La guerra siempre aumenta el poder del Estado sobre la economía, y la guerra del Golfo no es ninguna excepción. Así, una de las primeras acciones de Presidente Bush fue, por decreto ejecutivo, otorgarse el control total sobre cualquier corporación o industria, si él lo juzga necesario para el esfuerzo de la guerra. Puede ahora requisar lo que desee, sin consideración alguna hacia los contratos o las necesidades de los propietarios y de sus clientes.
Este método fue empleado extensamente en ambas guerras mundiales y en la guerra de Corea. Las fuerzas armadas requisaron los ferrocarriles, las comunicaciones, los navíos, y el carbón, por ejemplo. Permitieron que los gerentes ordinarios operaran, pero los hicieron sujetarse a Washington, DC. Los derechos de propiedad privada fueron efectivamente abolidos.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno ha gastado cerca de 10 millones de billones (trillones en Inglés) de dólares en poder adquisitivo de hoy día en asuntos militares. Esto es cerca de dos años de la actual producción—como si cada persona dejase de trabajar por dos años. Con una política exterior constitucional, la mayoría de estos recursos habrían estado disponibles para la inversión privada. Somos un país mucho más pobre debido a que eso no ocurrió.
La guerra también significa más control del gobierno sobre el trabajo, con la conscripción como el medio preferido. A los soldados cuyos plazos de servicio estaban por expirar, les fue prohibido partir, lo que equivalió a una conscripción parcial. La economía de guerra significa la toma de posesión del gobierno de los recursos privados y de la gente. Esto sería reconocido fácilmente sin la guerra. Supongamos que el Presidente en su propia autoridad, repentinamente expande el control del gobierno de la economía. La gente tendría mucha menos libertad, y tendría que pagar impuestos mucho más altos. El público estaría indignado. Pero durante las épocas de guerra, la gente acepta fácilmente una toma de posesión ejecutiva de casi cada aspecto de la economía.
Incluso la victoria puede tener sus problemas. Si la guerra de Irak es vista como un logro glorioso, los políticos podrán rapiñar de nuestros bolsillos aún más.
Desde el punto de vista histórico la guerra es un instrumento para expandir al gobierno en cada dimensión. Particularmente durante las guerras mundiales, la transformación de una básicamente economía de mercado en una básicamente economía de comando le enseñó a la gente a utilizar al gobierno para alcanzar sus fines personales, y erosionó la resistencia a la burocratización volviendo a los estadounidenses menos dispuestos a protestar. No solamente la máquina de la guerra no retorna a su nivel anterior, cada otro aspecto del gobierno es también fomentado. Durante la Segunda Guerra Mundial, las burocracias que tenían poco que ver con la guerra—el Departamento del interior o el de agricultura, por ejemplo –afirmaron que eran esenciales para el esfuerzo bélico así que sus presupuestos y actividades debían ser incrementados. Una vez que la guerra finalizó, conservaron sus funciones recientemente adquiridas.
La consecuencia más importante de la guerra es el cambio ideológico. Una guerra exitosa trae nueva estatura al gobierno. En el caso de la guerra del Golfo, un éxito significará una política exterior más intervencionista. Como el neoconservador Ben Wattenberg lo expresa, la victoria cederá el paso “a un mayor apoyo político interno para futuras agresiones.”
En la medida que el público piensa que el gerenciamiento gubernamental exitoso significó la victoria, aumenta su fe en las soluciones del gobierno. Es difícil argumentar que el gobierno no puede llevar a cabo una política energética nacional, cuando aparenta estar conduciendo un Nuevo Orden Mundial. Gracias en gran medida a la guerra, somos mucho menos libres de lo que éramos en 1939. El vivir en un estado guarnecido ha cambiado también el carácter político del pueblo estadounidense. Son más como ovejas, más fácilmente conducidas a aprobar las acciones del gobierno—internas e internacionales.
Considere la recientemente sancionada Ley del Cuidado Infantil. En otro momento, la mayoría de los estadounidenses no habría visto al cuidado infantil como un asunto gubernamental. Hoy, el cuidado infantil federalizado es apoyado por el Congreso y el Presidente, e incluso los opositores no emplearon argumentos principistas.
Hasta que la neutralidad se convierta nuevamente en el principio dominante en política exterior, no tenemos ninguna esperanza realista de desmantelar la intervención interna. Con todo, en vez de recortar el gasto y los impuestos, Bush los está aumentando para financiar un Nuevo Orden Mundial.
Esta fantasía Wilsoniana es tanto una quimera como la economía centralmente planificada. Este mundo del futuro será el mismo mundo que siempre hemos tenido—con cambios caledoiscópicos ocurriendo constantemente. Si el Presidente realmente piensa que puede imponer un nuevo orden sobre otros países, eso significa comprarlos o bombardearlos. Ni lo uno ni lo otro es consistente con la visión de la república de los Padres Fundadores.
Como James Madison escribió en 1795: “De todos los enemigos a la libertad pública, la guerra es, quizás, a la que más hay que temer. . . . La guerra es la madre de los ejércitos; de éstos proceden las deudas y los impuestos; y los ejércitos, y las deudas, y los impuestos son los instrumentos conocidos para poner a los muchos bajo el dominio de los pocos.”
