En la cumbre sobre el empleo celebrada en Detroit, el Presidente Clinton y 176 delegados provenientes de Francia, Alemania, Gran Bretaña, Canadá, Italia y Japón conversaron acerca del desempleo mientras se abrían camino masticando una cena de cinco platos con terrine de pato, trucha arco iris rellena al horno, filete de carne asada, y chocolate hawaiano relleno con frambuesas.
Concluyeron que la desocupación no era culpa suya, sino el resultado de los cambios tecnológicos que reemplazan a la mano de obra con bienes de capital.
Clinton, en su discurso inaugural, sostuvo que existía un nuevo temor de que las mejoras en materia de productividad “puedan ser una amenaza para los empleos, no una creadora de ellos.” Esto le trajo un gran alivio a los delegados, quienes temían que sus políticas pudiesen ser inculpadas, dado que en cambio el progreso es algo con lo cual nunca podrían ser asociados.
La solución, dijo Clinton, es la de más programas de reentrenamiento y una mayor red de seguridad social—una añeja receta que se encuentra desafiada por los últimos estudios sobre las perdidas de empleos. En efecto, la perspectiva para la desocupación en los Estados Unidos, Europa y Japón sería más brillante si los participantes de la cumbre laboral se hubiesen quedado en casa leyendo el nuevo libro de Richard Vedder y Lowell Gallaway, Out of Work: Unemployment and Government in Twentieth-Century America. Los autores sostienen que la desocupación es provocada por los impuestos gubernamentales sobre el empleo, la reglamentación gubernamental de los mercados laborales y las políticas macroeconómicas de “pleno empleo.”
Vedder y Gallaway, ambos destacados economistas laboralistas en la Ohio University, demuestran que el gobierno siempre culpa del desempleo a factores ajenos a los mercados del trabajo—tales como la demanda de los consumidores, las tasas de interés, y los tipos de cambios—en lugar de a sus propias políticas que encarecen la mano de obra. Las reglamentaciones y los impuestos colocan al costo laboral por encima del salario de mercado, dejando de esa manera a muchos sin empleo.
Es bien sabido que las políticas del New Deal de Franklin Roosevelt fracasaron en su intento por aliviar el desempleo durante la década de 1930. Pero esto no significa que esas políticas no tuvieran algún efecto. Vedder y Gallaway acumulan evidencia implacable para tratar de probar que el New Deal causó un terrible perjuicio al casi triplicar la tasa de desocupación.
Entre las conclusiones más llamativas de Out of Work se encuentra la de que en el año 1930 los blancos poseían una tasa de desempleo más alta que la de las minorías. Vedder y Gallaway atribuyen este sorprendente revés en las situaciones de empleo al impacto del bienestar y de la asistencia pública sobre los mercados laborales. Las políticas compasivas diseñadas para hacer el bien en cambio causaron perjuicios.
A medida que la intervención gubernamental se incrementa, la tasa de desempleo en el largo plazo sube. En los Estados Unidos, la misma se ha elevado desde un 4 o 5 por ciento a cerca del 6 o 7 por ciento. Si el paquete de reformas del cuidado de la salud de Hillary Clinton es promulgado, el índice de desocupación podría trepar hasta el 9 por ciento.
En Europa, donde los gravámenes sobre la nomina salarial son a menudo del 50 por ciento o más y los mercados labores son extensivamente reglamentados, no han habido nuevos empleos netos creados por el sector privado en 20 años. En los países que constituyen el Mercado Común Europeo, la tasa de desempleo se ha triplicado desde la década de 1960.
Escribiendo en el Wall Street Journal el día de la apertura de la cumbre sobre el trabajo, el profesor de economía de la Columbia University Edmund Phelps le dijo a los participantes del encuentro que “vuestros impuestos matan a los empleos.” Los altos impuestos sobre el empleo y las ganancias han dejado al precio del trabajo europeo fuera de los mercados mundiales y “han sido asesinos en masa de los puestos de trabajo.”
Los índices de desocupación de dos dígitos se están convirtiendo en la norma en Francia y en Alemania. Al igual que Vedder y Gallaway, Phelps afirma que los gobiernos se están engañando a sí mismos cuando culpan del desempleo a las políticas anti inflacionarias del banco central y a las divisas fuertes.
El hecho de tratar de compartir la desocupación mediante el establecimiento de semanas laborales de cuatro días, simplemente aumenta el problema al acrecentar la reglamentación de los mercados laborales.
El Congreso recientemente revocó el impuesto a los bienes suntuosos del ex Presidente George Bush sobre las embarcaciones debido a que el mismo había virtualmente destruido a la industria de los astilleros y a los empleos asociados con la misma. Es aún más perjudicial gravar a los empleos de manera directa con los impuestos sobre la nomina laboral y con mandatos sobre el cuidado de la salud.
Si Clinton no es cuidadoso, espantará al progreso hacia América Latina y China y convertirá a los Estados Unidos en un remanso proteccionista.
