Nadie precisa decirle al público que los políticos son astutos—y que los que logran ser elegidos son los más sagaces. El presidente Obama, en un reciente discurso anunciando la retirada gradual de los 33.000 efectivos adicionales de los EE.UU. de Afganistán para septiembre de 2012, dijo al país que los Estados Unidos habían alcanzado ampliamente sus objetivos en Afganistán y que “estamos iniciando este repliegue desde una posición de fuerza”. Se podrá perdonar al público por perderse el verdadero mensaje: “Hemos perdido la guerra, pero de todos modos estamos declarando la victoria y marchándonos”.

La realidad de la retirada de 33.000 de alrededor de los 100.000 efectivos en ese país es que la estrategia de “contrainsurgencia” del presidente—las áreas despejadas por los EE.UU. de las fuerzas de los talibanes hasta que un “buen gobierno” pueda afianzarse y las fuerzas afganas sean lo suficientemente competentes como para asumir el mando—ha fracasado. La estrategia fue diseñada para obtener ganancias en el campo de batalla que no erradicarán a los talibanes pero harán que el grupo se siente a la mesa de negociaciones. Aunque los talibanes están negociando, no lo están haciendo muy seriamente porque saben que están ganando la guerra. Si estuviesen perdiendo, más talibanes estarían desertando hacia el gobierno afgano; y hasta ahora, sólo 1.700 de entre 25.000 y 40.000 insurgentes lo han hecho.

Las superiores fuerzas estadounidenses han despejado algunas áreas de las provincias sureñas de Helmand y Kandahar, tradicionalmente bastiones talibanes, pero sólo cuentan con un gobierno afgano ilegítimo y corrupto y fuerzas de seguridad afganas incompetentes para entregárselas. Sin embargo, todavía resulta casi imposible conducir de manera segura desde la capital de Kabul hasta Kandahar. Además, los talibanes meramente permanecen quietos en esas dos provincias hasta que los EE.UU. se marchen, o se trasladan a otras partes del país donde las fuerzas estadounidenses son mucho más exiguas. Los talibanes en el este de Afganistán—que tienen más vínculos con al-Qaeda que los del sur pero que han disfrutado menos de la atención de los EE.UU.—pueden retirarse a santuarios en Pakistán. Los EE.UU. y la OTAN nunca han tenido suficientes fuerzas en Afganistán para ejecutar una estrategia de contrainsurgencia eficaz. Y si los insurgentes no están perdiendo, están ganando. El tiempo está de su lado, porque es su país y simplemente pueden esperar pacientemente a los Estados Unidos, que los insurgentes saben que eventualmente se retirarán.

Si de acuerdo al experto en contrainsurgencia William R. Polk, la guerra de guerrillas es 80 por ciento política, 15 por ciento administrativa y sólo un 5 por ciento militar, el corrupto e ilegítimo gobierno afgano patrocinado por los Estados Unidos es un gran albatros alrededor del cuello de los EE.UU.. Además, incluso después de que las fuerzas de seguridad afganas han sido entrenadas durante casi una década, son incapaces de brindar seguridad a Afganistán por su propia cuenta.

No obstante, si no ha habido una amenaza terrorista de Afganistán durante siete u ocho años, como sostiene la administración Obama, entonces ¿por qué necesitábamos el aumento de efectivos y una estrategia de contrainsurgencia de 18 meses, en primer lugar, y por qué no pueden las tropas regresar a casa más rápido? La respuesta es que el calendario para la retirada no está basado en consideraciones de orden militar sino de política electoralista.

En vez de ir contra los talibanes durante la próxima temporada de combates, esos 33.000 soldados ya habrán sido retirados o estarán empacando para salir de Afganistán en septiembre de 2012. Por lo tanto, con un ojo puesto en los comicios presidenciales de noviembre de 2012, Obama puede decir que el aumento de efectivos terminó, que fue un éxito, y que todas las fuerzas incrementadas han sido retiradas. Pero si el cronograma para la retirada es político, ¿por qué no afirmar la misma victoria y retirar la totalidad de los 100.000 efectivos estadounidenses para satisfacer a un público hastiado de la guerra?

Richard Nixon se enfrentó al mismo dilema presidiendo la perdida guerra en Vietnam. En 1971, quiso retirar a los efectivos estadounidenses de Vietnam del Sur hasta que Henry Kissinger le recordó que el lugar probablemente colapsaría en 1972, el año en que Nixon estaba buscando la reelección. Para evitar este escenario, Nixon inescrupulosamente demoró un acuerdo de paz hasta 1973, negociando por ende más vidas estadounidenses desperdiciadas a cambio de su reelección.

Obama parece estar haciendo lo mismo. Una retirada gradual de 33.000 efectivos estadounidenses antes de las elecciones hará retroceder las exigencias de los candidatos republicanos para una retirada más rápida y la señal para el público estadounidense fatigado por el conflicto de que está resolviendo el problema, mientras deja 70.000 fuerzas para asegurarse que el país no colapse antes de los comicios. Una vez más, vidas estadounidenses se perderán innecesariamente de modo tal que un político hábil pueda lucir bien en época de elecciones.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.