Los medios de comunicación estadounidenses siguen elogiando enfáticamente la reducción de la violencia en Irak sin prever el potencial a largo plazo de una severa reanudación de la violencia etno-sectaria y la ausencia de mecanismos—al estilo de Sudán—para desactivarla.

El período de calma en el caos iraquí fue conseguido fundamentalmente mediante el soborno de los EE.UU. de las tribus sunitas iraquíes (el “Despertar”) para que luchen contra sus hermanos suníes liderados por miembros extranjeros de al-Qaeda. El soborno funcionó porque incluso los sunitas se sorprendieron ante la brutalidad extrema de al-Qaeda contra civiles, incluidos los sunitas; estos despiadados extranjeros fueron percibidos con el tiempo como incluso peores que una ocupación estadounidense. Un resultado similar ocurrió en Malasia entre 1948 y 1960, ya que la mayoría malaya odiaba a la minoría china (percibida como foránea) más que a la ocupación británica. Esto permitió a Gran Bretaña derrotar tácticamente a la insurgencia mayormente china y salir hábilmente de Malasia.

Pese a la probable naturaleza efímera de la tregua en Irak, los Estados Unidos deberían análogamente retirar sus restantes 50.000 efectivos de Irak y no dejarse engañar por alguno de los pedidos del gobierno iraquí de permanecer allí durante más tiempo. Cuanto más tiempo permanezcan las fuerzas de los EE.UU., más probable es que queden atrapadas en una reanudación de la violencia etno-sectaria.

El vecino Irán ejerce actualmente su influencia significativa en Irak para poner fin al estancamiento post-electoral de nueve meses, permitiendo el retorno del feroz crítico antiestadounidense Muqtada al-Sadr. Los Estados Unidos, incluso con la presencia del remanente de sus tropas, fueron eclipsados por Irán para poner fin al estancamiento político. El regreso triunfal de al-Sadr como un pilar clave en el apoyo del gobierno liderado por los chiitas de Nouri al-Maliki significa que la presión para una completa retirada de los EE.UU. se incrementará. Por lo tanto, un objetivo aparentemente oculto de la administración de George W. Bush para invadir Irak en primer lugar—ganar acceso a las bases militares iraquíes para proteger el petróleo del Golfo Pérsico, en reemplazo de las de Arabia Saudita que se perdieron—tendría que ser abandonado. Con al-Sadr de vuelta en el país y actuando como un agente de poder en la coalición gobernante de al-Maliki, un pedido iraquí para que las fuerzas estadounidenses permanezcan más allá de su fecha de retirada a finales de 2011 es menos probable.

Para la administración Obama, el primo socialista e intervencionista de su predecesor vaquero neoconservador, esto puede parecer un golpe en el estómago después de todo lo que los Estados Unidos han hecho por Iraq, pero es una bendición disimulada.

A diferencia del acuerdo de paz mediado por los Estados Unidos de la sangrienta guerra civil de Sudán—que tuvo incorporado un referéndum sobre la conveniencia de mantener unido al país, que ha sido ejercido— en Irak, los Estados Unidos acaban de asumir, como los británicos que crearon artificialmente el país, que las dispares facciones etno-sectarias podrían ser forzadas a vivir juntas por el bien de los suministros de petróleo a Occidente. En Sudán, los EE.UU. han presionado al hostil gobierno sudanés islámico en el norte para que permita que el sur de Sudán, cristiano y rico en petróleo, vote sobre la secesión. Después de todo, los Estados Unidos probablemente tendrían un mayor acceso al petróleo si los cristianos son quienes lo venden antes que los islamistas.

No obstante, a largo plazo, Irak tiene algunos de los mismos problemas que causaron originalmente la masiva guerra civil de Sudán. Irak posee un intenso odio entre las facciones étno-sectarias, la mayoría de las cuales tiene reparos en estar juntas en un país unido y posee conflictos potencialmente explosivos sobre el petróleo y los ingresos petroleros. Los kurdos claramente no desean ser parte de un Irak unificado y quieren tomar los territorios cargados de petróleo y habitados por los kurdos de los árabes suníes cuando se separen. Además, el gobierno chiita rompió ampliamente la promesa de reintegrar a los miembros del Despertar Sunita al ejército iraquí y el gobierno podría estimular la renovada violencia entre sunitas y chiitas, especialmente si al-Qaeda en Irak fomenta el amplio odio etno-sectario entre los grupos con continuos ataques. Al igual que las regiones kurdas ricas en petróleo en el norte, las áreas chiitas cargadas de petróleo del Sur han mostrado interés en por lo menos su autonomía del gobierno central iraquí. Incluso las regiones sunitas carentes de petróleo en el centro del país son recelosas de la opresión de un gobierno central fuerte dominado por los chiitas. Carente de un referéndum al estilo sudanés sobre la devolución o la secesión, lo cual ni siquiera ha sido contemplada, el artificial Irak es posible que finalmente sucumba a la agitación más etno-sectaria, acabando probablemente en una sangrienta guerra civil.

Así, incluso si el gobierno iraquí consigue de algún modo, en virtud al intenso temor a un futuro así, consensuar un pedido para que las fuerzas estadounidense permanezcan más allá del final del año, el presidente Obama sería prudente en mantener su promesa de campaña y emprender prontamente la retirada (mientras que la ganancia sea buena).

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.