¿Ahora quién lo saca?
Por Gabriel Rosas Vega
Después del triunfo electoral del domingo anterior, la pregunta obligada es: ¿ahora quién saca al señor Chávez de la presidencia de Venezuela? Sin meterme en predios ajenos, recojo el pensamiento de algunos ingenuos que piensan y sostienen que en las elecciones de 2012, cuando se debe elegir al ciudadano que regirá los destinos de ese país, puede producirse el milagro.
Olvidan quienes esto creen, que no por hacer muchas elecciones -aparentemente es la forma de captar la opinión-, se tiene más democracia y más sólidas son las instituciones. Las instituciones, como obra de seres humanos, se configuran a imagen y semejanza de quienes las idean y ponen a funcionar.
Poco o nada se puede esperar de unas reglas de juego configuradas bajo el imperio del sometimiento y de la dependencia ocasionada por la aguda pobreza. O dicho de otra forma; armadas con base en el conocido expediente del clientelismo y el aprovechamiento del poder adquirido en etapas anteriores. Cuando los máximos organismos del sistema -léase los poderes Legislativo y Judicial y el Consejo electoral- responden a los intereses particulares del mandatario deseoso de perpetuarse en el poder, no se está estableciendo el orden político consensual necesario para alcanzar el crecimiento económico de largo plazo, sino un remedo de tal figura.
Porque hay que ser claros; el orden puede establecerse y mantenerse por la vía de un régimen autoritario sin el consentimiento de los gobernados, o bien a través del consentimiento de estos; pero, por supuesto, sin condicionamientos de ninguna especie. El orden político autoritario existe cuando los participantes, dadas sus expectativas acerca de las acciones de los otros, comprueban que es de su interés obedecer las reglas escritas o no escritas especificadas por el gobernante. Suele darse conformidad a una mezcla de fuerza coercitiva ejercida por el gobernante y normas sociales que inducen a los individuos a considerar beneficioso para sí mismos un comportamiento acorde con el orden social existente.
Al contrario, el orden político consensual existe, en un plano ideal, cuando los participantes comprueban que es de su interés, dadas sus expectativas sobre las acciones de los otros, obedecer las reglas escritas o no escritas que prescriben el respeto recíproco. Se presenta al darse conformidad o acogerse normas sociales que inducen a los individuos a querer comportarse de manera acorde con el orden o el control social existentes, ejercido sobre las posibles desviaciones sociales de otros.
Aprovechando la situación descrita por el respetado intelectual Arturo Uslar Pietri, en la expresión: “El Estado es rico y la población pobre”, con la cual resume, en pocas palabras, la más importante de las paradojas venezolanas: el desfase abismal entre la opulencia del Estado y la miseria de los ciudadanos, el señor Chávez volvió posible, en su momento, la toma del poder por la vía del orden político consensual, con el elemental argumento de dar soluciones más drásticas a los problemas y acabar con la política del ‘compadreo’, impuesta por los dos partidos dominantes.
Lo malo es que ahora lo que impera no es el orden, sino el desorden, factor que es justamente el que puede sacarlo de Miraflores. La inflación, el bajo crecimiento, el desempleo, el mal uso de los recursos, los precios del petróleo, el desabastecimiento, todos presentados como expresión del desorden, son la espada de Damocles que pende sobre su robusto cuello.
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