La élite de la política exterior estadounidense, demócratas y republicanos por igual, se jactan regularmente de que los Estados Unidos son la única superpotencia del mundo—sin rivales en cuanto a su capacidad y a su buena voluntad de proyectar poderío militar e influencia alrededor del globo. Sin embargo, ¿qué tiene que ver esta presuntuosa dominación global con asegurar la protección y la seguridad de la república y de sus ciudadanos? Si las recientes advertencias del gobierno de los EE.UU. a sus ciudadanos—tanto en el país como en el extranjero—para esencialmente “agacharse y ponerse a cubierto” cuando el milenio finaliza son alguna indicación, la respuesta es nada. En el ambiente de la seguridad tras la Guerra Fría, la profusa interferencia de los EE.UU. en los asuntos de otras naciones y grupos puede, de hecho, reducir la seguridad de los estadounidenses.
Pese a toda su poderío global, el gobierno de los EE.UU. fracasa en la tarea más básica que un gobierno debe desempeñar—asegurar la protección de sus propios ciudadanos. Según un propio informe del Departamento de Estado sobre el terrorismo global, solamente los Estados Unidos constituyen el blanco del 40 por ciento del terrorismo mundial. Esa importante participación es inusual para una nación que carece de una guerra civil, de insurrección doméstica, y no posee vecinos poco amistosos.
Una importante pregunta, que rara vez es formulada y nunca adecuadamente respondida es: “¿Qué motiva a los terroristas para preferir a los estadounidenses?” Empleando la subyacente y nunca cuestionada asunción de que los Estados Unidos usan sombrero blanco y los terroristas usan sombreros negros, el establishment de la política exterior se centra principalmente en el modus operandi de los terroristas y en cómo combatirlos. Aunque muchos partidarios de una política intervencionista de los EE.UU. sostienen que el terrorismo se encuentra dirigido contra los Estados Unidos debido a “quien es”—la más grande nación capitalista y un exportador masivo de cultura—tanto el Presidente Clinton como la Junta de la Ciencia de la Defensa han admitido, que los Estados Unidos constituyen un blanco debido a sus “responsabilidades de liderazgo excepcionales” y a la “implicación en situaciones internacionales” (eufemismos para entrometerse innecesariamente en los asuntos de otras naciones).
El aparato de la política exterior dentro del mundillo de Washington DC.—que observa al mundo como si fuese un tablero de ajedrez—es renuente a contener su apetito voraz por las aventuras militares estadounidenses (por ejemplo, bombardeando Serbia aún cuando esa nación en modo alguno amenazó a los Estados Unidos y continuar brincando sobre ese escombro económico que es Irak). La élite de la política exterior de los EE.UU.—los diplomáticos, los militares de hojalata, los miembros del Congreso, e incluso los académicos de los EE.UU.—se benefician con el rol de los Estados Unidos como el “líder global.” En los círculos internacionales, tienen un prestigio enorme y una audiencia mundial impaciente, que se babea por su análisis y predicción de la política exterior de la hegemonía global.
¿Pero qué obtiene el estadounidense medio de esta intromisión de los EE.UU. en lejanos rincones del mundo que no afectan ni remotamente a los intereses vitales de la nación?: Una billetera mucho más liviana y una creciente intranquilidad al viajar al exterior o aún al participar en celebraciones públicas masivas dentro del país.
Mientras que el nuevo milenio se acerca rápidamente, el público estadounidense tiene un motivo para estar intranquilo. Los ataques con bombas al World Trade Center y a las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania indican que los terroristas se encuentran hoy día más dispuestos que nunca a infligir un matanza masiva para tomar represalias contra una política exterior intervencionista de los EE.UU.. También, los terroristas tienen ahora acceso a armas nucleares, biológicas, y químicas que podrían causar muertes masivas. En un poco conocido incidente en 1995, el culto religioso japonés que atacó al subterráneo de Tokio con gas venenoso, estaba planeando lanzar gas nervioso en Disneylandia, en California, durante una celebración de fuegos artificiales—cuando la asistencia al parque alcanzaría su capacidad máxima. Afortunadamente, las autoridades de los EE.UU. aprendieron a los miembros del grupo antes de que pudiesen lanzar el ataque.
