A raíz de los atroces ataques contra civiles en París, los franceses son ahora propensos a repetir los mismos errores que los Estados Unidos cometieron después de los aún más bárbaros ataques del 11 de septiembre de 2001. La reacción natural de los políticos—ya sean demócratas, republicanos o socialistas como en el caso del presidente Francois Hollande en Francia—es mostrar a sus públicos que son machos y rudos. La escalada de ataques aéreos de Francia en Siria en represalia por los ataques terroristas de París es un buen ejemplo. Por desgracia, ese pavoneo y demostración de fuerza no resuelve el problema del terrorismo y por lo general empeora las cosas. Lo que se necesita es más honestidad respecto de qué causa los esporádicos ataques terroristas de los islamistas radicales contra países occidentales, lo que llevaría a una respuesta más mesurada y eficaz.

Los ataques aéreos franceses son en represalia por los ataques terroristas, con poca consideración de por qué los terroristas atacaron a Francia ante todo. Los atacantes no atacaron Luxemburgo. Mientras los terroristas le disparaban a la gente en París, se informa que gritaban que estaban tomando represalias por el bombardeo francés en Siria. Francia, al igual que los británicos y los Estados Unidos, es una antigua potencia imperial y sigue actuando con esa mentalidad el emplear excesivamente la fuerza en el extranjero. Los franceses siguen vigilando sus antiguas colonias utilizando la fuerza militar y con regularidad son deseosos participantes de coaliciones estadounidenses para atacar a países fuera de esa categoría. Por ejemplo, Francia envió recientemente tropas a la nación africana de Mali para hacer retroceder a los islamistas radicales, que habían obtenido combatientes y grandes cantidades de armas del caos en la vecina Libia (que no es una ex colonia francesa), que había sido causado por la presión de los franceses a los Estados Unidos para liderar una coalición a fin de derrocar al caudillo libio Muamar el Gadafi.

A nadie le gusta ser atacado u ocupado, pero los musulmanes tienen una particular aversión a ser gobernados por los no musulmanes, como los británicos, franceses y estadounidenses han descubierto en la era posterior a la Segunda Guerra Mundial. Hasta la Primera Guerra Mundial, el Oriente Medio era bastante tranquilo cuando los turcos otomanos musulmanes gobernaban a los pueblos islámicos. Después de esa guerra, los británicos y franceses decidieron destruir—en vez del derrotero más inteligente de preservar—al perdedor Imperio Otomano y dividirse su vasto territorio entre ellos. Ellos desmenuzaron al califato en países de estilo occidental con gobiernos seculares, ambas cosas inviables para las poblaciones musulmanas. Los límites que esas potencias occidentales trazaron eran para su conveniencia, atravesando las líneas étnicas, sectarias y tribales.

La actual agitación en Irak y Siria ha surgido debido a estos límites arbitrarios y artificiales. Además, la religión islámica no ve separación alguna entre la iglesia y el estado, por lo que la creación de gobiernos seculares es algo muy ajeno al mundo musulmán. La raíz del problema es que la imposición occidental de tales estructuras gubernamentales no ha funcionado y la región está luchando por encontrar un sustituto adecuado. Los brutales y radicales grupos islamistas de Al Qaeda y su filial ISIS desean restaurar el imperio o califato islámico, que se regiría por un califa tradicional que es a la vez el líder político y religioso de toda la comunidad musulmana.

Para ser exitoso en la guerra, el gran general Napoleón consideraba que un comandante tenía que entrar en la cabeza del enemigo. Desafortunadamente, los Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña se niegan a aceptar y no han hecho ningún intento por considerar siquiera las antes mencionadas causas fundamentales del terrorismo islamista. Cepas radicales del Islam han existido por siglos, y ocasionalmente han atacado a Europa. Por supuesto, durante las cruzadas, los cristianos atacaron el mundo musulmán. En los tiempos modernos, los ataques han sido mayormente en un solo sentido—el Occidente rico ataca a las mucho más pobres naciones musulmanas. Por lo tanto, los países musulmanes resienten la injerencia occidental en sus asuntos, la que consideran una continuación del largo periodo del colonialismo occidental en los siglos 19 y principios del 20. Los ataques y ocupaciones militares occidentales han matado a muchos más musulmanes que los esporádicos ataques terroristas en pequeña escala (incluyendo los del 11/09/2001) han matado a occidentales.

