Tras haber declarado que “las acciones del coronel Muammar Gadafi, su gobierno, y allegados, incluyendo las medidas extremas contra el pueblo de Libia, constituyen una amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y la política exterior de los Estados Unidos”, el presidente Obama ha dado rienda suelta a los militares estadounidenses para que lleven a cabo ataques aéreos contra objetivos en Libia.

Siguiendo los pasos de varios de sus predecesores, las acciones del presidente Obama ignoran la Constitución, la cual establece claramente que es facultad del Congreso, no del Poder Ejecutivo, “declarar la guerra”. En verdad, el presidente está ignorando sus propias palabras como senador de diciembre de 2007: “El presidente no tiene poder según la Constitución para autorizar de manera unilateral un ataque militar en una situación que no implique la detención de una amenaza real o inminente para la nación”.

Haciendo a un lado a la constitucionalidad y la memoria selectiva, el presidente se equivocó al ordenar los ataques contra Libia por tres razones.

En primer lugar, no está claro quién está a cargo de la Operación “El Amanecer de la Odisea”, como se está denominando al ataque contra Gadafi. El presidente ha dicho que las fuerzas de los EE.UU. sólo desempeñarán un papel de apoyo en la acción militar contra Libia. Sin embargo, queda claro que la descarga de más de 120 misiles de crucero Tomahawk, dirigidos a los detectores de radar de Libia y emplazamientos de misiles tierra-aire, fue en gran medida una operación estadounidense.

Pero aún no está claro quién está a cargo. Según el Pentágono, los militares de los EE.UU. están a la cabeza. Los franceses, sin embargo, parecen estar haciendo sus propias cosas. Algunos desean que la OTAN lleve la voz cantante. Otros reclaman una estructura de comando diferente. Estas cuestiones deben ser resueltas antes de que las tropas estadounidenses sean comprometidas a la acción, no sobre la marcha.

En segundo lugar, ¿cuál es el objetivo? Un ataque con misiles en el segundo día de la Operación “El Amanecer de la Odisea” destruyó un edificio de Trípoli que habría sido uno de los centros de comando de Gadafi. Pero los funcionarios estadounidenses y británicos se apresuraron a afirmar que Gadafi no era el objetivo deseado—los ataques aéreos estaban destinados a sus tropas y sistemas de defensa aérea.

El presidente Obama afirma que los objetivos militares de EE.UU. son limitadas: establecer y hacer cumplir una zona de exclusión aérea. Sin embargo, al mismo tiempo, el presidente insiste con que Gadafi “tiene que irse”.

Pero no se puede tener ambas cosas. Ciertamente, no estamos lanzando misiles y aplicando una zona de exclusión aérea con la intención de dejar a Gadafi en el poder—¿o si? Ese, después de todo, fue exactamente el resultado de más de una década de zonas de exclusión aérea sobre Irak cuando Saddam Hussein estaba en el poder.

En tercer lugar—y lo más importante—incluso si las dos preguntas anteriores son correctamente resueltas, serían superadas por el hecho de que la seguridad nacional de los EE.UU. no está en juego en Libia.

Ciertamente, Muammar Gadafi difícilmente sea un ciudadano modelo y cuesta argumentar que Libia no estaría mejor sin él. Pero no representa una amenaza para los Estados Unidos—lo que debería ser el único criterio para el empleo de la fuerza militar de los EE.UU..

Tenemos que aprender de nuestra experiencia en Iraq, no repetir el mismo error. Si deshacerse de los tiranos y dictadores que oprimen a sus pueblos se convierte en el criterio para el uso de la fuerza militar de los EE.UU., cuál será nuestro próximo objetivo: ¿China? ¿La supuesta República Democrática del Congo? ¿Eritrea? ¿Irán? ¿Kirguistán? ¿Venezuela? ¿Zimbabue?

Los Estados Unidos serían sabios al recordar la denominada regla de la tienda Pottery Barn que el ex Secretario de Estado (y antes que ello Jefe del Estado Mayor Conjunto), Colin Powell advirtió con anterioridad a la invasión de Irak: “Si lo rompes, es tuyo”.

Con Irak y Afganistán costándole ya a los Estados Unidos más de $ 1 billón de dólares y miles de vidas, los EE.UU. difícilmente puedan permitirse el lujo de tomar posesión de Libia.

Traducido por Gabriel Gasave


Charles V. Peña es ex Investigador Asociado Senior en el Independent Institute así como también Asociado Senior con la Coalition for a Realistic Foreign Policy, Asociado Senior con el Homeland Security Policy Institute de la George Washington University, y consejero del Straus Military Reform Project.