El primer anuncio político del Presidente Bush para la campaña de 2004 indica que jugará con el temor del público tras el 11 de septiembre para procurar convencer a los votantes de que no cambien de presidente en medio de una “crisis” de seguridad nacional. Sin embargo, tal oportunismo es un caso clásico de un político que contribuye a una crisis y la exacerba para después aprovecharse de ella políticamente.
Para seguir esa estrategia, el Presidente Bush está tomando una página del libro de juegos de su amigo más cercano en el Oriente Medio—el Primer Ministro de Israel Ariel Sharon. Recuérdese que antes de la elección israelí de febrero de 2001, Sharon, entonces candidato, hizo una visita provocativa al Templo Mount en Jerusalén—sobre el cual se asienta una mezquita sagrada para los musulmanes. Esa visita encendió la actual Intifada palestina y le permitió a Sharon, quien prometió tomar una línea dura contra la sublevación, ser elegido. Por otra parte, Sharon tiene pocos incentivos para hacer las paces con los palestinos debido a que la mutilación continua le permite venderse a sí mismo como el único hombre lo suficientemente duro como para conducir a Israel cuando se presentan amenazas a la seguridad.
De manera similar, para justificar invadir a Irak, el Presidente Bush y sus consejeros neo-conservadores se aprovecharon de la sensación de inseguridad pública en la estela del 11 de septiembre para implicar un vínculo cercano entre el demonizado Saddam Hussein (como resultado de la Primera Guerra del Golfo) y los ataques del 11/09. El presidente tuvo que repudiar más tarde ese vínculo. Incluso los ataques del 11 de septiembre resultaron de la cólera públicamente expresada de Osama bin Laden por la intromisión del gobierno estadounidense en Arabia Saudita y el Oriente Medio, la cual la administración Bush continuó después de asumir el cargo en 2001. Durante la campaña de 2000, George W. Bush prometió “una política exterior más humilde” pero no hizo nada después de entrar en funciones para implementarla y en cambio, después del 11/09, dio un giro de 180 grados hacia la aún más expansionista doctrina de la “guerra preventiva.” La administración Bush fue al menos parcialmente responsable de la crisis original, la ha exacerbado enormemente y ahora procurará convertirla en una victoria reeleccionista de Bush.
En realidad, la estrategia preventiva no ha sido muy preventiva del todo. La administración Bush, torciendo y exagerando la información de inteligencia de la preguerra, invadió la nación soberana de Irak, la cual no planteaba ninguna amenaza inminente a los Estados Unidos. La guerra en Irak, según los funcionarios estadounidenses, europeos y asiáticos, está actuando como un afiche de reclutamiento para los grupos terroristas islámicos en todo el mundo, los que se encuentran indolentemente afiliados con Al Qaeda—tal como el Jemaah Islamiyah en Indonesia. Los funcionarios de inteligencia estadounidenses y europeos observaron que la matanza y la captura de los líderes de Al Qaeda no se encuentra a la par de las incorporaciones a las filas de la juventud musulmana radical deseosa de emprender ataques suicidas. En un memorando privado que fuera filtrado recientemente a la prensa, esa misma preocupación fue expresada por el Secretario de Defensa Donald Rumseld cuando escribió, “¿Estamos capturando, matando o reprimiendo y disuadiendo a más terroristas cada día que los que las madrassas [escuelas islámicas radicales] y los clérigos radicales están reclutando, entrenando y desplegando contra nosotros?” Continuó: “¿Es nuestra situación actual una en la que ‘cuanto más duramente trabajamos, más atrás quedamos?’”
Sí Sr. Secretario, la política exterior hiper-intervencionista de la administración Bush ha conducido a una reciente erupción de ataques terroristas en Indonesia, Pakistán, Marruecos, Túnez, Arabia Saudita, Afganistán, Irak y Turquía. También, las autoridades malograron los ataques que fueran planeados contra los agregados militares y diplomáticos de los EE.UU. en Bosnia, Italia y Marruecos. Más importante, el revolver la cólera en el mundo musulmán invadiendo a una nación islámica sin provocación hace más probables los futuros ataques terroristas contra el territorio estadounidense.
