Altar, la nueva ruta de los inmigrantes
Por Eileen Truax
La Opinión
El poblado, ubicado en el desierto de Sonora, ofrece todos los servicios para el cruce
ALTAR, Sonora.— Altar no se mueve. A las 11:00 de la mañana el calor ya es insoportable: 44 grados centígrados, unos 111 grados Fahrenheit. No sopla el viento. Las poquitas, pequeñísimas nubes que se ven en el cielo se quedan en el mismo sitio durante horas.
También permanecen estáticos los hombres que por unos días se quedan en Altar. Porque desde hace años, Altar es una ciudad de paso. De Chiapas, de Oaxaca, de Veracruz, de Hidalgo, de Querétaro llegan los autobuses que hacen una parada en Hermosillo para luego detenerse en Altar.
De ahí bajan. Hombres morenos, de corta estatura, de gesto duro. Delgados en general, pero fuertes; hombres fuertes a fuerza de trabajo. Vienen con una mochilita, con una camisa a cuadros o una chamarra, con la cabeza cubierta por una gorra. Con los ojos abiertos y la mirada sorprendida, a veces asustada. Vienen a lo incierto con una sola certeza: el deseo de lograr el sueño americano.
Ese sueño es el que acaricia Ramiro Cruz, al igual que los casi 200 migrantes que cada día salen de aquí hacia la frontera. Ramiro tiene 21 años y llegó de Tuxtla Gutiérrez hace tres días, pero no ha cruzado porque está esperando a que el coyote venga por él. “No quiero irme sin ir a intentar allá”, dice. Las cosas están difíciles en la frontera; hay mucha border, muchos elementos de la Patrulla Fronteriza recorriendo las sendas y los atajos frecuentados por los migrantes. Hay que esperar el mejor momento.
Y Ramiro espera. Alojado en una de las “casas de huéspedes” que han surgido en los últimos años en Altar, el joven, junto con otros 60 migrantes, aguardan pacientemente la señal que les dirá que hay que ponerse listos, arreglar las cosas y seguir al coyote, aunque en la plática diaria atenúan el término y se refieren a él como el “guía” o el “apoyador”.
Las casas de huéspedes en las que esperan los migrantes a lo largo del pueblo, en realidad son barracas en donde por 35 pesos (cerca de tres dólares) pueden dormir sobre tablas o cojines que pretenden ser un colchón. Un cuarto promedio, que en condiciones normales podría albergar dos o tres camas, aloja entre 10 y 20 personas, dependiendo de la temporada.
La gran mayoría de quienes llegan aquí son hombres. Por cada 200 adultos que cruzan en este punto, lo hacen un niño y dos mujeres. Cada uno de ellos paga en promedio dos mil dólares por llegar al otro lado de la frontera.
Ramiro dio un “entre” antes de salir de Chiapas, el resto lo irá pagando cuando llegue a Atlanta y encuentre empleo; un empleo que probablemente le permitirá ganar 10 veces más que los seis dólares diarios que ganaba en su tierra natal.
El lugar más caliente
A Altar le tocó ser el lugar más caliente de todo el Hemisferio Norte, con temperaturas máximas que rozan los 57 grados centígrados, 134 Fahrenheit. Situada en la zona noroeste de Sonora, la región desértica de Altar es una de las zonas más inhóspitas del planeta, así como una de las menos exploradas. Tal vez por eso en los últimos años el desierto de Altar se ha convertido en una ruta atractiva para quienes buscan cruzar la frontera entre México y Estados Unidos sin documentos.
A partir de 1994, cuando los operativos Guardián y Salvaguarda se empezaron a aplicar en los estados de California y Arizona, la migración indocumentada tuvo que modificar su trayectoria y dirigirse hacia el desierto, en donde la vigilancia era menor. De esa manera, las ocho horas de recorrido después de cruzar “la línea” se convirtieron en 12, en 15, en una noche, en dos, caminando por el terreno agreste y desolado.
“Estos operativos se implementaron porque supuestamente iban a acabar con la migración indocumentada. Lo que hicieron fue desviarla hacia otras áreas y ahí es donde empezaron a crecer las listas, porque nunca antes de esa época habíamos oído hablar de migrantes muertos”, comenta Francisco García Atén, director de la Casa de Atención al Migrante y el Necesitado (CAMYN) en Altar. “Pero las cifras no han bajado, al contrario; el problema que iban a resolver se volvió más grande, y la gente sigue cruzando, pero con más dolor”.
Paradójicamente, fue esta nueva tendencia la que hizo surgir el milagro para Altar. Habiendo sido una población de actividad principalmente agrícola y ganadera, al igual que los otros seis pueblos de la zona, Altar empezó a sufrir estragos en su economía local a partir de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC).
