La semana pasada, estaba tan irritado tras volar las 2.000 millas de mi viaje de ida y vuelta desde mi hogar en Washington, D.C. a Chicago que prometí hacer dedo la próxima vez. ¿Tuve que soportar la pérdida de mi equipaje por un lapso prolongado o que dormir durante la noche en el aeropuerto debido al clima invernal notoriamente malo de Chicago? No, fue algo mucho peor. Lamentablemente, recibí una tarjeta de embarque inscripta con “SSSS”—el termino burocrático para el hecho de ganar (en verdad perder) la lotería para un lugar en la línea de inspección de seguridad especial de la Administración de Seguridad en el Transporte (TSA es su sigla en inglés).
Al principio, me agarró un flash de paranoia y me pregunté si estaba siendo escogido para el acoso gubernamental en virtud de una columna que escribí tiempo atrás criticando los procedimientos de seguridad aeroportuaria de la TSA. ¿O podría haber sido que al gobierno no le agradaron mis diversas columnas en contra de la guerra en Irak? Finalmente, me di cuenta de que mi ego estaba inflando mi importancia para el gobierno y de que la inspección especial estaba relacionada probablemente con el ofrecimiento del empleado del mostrador de embarque de la aerolínea de ponerme en un vuelo más temprano. (De obtener esas nefastas S durante los otros dos viajes en avión que programé durante la temporada navideña, reconsideraré mi más siniestra hipótesis original.)
Empecé a preguntarme por qué el cambio de vuelo implica enarbolar una bandera roja con las autoridades. ¿No hacen lo mismo millones de personas en los Estados Unidos cada día debido a las inclemencias del clima, cambios en sus horarios, o problemas mecánicos con la aeronave? Además, antes del 11/09, en vez de cambiar de vuelos, los terroristas reiteradamente tomaron los mismos vuelos que evaluaron para el ataque.
Y mientras esto sucede, el gobierno está aparentemente por permitir pronto que los pasajeros de las aerolíneas lleven a bordo cuchillos, tijeras, alicates, etc., los que fueron prohibidos después del 11/09. Aparentemente, las autoridades consideran ahora que el hacer volar a los aeroplanos con bombas es una amenaza más grande que la de secuestrarlos y estrellarlos contra edificios. ¿Significa esto que estaban equivocados respecto de la principal amenaza para los años posteriores al 11/09 o que la TSA se encuentra meramente tratando de encontrar una excusa para morigerar algunas de las medidas de seguridad más impopulares que han amenazado a la agencia con la extinción burocrática?
Finalmente, a pesar de que los tribunales (jamás defendiendo a la Constitución) le han permitido a las autoridades revisar sin “causa probable” a todos los individuos y sus pertenencias en los aeropuertos y barricadas diseñadas para atrapar a conductores ebrios, ¿no violan la Cuarta Enmienda tales requisas generales?
Oops, tales preguntas de sentido común por parte de cualquier viajero aéreo pensante solamente pueden volverlo a uno escéptico de los esfuerzos del gobierno para proporcionar una seguridad genuina. Los mismos pueden también hacer su vida miserable.
Tras elucubrar todos estos pensamientos a medida que atravesaba la inspección de seguridad común, la cual implicaba pasar a través de un detector de metales y el usual escaneo de mi equipaje y calzado, estaba un poquito fastidiado cuando llegué al área de inspección adicional.
Pese a que me mordí la lengua, mi fastidio debe haberse evidenciado mientras el inspector de la TSA me hacía hacer contorciones al estilo yoga mientras deslizaba una vara sobre mí, la pasó por sobre todo mi cuerpo, y palpó el frente de mis pantalones (increíble pero cierto). Aparentemente, esta grosera violación de la privacidad es considerada aceptable por el gobierno mientras una persona del mismo sexo sea quien la inflinge sobre la victima. Cualquier ciudadano común podría ser arrestado por tal comportamiento. Además, el mínimo de seguridad adicionado—si es que hay algo—por estas intrusas medidas adicionales ciertamente no vale la violación personal. Y mi fastidio fue recompensado con el registro minucioso de mi bolso—aún cuando el mismo ya había sido escaneado electrónicamente—con mis elementos personales desparramados y sin ser vueltos a empacar. Afortunadamente, en este viaje, no llevaba regalos navideños, los cuales hubiesen sido abiertos descuidadamente.
