La Decimoquinta Cumbre Iberoamericana -que se desarrolló en Salamanca, España, en días pasados- se caracterizó por sus declaraciones vacías contra la pobreza, la ayuda a los damnificados por las catástrofes naturales y, por supuesto, sus excelentes banquetes. Nada de nuevo tiene este resultado, que se repite con regularidad año tras año, mientras se congrega un amplio grupo de periodistas a la caza de alguna noticia de interés que vaya más allá de las palabras rituales y las fotografías de rigor. Esta vez, como tantas otras, la única noticia auténtica la proporcionó el tema de Cuba, donde subsiste la más prolongada dictadura del mundo.
La delegación cubana logró dos resultados diplomáticos que bien pueden dejarla satisfecha. En una declaración contra el terrorismo se aludió indirectamente al caso de Posadas Carriles, el supuesto autor de un atentado terrorista ocurrido hace casi tres décadas. Los representantes del gobierno de Cuba quieren que Posadas, que ya salió absuelto en dos juicios que los venezolanos intentaron contra él, sea juzgado nuevamente en ese país, ahora que el sistema judicial de Chávez les garantiza una condena implacable por un hecho que, según las leyes, ya es cosa juzgada y finiquitada por completo. Pero esa no fue el mayor triunfo de los seguidores de Fidel Castro. El éxito principal lo constituyó un llamado a los Estados Unidos para que pongan fin “al bloqueo económico, comercial y financiero” que han impuesto sobre la isla.
Cualquier persona que conozca el recto significado de las palabras sabe que un bloqueo es un acto de guerra que impide la entrada y la salida de cualquier medio de transporte a un determinado país. De acuerdo a esta elemental definición, entonces, el único bloqueo que existe sobre Cuba es el que impone su propio gobierno a los ciudadanos que desean salir de la isla, haciendo uso de una libertad básica que a nadie debiera negársele. La represión es tan despiadada que los desesperados cubanos que se arriesgan a violar este bloqueo pueden ser hasta condenados a muerte, como ocurrió hace menos de dos años con tres ciudadanos que intentaron apoderarse de un transbordador para poder escapar del “paraíso” cubano.
Lo que han impuesto los norteamericanos a la nación caribeña -y a sí mismos, por supuesto- es un embargo comercial y de movimientos, que limita severamente los intercambios de todo tipo entre esos dos países. Es verdad que Cuba soporta ese embargo, tal vez inútil o contraproducente, desde hace mucho tiempo, pero es una verdad del tamaño de una catedral que Cuba está en perfecta libertad para comerciar con todo el resto del mundo, como sin duda lo hace. Llamar bloqueo a un simple embargo unilateral es deformar el sentido de las palabras, dramatizar políticamente una situación que, si bien perturbadora, en nada impide a Cuba desarrollar su economía por los caminos que más considere convenientes.
El gobierno cubano ha sabido sacar provecho de esta circunstancia, denunciando a este embargo como la causa principal del abismal atraso y de la pobreza en que viven sus habitantes. Hace pocas semanas, por ejemplo, el viceministro de Relaciones Exteriores, Bruno Rodríguez Padilla, mostró a la prensa un cálculo según el cual Cuba habría perdido la fabulosa suma de 82.000 millones de dólares por causa de no poder comerciar con los Estados Unidos en los últimos 40 años. Calificó por eso al embargo como un verdadero “acto de genocidio”.
Resulta curioso, por decir lo menos, que un alto funcionario castrista se lamente así de la falta de intercambios comerciales con su país: ¿no se da cuenta el señor Rodríguez que, al denunciar estas pérdidas, está afirmando que el comercio es un acto beneficioso para ambas partes y que todo intercambio trae ganancias a quienes lo realizan? El régimen castrista prohíbe el comercio libre entre los ciudadanos de la isla, impide que cada quien se dedique a las actividades económicas que más les parezcan convenientes, no deja viajar al exterior a sus ciudadanos e impone rigurosas prohibiciones a todo intercambio en nombre de un socialismo que sólo trae miseria y atraso a quienes, en rigor, deben ser considerados como prisioneros de su régimen. Si el comercio es tan bueno, y trae tantos beneficios ¿por qué no dejar que los cubanos comercien libremente entre sí?
Que los presidentes y representantes de los países de la cumbre ibérica denuncien el embargo norteamericano, pero callen ante el brutal bloqueo que Fidel Castro impone a los propios cubanos, resulta una triste manifestación de servilismo y un ominoso recordatorio de la fragilidad de nuestras democracias. Hay mucha hipocresía en todo esto, hay quizás hasta el deseo de apaciguar al tirano del Caribe para que no intervenga, como suele hacer, en los asuntos internos de otros países, promoviendo agitaciones que pueden desestabilizar a algunos gobiernos. Lo cierto es que estas declaraciones, intrascendentes como puedan parecer a algunos, son sin embargo un pesado lastre que en nada ayudan a fortalecer nuestras democracias o a impedir que, como en Bolivia, Nicaragua o Venezuela, se conviertan otra vez en dictaduras populistas o de izquierda.
