Sir John Cowperthwaite se desempeñó en la administración británica de Hong Kong por más de 25 años. De 1961 a 1971 fue el secretario de finanzas de Hong Kong, un cargo que le otorgó un vasto poder sobre los asuntos económicos de la colonia. Fue bajo sus pautas que la teoría de la no intervención positiva fue empleada para promover el asombroso progreso económico de Hong Kong.
Una de las cruzadas de Sir John fue la de evitar la recolección de estadísticas sobre muchos aspectos de la vida de Hong Kong. En Hong Kong, dijo, “nos encontramos en la feliz posición en que la influencia ejercida por el gobierno sobre la economía es tan pequeña que no resulta necesario, e incluso de ningún valor particular, tener estas cifras disponibles para la formulación de políticas.” Para él, las estadísticas eran las herramientas de los intervencionistas ansiosos de utilizar al gobierno para producir un resultado consistente con su visión colectivista de la sociedad.
Amén.
Los Estados Unidos han tomado un camino distinto. La Constitución estadounidense dispone la enumeración de los ciudadanos con el propósito de determinar el número de representantes de cada estado en el Congreso. Sin embargo, durante el transcurso de los años, la Oficina del Censo se ha embarcado en el acopio de estadísticas más allá de las necesarias para ese propósito. En la actualidad recolectamos información que detalla todos los rincones de nuestras vidas, proporcionando así el alimento para los entrometidos colectivistas.
La mayor parte de esas estadísticas son simplemente sintéticas. Las mismas fuerzan cosas disparatadas dentro de un todo artificial que existe solamente en la mente del sintetizador. Las estadísticas son el impulso vital de aquellos cuya visión de la sociedad sumerge al individuo en grupos tales como los pobres, los negros, los hombres, las mujeres, los niños, los homosexuales, los jubilados, para mencionar algunos. Para el sintetizador, el individuo posee identidad tan sólo en la medida en que es miembro de alguna colección de personas.
Para los colectivistas, el individuo no solamente se encuentra identificado por su grupo, sino también por su comportamiento. De esta forma, ya no podemos decir más si el comportamiento de alguien es bueno o malo, correcto o equivocado, hasta que descubramos su grupo de identidad. Y a los individuos se les enseña a contrastar su comportamiento, no contra algún estándar individual, sino respecto de cómo el mismo se compara con lo que es social y colectivamente aceptable en su grupo. Cuando la conducta de alguien no está a la altura, la culpa es de la sociedad, no suya.
De manera similar es definido el bienestar de una clase desde arriba, mediante la estadística colectivizada y sin ninguna referencia a aquellos a los que la clase comprende. Hay una más elevada medida del bienestar que existe solamente en los ojos del colectivista. En este mundo, el colectivo puede estar “mejor” o “peor” incluso si ningún individuo se encuentra en él. Dado que la igualdad de ingresos es “buena” a los ojos del colectivista, una sociedad en la cual todos son igualmente pobres es mejor que una donde cada uno es desigualmente más rico. Cualquier agrupamiento de personas, definido desde arriba, se encuentra automáticamente mejor si las minorías son representadas al menos de manera proporcional. Los valores humanos individuales están anegados por alguna medida de valor colectivo y supra humano que existe solamente en la mente del colectivista. Los valores supra humanos son abstracciones que carecen de significado para los individuos.
Las estadísticas necesariamente agregan a través de los individuos. Estos agregados, por supuesto, son el resultado de la acción humana, pero como agregados no son del designio humano. La unidad de la sociedad es el individuo, no el grupo. En la agregación la acción y la elección individual se pierden. Los únicos grupos que cuentan para los individuos son aquellos a los que se unen de manera voluntaria. Cualquier otro grupo en el cual un individuo es clasificado, es impuesto desde afuera y existe solamente en la mente del clasificador.
Las estadísticas que intentan describir a los grupos nada dicen acerca del mecanismo causal que produjo la información. En muchos casos, la estadística observada resulta de individuos cada uno eligiendo lo que es mejor para ellos. Si esto es cierto, entonces la estadística resultante es un artefacto que no nos dice nada sobre del bienestar de los individuos detrás de la misma. Si las decisiones fundamentales fueron tomadas todas por individuos que hacían lo que era mejor para ellos, entonces el resultado debe ser el mejor desde la perspectiva de esos individuos. Las estadísticas sintéticas sobre los resultados colectivos son irrelevantes.
Por supuesto, aún si el proceso subyacente es correcto desde la perspectiva de cada individuo, los colectivistas seguirán sosteniendo que cualquier estadística que evidencie la desigualdad y la desproporcionalidad prueba que algo está mal. Por debajo de esta afirmación se encuentra la implícita, pero vehementemente negada, creencia de que las personas son todas iguales. La idea de que los individuos son diferentes, y de que la disparidad estadística meramente refleja esto, simplemente no se le ocurre a los colectivistas. Esta es la misma gente que celebra el multiculturalismo y el relativismo moral.
La consecuencia operativa del colectivismo estadístico es la exigencia de que el estado lidie de manera colectiva y coercitiva, con los problemas artificiales sugeridos por estas estadísticas. Las diferencias se vuelven brechas: brechas en los ingresos, brechas en la educación, brechas en la vivienda, brechas en la salud, brechas en otra necesidades. Los problemas son creados y abordados desde arriba por el mentalidad colectivista carcomida por la “brechalogía”. El dejar tranquilos a los individuos y a sus asociaciones está descartado. La estadísticas impulsan el motor intervencionista.
Uno se pregunta qué debe estar pensando Sir John hoy día.