El anuncio político intenta aprovecharse de una amenaza substancial a los ciudadanos estadounidenses creada en gran parte por su propio gobierno y exacerbada enormemente por la invasión de la administración de Bush de Irak. El anuncio muestra al Presidente Bush, en su alocución sobre el Estado de la Unión, siniestramente advirtiendo: “Tomaría un ampolla, un bidón, una caja deslizada en este país el causar un día de horror como ninguno de nosotros hemos conocido jamás.”
Por lo tanto los ciudadanos estadounidenses, quienes inocentemente esperan que su gobierno provea a su seguridad antes que la socave, mejor esperen que la inteligencia del gobierno y las burocracias de la seguridad sean perfectas. Incluso las agencias admiten que todo ataque terrorista no puede ser impedido, prevenido o detenido. Pero es peor que eso. Después de que esas mismas burocracias fallaran el 11 de septiembre, se les concedió más personal y más financiamiento—haciéndolas aún más inmanejables y redundantes. Las agencias están acostumbradas a cuadrarse contra los gobiernos extranjeros que son aún más burocráticos que el Tío Sam—no contra grupos terroristas que son ágiles, clandestinos, sólo holgadamente coordinados, y que pueden rápidamente transmutarse en nuevas formas.
¿Cuál es la solución a la amenaza del surgimiento terrorismo suicida? Ninguna solución perfecta existe para un problema de propia fabricación del gobierno, pero los votantes deberían comenzar por considerar a las administraciones de los EE.UU. como responsables de causar el problema y de empeorarlo. Y la primera manera de salir del agujero es la de dejar de cavar. En vez de una guerra exagerada, preventiva y contraproducente contra aparentemente todos, el gobierno estadounidense debería conducir una política militar más humilde en ultramar para evitar azuzar el avispero del terrorismo vengativo. Además, los Estados Unidos deberían concentrarse en esfuerzos de bajo perfil para lograr la aplicación del derecho internacional y someter a los terroristas de Al Qaeda a la justicia.
Traducido por Gabriel Gasave
Generar las crisis y ganar votos pretendiendo resolverlas
El primer anuncio político del Presidente Bush para la campaña de 2004 indica que jugará con el temor del público tras el 11 de septiembre para procurar convencer a los votantes de que no cambien de presidente en medio de una “crisis” de seguridad nacional. Sin embargo, tal oportunismo es un caso clásico de un político que contribuye a una crisis y la exacerba para después aprovecharse de ella políticamente.
Para seguir esa estrategia, el Presidente Bush está tomando una página del libro de juegos de su amigo más cercano en el Oriente Medio—el Primer Ministro de Israel Ariel Sharon. Recuérdese que antes de la elección israelí de febrero de 2001, Sharon, entonces candidato, hizo una visita provocativa al Templo Mount en Jerusalén—sobre el cual se asienta una mezquita sagrada para los musulmanes. Esa visita encendió la actual Intifada palestina y le permitió a Sharon, quien prometió tomar una línea dura contra la sublevación, ser elegido. Por otra parte, Sharon tiene pocos incentivos para hacer las paces con los palestinos debido a que la mutilación continua le permite venderse a sí mismo como el único hombre lo suficientemente duro como para conducir a Israel cuando se presentan amenazas a la seguridad.
De manera similar, para justificar invadir a Irak, el Presidente Bush y sus consejeros neo-conservadores se aprovecharon de la sensación de inseguridad pública en la estela del 11 de septiembre para implicar un vínculo cercano entre el demonizado Saddam Hussein (como resultado de la Primera Guerra del Golfo) y los ataques del 11/09. El presidente tuvo que repudiar más tarde ese vínculo. Incluso los ataques del 11 de septiembre resultaron de la cólera públicamente expresada de Osama bin Laden por la intromisión del gobierno estadounidense en Arabia Saudita y el Oriente Medio, la cual la administración Bush continuó después de asumir el cargo en 2001. Durante la campaña de 2000, George W. Bush prometió “una política exterior más humilde” pero no hizo nada después de entrar en funciones para implementarla y en cambio, después del 11/09, dio un giro de 180 grados hacia la aún más expansionista doctrina de la “guerra preventiva.” La administración Bush fue al menos parcialmente responsable de la crisis original, la ha exacerbado enormemente y ahora procurará convertirla en una victoria reeleccionista de Bush.