En mi viaje de vuelta, descubrí, en gran medida para mi horror, que estas inspecciones “aleatorias” no son tan aleatorias. Cuando la empleada del mostrado me entregó mi tarjeta de embarque, la misma una vez más tenía la ominosa S en ella. Le pregunté por qué había sido seleccionado nuevamente para esta tortura. Ella dijo que tendría que preguntarle a la TSA. Y entonces le pregunté al inspector especial de la TSA por qué inspecciones supuestamente aleatorias—presumiblemente diseñadas para impedirle a los terroristas ingresar elementos nefastos al aeroplano y realmente atrapar a alguno de ellos haciéndolo—tenían como objetivo a los mismos individuos tanto en su viaje de ida como de vuelta. Señalé que si no había tratado de cometer un acto terrorista en el viaje de ida, la probabilidad de que no lo haría en el de vuelta era baja. Cuando dije que controlar a un número más grande de personas, en vez de a las mismas, es probable que atraparía a más terroristas, lo único que el confundido inspector pudo decir es que las aerolíneas, no la TSA, toman las decisiones respecto de a quién requisar.
Todo esto ha reforzado mi escepticismo original de que la mayoría de estas medidas de seguridad son engaños—meramente esfuerzos gubernamentales para mostrarle al público que “algo” se está haciendo acerca del terrorismo. Los secuestros y ataques con bombas a los aviones siempre han sido muy raros e, incluso después del 9/11, el viajero aéreo promedio tiene una probabilidad minúscula de encontrarse alguna vez involucrado en un incidente así. Pero desgraciadamente, en estas fiestas, el Grinch gubernamental nos da el regalo que perdura: la pseudo seguridad aeroportuaria.
Traducido por Gabriel Gasave
Los regalos de la TSA para los viajeros en estas fiestas navideñas
La semana pasada, estaba tan irritado tras volar las 2.000 millas de mi viaje de ida y vuelta desde mi hogar en Washington, D.C. a Chicago que prometí hacer dedo la próxima vez. ¿Tuve que soportar la pérdida de mi equipaje por un lapso prolongado o que dormir durante la noche en el aeropuerto debido al clima invernal notoriamente malo de Chicago? No, fue algo mucho peor. Lamentablemente, recibí una tarjeta de embarque inscripta con “SSSS”—el termino burocrático para el hecho de ganar (en verdad perder) la lotería para un lugar en la línea de inspección de seguridad especial de la Administración de Seguridad en el Transporte (TSA es su sigla en inglés).
Al principio, me agarró un flash de paranoia y me pregunté si estaba siendo escogido para el acoso gubernamental en virtud de una columna que escribí tiempo atrás criticando los procedimientos de seguridad aeroportuaria de la TSA. ¿O podría haber sido que al gobierno no le agradaron mis diversas columnas en contra de la guerra en Irak? Finalmente, me di cuenta de que mi ego estaba inflando mi importancia para el gobierno y de que la inspección especial estaba relacionada probablemente con el ofrecimiento del empleado del mostrador de embarque de la aerolínea de ponerme en un vuelo más temprano. (De obtener esas nefastas S durante los otros dos viajes en avión que programé durante la temporada navideña, reconsideraré mi más siniestra hipótesis original.)
Empecé a preguntarme por qué el cambio de vuelo implica enarbolar una bandera roja con las autoridades. ¿No hacen lo mismo millones de personas en los Estados Unidos cada día debido a las inclemencias del clima, cambios en sus horarios, o problemas mecánicos con la aeronave? Además, antes del 11/09, en vez de cambiar de vuelos, los terroristas reiteradamente tomaron los mismos vuelos que evaluaron para el ataque.