Existe una natural repulsión e ira occidental cuando se produce uno de estos ataques terroristas, pero ellos por lo general son en represalia por las acciones militares occidentales en países musulmanes. El terrorismo es el arma de represalia del hombre (y ocasionalmente de la mujer) pobre. Sin embargo, la mayor parte de los residentes de las tres ex naciones imperiales no saben (o no les importa) que sus gobiernos tienen un largo historial de matar a más musulmanes inocentes en una escala mucho mayor. Repasemos brevemente el historial del gobierno de los Estados Unidos y cómo han surgido los súper poderosos grupos terroristas islámicos.

En 1982, en apoyo a la invasión israelí no musulmana del Líbano de mayoría musulmana, los no musulmanes Estados Unidos, bajo el liderazgo de Ronald Reagan, enviaron “fuerzas de paz” estadounidenses al Líbano, que luego procedieron a luchar eficazmente del lado de la minoría cristiana en la guerra civil resultante. Cuando el grupo radical musulmán chiita Hezbolá bombardeó el cuartel de los marines estadounidenses en Beirut, matando a 241 marines, Reagan ignominiosamente retiró las fuerzas estadounidenses (nunca debería haberlas enviado en primer lugar). Osama bin Laden escribió que se dio cuenta por vez primera de que los países occidentales podían ser desplazados del suelo musulmán a través de este tipo de ataques. Vio reforzada esta creencia cuando él y otros combatientes islamistas en Afganistán—financiados, armados y entrenados por los Estados Unidos—forzaron la retirada de las fuerzas de ocupación soviéticas en la década de 1980.

Bin Laden entonces se marchó a su casa en Arabia Saudita después de esta guerra y encontró fuerzas estadounidenses estacionadas en las tierras más sagradas en el Islam después de la primera Guerra del Golfo Pérsico. Esta innecesaria fuerza residual estadounidense—Saddam Hussein había sido derrotado y ya no era una amenaza para sus vecinos—motivó a bin Laden para comenzar a atacar a las fuerzas y embajadas estadounidenses en el extranjero para primero hacer que los Estados Unidos se adentraran aún más en la región, derrotarlos de manera decisiva, y así expulsarlos de la región para siempre. Atacar a una superpotencia también consigue publicidad para el grupo, más voluntarios y mayores contribuciones monetarias. Sin embargo, el presidente Bill Clinton simplemente no mordió la carnada. Bin Laden ayudó a Muhammed Aideed, un señor de la guerra somalí, a hacer salir a una pequeña fuerza estadounidense de Somalia en 1993, atacó las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania en 1998, y al navío USS Cole en 2000. Clinton limitó sabiamente sus ataques de represalia a respuestas quirúrgicas, pero falló en llegar al corazón de la red de bin Laden. Luego llegó George W. Bush, quien se tragó la carnada de bin Laden más allá de los sueños más salvajes de los terroristas.

Bush no sólo fue involucrado en el mismo lodazal afgano en el que los soviéticos y británicos habían sido sumidos sin éxito, sino que también atacó a otro país musulmán—Irak—que no participó en los ataques del 11 de septiembre. Esta guerra generó muchos nuevos radicales islámicos, tanto dentro de Irak como desde fuera corriendo a luchar contra el ocupante extranjero allí. Nació Al Qaeda en Irak, una filial que fue aún más salvaje que el grupo principal en Pakistán y Afganistán. Así, la innecesaria y contraproducente invasión de Irak provocó que el terrorismo dentro de ese país y en todo el mundo creciera. La guerra también volvió a los grupos terroristas islamistas más apocalípticos, lo cual los hizo menos reacios al riesgo y por lo tanto más peligrosos. ¿Podía ser peor? Sí.