Es aterrador que la élite de la política exterior parezca resignada a tales actos de terrorismo catastróficos. Los altos funcionarios hablan de “cuándo” y no “si” tal ataque ocurrirá sobre el territorio estadounidense. La reciente conclusión de una comisión formada para aconsejar a la administración y al Congreso sobre la vulnerabilidad de los Estados Unidos al terrorismo catastrófico demuestra la actitud mental de los “expertos”:
Tan serio y potencialmente catastrófico como un ataque terrorista doméstico pudiese resultar, es altamente inverosímil que el mismo pudiese minar completamente la seguridad nacional, y mucho menos amenazar la supervivencia, de los Estados Unidos como nación.
Una persona media podría preguntarse respecto de los líderes que fallan en considerar a decenas o centenares de miles de muertes en el territorio estadounidense como una completa violación de la seguridad de la nación. En toda su historia, los Estados Unidos nunca han sufrido muertes de tal magnitud en su suelo en manos de un atacante extranjero.
El establishment de la política exterior replicará arrogantemente que la única superpotencia del mundo no debería apaciguar a los terroristas. En función de esta definición, cualquier persona que rechazase incendiar la casa de un vecino molesto podría ser acusada como culpable de apaciguamiento. Los terroristas más desagradables y los estados rufianes que los patrocinan se encuentran lejos de las costas de los EE.UU. y no incomodarían a los Estados Unidos si los mismos no se entrometieran constantemente en sus regiones. Es desafortunado que los americanos deban “agacharse y ponerse a cubierto” en la víspera del nuevo milenio cuando una política exterior más moderada de los EE.UU. habría reducido grandemente las oportunidades de ataques terroristas.
Traducido por Gabriel Gasave
La alerta del Tío Sam por el año 2000: Agáchense y póngase a cubierto
La élite de la política exterior estadounidense, demócratas y republicanos por igual, se jactan regularmente de que los Estados Unidos son la única superpotencia del mundo—sin rivales en cuanto a su capacidad y a su buena voluntad de proyectar poderío militar e influencia alrededor del globo. Sin embargo, ¿qué tiene que ver esta presuntuosa dominación global con asegurar la protección y la seguridad de la república y de sus ciudadanos? Si las recientes advertencias del gobierno de los EE.UU. a sus ciudadanos—tanto en el país como en el extranjero—para esencialmente “agacharse y ponerse a cubierto” cuando el milenio finaliza son alguna indicación, la respuesta es nada. En el ambiente de la seguridad tras la Guerra Fría, la profusa interferencia de los EE.UU. en los asuntos de otras naciones y grupos puede, de hecho, reducir la seguridad de los estadounidenses.
Pese a toda su poderío global, el gobierno de los EE.UU. fracasa en la tarea más básica que un gobierno debe desempeñar—asegurar la protección de sus propios ciudadanos. Según un propio informe del Departamento de Estado sobre el terrorismo global, solamente los Estados Unidos constituyen el blanco del 40 por ciento del terrorismo mundial. Esa importante participación es inusual para una nación que carece de una guerra civil, de insurrección doméstica, y no posee vecinos poco amistosos.
Una importante pregunta, que rara vez es formulada y nunca adecuadamente respondida es: “¿Qué motiva a los terroristas para preferir a los estadounidenses?” Empleando la subyacente y nunca cuestionada asunción de que los Estados Unidos usan sombrero blanco y los terroristas usan sombreros negros, el establishment de la política exterior se centra principalmente en el modus operandi de los terroristas y en cómo combatirlos. Aunque muchos partidarios de una política intervencionista de los EE.UU. sostienen que el terrorismo se encuentra dirigido contra los Estados Unidos debido a “quien es”—la más grande nación capitalista y un exportador masivo de cultura—tanto el Presidente Clinton como la Junta de la Ciencia de la Defensa han admitido, que los Estados Unidos constituyen un blanco debido a sus “responsabilidades de liderazgo excepcionales” y a la “implicación en situaciones internacionales” (eufemismos para entrometerse innecesariamente en los asuntos de otras naciones).