En realidad, la estrategia preventiva no ha sido muy preventiva del todo. La administración Bush, torciendo y exagerando la información de inteligencia de la preguerra, invadió la nación soberana de Irak, la cual no planteaba ninguna amenaza inminente a los Estados Unidos. La guerra en Irak, según los funcionarios estadounidenses, europeos y asiáticos, está actuando como un afiche de reclutamiento para los grupos terroristas islámicos en todo el mundo, los que se encuentran indolentemente afiliados con Al Qaeda—tal como el Jemaah Islamiyah en Indonesia. Los funcionarios de inteligencia estadounidenses y europeos observaron que la matanza y la captura de los líderes de Al Qaeda no se encuentra a la par de las incorporaciones a las filas de la juventud musulmana radical deseosa de emprender ataques suicidas. En un memorando privado que fuera filtrado recientemente a la prensa, esa misma preocupación fue expresada por el Secretario de Defensa Donald Rumseld cuando escribió, “¿Estamos capturando, matando o reprimiendo y disuadiendo a más terroristas cada día que los que las madrassas [escuelas islámicas radicales] y los clérigos radicales están reclutando, entrenando y desplegando contra nosotros?” Continuó: “¿Es nuestra situación actual una en la que ‘cuanto más duramente trabajamos, más atrás quedamos?’”
Sí Sr. Secretario, la política exterior hiper-intervencionista de la administración Bush ha conducido a una reciente erupción de ataques terroristas en Indonesia, Pakistán, Marruecos, Túnez, Arabia Saudita, Afganistán, Irak y Turquía. También, las autoridades malograron los ataques que fueran planeados contra los agregados militares y diplomáticos de los EE.UU. en Bosnia, Italia y Marruecos. Más importante, el revolver la cólera en el mundo musulmán invadiendo a una nación islámica sin provocación hace más probables los futuros ataques terroristas contra el territorio estadounidense.
El anuncio político intenta aprovecharse de una amenaza substancial a los ciudadanos estadounidenses creada en gran parte por su propio gobierno y exacerbada enormemente por la invasión de la administración de Bush de Irak. El anuncio muestra al Presidente Bush, en su alocución sobre el Estado de la Unión, siniestramente advirtiendo: “Tomaría un ampolla, un bidón, una caja deslizada en este país el causar un día de horror como ninguno de nosotros hemos conocido jamás.”
Por lo tanto los ciudadanos estadounidenses, quienes inocentemente esperan que su gobierno provea a su seguridad antes que la socave, mejor esperen que la inteligencia del gobierno y las burocracias de la seguridad sean perfectas. Incluso las agencias admiten que todo ataque terrorista no puede ser impedido, prevenido o detenido. Pero es peor que eso. Después de que esas mismas burocracias fallaran el 11 de septiembre, se les concedió más personal y más financiamiento—haciéndolas aún más inmanejables y redundantes. Las agencias están acostumbradas a cuadrarse contra los gobiernos extranjeros que son aún más burocráticos que el Tío Sam—no contra grupos terroristas que son ágiles, clandestinos, sólo holgadamente coordinados, y que pueden rápidamente transmutarse en nuevas formas.
¿Cuál es la solución a la amenaza del surgimiento terrorismo suicida? Ninguna solución perfecta existe para un problema de propia fabricación del gobierno, pero los votantes deberían comenzar por considerar a las administraciones de los EE.UU. como responsables de causar el problema y de empeorarlo. Y la primera manera de salir del agujero es la de dejar de cavar. En vez de una guerra exagerada, preventiva y contraproducente contra aparentemente todos, el gobierno estadounidense debería conducir una política militar más humilde en ultramar para evitar azuzar el avispero del terrorismo vengativo. Además, los Estados Unidos deberían concentrarse en esfuerzos de bajo perfil para lograr la aplicación del derecho internacional y someter a los terroristas de Al Qaeda a la justicia.
Traducido por Gabriel Gasave
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