Las luchas por tomar posiciones respecto del retiro de las tropas de Afganistán e Irak continúan. Recientemente, el saliente Secretario de Defensa Robert Gates y las fuerzas armadas de los EE.UU. han tratado de bregar porque la administración Obama deje en Afganistán todos los efectivos que sea posible. Gates sostuvo que una retirada rápida pondría en peligro los progresos obtenidos con el incremento de 30.000 efectivos. Gates opinó, “Me gustaría tratar de maximizar mi capacidad de combate siempre y cuando este proceso continúe—considero que esa es una obviedad”. Ha abogado por una retirada modesta, que otras fuentes han estimado entre 3.000 y 5.000 soldados; en otras palabras, sólo una retirada simbólica para cumplir la promesa del presidente Obama de comenzar a retirar tropas de este verano.

Retrocediendo están el vicepresidente Joe Biden y el personal de la Casa Blanca, incluído el asesor de Seguridad Nacional Tom Donilon. Biden y Donilon fueron inicialmente escépticos sobre el aumento de tropas y están presionando a favor de una retirada más rápida. Biden apoya una retirada más expeditiva pero desea mantener una fuerza más pequeña para llevar a cabo misiones antiterroristas y de entrenamiento de los militares afganos.

Es cierto que los “progresos” de los EE.UU. debido al incremento del número de efectivos en las provincias de Helmand y Kandahar en el sur de Afganistán es probable que sean efímeros a menos que las fuerzas estadounidenses permanezcan allí. En las guerras de guerrillas, la tecnología superior y el poder de fuego del ocupante extranjero por lo general pueden limpiar las áreas de los insurgentes menos equipados. El problema es conservar el territorio después de que las fuerzas del ocupante extranjero se hayan marchado. Esto normalmente sería realizado por las fuerzas afganas, que se están expandiendo pero que tienen un 30 por ciento de deserción por año, sólo cuentan con una tasa de alfabetización del 10 por ciento entre los reclutas, y son absolutamente corruptas (como el resto del clientelar gobierno afgano respaldado por los Estados Unidos). El teniente general William B. Caldwell IV, a cargo de entrenar a las tropas afganas, sin embargo, prefiere ver el lado bueno; argumenta que las fuerzas afganas están mejorando porque actualmente deben estar certificadas como competentes en el uso de sus armas antes de unirse a la fuerza, lo cual antes no era un requisito. Sin duda, los efectivos estadounidenses que tienen que ir a la batalla con estos andrajosos afganos se encontrarán muy eufóricos respecto de este desarrollo.

Más importante aún, los talibanes se acaban de mudar a otras partes de Afganistán y en la actualidad están atacando en el este, norte y oeste del país. Dado que los EE.UU. poseen muy pocos efectivos para llevar a cabo una estrategia de contrainsurgencia en todo el país y las fuerzas afganas son demasiado incompetentes para llenar los vacíos, los vanos progresos que los militares estadounidenses ven en Afganistán son mayormente ilusorios, mientras se inicia otra importante temporada de lucha. A comienzos de la década de 1980, los EE.UU. alentaron una estrategia de contrainsurgencia similar en todo el país por parte del ejército salvadoreño, que también tenía muy pocos efectivos para vigilar a toda la nación. La estrategia fracasó porque los insurgentes simplemente se trasladaron a las áreas que tenían menos tropas gubernamentales. El gran jugador de béisbol Yogi Berra diría que Afganistán es “una vez más un déjà vu por todas partes”.

Gates afirma que la estrategia de contrainsurgencia (la edificación de una nación) incrementa la inteligencia para las misiones de lucha contra el terrorismo debido a que la población afgana se siente más segura de suministrar información a los estadounidenses. Eso puede ser cierto, pero incluso la inteligencia de los EE.UU. admite que son muy pocos los combatientes de al-Qaeda que quedan en Afganistán y que incluso Yemen tiene una presencia de al-Qaeda más peligrosa que Afganistán. Más importante aún, los EE.UU. tendrían un problema mucho más pequeño con el terrorismo islamista si dejasen de atacar u ocupar a países musulmanes, que es lo que realmente exaspera a los islamistas y les lleva a convertirse en terroristas. Por lo tanto, la administración Obama no debería esperar hasta finales de 2014 para retirar todas las fuerzas de Afganistán—según lo acordado por la OTAN y el gobierno afgano—y debería considerar la opción más radical de retirar rápidamente a todas las fuerzas de Afganistán, incluidas aquellas destinadas a misiones de contraterrorismo.

De manera similar, en Irak, en espera de la concurrencia del gobierno iraquí, los EE.UU. han ofrecido mantener algunas fuerzas más allá de la fecha límite para la retirada total—al final de este año—para ayudar a mantener este fracturado país. Las recientes manifestaciones de masas contra cualquier fuerza estadounidense que permanezca más allá del plazo y los potentes ataques contra los militares de los EE.UU. por las milicias chiíes, incluido el del clérigo anti-estadounidense Muqtada al-Sadr, deberían desengañar a la administración de Obama de esa idea.

Afganistán e Irak podrían perfectamente tornarse en conflictos internos más severos después de una completa retirada de las fuerzas estadounidenses, pero los Estados Unidos ya no pueden darse el lujo de aportar la sangre y los recursos necesarios para librar guerras sin sentido a perpetuidad.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.