El aparato de la política exterior dentro del mundillo de Washington DC.—que observa al mundo como si fuese un tablero de ajedrez—es renuente a contener su apetito voraz por las aventuras militares estadounidenses (por ejemplo, bombardeando Serbia aún cuando esa nación en modo alguno amenazó a los Estados Unidos y continuar brincando sobre ese escombro económico que es Irak). La élite de la política exterior de los EE.UU.—los diplomáticos, los militares de hojalata, los miembros del Congreso, e incluso los académicos de los EE.UU.—se benefician con el rol de los Estados Unidos como el “líder global.” En los círculos internacionales, tienen un prestigio enorme y una audiencia mundial impaciente, que se babea por su análisis y predicción de la política exterior de la hegemonía global.
¿Pero qué obtiene el estadounidense medio de esta intromisión de los EE.UU. en lejanos rincones del mundo que no afectan ni remotamente a los intereses vitales de la nación?: Una billetera mucho más liviana y una creciente intranquilidad al viajar al exterior o aún al participar en celebraciones públicas masivas dentro del país.
Mientras que el nuevo milenio se acerca rápidamente, el público estadounidense tiene un motivo para estar intranquilo. Los ataques con bombas al World Trade Center y a las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania indican que los terroristas se encuentran hoy día más dispuestos que nunca a infligir un matanza masiva para tomar represalias contra una política exterior intervencionista de los EE.UU.. También, los terroristas tienen ahora acceso a armas nucleares, biológicas, y químicas que podrían causar muertes masivas. En un poco conocido incidente en 1995, el culto religioso japonés que atacó al subterráneo de Tokio con gas venenoso, estaba planeando lanzar gas nervioso en Disneylandia, en California, durante una celebración de fuegos artificiales—cuando la asistencia al parque alcanzaría su capacidad máxima. Afortunadamente, las autoridades de los EE.UU. aprendieron a los miembros del grupo antes de que pudiesen lanzar el ataque.
Es aterrador que la élite de la política exterior parezca resignada a tales actos de terrorismo catastróficos. Los altos funcionarios hablan de “cuándo” y no “si” tal ataque ocurrirá sobre el territorio estadounidense. La reciente conclusión de una comisión formada para aconsejar a la administración y al Congreso sobre la vulnerabilidad de los Estados Unidos al terrorismo catastrófico demuestra la actitud mental de los “expertos”:
Tan serio y potencialmente catastrófico como un ataque terrorista doméstico pudiese resultar, es altamente inverosímil que el mismo pudiese minar completamente la seguridad nacional, y mucho menos amenazar la supervivencia, de los Estados Unidos como nación.
Una persona media podría preguntarse respecto de los líderes que fallan en considerar a decenas o centenares de miles de muertes en el territorio estadounidense como una completa violación de la seguridad de la nación. En toda su historia, los Estados Unidos nunca han sufrido muertes de tal magnitud en su suelo en manos de un atacante extranjero.
El establishment de la política exterior replicará arrogantemente que la única superpotencia del mundo no debería apaciguar a los terroristas. En función de esta definición, cualquier persona que rechazase incendiar la casa de un vecino molesto podría ser acusada como culpable de apaciguamiento. Los terroristas más desagradables y los estados rufianes que los patrocinan se encuentran lejos de las costas de los EE.UU. y no incomodarían a los Estados Unidos si los mismos no se entrometieran constantemente en sus regiones. Es desafortunado que los americanos deban “agacharse y ponerse a cubierto” en la víspera del nuevo milenio cuando una política exterior más moderada de los EE.UU. habría reducido grandemente las oportunidades de ataques terroristas.
Traducido por Gabriel Gasave
Defensa y política exteriorTerrorismo y seguridad nacional
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