“Altar antes era de ejidatarios”, señala Francisco, originario del pueblo. “Yo recuerdo en mi juventud mucho trabajo en el campo: la uva, el durazno, el trigo. Pero a partir del TLC a los productores les empezó a ir mal por la competencia con los productos subsidiados que vienen de Estados Unidos”, comenta.
Como este fenómeno se dio también en otras regiones del país, un nuevo giro llegó a Altar: la economía de la migración. “De pronto nos convertimos en la sala de espera de los migrantes, porque éste es el último lugar en donde tienen acceso a servicios antes de cruzar”, dice Francisco. “Y a la par de los migrantes, fue aumentando la infraestructura de los servicios. Altar no es un lugar de turismo, aquí no hay nada que ver, ni playas ni cultura, y sin embargo hoy tenemos 14 hoteles, uno de ellos de cuatro estrellas, y 80 casas de huéspedes”.
En las cifras oficiales, Altar cuenta con ocho mil habitantes; sin embargo, cada día pasan por el lugar un promedio de dos mil personas, la inmensa mayoría migrantes. “En el período entre febrero y abril hubo días en que llegaron hasta 3,200 personas”, comenta Francisco. “Parecía que la plaza pública estaba diario de fiesta”.
No falta quien, sorprendido de que el flujo de migrantes sea de esta magnitud con la cantidad de peligros que se enfrentan en el desierto, pregunte a Francisco si quienes vienen ignoran que hay un calor del demonio, que hay que caminar tres días, que la gente se muere. Francisco da la respuesta natural: “Es gente que vive en niveles de pobreza que nadie se imagina. El gobierno les ha prometido mejoras en su vida, pero la gente en los pueblos no tiene ni para comer; ésta es la única manera de cambiar su vida”.
Encomendados
La temporada marca el ritmo en Altar. Junio está siendo un mes insoportable, la gente lo sabe. Los migrantes también, porque cuando llegan al pueblo platican con los otros migrantes, los que ya regresaron porque los agarró la Patrulla Fronteriza o porque debido al calor decidieron emprender el regreso. Algunos simplemente se entregan a la autoridad para salir del desierto.
Los que ya están aquí le pasan la voz a los que apenas vienen, de modo que ahora, en junio, Altar está en temporada baja. Lo resienten los propietarios de los localitos ambulantes de comida instalados en la plaza, que por tres dólares dan desayuno o comida a los migrantes. Lo saben los dueños de los puestos que venden mochilas, calcetas, chamarras, camisas, zapatos tenis, crema para los labios o para la piel, ajo para ahuyentar con el olor a las serpientes, pendientes de cuero con imágenes de santos; paliacates con la Virgen de Guadalupe, con el dibujo de un montón de billetes verdes o con diseño de camuflaje.
El camuflaje es un consejo que se pasan unos a otros. Al momento de cruzar se recomienda llevar ropa oscura, negra, verde, café o azul marino, con estampados o variaciones tonales pero sin dibujos —sin embargo, no son pocos los que llevan a la Guadalupana estampada en una playera, para viajar “encomendados”. Las mochilas, las gorras, los zapatos, las chamarras y los pantalones deben ser igual. Los galones de agua que lleva cada migrante al cruzar, dos en promedio, también son pintados con tinta negra para evitar que el sol o la luz se reflejen en ellos y puedan ser vistos.
Además de los dos galones, las provisiones para cruzar incluyen, en general, un paquete de pan de caja, algunas latas de atún o sardinas, latas de frijoles y en ocasiones de salsa; sal y una bolsa con limones para no deshidratarse.
“La cosa es que no pese mucho, pero que tampoco se les acabe pronto”, dice la mujer que atiende una de las tienditas frente a la plaza central del pueblo. “El coyote les dice: ‘Cada quien puede llevar lo que quiera, pero cada quien carga lo suyo’”.
Los migrantes compran sus provisiones y bajo el sol de Altar aguardan. Entre los portales de las casas de huéspedes y las bancas de la plaza, siempre hay una escala adicional: la visita a la iglesia del pueblo, dedicada a la Virgen de Guadalupe.
En el templo vacío, cada mañana se ve entrar a los hombres a hacer una oración. Un tablero de avisos muestra las fotos y los nombres de otros hombres que han desaparecido en el desierto y son buscados por su familia. Cada migrante se encomienda con devoción y, mientras llega el momento de cruzar, paciente espera.
- 12 de julio, 2025
- 15 de agosto, 2022
- 15 de diciembre, 2010
Artículo de blog relacionados
ABC Digital La revolución islámica de 1979 en Irán derrocó a un régimen...
6 de junio, 2010Por Bernardo Maldonado-Kohen JorgeAsísDigital Los paraguas del hartazgo Vaya un reconocimiento hacia los...
19 de febrero, 2015Prensa Libre El Índice de Confianza de la Actividad Económica (ICAE) cae estrepitosamente....
9 de octubre, 2012The Wall Street Journal En un mundo donde el capital es escaso, las...
27 de enero, 2009