Correa y la crisis militar
Por Simon Pachano
Infolatam
Quito – Como remezón en la cúpula de las Fuerzas Armadas calificaron varios medios de comunicación al conjunto de decisiones que tomó el presidente Correa en el ámbito militar. Estas se iniciaron con la remoción del director de Inteligencia del Comando Conjunto, a quien se identificó como el responsable de los vacíos de información sobre la presencia de las FARC en territorio ecuatoriano. A pesar de que los servicios a su cargo habían realizado un seguimiento de las actividades del cerrajero ecuatoriano Franklin Aisalla, muerto junto a “Raúl Reyes” en el campamento fronterizo, esa información no fue entregada al ministro de Defensa y por supuesto tampoco al presidente de la República.
Las autoridades ecuatorianas se enteraron de la identidad y de las actividades de esta persona únicamente cuando los medios colombianos divulgaron la información que tenía el gobierno de ese país. La justificación de los militares ecuatorianos no podía sustentarse, ya que en su descargo apenas pudieron decir que desde el año 2003 aquella investigación había sido transferida a la Policía y por tanto ellos ya no disponían de la información. Además de deleznable, era una afirmación que dejaba ver por lo menos descoordinación entre servicios que se supone deberían trabajar en conjunto.
El siguiente paso se abrió con las declaraciones de Presidente acerca de la infiltración de la CIA norteamericana en los servicios de inteligencia ecuatorianos y en algunas instancias de la Fuerzas Armadas. Formulada por un jefe de Estado en funciones, una afirmación de este tipo no puede ser tomada como una simple expresión de molestia con lo sucedido, tampoco como una imprudencia y ni siquiera como un recurso político de la constante campaña del Presidente.
Es, obviamente, una acusación muy grave hacia los mandos militares y en general al funcionamiento de algunas áreas de las Fuerzas Armadas. Efectivamente, así lo interpretaron su integrantes cuando expidieron un comunicado público en el que, sin seguir los canales correspondientes, pedían al Presidente “un diálogo frontal” para tratar estos asuntos. De hecho, ese comunicado dejó en mala situación al ministro de Defensa, ya que ponía en evidencia los errores y los vacíos en su gestión. De esta manera -y aunque no hubiera sido esa su intención-, la cúpula militar prácticamente se adhería a los cuestionamientos que había recibido el Ministro por el mal manejo de los asuntos militares en el conflicto con Colombia. A partir de ese momento su permanencia en el cargo era insostenible.
Precisamente, el tercer paso fue el reemplazo del Ministro por el ex asesor presidencial Javier Ponce, un poeta que en su actividad periodística fue duro crítico de las Fuerzas Armadas. Sin experiencia en temas de seguridad y defensa, mucho menos en asuntos castrenses, el nuevo ministro está obligado a despejar las incógnitas que se desprenden de la decisión presidencial al haber criticado duramente a las Fuerzas Armadas e incluso al nombrar para ese cargo a una persona como él, sino que deberá también hacer frente a problemas de más largo aliento. Es probable que su nombramiento sea una demostración de la fuerza y la voluntad política que se requieren para enfrentar la crisis actual, pero también puede ser una manera de enfrentar los problemas que se desprenden de una relación nunca bien definida con el poder civil. Los problemas pueden incrementarse si, para cumplir esos objetivos, el nuevo ministro busca acercar las Fuerzas Armadas al proyecto político gubernamental. La referencia, en su primera declaración, a los “jóvenes oficiales militares” alimenta los temores en ese sentido.
La solución de los problemas estructurales y de los inmediatos necesita de un ambiente adecuado para devolver la confianza mutua. El impacto de las declaraciones presidenciales acerca de la infiltración de servicios extranjeros de espionaje ha dejado heridas que no se sanan con la salida de los comandantes del Ejército y de la Fuerza Aérea, así como del Jefe del Comando Conjunto, realizada inmediatamente después de la posesión del ministro. Tampoco es alentadora en ese sentido la primera declaración del Ministro.
Como corolario, cabe señalar que a Rafael Correa se le presentó el mayor problema de sus quince meses de gestión en el lugar en donde menos se esperaba. Hasta el inicio del conflicto con Colombia parecía existir una relación armoniosa con las Fuerzas Armadas, asentada sobre todo en el nacionalismo exacerbado del presidente y de su gobierno (que incluso ha hecho de una marcha militar la canción emblemática de su gestión). La sucesión de errores que se hizo evidente desde el bombardeo colombiano al campamento de “Reyes” -que no fue detectado por los militares ecuatorianos- ha demostrado que aquella relación requiere de algo más que un discurso nacionalista encendido.
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