El último informe del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (BERD) a propósito de los antiguos países comunistas de Europa central y la región báltica contiene importantes lecciones para aquellas regiones del mundo que aún descreen de los beneficios del libre comercio y los mercados abiertos. El “Informe Transición 2005” en realidad pone la puntería sobre varias reformas todavía pendientes, resaltando, por ejemplo, lo inadecuado de muchas instituciones vigentes en algunos países de Europa central y oriental. Pero los logros alcanzados hasta ahora son impresionantes y es indispensable que tanto los latinoamericanos como los africanos los entiendan para que se sacudan de una vez su enervante molicie.
La primera lección es que en casi todos los países del centro y del este de Europa se da un consenso con respecto a las bondades de los mercados libres. El verdadero debate gira en torno a la profundidad de las reformas, pero la tendencia general no está en duda. Mientras que en Africa y América Latina el libre comercio y el libre mercado suscitan todavía un debate feroz –y algunos países marchan en una dirección al tiempo que otros tiran en dirección contraria-, las antiguas naciones comunistas han superado esa etapa infantil. Algunos de los países más retrasados han pasado ahora a hacer reformas audaces y ya cosechan los beneficios. Rumanía, considerada por mucho tiempo una causa perdida, ha emprendido finalmente cambios significativos, incluida una rebaja generalizada de impuestos (que han quedado reducidos a una tasa única de 16 por ciento), la liberación del mercado laboral y la privatización de grandes símbolos estatales, como Sidex, el mamut del acero. Eslovaquia, considerado un país inviable cuando se separó de la República Checa bajo el liderazgo de un demagogo aterrador, Vladimir Meciar, ha superado a su república hermana y protege aún mejor los derechos de propiedad bajo un sistema de Derecho.
La segunda lección es que aquellos países que se abrieron al comercio de forma más radical son también aquellos a los que les va mejor. En el Africa y América Latina (también en ciertos países desarrollados), el debate a propósito del comercio gira en torno al calendario ideal para la gradual reducción de las barreras arancelarias a fin de facilitar la “adaptación” a la competencia. En Europa central y oriental, los países que se han fortalecido y han demostrado mejor “adaptación” a la competencia son precisamente los que menos se preocuparon con respecto a los periodos de transición.
El país con el mejor desempeño económico sigue siendo Estonia, que hace 15 años pulverizó de manera unilateral todos su aranceles. A diferencia de los países de Europa central, donde las reformas comerciales fueron más lentas y por tanto el crecimiento del PBI ha rondado el 4 o 5 por ciento, los países bálticos, especialmente Estonia, vienen creciendo de manera consistente a una tasa de entre 7 y 8 por ciento desde que eliminaron los aranceles, lo que implica que su nivel de vida se duplica cada década. Las exportaciones de Estonia totalizan en la actualidad el equivalente al 80 por ciento de su PBI, lo que desmiente la muy extendida opinión de que los países deberían apuntar a exportar más y a importar menos. Estonia demuestra que la remoción de barreras comerciales es la mejor forma de galvanizar las exportaciones.
Una tercera lección que nos transmiten los países ex comunistas es que las reformas no deben ser parciales sino integrales. De nada sirve abrir el comercio-es decir, patear barreras externas-si no se atacan también las barreras internas contra la iniciativa empresarial y el intercambio. Estonia fue el primer país en reemplazar–en 1994-su laberíntico sistema impositivo con un solo tributo horizontal o “flat tax” bastante bajo, reduciendo drásticamente la carga impositiva general, simplificando el sistema y eliminando las distorsiones que genera el impuesto progresivo a la renta, ese invento de Marx. Letonia y Lituania siguieron el ejemplo. Finalmente, los países de Europa central fueron también de la partida, con tanto éxito que Alemania y Francia se quejan de que esos advenedizos a la Unión Europea compiten “deslealmente” para engatusar capitales foráneos. En los años previos a su radical reducción impositiva, la economía Estonia padecía una tasa de crecimiento negativa del 8 por ciento. Las drásticas reformas revirtieron la fortuna del país a la velocidad del rayo.
La cuarta y última lección tiene que ver con los mercados laborales. Muchos de los países subdesarrollados que deciden hacer reformas fiscales y comerciales se abstienen, sin embargo, de liberar sus mercados de trabajo, sin percatarse de cuán importante es para un país tener un mercado laboral flexible si quiere responder de forma inmediata y exitosa a las oportunidades que se desprenden de la baja de impuestos y la apertura comercial. Mientras que Hungría, que posee un mercado laboral razonablemente libre, prácticamente ha eliminado la pobreza en su totalidad en estos quince años, Polonia, donde los altos gravámenes a la nómina salarial, un salario mínimo elevado y políticas restrictivas respecto de la contratación y los despidos han frenado la creación de nuevos puestos de trabajo, tiene empleado solamente al 51 por ciento de su población activa.
Gracias a reformas atrevidas, los países ex comunistas han sacado de la pobreza a 40 millones de personas en los últimos siete años. Es fácil olvidar que hace apenas una generación estas repúblicas estaban aherrojadas por regímenes que habían aniquilado los cimientos institucionales de la sociedad libre. Todos arrancaron de una situación desventajosa respecto de otras naciones subdesarrolladas en las que los gobiernos dirigistas y corruptos no habían desbaratado las instituciones de la sociedad libre de una forma comparable. Hoy día, la mejor esperanza para estos últimos países radica en prestar atención a las lecciones de las naciones de Europa central y la región báltica que han revertido su rumbo.
