Inmigrantes lo arriesgan todo por mejor vida
Por William E. Gibson
El Sentinel
ALTAR, México · En vísperas de un peligroso cruce del desierto, un grupo de inmigrantes mexicanos en este polvoriento poblado fronterizo habla y ríe como si se tratara de un viaje a Disney World.
Cada uno debió pagar $250 por un viaje de tres días en autobús desde el sur de México hasta esta zona, ubicada 65 millas al sur de la frontera con Arizona. Cuando se les pregunta hacia dónde se dirigen, todos levantan los brazos y dicen casi al unísono: “¡La Florida!”
Lejos de los campos agrícolas de la Florida y, sin duda del debate legislativo en Washington sobre las reformas a las leyes de inmigración, numerosos mexicanos arriesgan sus vidas a diario para cruzar ilegalmente la frontera entre Estados Unidos y México.
De hecho, el presidente George W. Bush dio a conocer esta semana un plan que llama al despliegue de 6,000 miembros de la Guardia Nacional a lo largo de la frontera. Mientras Bush ofrecía su discurso televisado, numerosos inmigrantes y activistas a favor de la inmigración advirtieron sobre lo que llaman “la militarización de la frontera”.
En el último año fiscal murieron 473 inmigrantes, la mayoría cruzando la frontera. Personas dedicadas al rescate de inmigrantes señalan que este verano podría muy peligroso para muchos inmigrantes dadas las severas condiciones de sequía y las fuertes medidas de protección por partes de los agentes de inmigración.
La determinación de estos inmigrantes, sumada a la sistemática tentativa de las patrullas fronterizas para detenerlos, el insaciable deseo de los patronos de la Florida para emplear a trabajadores indocumentados y los numerosos obstáculos para llegar a Estados Unidos forman parte de uno de los capítulos más dramáticos en la historia de la inmigración en este país.
“Muchísimos van a la Florida”, dice Kathryn Rodríguez, una organizadora al servicio de la Human Rights Coalition, con sede en Tucson, y que hace algún tiempo vivió en Immokalee, una de las crecientes comunidades mexicanas de la Florida.
“Se corre el rumor de que se puede recoger tomates y otros frutos. Entonces muchos deciden venir y reunirse con sus familias”, señala Rodríguez. “Los patronos dicen: ‘Si logras sobrevivir la trayectoria, quedas contratado’ Ahí están los trabajos”.
Muchos de los que se arriesgan a cruzar la frontera no tienen una idea clara de los lugares a los que se dirigen.
“Naples”, dice María, de 46 años, refiriéndose, según escuchó, a los restaurantes dispuestos a contratar a trabajadores. “Carolina del Sur”, dicen otros del grupo de Chiapas, asumiendo que el estado más al norte forma parte de la Florida.
El cruce de la frontera entre México y Estados Unidos resulta especialmente difícil para las mujeres, debido a que muchas son blanco de secuestros o violaciones.
Por una de las carreteras polvorientas que conducen a Altar, salen varios camiones cargados con inmigrantes que buscan llegar a The Brickyard, una villa a cuatro millas de la frontera.
Hogar de unas 15 familias, la villa sirve mayormente como zona de paso hacia Estados Unidos. Hace poco, media docena de camiones llegó a The Brickyard, alborotando el panorama de autos chatarra, sacos de mesquite y ladrillos amontonados. Los hombres saltaron de los camiones, se limpiaron el polvo de las ropas, agarraron recipientes de agua y volvieron a montar, esta vez en otros camiones más adecuados para las malas condiciones de las carreteras.
Los camiones conducen a los pasajeros y a sus guías lo más cerca posible de la frontera, marcada por una valla de metal y alambres de púa.
Los viajeros usualmente siguen algunas rutas marcadas por otros viajes. Improvisados refugios hechos de mesquite y hierba seca ofrecen alivio contra el sol inclemente o el frío de la noche.
Los vehículos y helicópteros de las patrullas que vigilan la frontera comienzan acircular por la zona tan pronto se activan los pequeños sensores escondidos en la maleza. Pero también los buitres comienzan a circular.
“Los buitres son una señal de que la gente está en peligro”, dice John Fife, un trabajador al servicio de No More Deaths, un grupo dedicado a rescatar a inmigrantes que cruzan la frontera. “Nosotros encontramos gente que ha sufrido ataques al corazón, o tiene las rodillas torcidas, los huesos partidos y agujas de cactus en todo el cuerpo. Algunas veces se les han roto los zapatos y los encontramos con los pies que parecen hamburguesas”.
El domingo de resurrección, Marie Kessler, una voluntaria con el grupo No More Deaths, encontró a Luciano con las dos rodillas en malas condiciones. Luciano había sido abandonado por sus compañeros. Mientras Kessler y una enfermera lo atendían, la patrulla se presentó para arrestarlo.
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