Traducido por Gabriel Gasave
La Red de Seguridad mantiene alto al desempleo
En la cumbre sobre el empleo celebrada en Detroit, el Presidente Clinton y 176 delegados provenientes de Francia, Alemania, Gran Bretaña, Canadá, Italia y Japón conversaron acerca del desempleo mientras se abrían camino masticando una cena de cinco platos con terrine de pato, trucha arco iris rellena al horno, filete de carne asada, y chocolate hawaiano relleno con frambuesas.
Concluyeron que la desocupación no era culpa suya, sino el resultado de los cambios tecnológicos que reemplazan a la mano de obra con bienes de capital.
Clinton, en su discurso inaugural, sostuvo que existía un nuevo temor de que las mejoras en materia de productividad “puedan ser una amenaza para los empleos, no una creadora de ellos.” Esto le trajo un gran alivio a los delegados, quienes temían que sus políticas pudiesen ser inculpadas, dado que en cambio el progreso es algo con lo cual nunca podrían ser asociados.
La solución, dijo Clinton, es la de más programas de reentrenamiento y una mayor red de seguridad social—una añeja receta que se encuentra desafiada por los últimos estudios sobre las perdidas de empleos. En efecto, la perspectiva para la desocupación en los Estados Unidos, Europa y Japón sería más brillante si los participantes de la cumbre laboral se hubiesen quedado en casa leyendo el nuevo libro de Richard Vedder y Lowell Gallaway, Out of Work: Unemployment and Government in Twentieth-Century America. Los autores sostienen que la desocupación es provocada por los impuestos gubernamentales sobre el empleo, la reglamentación gubernamental de los mercados laborales y las políticas macroeconómicas de “pleno empleo.”
Vedder y Gallaway, ambos destacados economistas laboralistas en la Ohio University, demuestran que el gobierno siempre culpa del desempleo a factores ajenos a los mercados del trabajo—tales como la demanda de los consumidores, las tasas de interés, y los tipos de cambios—en lugar de a sus propias políticas que encarecen la mano de obra. Las reglamentaciones y los impuestos colocan al costo laboral por encima del salario de mercado, dejando de esa manera a muchos sin empleo.
Es bien sabido que las políticas del New Deal de Franklin Roosevelt fracasaron en su intento por aliviar el desempleo durante la década de 1930. Pero esto no significa que esas políticas no tuvieran algún efecto. Vedder y Gallaway acumulan evidencia implacable para tratar de probar que el New Deal causó un terrible perjuicio al casi triplicar la tasa de desocupación.
Entre las conclusiones más llamativas de Out of Work se encuentra la de que en el año 1930 los blancos poseían una tasa de desempleo más alta que la de las minorías. Vedder y Gallaway atribuyen este sorprendente revés en las situaciones de empleo al impacto del bienestar y de la asistencia pública sobre los mercados laborales. Las políticas compasivas diseñadas para hacer el bien en cambio causaron perjuicios.
A medida que la intervención gubernamental se incrementa, la tasa de desempleo en el largo plazo sube. En los Estados Unidos, la misma se ha elevado desde un 4 o 5 por ciento a cerca del 6 o 7 por ciento. Si el paquete de reformas del cuidado de la salud de Hillary Clinton es promulgado, el índice de desocupación podría trepar hasta el 9 por ciento.
En Europa, donde los gravámenes sobre la nomina salarial son a menudo del 50 por ciento o más y los mercados labores son extensivamente reglamentados, no han habido nuevos empleos netos creados por el sector privado en 20 años. En los países que constituyen el Mercado Común Europeo, la tasa de desempleo se ha triplicado desde la década de 1960.
Escribiendo en el Wall Street Journal el día de la apertura de la cumbre sobre el trabajo, el profesor de economía de la Columbia University Edmund Phelps le dijo a los participantes del encuentro que “vuestros impuestos matan a los empleos.” Los altos impuestos sobre el empleo y las ganancias han dejado al precio del trabajo europeo fuera de los mercados mundiales y “han sido asesinos en masa de los puestos de trabajo.”
Los índices de desocupación de dos dígitos se están convirtiendo en la norma en Francia y en Alemania. Al igual que Vedder y Gallaway, Phelps afirma que los gobiernos se están engañando a sí mismos cuando culpan del desempleo a las políticas anti inflacionarias del banco central y a las divisas fuertes.
El hecho de tratar de compartir la desocupación mediante el establecimiento de semanas laborales de cuatro días, simplemente aumenta el problema al acrecentar la reglamentación de los mercados laborales.
El Congreso recientemente revocó el impuesto a los bienes suntuosos del ex Presidente George Bush sobre las embarcaciones debido a que el mismo había virtualmente destruido a la industria de los astilleros y a los empleos asociados con la misma. Es aún más perjudicial gravar a los empleos de manera directa con los impuestos sobre la nomina laboral y con mandatos sobre el cuidado de la salud.
Si Clinton no es cuidadoso, espantará al progreso hacia América Latina y China y convertirá a los Estados Unidos en un remanso proteccionista.
Traducido por Gabriel Gasave
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