En las prisiones estadounidenses iraquies, Al Qaeda en Irak se transformó luego en el más brutal ISIS, que se hizo cargo de partes de Irak y Siria y ahora está poniendo una carnada a Occidente mediante ataques a otros países, incluyendo los bombardeos en el Líbano, la destrucción del avión ruso sobre Egipto, y los ataques en Francia. Y Occidente sigue mordiendo la carnada de ISIS mediante el empleo de una represalia militar de alto perfil en tierras musulmanas, la cual a su vez sólo genera grupos terroristas islamistas cada vez más radicales. ¿Es un super ISIS lo que sigue?

Después de los atentados en París, el presidente Obama puso sobre el tapete la retorica de la “guerra de civilizaciones”, la cual fue utilizada por primera vez después del 11 de septiembre. Sin embargo, esta no es una guerra de la civilización occidental contra la civilización musulmana. Ha sido siempre una atroz reacción y represalia islamista a la continua injerencia neo-colonial occidental en tierras musulmanas. No implica ponerse del lado de los inmorales terroristas analizar por qué están atacando. De hecho, ser honestos con nosotros mismos acerca de por qué nos están atacando podría hacer que nuestra respuesta fuese más eficaz y salvar muchas vidas, tanto en Occidente como en Oriente Medio.

Entonces ¿cuál debería ser la respuesta de Occidente? Es ingenuo creer que después del 11 de septiembre o de los ataques en París no tendrán lugar comprensibles demandas de venganza. Pero en lugar de respuestas desmesuradas por parte de líderes débiles, como George W. Bush o Francois Hollande, necesitamos líderes fuertes y eficaces a fin de resistir la presión a favor de respuestas excesivas y por lo tanto contraproducentes—exactamente lo que los terroristas desean. Si tendrá lugar una venganza, los dirigentes deberían decir a sus públicos que la misma se hará clandestinamente usando secretas Fuerzas Especiales o servicios de inteligencia, como la CIA. Y en el largo plazo, Occidente debería retirarse silenciosamente de entrometerse en naciones no estratégicas de Oriente Medio y el mundo islámico. Es ingenuo creer que estos terroristas están atacando a Occidente simplemente porque son “malos” o porque no les gustan las libertades políticas y económicas o el multiculturalismo occidental. Están atacando a las potencias del mundo occidental para que dejen de entrometerse en sus vidas, lo que es a todas luces innecesario.

Después del 11 de septiembre, los Estados Unidos han atacado o invadido innecesariamente al menos siete países musulmanes y sólo provocado que el problema del terrorismo empeorase. Los presidentes Bush y Obama le han dicho al mundo que estas acciones militares no son una “guerra contra el Islam”; por desgracia, para aquellos al otro extremo del cañón, ello no luce de esa manera. Si hay alguna duda de que el terrorismo anti-estadounidense y anti-occidental será reducido por una pisada occidental más liviana en los países islámicos, recuerdese que el terrorismo anti-estadounidense de Hezbolá se atenuó después de que los Estados Unidos abandonaron su intervención en el Líbano.

También, una retirada estadounidense de Irak y Siria obligaría a la musulmana Turquía a intensificar y enviar su gran y capaz ejército a ambos países para limpiar a ISIS, evitando así la reacción anti-occidental de los ineficaces y contraproducentes bombardeos occidentales allí. Y si las potencias occidentales desean realizar una intervención final antes de abandonar la región, deberían ayudar a destruir algunas de las fronteras artificiales que se crearon después de la Primera Guerra Mundial. Irak y Siria nunca han sido países viables y se debería permitir eventualmente su partición en enclaves étnicos o sectarios, en gran medida como sucedió con Yugoslavia después de terminada la Guerra Fría. Entonces los árabes suníes, a los que se les prometió una eventual autonomía, ya no temerán a los gobiernos centrales chiitas de Irak y Siria más que a los brutales sunitas en ISIS y por lo tanto podrían ayudar a combatir al grupo.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.