Y mientras esto sucede, el gobierno está aparentemente por permitir pronto que los pasajeros de las aerolíneas lleven a bordo cuchillos, tijeras, alicates, etc., los que fueron prohibidos después del 11/09. Aparentemente, las autoridades consideran ahora que el hacer volar a los aeroplanos con bombas es una amenaza más grande que la de secuestrarlos y estrellarlos contra edificios. ¿Significa esto que estaban equivocados respecto de la principal amenaza para los años posteriores al 11/09 o que la TSA se encuentra meramente tratando de encontrar una excusa para morigerar algunas de las medidas de seguridad más impopulares que han amenazado a la agencia con la extinción burocrática?
Finalmente, a pesar de que los tribunales (jamás defendiendo a la Constitución) le han permitido a las autoridades revisar sin “causa probable” a todos los individuos y sus pertenencias en los aeropuertos y barricadas diseñadas para atrapar a conductores ebrios, ¿no violan la Cuarta Enmienda tales requisas generales?
Oops, tales preguntas de sentido común por parte de cualquier viajero aéreo pensante solamente pueden volverlo a uno escéptico de los esfuerzos del gobierno para proporcionar una seguridad genuina. Los mismos pueden también hacer su vida miserable.
Tras elucubrar todos estos pensamientos a medida que atravesaba la inspección de seguridad común, la cual implicaba pasar a través de un detector de metales y el usual escaneo de mi equipaje y calzado, estaba un poquito fastidiado cuando llegué al área de inspección adicional.
Pese a que me mordí la lengua, mi fastidio debe haberse evidenciado mientras el inspector de la TSA me hacía hacer contorciones al estilo yoga mientras deslizaba una vara sobre mí, la pasó por sobre todo mi cuerpo, y palpó el frente de mis pantalones (increíble pero cierto). Aparentemente, esta grosera violación de la privacidad es considerada aceptable por el gobierno mientras una persona del mismo sexo sea quien la inflinge sobre la victima. Cualquier ciudadano común podría ser arrestado por tal comportamiento. Además, el mínimo de seguridad adicionado—si es que hay algo—por estas intrusas medidas adicionales ciertamente no vale la violación personal. Y mi fastidio fue recompensado con el registro minucioso de mi bolso—aún cuando el mismo ya había sido escaneado electrónicamente—con mis elementos personales desparramados y sin ser vueltos a empacar. Afortunadamente, en este viaje, no llevaba regalos navideños, los cuales hubiesen sido abiertos descuidadamente.
En mi viaje de vuelta, descubrí, en gran medida para mi horror, que estas inspecciones “aleatorias” no son tan aleatorias. Cuando la empleada del mostrado me entregó mi tarjeta de embarque, la misma una vez más tenía la ominosa S en ella. Le pregunté por qué había sido seleccionado nuevamente para esta tortura. Ella dijo que tendría que preguntarle a la TSA. Y entonces le pregunté al inspector especial de la TSA por qué inspecciones supuestamente aleatorias—presumiblemente diseñadas para impedirle a los terroristas ingresar elementos nefastos al aeroplano y realmente atrapar a alguno de ellos haciéndolo—tenían como objetivo a los mismos individuos tanto en su viaje de ida como de vuelta. Señalé que si no había tratado de cometer un acto terrorista en el viaje de ida, la probabilidad de que no lo haría en el de vuelta era baja. Cuando dije que controlar a un número más grande de personas, en vez de a las mismas, es probable que atraparía a más terroristas, lo único que el confundido inspector pudo decir es que las aerolíneas, no la TSA, toman las decisiones respecto de a quién requisar.
Todo esto ha reforzado mi escepticismo original de que la mayoría de estas medidas de seguridad son engaños—meramente esfuerzos gubernamentales para mostrarle al público que “algo” se está haciendo acerca del terrorismo. Los secuestros y ataques con bombas a los aviones siempre han sido muy raros e, incluso después del 9/11, el viajero aéreo promedio tiene una probabilidad minúscula de encontrarse alguna vez involucrado en un incidente así. Pero desgraciadamente, en estas fiestas, el Grinch gubernamental nos da el regalo que perdura: la pseudo seguridad aeroportuaria.
Traducido por Gabriel Gasave
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