Traducido por Gabriel Gasave
Las estadísticas: Un vehículo para las travesuras colectivistas
Sir John Cowperthwaite se desempeñó en la administración británica de Hong Kong por más de 25 años. De 1961 a 1971 fue el secretario de finanzas de Hong Kong, un cargo que le otorgó un vasto poder sobre los asuntos económicos de la colonia. Fue bajo sus pautas que la teoría de la no intervención positiva fue empleada para promover el asombroso progreso económico de Hong Kong.
Una de las cruzadas de Sir John fue la de evitar la recolección de estadísticas sobre muchos aspectos de la vida de Hong Kong. En Hong Kong, dijo, “nos encontramos en la feliz posición en que la influencia ejercida por el gobierno sobre la economía es tan pequeña que no resulta necesario, e incluso de ningún valor particular, tener estas cifras disponibles para la formulación de políticas.” Para él, las estadísticas eran las herramientas de los intervencionistas ansiosos de utilizar al gobierno para producir un resultado consistente con su visión colectivista de la sociedad.
Amén.
Los Estados Unidos han tomado un camino distinto. La Constitución estadounidense dispone la enumeración de los ciudadanos con el propósito de determinar el número de representantes de cada estado en el Congreso. Sin embargo, durante el transcurso de los años, la Oficina del Censo se ha embarcado en el acopio de estadísticas más allá de las necesarias para ese propósito. En la actualidad recolectamos información que detalla todos los rincones de nuestras vidas, proporcionando así el alimento para los entrometidos colectivistas.
La mayor parte de esas estadísticas son simplemente sintéticas. Las mismas fuerzan cosas disparatadas dentro de un todo artificial que existe solamente en la mente del sintetizador. Las estadísticas son el impulso vital de aquellos cuya visión de la sociedad sumerge al individuo en grupos tales como los pobres, los negros, los hombres, las mujeres, los niños, los homosexuales, los jubilados, para mencionar algunos. Para el sintetizador, el individuo posee identidad tan sólo en la medida en que es miembro de alguna colección de personas.
Para los colectivistas, el individuo no solamente se encuentra identificado por su grupo, sino también por su comportamiento. De esta forma, ya no podemos decir más si el comportamiento de alguien es bueno o malo, correcto o equivocado, hasta que descubramos su grupo de identidad. Y a los individuos se les enseña a contrastar su comportamiento, no contra algún estándar individual, sino respecto de cómo el mismo se compara con lo que es social y colectivamente aceptable en su grupo. Cuando la conducta de alguien no está a la altura, la culpa es de la sociedad, no suya.
De manera similar es definido el bienestar de una clase desde arriba, mediante la estadística colectivizada y sin ninguna referencia a aquellos a los que la clase comprende. Hay una más elevada medida del bienestar que existe solamente en los ojos del colectivista. En este mundo, el colectivo puede estar “mejor” o “peor” incluso si ningún individuo se encuentra en él. Dado que la igualdad de ingresos es “buena” a los ojos del colectivista, una sociedad en la cual todos son igualmente pobres es mejor que una donde cada uno es desigualmente más rico. Cualquier agrupamiento de personas, definido desde arriba, se encuentra automáticamente mejor si las minorías son representadas al menos de manera proporcional. Los valores humanos individuales están anegados por alguna medida de valor colectivo y supra humano que existe solamente en la mente del colectivista. Los valores supra humanos son abstracciones que carecen de significado para los individuos.
Las estadísticas necesariamente agregan a través de los individuos. Estos agregados, por supuesto, son el resultado de la acción humana, pero como agregados no son del designio humano. La unidad de la sociedad es el individuo, no el grupo. En la agregación la acción y la elección individual se pierden. Los únicos grupos que cuentan para los individuos son aquellos a los que se unen de manera voluntaria. Cualquier otro grupo en el cual un individuo es clasificado, es impuesto desde afuera y existe solamente en la mente del clasificador.
Las estadísticas que intentan describir a los grupos nada dicen acerca del mecanismo causal que produjo la información. En muchos casos, la estadística observada resulta de individuos cada uno eligiendo lo que es mejor para ellos. Si esto es cierto, entonces la estadística resultante es un artefacto que no nos dice nada sobre del bienestar de los individuos detrás de la misma. Si las decisiones fundamentales fueron tomadas todas por individuos que hacían lo que era mejor para ellos, entonces el resultado debe ser el mejor desde la perspectiva de esos individuos. Las estadísticas sintéticas sobre los resultados colectivos son irrelevantes.
Por supuesto, aún si el proceso subyacente es correcto desde la perspectiva de cada individuo, los colectivistas seguirán sosteniendo que cualquier estadística que evidencie la desigualdad y la desproporcionalidad prueba que algo está mal. Por debajo de esta afirmación se encuentra la implícita, pero vehementemente negada, creencia de que las personas son todas iguales. La idea de que los individuos son diferentes, y de que la disparidad estadística meramente refleja esto, simplemente no se le ocurre a los colectivistas. Esta es la misma gente que celebra el multiculturalismo y el relativismo moral.
La consecuencia operativa del colectivismo estadístico es la exigencia de que el estado lidie de manera colectiva y coercitiva, con los problemas artificiales sugeridos por estas estadísticas. Las diferencias se vuelven brechas: brechas en los ingresos, brechas en la educación, brechas en la vivienda, brechas en la salud, brechas en otra necesidades. Los problemas son creados y abordados desde arriba por el mentalidad colectivista carcomida por la “brechalogía”. El dejar tranquilos a los individuos y a sus asociaciones está descartado. La estadísticas impulsan el motor intervencionista.
Uno se pregunta qué debe estar pensando Sir John hoy día.
Traducido por Gabriel Gasave
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