La herida de la esclavitud
Es imprescindible que jóvenes y adultos vean la última película del director británico Steve Mc Queen 12 Years a Slave.
No sólo es un filme magnífico visualmente y con formidables
actuaciones. La historia, inspirada en las memorias que Solomon Northup
escribió tras permanecer doce años secuestrado como esclavo en una
plantación de la Louisiana, nos enfrenta a la superficialidad dominante
en lo que respecta a la dimensión del horror de lo que fue la esclavitud
en los Estados Unidos.
Northup, que era hijo de esclavos emancipados
en el Norte, fue un hombre libre que vivía con su esposa y tres hijos en
Nueva York. Aunque no gozaba de los mismos derechos que los blancos
(los negros no podían votar), tenía formación de músico y su familia
vivía decorosamente. Sin embargo, sus desgracias comenzaron cuando en
1841 se dejó embaucar por dos tipos blancos que lo llevaron hasta
Washington, donde la esclavitud era legal, con la promesa de que lo
contratarían para tocar el violín en un circo itinerante. En realidad
era una trampa para venderlo como esclavo y trasladarlo al Sur, donde
pasó de ser un individuo libre a un animal encadenado y sujeto a los
arbitrarios castigos de sus dueños. De esa terrible experiencia, de la
que Northup milagrosamente sobrevivió y pudo escapar gracias a la
gestión de un canadiense que supo de su caso y alertó a su familia en el
Norte, pudo recuperar su libertad.
Lo sobresaliente es que Northup escribió un libro que fue un bestseller en
aquella época. Y su labor de concientización de los crímenes que se
cometían contra los negros fue más allá: Northup se unió a los
abolicionistas y a la red clandestina Underground Railroad que ayudaba a
los esclavos fugitivos. Eran pioneros del movimiento de lucha civil que
mucho después logró acabar parcialmente con la segregación racial, al
menos en lo que concernía a las leyes, pues el atávico racismo
estructural pervive hasta nuestros días.
Lo que verdaderamente nos
propina la cinta de Mc Queen es una bofetada que nos saca de la zona de
confort de la pereza histórica. 12 Years a Slave da un paso más allá, más bien un salto inmenso hasta acercarnos al abismo, de lo que en su día significaron la serie Roots o películas encomiables de Spielberg como El color púrpura o Lincoln. Desde luego, esta durísima producción hace saltar por los aires cualquier posibilidad de volver a ver Lo que el viento se llevó
sin sentir no ya sonrojo, sino auténtica antipatía por una visión que
pretendía ser infantil, romántica y épica a la vez de un mundo en el que
en los hombres, mujeres y niños en los barracones eran tratados peor
que los feroces perros que los custodiaban para que no huyeran de aquel
infierno.
Nunca jamás después de ver 12 Years a Slave se puede pretender visitar una plantación en el Sur como quien hace el tour por una antigua mansión. Esas excursiones con aire de amable revival de lo que fue la América antebellum,
no tienen sentido si en los predios donde las muchachas de la
aristocracia sureña celebraban sus bailes no se muestra lo que fue la
vida de los esclavos en la plantaciones de algodón y de caña de azúcar:
un grupo que fue despojado de la más mínima dignidad. Las plantaciones
sirvieron de modelo para los futuros guetos en que fue confinada la
minoría afroamericana.
Además de la frívola inconsciencia de haber adoptado el pastel rosa de Lo que el viento se llevó
como visión de un pasado más manchado de sangre que de tules, lo
verdaderamente asombroso es que a estas alturas la nación no cuente con
un importante museo de la historia de la esclavitud. Leo que el proyecto
está en marcha para que algún día se erija en Washington, pero resulta
inexplicable que en el siglo XXI, y con toda la documentación que se
tiene del largo y nefasto periodo, ese espacio tan necesario aún no
exista.
Los museos del Holocausto se encuentran en Tel Aviv, en
Berlín, en la propia Washington. Los museos de la Inquisición española
se pueden visitar en diversos países de Latinoamérica, donde quedan
plasmados cómo la Conquista y la Doctrina de la Fe se impusieron a
sangre y fuego.
Si de algo puede servir un filme tan importante
como el de Mc Queen es para advertirnos de la importancia de no olvidar
lo que ha sido el tortuoso camino de los derechos civiles. No hay cabida
para revisionismos adulterados de lo que fueron el abuso y exterminio
de los negros con la justificación de la ley. Urge un museo en
Washington, donde a poca distancia del Capitolio que construyeron manos
esclavas personas como Northup permanecían encerradas en edificios de
traficantes de esclavos hasta ser vendidos.
¿Llegó a leer Margaret Mitchell las memorias de Northup antes de escribir en 1921 Lo que el viento se llevó? ¿Se planteó Hollywood en 1939 filmar una versión más ajustada a la realidad del bestseller que se convirtió en un éxito de taquilla en el cine? Después de ver 12 Years a Slave el mundo de Escarlata O’Hara nunca fue más inhóspito y sombrío.
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- 28 de diciembre, 2009
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