Lecciones de la Europa liberal
El último informe del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (BERD) a propósito de los antiguos países comunistas de Europa central y la región báltica contiene importantes lecciones para aquellas regiones del mundo que aún descreen de los beneficios del libre comercio y los mercados abiertos. El “Informe Transición 2005” en realidad pone la puntería sobre varias reformas todavía pendientes, resaltando, por ejemplo, lo inadecuado de muchas instituciones vigentes en algunos países de Europa central y oriental. Pero los logros alcanzados hasta ahora son impresionantes y es indispensable que tanto los latinoamericanos como los africanos los entiendan para que se sacudan de una vez su enervante molicie.
La primera lección es que en casi todos los países del centro y del este de Europa se da un consenso con respecto a las bondades de los mercados libres. El verdadero debate gira en torno a la profundidad de las reformas, pero la tendencia general no está en duda. Mientras que en Africa y América Latina el libre comercio y el libre mercado suscitan todavía un debate feroz –y algunos países marchan en una dirección al tiempo que otros tiran en dirección contraria-, las antiguas naciones comunistas han superado esa etapa infantil. Algunos de los países más retrasados han pasado ahora a hacer reformas audaces y ya cosechan los beneficios. Rumanía, considerada por mucho tiempo una causa perdida, ha emprendido finalmente cambios significativos, incluida una rebaja generalizada de impuestos (que han quedado reducidos a una tasa única de 16 por ciento), la liberación del mercado laboral y la privatización de grandes símbolos estatales, como Sidex, el mamut del acero. Eslovaquia, considerado un país inviable cuando se separó de la República Checa bajo el liderazgo de un demagogo aterrador, Vladimir Meciar, ha superado a su república hermana y protege aún mejor los derechos de propiedad bajo un sistema de Derecho.
La segunda lección es que aquellos países que se abrieron al comercio de forma más radical son también aquellos a los que les va mejor. En el Africa y América Latina (también en ciertos países desarrollados), el debate a propósito del comercio gira en torno al calendario ideal para la gradual reducción de las barreras arancelarias a fin de facilitar la “adaptación” a la competencia. En Europa central y oriental, los países que se han fortalecido y han demostrado mejor “adaptación” a la competencia son precisamente los que menos se preocuparon con respecto a los periodos de transición.
El país con el mejor desempeño económico sigue siendo Estonia, que hace 15 años pulverizó de manera unilateral todos su aranceles. A diferencia de los países de Europa central, donde las reformas comerciales fueron más lentas y por tanto el crecimiento del PBI ha rondado el 4 o 5 por ciento, los países bálticos, especialmente Estonia, vienen creciendo de manera consistente a una tasa de entre 7 y 8 por ciento desde que eliminaron los aranceles, lo que implica que su nivel de vida se duplica cada década. Las exportaciones de Estonia totalizan en la actualidad el equivalente al 80 por ciento de su PBI, lo que desmiente la muy extendida opinión de que los países deberían apuntar a exportar más y a importar menos. Estonia demuestra que la remoción de barreras comerciales es la mejor forma de galvanizar las exportaciones.
Una tercera lección que nos transmiten los países ex comunistas es que las reformas no deben ser parciales sino integrales. De nada sirve abrir el comercio-es decir, patear barreras externas-si no se atacan también las barreras internas contra la iniciativa empresarial y el intercambio. Estonia fue el primer país en reemplazar–en 1994-su laberíntico sistema impositivo con un solo tributo horizontal o “flat tax” bastante bajo, reduciendo drásticamente la carga impositiva general, simplificando el sistema y eliminando las distorsiones que genera el impuesto progresivo a la renta, ese invento de Marx. Letonia y Lituania siguieron el ejemplo. Finalmente, los países de Europa central fueron también de la partida, con tanto éxito que Alemania y Francia se quejan de que esos advenedizos a la Unión Europea compiten “deslealmente” para engatusar capitales foráneos. En los años previos a su radical reducción impositiva, la economía Estonia padecía una tasa de crecimiento negativa del 8 por ciento. Las drásticas reformas revirtieron la fortuna del país a la velocidad del rayo.
La cuarta y última lección tiene que ver con los mercados laborales. Muchos de los países subdesarrollados que deciden hacer reformas fiscales y comerciales se abstienen, sin embargo, de liberar sus mercados de trabajo, sin percatarse de cuán importante es para un país tener un mercado laboral flexible si quiere responder de forma inmediata y exitosa a las oportunidades que se desprenden de la baja de impuestos y la apertura comercial. Mientras que Hungría, que posee un mercado laboral razonablemente libre, prácticamente ha eliminado la pobreza en su totalidad en estos quince años, Polonia, donde los altos gravámenes a la nómina salarial, un salario mínimo elevado y políticas restrictivas respecto de la contratación y los despidos han frenado la creación de nuevos puestos de trabajo, tiene empleado solamente al 51 por ciento de su población activa.
Gracias a reformas atrevidas, los países ex comunistas han sacado de la pobreza a 40 millones de personas en los últimos siete años. Es fácil olvidar que hace apenas una generación estas repúblicas estaban aherrojadas por regímenes que habían aniquilado los cimientos institucionales de la sociedad libre. Todos arrancaron de una situación desventajosa respecto de otras naciones subdesarrolladas en las que los gobiernos dirigistas y corruptos no habían desbaratado las instituciones de la sociedad libre de una forma comparable. Hoy día, la mejor esperanza para estos últimos países radica en prestar atención a las lecciones de las naciones de Europa central y la región báltica que han revertido su rumbo.
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