recuerdo el horror de ser despertado en el medio de la noche por las bombas explotando cerca de mi departamento. Pero también comprendo que ETA ha desafiado al gobierno español para comprometerse en un proceso que es, a estas alturas, la mejor opción disponible para una paz permanente.
En última instancia, la solución para la lucha entre Madrid y los nacionalistas será una expansión de la autonomía, aún si España ya permite una mayor autonomía regional que la mayoría de los demás países europeos. El hecho de combatir al nacionalismo regional con el nacionalismo centralizado sólo compra un poco de tiempo. Cuanto más poder le sea devuelto a las regiones y al pueblo en general, menor será la tensión. El nacionalismo ha visto reducir su intensidad en Escocia y Quebec después de que los gobiernos británico y cadaniense hicieran numerosas concesiones en años recientes. Eso no significa ceder ante los separatistas violentos sino más bien sembrar el césped debajo de sus pies. Se ha abierto una oportunidad para alejar a la discusión del idioma de las armas. Debería ser aprovechada. Lo peor que puede pasar es que el proceso fracase y las cosas vuelvan a ser como estaban.
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