Bloqueos, embargos y mentiras
La Decimoquinta Cumbre Iberoamericana -que se desarrolló en Salamanca, España, en días pasados- se caracterizó por sus declaraciones vacías contra la pobreza, la ayuda a los damnificados por las catástrofes naturales y, por supuesto, sus excelentes banquetes. Nada de nuevo tiene este resultado, que se repite con regularidad año tras año, mientras se congrega un amplio grupo de periodistas a la caza de alguna noticia de interés que vaya más allá de las palabras rituales y las fotografías de rigor. Esta vez, como tantas otras, la única noticia auténtica la proporcionó el tema de Cuba, donde subsiste la más prolongada dictadura del mundo.
La delegación cubana logró dos resultados diplomáticos que bien pueden dejarla satisfecha. En una declaración contra el terrorismo se aludió indirectamente al caso de Posadas Carriles, el supuesto autor de un atentado terrorista ocurrido hace casi tres décadas. Los representantes del gobierno de Cuba quieren que Posadas, que ya salió absuelto en dos juicios que los venezolanos intentaron contra él, sea juzgado nuevamente en ese país, ahora que el sistema judicial de Chávez les garantiza una condena implacable por un hecho que, según las leyes, ya es cosa juzgada y finiquitada por completo. Pero esa no fue el mayor triunfo de los seguidores de Fidel Castro. El éxito principal lo constituyó un llamado a los Estados Unidos para que pongan fin “al bloqueo económico, comercial y financiero” que han impuesto sobre la isla.
Cualquier persona que conozca el recto significado de las palabras sabe que un bloqueo es un acto de guerra que impide la entrada y la salida de cualquier medio de transporte a un determinado país. De acuerdo a esta elemental definición, entonces, el único bloqueo que existe sobre Cuba es el que impone su propio gobierno a los ciudadanos que desean salir de la isla, haciendo uso de una libertad básica que a nadie debiera negársele. La represión es tan despiadada que los desesperados cubanos que se arriesgan a violar este bloqueo pueden ser hasta condenados a muerte, como ocurrió hace menos de dos años con tres ciudadanos que intentaron apoderarse de un transbordador para poder escapar del “paraíso” cubano.
Lo que han impuesto los norteamericanos a la nación caribeña -y a sí mismos, por supuesto- es un embargo comercial y de movimientos, que limita severamente los intercambios de todo tipo entre esos dos países. Es verdad que Cuba soporta ese embargo, tal vez inútil o contraproducente, desde hace mucho tiempo, pero es una verdad del tamaño de una catedral que Cuba está en perfecta libertad para comerciar con todo el resto del mundo, como sin duda lo hace. Llamar bloqueo a un simple embargo unilateral es deformar el sentido de las palabras, dramatizar políticamente una situación que, si bien perturbadora, en nada impide a Cuba desarrollar su economía por los caminos que más considere convenientes.
El gobierno cubano ha sabido sacar provecho de esta circunstancia, denunciando a este embargo como la causa principal del abismal atraso y de la pobreza en que viven sus habitantes. Hace pocas semanas, por ejemplo, el viceministro de Relaciones Exteriores, Bruno Rodríguez Padilla, mostró a la prensa un cálculo según el cual Cuba habría perdido la fabulosa suma de 82.000 millones de dólares por causa de no poder comerciar con los Estados Unidos en los últimos 40 años. Calificó por eso al embargo como un verdadero “acto de genocidio”.
Resulta curioso, por decir lo menos, que un alto funcionario castrista se lamente así de la falta de intercambios comerciales con su país: ¿no se da cuenta el señor Rodríguez que, al denunciar estas pérdidas, está afirmando que el comercio es un acto beneficioso para ambas partes y que todo intercambio trae ganancias a quienes lo realizan? El régimen castrista prohíbe el comercio libre entre los ciudadanos de la isla, impide que cada quien se dedique a las actividades económicas que más les parezcan convenientes, no deja viajar al exterior a sus ciudadanos e impone rigurosas prohibiciones a todo intercambio en nombre de un socialismo que sólo trae miseria y atraso a quienes, en rigor, deben ser considerados como prisioneros de su régimen. Si el comercio es tan bueno, y trae tantos beneficios ¿por qué no dejar que los cubanos comercien libremente entre sí?
Que los presidentes y representantes de los países de la cumbre ibérica denuncien el embargo norteamericano, pero callen ante el brutal bloqueo que Fidel Castro impone a los propios cubanos, resulta una triste manifestación de servilismo y un ominoso recordatorio de la fragilidad de nuestras democracias. Hay mucha hipocresía en todo esto, hay quizás hasta el deseo de apaciguar al tirano del Caribe para que no intervenga, como suele hacer, en los asuntos internos de otros países, promoviendo agitaciones que pueden desestabilizar a algunos gobiernos. Lo cierto es que estas declaraciones, intrascendentes como puedan parecer a algunos, son sin embargo un pesado lastre que en nada ayudan a fortalecer nuestras democracias o a impedir que, como en Bolivia, Nicaragua o Venezuela, se conviertan otra vez en dictaduras populistas o de izquierda.
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