Traducido por Gabriel Gasave
Algunos otros costos de la guerra
La guerra siempre aumenta el poder del Estado sobre la economía, y la guerra del Golfo no es ninguna excepción. Así, una de las primeras acciones de Presidente Bush fue, por decreto ejecutivo, otorgarse el control total sobre cualquier corporación o industria, si él lo juzga necesario para el esfuerzo de la guerra. Puede ahora requisar lo que desee, sin consideración alguna hacia los contratos o las necesidades de los propietarios y de sus clientes.
Este método fue empleado extensamente en ambas guerras mundiales y en la guerra de Corea. Las fuerzas armadas requisaron los ferrocarriles, las comunicaciones, los navíos, y el carbón, por ejemplo. Permitieron que los gerentes ordinarios operaran, pero los hicieron sujetarse a Washington, DC. Los derechos de propiedad privada fueron efectivamente abolidos.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno ha gastado cerca de 10 millones de billones (trillones en Inglés) de dólares en poder adquisitivo de hoy día en asuntos militares. Esto es cerca de dos años de la actual producción—como si cada persona dejase de trabajar por dos años. Con una política exterior constitucional, la mayoría de estos recursos habrían estado disponibles para la inversión privada. Somos un país mucho más pobre debido a que eso no ocurrió.
La guerra también significa más control del gobierno sobre el trabajo, con la conscripción como el medio preferido. A los soldados cuyos plazos de servicio estaban por expirar, les fue prohibido partir, lo que equivalió a una conscripción parcial. La economía de guerra significa la toma de posesión del gobierno de los recursos privados y de la gente. Esto sería reconocido fácilmente sin la guerra. Supongamos que el Presidente en su propia autoridad, repentinamente expande el control del gobierno de la economía. La gente tendría mucha menos libertad, y tendría que pagar impuestos mucho más altos. El público estaría indignado. Pero durante las épocas de guerra, la gente acepta fácilmente una toma de posesión ejecutiva de casi cada aspecto de la economía.
Incluso la victoria puede tener sus problemas. Si la guerra de Irak es vista como un logro glorioso, los políticos podrán rapiñar de nuestros bolsillos aún más.
Desde el punto de vista histórico la guerra es un instrumento para expandir al gobierno en cada dimensión. Particularmente durante las guerras mundiales, la transformación de una básicamente economía de mercado en una básicamente economía de comando le enseñó a la gente a utilizar al gobierno para alcanzar sus fines personales, y erosionó la resistencia a la burocratización volviendo a los estadounidenses menos dispuestos a protestar. No solamente la máquina de la guerra no retorna a su nivel anterior, cada otro aspecto del gobierno es también fomentado. Durante la Segunda Guerra Mundial, las burocracias que tenían poco que ver con la guerra—el Departamento del interior o el de agricultura, por ejemplo –afirmaron que eran esenciales para el esfuerzo bélico así que sus presupuestos y actividades debían ser incrementados. Una vez que la guerra finalizó, conservaron sus funciones recientemente adquiridas.
La consecuencia más importante de la guerra es el cambio ideológico. Una guerra exitosa trae nueva estatura al gobierno. En el caso de la guerra del Golfo, un éxito significará una política exterior más intervencionista. Como el neoconservador Ben Wattenberg lo expresa, la victoria cederá el paso “a un mayor apoyo político interno para futuras agresiones.”
En la medida que el público piensa que el gerenciamiento gubernamental exitoso significó la victoria, aumenta su fe en las soluciones del gobierno. Es difícil argumentar que el gobierno no puede llevar a cabo una política energética nacional, cuando aparenta estar conduciendo un Nuevo Orden Mundial. Gracias en gran medida a la guerra, somos mucho menos libres de lo que éramos en 1939. El vivir en un estado guarnecido ha cambiado también el carácter político del pueblo estadounidense. Son más como ovejas, más fácilmente conducidas a aprobar las acciones del gobierno—internas e internacionales.
Considere la recientemente sancionada Ley del Cuidado Infantil. En otro momento, la mayoría de los estadounidenses no habría visto al cuidado infantil como un asunto gubernamental. Hoy, el cuidado infantil federalizado es apoyado por el Congreso y el Presidente, e incluso los opositores no emplearon argumentos principistas.
Hasta que la neutralidad se convierta nuevamente en el principio dominante en política exterior, no tenemos ninguna esperanza realista de desmantelar la intervención interna. Con todo, en vez de recortar el gasto y los impuestos, Bush los está aumentando para financiar un Nuevo Orden Mundial.
Esta fantasía Wilsoniana es tanto una quimera como la economía centralmente planificada. Este mundo del futuro será el mismo mundo que siempre hemos tenido—con cambios caledoiscópicos ocurriendo constantemente. Si el Presidente realmente piensa que puede imponer un nuevo orden sobre otros países, eso significa comprarlos o bombardearlos. Ni lo uno ni lo otro es consistente con la visión de la república de los Padres Fundadores.
Como James Madison escribió en 1795: “De todos los enemigos a la libertad pública, la guerra es, quizás, a la que más hay que temer. . . . La guerra es la madre de los ejércitos; de éstos proceden las deudas y los impuestos; y los ejércitos, y las deudas, y los impuestos son los instrumentos conocidos para poner a los muchos bajo el dominio de los pocos.”
Traducido por Gabriel Gasave
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